Tito y Wallraff
- La misión del periodista es atreverse, disfrazarse para obtener datos y no dejar de denunciar las pillerías de quien sea.
Por Jorge Meléndez Preciado
Publicado originalmente en RMC 80
Atreverse, disfrazarse para obtener datos, no dejar de denunciar las pillerías de quien sea y cumplir hasta el final con la misión del periodista es algo que debemos hacer.
La cantina Salón Palacio está cerca de lo que fuera el periódico El Nacional. En esa misma calle (Ignacio Mariscal, cerca de Rosales) se encontraba La Afición, el diario dirigido por Fray Nano, que se especializaba en béisbol, deporte al que son aficionados varios literatos, entre ellos Gerardo de la Torre y Vicente Leñero. Hoy este impreso se encarta en Milenio Diario.
El Palacio, Palacete, Palas, ha sido motivo de varias referencias en libros de autores como Manuel Blanco y otros. Al lugar llegábamos los sábados, día de pago en el Nazi, una flota variada en muchos aspectos. Desde los entonces treintañeros: Humberto Musacchio, René Avilés Fabila, Jesús Luis Benítez, Parménides García Saldaña (en los últimos años de reuniones), Gonzalo Martré, Tirso Ríos (químico notable), José Luis Colín y yo. También asistían los más veteranos: Alfredo Cardona Peña (juchiteco, por aquello que nació en Costa Rica y se casó en Juchitán), Otto Raúl González (guatemalteco), ocasionalmente Juan Rejano (excelso poeta, refugiado español y director del suplemento Revista Mexicana de Cultura, a quien no se le ha hecho justicia), Carlos Illescas (chapín) y un mal escritor del que nunca supe su nombre, pero era un notable cantante de ópera. Asimismo, concurrían algunos amigos indispensables porque eran unos vagos auténticos, buenos para la pelea a trompones y siempre fieles en todo: Mario Santana y Mauricio Camacho. Se prohibía leer obras que estaban escribiéndose o ya publicadas, monopolizar la plática y hacer desfiguros acerca del amor. Cada uno debía resolver sus problemas o buscar quién aceptaba escuchar los bodrios pergeñados. La mayoría dejaba la cantidad en metálico de lo que consumía, aunque Cardona Peña y otros generosos ponían más de su cuenta o, lo mejor, invitaban a seguir la farra en otros sitios, generalmente por San Cosme, pues el poeta vivía en la calle de Cocoteros.
En una ocasión se contó una anécdota de Augusto Tito Monterroso, el cual tiene frases célebres como: “Cuando desperté, el dinosaurio (¿Marta? ¿Vicente?) todavía estaba allí”. O “Desde pequeño fui pequeño”, algo que en su metro sesenta le quedaba como pintado. O, cuando muera, estoy seguro de que seré “Difun-tito”. Pero en aquella memorable ocasión, Cardona Peña u Otto Raúl comentaron que en un viaje a Cuba, Tito estuvo con Mario Benedetti (uruguayo) y Juan Carlos Onetti (argentino). Asistía también el chiapaneco Óscar Oliva a quien Monterroso le adjudicó un nuevo apellido: Olivetti, pues no era posible que ante esas rimas México se quedará sin manejo del lenguaje, apellido que además representa la referencia a una máquina de escribir. El ingenio siempre por delante.
Reencuentro
Hace más de un año me invitaron a un encuentro en Monterrey para analizar los medios de difusión. En la mesa que participé, una señora me regañó porque dije que a Carlos Denegri lo mató su esposa, salvándonos de un rufián del periodismo pero un ejemplo de lo que era constancia en la escritura: paradojas de la vida.
Casi abatido llegué a una cantina cuyo nombre no recuerdo, y uno de mis interlocutores y patrocinador, alemán enamorado de México, me recibió. De inmediato, para calmar mis penas, le pregunté por uno de mis ídolos periodísticos: Günter Wallraff. Me dijo el progresista cuate que éste andaba dando guerra como siempre, pero no me dio más datos. El reportero germano es de verdad un intrépido personaje. Hoy, antes de escribir estas atropelladas líneas, leo en el mensuario Zócalo, que dirige el entusiasta Carlos Padilla, que Wallraff llegó a Rusia y fue, de inmediato, embarcado de regreso a su país. El profesor quería hacer un reportaje acerca de la situación que viven los chechenos en ese territorio que es hoy parte de un capitalismo implacable, dirigido por un ex agente de la KGB, el señor Putin, cuyo apellido si fuera agudo sería más correcto. Pero eso no importa ahora. Más bien que Günter es un tecleador sin igual. Hoy que se le otorga el reconocimiento mundial a Ryszard Kapuscinski, algo lógico, y se olvida a este compañero que tiene dos libros imprescindibles: El periodista indeseable y Cabeza de turco. En ambos, el señor camaleónicamente ha entrado a mundos que están vedados para un reportero. Lo mismo ha sido católico profesante que funcionario público y hasta periodista para las cadenas alemanas que manipulan la noticia. Y en el caso de la segunda obra, se transfiguró en árabe para mostrar cómo trataban sus paisanos a los emigrantes: desde el alargamiento de la jornada de trabajo hasta la limpieza de tubos nucleares, no obstante que a los obreros les pudiera dar cáncer. Pero lo que más indignó al régimen alemán fue que hiciera cera y pabilo a los grandes diarios que utilizan el escándalo, el amarillismo y la tergiversación de la noticia para vender más ejemplares.
Como se verá, la técnica Paty Chapoy es universal. Tanta molestia hubo, que incluso se le trató de expulsar de la sociedad de periodistas y del país al notable GW. Pero Wallraff siguió adelante en sus tareas y hasta creó un fideicomiso para ayudar a los turcos con las regalías de su libro que ha tenido varias reimpresiones. Atreverse, disfrazarse para obtener datos, no dejar de denunciar las pillerías de quién sea y cumplir hasta el final con la misión del periodista es algo que debemos hacer. Uno de nuestros maestros es GW que, afortunadamente, sigue en acción. Esperemos el próximo capítulo, por vida de Dios, Marx, Freud o Buendía.