Grandes maestros del periodismo

Wallrraf, Capa y Kapuscinski

Tiene  razón  el  escritor  Gerardo  de  la  Torre,  autor de  El  vengador,  Viejos  lobos  de  Marx   y  muchas otras  novelas  y  libros  de  cuentos,  además  de asistente  sabatino  durante  años  a  la  cantina-salón Palacio,  al  decir  que  tres  son  los  notables periodistas  del  siglo  XX:  Günter  Wallrraf, Roberto  Capa  y  Ryszard  Kapuscinski.  El  primero  alemán,  el segundo  húngaro  y  el  tercero  polaco.

 

De Wallrraf no se ha sabido nada  desde hace tiempo. Aunque sus dos obras conocidas, Cabeza de turco y El periodista indeseable, son realmente excepcionales y una muestra de que en nuestra profesión hay que arriesgar al máximo, interpretar diversos papeles, descubrir la verdad por encima de todo, denunciar incluso a los medios que falsean la información y tratar de ser honestos a carta cabal.

En el primero de ellos, Günter tuvo que cambiar su pigmentación y bajar muchos kilos para, ante los ojos de industriales alemanes, conseguir trabajo en los oficios más arriesgados: limpiando plantas nucleares, en fábricas donde se arriesga la vida. Es decir: vivir como el turco Ali para relatar el maltrato a esos nacionales, las inclementes condiciones en que viven, el raquítico salario que perciben y la discriminación frecuente.

En el segundo, Wallrraf se convierte igual en informante para exterminar izquierdistas que en militante nazi o en periodista del mayor consorcio de su país, Bild Zeitung. En los tres casos documenta los engaños a los ciudadanos, las formas perversas de la propaganda y cómo las autoridades de un país que se pregona democrático, lejos de cuidar a su gente, da protección a los de arriba.

Estamos ante alguien que causó gran polémica, ya que al transformarse en otros, varios teóricos decían que faltaba a la ética y que no se valía obtener declaraciones e informaciones a través del engaño. La polémica seguirá en un mundo donde si bien la transparencia se abre paso, el secreto y los factores reales de poder impiden descubrir las verdades que necesita una sociedad para evitar abusos.

 

Un artista de la lente

 

Roberto Capa –cuyo nombre real era André Freidman– estuvo en varias guerras, especialmente la civil española (1936-1939), y mostró que era posible dar una idea precisa de los horrores que ocurren en las batallas. Fue considerado en su tiempo como “El mejor fotógrafo de guerra del mundo”. Tiene un libro que se llama Cara a cara. Participó en incontables exposiciones.

Luego de él vinieron lo mismo las imágenes de Vietnam (la niña corriendo desnuda en un bombardeo de NAPALM o el vietcong asesinado a mansalva por un pistolero). Muchas de esas estampas –lo mismo que algunas filmaciones televisivas–  fueron de lo más importante para que los estadunidenses, básicamente jóvenes, se levantaran y obligaran a su gobierno a poner fin a un conflicto, en el cual estaban siendo derrotados.

Lo maravilloso de las postales de Capa es que no pierden el lado artístico, por más que tengamos en ellas situaciones donde la tragedia aflora. Pareciera que muchos de los acontecimientos fueran parte de composiciones en estudio. Pero no, a pesar de los apresuramientos y contingencias, las tomas eran maravillosas porque el artista se involucraba con lo ocurrido en un acontecimiento que cambió la historia del mundo.

 

La conciencia de muchos

 

Del trío, el más conocido por todos es el polaco Ryzsard Kapuscinski. En los últimos años era citado incluso por los más deshonestos tecleadores, no obstante que uno de sus libros lleva como título: Los cínicos no sirven para este oficio, otro de sus éxitos, está compuesto de tres partes, una intervención del autor y dos conversaciones, la última con el famoso crítico de arte John Berger.

