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Buendía: Periodista completo
- El hombre que vino a dignificar el oficio periodístico.
- A 20 años de la muerte del autor de «Red privada» el gobierno no muestra resultados.
- «El periodismo es inteligencia, voluntad y estilo».
Por Omar Raúl Martínez
Publicado originalmente en RMC 86
El artero asesinato del columnista michoacano por un lado alertó respecto de los riesgos que implicaba el ejercicio crítico de las libertades de expresión e información, y por otro estimuló las posibilidades de la investigación periodística.
El 30 de mayo de 1984 cayó abatido el columnista político más leído, influyente y respetado de aquella época: Manuel Buendía. Un sicario lo ultimó por la espalda para evitar que divulgara los vínculos de un funcionario público –y posiblemente de otros personajes del poder– con el narcotráfico.
A 20 años de distancia, la aportación del autor de “Red Privada” al periodismo nacional ha gravitado permanente e indirectamente por un natural efecto de imitación encauzado a dignificar el oficio informativo.
El artero asesinato del columnista michoacano por un lado alertó respecto de los riesgos que implicaba el ejercicio crítico de las libertades de expresión e información, y por otro estimuló las posibilidades de la investigación periodística. Aunque el obvio propósito era inhibir los afanes reveladores, denunciatorios y cuestionadores de la prensa mexicana encarnados en contadísimas publicaciones y periodistas, tales como la revista Proceso y el propio Manuel Buendía, ese homicidio indujo no sólo a aquilatar y valorar la importancia de una columna política –“Red Privada”–, sino que a la postre ello mismo despertó del sosiego a un importante sector del periodismo mexicano.
En su camino profesional, Buendía recorrió los más diversos quehaceres que a la vuelta del tiempo cimentaron y alimentaron su labor de columnista. En 1954 ocupa una plaza de reportero de guardia en La Prensa, diario donde cubre varias fuentes y va abriéndose paso hasta encaminarse a la dirección del mismo con apenas 34 años. Más tarde dirige un semanario (Crucero) y posteriormente, tras incursionar en el área de Comunicación Social, se integra a la docencia. De hecho, el periodismo y la docencia significaron sus dos profundas vocaciones, que alternó de tiempo completo prácticamente en los últimos ocho años de su vida. Y es justo a partir de 1976 cuando comienza a desplegarse la mejor obra periodística de Buendía al ir conquistando el interés de los lectores. De forma paralela se hacen aún más inocultables el recelo y la preocupación de algunos políticos y funcionarios públicos, dueños del capital, autoridades eclesiásticas, espías norteamericanos, entre otros tantos. Su prestigio, notoriedad e influencia crecen y, por ende, en 1977 se hace acreedor al Premio Nacional de Periodismo en el género de comentario político.
Como había sido costumbre en el columnismo político mexicano, si Manuel Buendía hubiese querido ser complaciente con los poderosos habría amasado una fortuna. Pero al final de sus días rechazó grandes y pequeñas concesiones. En su opinión, el periodismo no da para enriquecerse ni ocupando los mejores cargos. “Periodista acaudalado –decía– casi siempre representará la posibilidad de un caso de enriquecimiento explicable sólo en función de ingresos turbios”. Y añadía convencido:
Para no pocos funcionarios, los periodistas somos un insoluble acertijo y jamás atinan a llevar el mejor tipo de relaciones con nosotros. Unos tratan de someternos; otros de ganarnos, y los más de corrompernos.
Sus colegas incluso dejaron testimonio de la verticalidad y reconocieron el aporte periodístico del autor de La CIA en México. En una misiva enviada en marzo de 1981, contenida en los archivos de la Fundación Manuel Buendía, el periodista Gregorio Ortega Molina asienta:
Con Buendía muchos hemos aprendido que el periodismo es una estrategia muy parecida a la política. Es una táctica. Hablar de periodismo y de la pasión que debe tener el que lo practica es tan importante como hablar de la guerra, como reflexionar antes de actuar, aunque muchas veces la acción no nace de la reflexión. […] Nunca he sabido nada en claro de lo que es la moda, pero es seguro que “Red Privada”, que Manuel Buendía, no son una moda ni un misterio, sino la sensibilidad periodística ligada a la comedia política, para darnos respuesta, ofrecernos una opción frente a la comedia que no acabamos por aceptar.
Lo que “Red Privada” nos enseña durante los días de la semana –concluye Gregorio Ortega–, son clases de nacionalismo, mismas que todo periodista debe aprovechar, que todo funcionario público debe memorizar, para continuar un combate que no debe transformarse en una biografía histórica, sino en la más importante de las victorias: la honestidad profesional.
El columnista zitacuarense nunca se durmió en sus laureles ni aceptó enclaustrarse en la vitrina de la gloria por sus éxitos periodísticos. Hasta el final de su existencia no dejó de asumirse como Reportero, oficio que él respetaba sin concesiones y por el cual se obligaba a la necesaria autoconstrucción personal.
Su concepción crítica y vivificante y nada complaciente del periodismo queda inscrita en algunos de sus constantes señalamientos:
—El periodismo es ante todo un compromiso personal.
—El comunicador social es un conductor social: es un líder en el más alto y fuerte sentido de la palabra.
—De la clase de periodismo que tenga un país dependerá en mayor medida su éxito o retraso en la búsqueda de la justicia y la democracia.