En ésta, llamada “El relato en un diente de ajo”, se habla de viajes, silencios, concentraciones de la memoria, posibilidades de la entrevista, pero sobre todo de poesía, herramienta que debe utilizar con gran certeza un reportero, ya que en unas cuantas líneas es necesario describir mundos que en ocasiones son extraños, difíciles de interpretar y casi mágicos. No hay que olvidar que Ryzsard empezó como poeta antes de hacerse periodista.

Independientemente de esas y otras consideraciones, Kapuscinsiki tiene varias afinidades con México. Aquí fue corresponsal de la agencia polaca PAP, de 1968 a 1972. En nuestro país se publicó el primero de sus libros en español: Las botas, en el cual hay un capítulo, “La guerra del futbol”, donde cuenta un encuentro de balompié entre las selecciones de Honduras y El Salvador. Luego tendríamos reediciones con ese último título.

Ryszard va antes de que se desate dicho combate bélico porque su compañero de oficio, el español-mexicano, Luis Suárez, lo alerta al respecto. Ya puesto sobre aviso que la disputa por el Dios redondo puede llegar a extremos incalculables –algo que no percibía el maestro del idioma–, toma el primer avión y llega a Centroamérica para darse cuenta de que las batallas en África no le piden nada a lo que ocurre en nuestro continente.

Por cierto, en Las botas hace sus primeros ensayos para escribir una obra, tanto así que el tercer escrito lo nombra: “Plan del libro que podría empezar en este lugar (o mis peripecias nunca anotadas)”. Volumen donde también recrea parte de lo vivido entre nosotros, es: El mundo de hoy. En éste hace una sátira contra los izquierdistas que se pasan al lado oficial. Incluye en la lista al conocido guatemalteco, Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel 1967.

Muchos años después, ya en la cátedra de Nuevo Periodismo Iberoamericano, regresa a suelo azteca con Gabriel García Márquez –otro enamorado de México–, bebe tequilas, dicta lecciones y reitera algo que es coincidente con lo dicho muchas veces por el premio Nobel colombiano: “Las grabadoras son un estorbo para el reportero, lo mejor es hablar largamente con las personas, anotar poco e imaginar mucho”. Cuestión discutible en las escuelas de periodismo.

Hace tiempo, el autor de El Sha se desencantó del oficio que fuera su pasión, porque, decía, hay demasiados reporteros que tienen como objetivo ganar la nota sin importar cómo, inventándola o aceptándola de fuentes dudosas; no profundizan en su trabajo, se dejan llevar por los intereses mercantiles y aceptan las versiones oficiales, algo que desvirtúa el objeto de trabajo.

Uno de sus trabajos menos conocidos es Los cinco sentidos del periodismo (estar, ver, oír, compartir, pensar), editado por el Fondo de Cultura Económica y la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Y es que la edición fue limitada y no se puso a la venta. Aunque es un clásico en casi todas las incontables escuelas de tecleadores.

En este quinteto de sentidos, Ryszard sintetiza lo que debe hacerse en todo momento: no se puede escribir sin estar en el lugar, ver lo que ocurre, escuchar con atención las historias, tener las mismas necesidades de quienes hablan con uno y tratar de sacar las mejores conclusiones de lo que acontece.

Claro que la ética en el trabajo, la obligación de darle voz a los que no la tienen, la urgencia de burlar la censura y la autocensura, y el comprometerse con uno para que el mundo sea mejor, son parte de la filosofía de este hombre que fue llamado “el mejor, un escritor singular” (Paul Auster), “la conciencia de muchos” (Fernando Savater) y “el enviado de Dios” (John Le Carré).

Dice Kapuscinski:

El verdadero poder contemporáneo pertenece a los grandes grupos financieros, a las grandes organizaciones multimedia, a las grandes instituciones internacionales.

Contra esas murallas debemos levantar nuestra actividad periodística para intentar mellarlas o tirarlas.

Adiós a Capa y Ryzsard, y un saludo a Wallrraf en el refugio donde se encuentre.

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