—Justo en el instante de proclamarnos dueños del saber y la perfección, se inicia la decadencia.
—Privilegio es recibir la injuria del cacique, la amenaza y la calumnia como respuesta a una denuncia escrita, firmada y publicada.
—Los tres males del periodismo mexicano son la impunidad, la solemnidad y la mediocridad.
Este mínimo ideario retrata fielmente las búsquedas que emprendió Manuel Buendía en los distintos frentes del oficio informativo. Más allá de ideales patrióticos, la imagen que proyecta a través del tiempo es la de un luchador social por afanes democráticos y menor injusticia; la de un propulsor de periodismo más profesional, revelador y menos autocomplaciente; y la de un defensor de la libertad de expresión ejercida con responsabilidad.
La formación del periodista, pues, suponía para el autor de “Red Privada” una indispensable e intransferible autoconstrucción personal. Por ello, cuando sus alumnos le preguntaban cuál era el camino para convertirse en buenos periodistas, él proponía:
- Asumir a sí mismo una gran decisión de rebeldía contra la mediocridad.
- Hacerse un honrado examen sobre conocimientos gramaticales.
- Multiplicar extraordinariamente el número de nuestras lecturas.
- Nada que llegue a nuestras manos debe salir de ellas sin un análisis.
- Recortar y archivar todo lo que llame nuestra atención.
- Soltar la pluma: escribir y rescribir mucho hasta labrarse un estilo propio.
- Hacerse devotos cultivadores de la conversación.
- Mantenerse redactando todo el día en la pizarra de la imaginación.
- Huir de la solemnidad como de los cobradores.
- Ser autocrítico y dejarse criticar por aquellos que más saben.
La reflexión sobre el ejercicio del periodismo afloraba en Buendía a la menor provocación. Quizás impelido por su inspiración o pasión vocacional, en algunas oportunidades fuera de la oficina, deslizaba la pluma para afianzar sus conceptos extraídos de una rica experiencia profesional. De ello da constancia un manuscrito, hasta ahora inédito, hallado en el archivo personal del periodista que resguarda la Fundación que lleva su nombre. En sus palabras, cual trazos para un posterior acercamiento, delinea con lucidez la sustancia del periodismo:
El periodismo es inteligencia, voluntad y estilo.
Como en las otras sobresalientes actividades humanas, habrá quienes quieran realizar ésta en el desastre cultural, en la ineptitud y el desprecio por las normas fundamentales. Pero esto no cambia la naturaleza intrínseca del periodismo. No lo rebaja ni lo convierte en un oficio propio de bellacos. La usurpación no funda derechos, ni obliga a redefiniciones. Puede el usurpador campear por su ignorancia, su improvisación e insolentes desacatos; pero esto no quitará un ápice a los tres esenciales elementos del periodismo: inteligencia, voluntad y estilo.
Es imprescindible, en efecto, la congénita capacidad para asir los acontecimientos, descifrar su íntima urdimbre, comprender su relación con otros hechos y descubrir la verdadera posición de los protagonistas.
Realizar este ejercicio para fines sólo de dominio personal, ya sería prueba de una nada común inteligencia. Pero el desafío se vuelve más riguroso cuando el objetivo final consiste en transmitir a otros –a muchos desconocidos– una atractiva síntesis de estos frutos de la comprensión y de la reflexión, por medio de un lenguaje que tiene sus propias dificultades y exigencias.
En cuanto a la voluntad, no hay que confundirla con habilidad y valor primarios. Por supuesto, no se concibe al reportero sin una notable dosis de ingenio para lograr sus propósitos y, frecuentemente, dando buenas demostraciones de personal valentía.
Manuel Buendía sabía de los riesgos que implicaba tocar intereses delicados o sensibles en su columna, pero los asumía con orgullo… y miedo. Pese a ello nunca se arredró. “Mi trabajo –sostuvo cierta vez– es muy parecido a la faena que realiza un torero: como él, yo entrego y me juego la vida cada día”.
Y así fue: su última faena reporteril la vivió el 30 de mayo de 1984, haciéndose realidad la premonición que vertiera en un poema que dos años atrás le hizo llegar a su amigo Álvaro González Mariscal:
No me dejes morir
con los pies desnudos
descansando en la suave hierba
que nace en la otra orilla.
No quiero morir contemplando
con mansedumbre el río.
Prefiero ahogarme en el intento
de remar hacia el principio secreto
de las aguas.
Sólo por saber
cuánto soportan mis brazos
y en qué momento ya no soy capaz
de sostener los remos
que han de parecer fusiles.
Quisiera derrumbarme
al doblar la esquina
rumbo a la máquina de escribir
después de haber hollado
el pavimento cálido
con mis zapatos de reportero.
No me dejes morir ahito
de goces y de lágrimas.
Prefiero la lívida
sensación del pánico
que sube del estómago
y genera las palabras.
No dejes que me sorprenda el fin
meciéndome en la telaraña
de una insulsez.
Quiero más bien
escuchar el último fragor de la batalla.
No me dejes morir en el hastío
de una noche incompleta.
No me permitas mirar
la evidencia fláccida
de la última vez.
No permitas que me tenga lástima.
Aspiro al relámpago mortal
que inmoviliza al hombre
en el instante supremo del amor.
Si así muero, sabrás
que terminé feliz.
Reclama el cuerpo, incéndialo
y riega las cenizas
en las aguas de Cozumel.