Censura, sociedad y política

Juego de Ojos

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Cuando allá por 1740 don François Marie Arouet —mejor conocido por su nom de guerre: “Voltaire”—, tuvo noticias de que el gobierno de Francia había mandado incinerar en la plaza pública cuanto ejemplar de sus Cartas inglesas fue posible confiscar, exclamó maravillado: “Hombre, cómo hemos progresado: antes se quemaba a los escritores… hoy únicamente a sus libros. ¡Esto es civilización!”

Doscientos años después, James Joyce se quejaba en carta a su editor norteamericano: “No menos de veintidós editores leyeron el manuscrito de Dubliners, y cuando, por último, fue impreso, una persona muy amable compró toda la edición y la hizo quemar en Dublín —un nuevo y privado auto de fe—.”

Estos recuerdos vienen a cuento porque estamos celebrando el 75 aniversario del histórico fallo del juez John M. Woolsey gracias al cual nuestros primos del norte pudieron por primera vez leer Ulises sin riesgo de ir a parar a una mazmorra —curiosamente casi al mismo tiempo que fue revocada la “ley seca”—. El fallo fue un duro golpe a los censores que, en palabras de Morris L. Ernst, “durante décadas han luchado por mutilar la literatura […] y procurado reducir el material de lectura de los adultos al nivel de los adolescentes y personas subnormales”.

En 1933, amarrar las manos a los autonombrados guardianes de la moral pública —de la mente y del cuerpo— oxigenó a la sociedad norteamericana. Podría establecerse una línea de continuidad entre la legalización del Ulises y del trago, las movilizaciones pro derechos civiles y los resultados de la votación que pusieron a un hombre de raza negra en la Casa Blanca —algo que ni siquiera Lincoln hubiese imaginado… o aceptado—.

La literatura trasciende a las mordazas de la política. Claro que en un primer momento el puño del censor cae con estrépito sobre el escritorio y en ese mismo instante Caballería roja es purgada de las editoriales e Isaac Bábel enviado al paredón; La sombra del caudillo se queda en España lo mismo que Martín Luis Guzmán; Ulises se confisca en las aduanas y Joyce no obtiene una visa; Cariátide es satanizada y Salazar Mallén va a los tribunales; No me voy a casar es echada del escenario a punta de pistola y Ngugi wa Thiong’o encuentra alojamiento en la penitenciaría… y un largo etcétera para el que no tengo espacio. Mas al paso del tiempo, Bábel, Guzmán, Joyce, Mallén, Thiong’o y todos los habitantes de mi etcétera, vuelven a nosotros más vivos que cuando caminaron sobre la tierra, mientras que los nombres de sus verdugos, si alguien los recuerda, es con oprobio.

En el caso de la resolución del juez Woolsey –cuya parte central comparto hoy con los lectores- , no hay que pasar por alto que fue dictada cuando en las verdes colinas de Georgia y Missouri el KKK linchaba negros y en muchas escuelas se prohibían las enseñanzas de Darwin. Me parece que hoy en México, cuando los vientos de la moralina, el conservadurismo y el fundamentalismo religioso comienzan de nuevo a soplar, esta es una lectura provechosa para todos los amantes de la libertad. Vale:

“II — He leído Ulises una vez en su totalidad y varias veces los pasajes de los cuales el Gobierno se queja en forma particular. De hecho, durante muchas semanas he dedicado mi tiempo libre a la consideración del fallo que mi deber me exigía en este asunto. Ulises no es un libro fácil de leer o comprender. Pero se ha escrito mucho sobre él y para acercarse con propiedad a su consideración es conveniente leer cierto número de libros que ahora se han convertido en sus satélites. El estudio de Ulises es, en consecuencia, una pesada tarea.

“III — La reputación de Ulises en el mundo literario justificaba, empero, mi decisión de emplear todo el tiempo que fuera necesario para compenetrarme a mi entera satisfacción de la intención con que el libro fue escrito, pues, desde luego, en todos los casos en que un libro es tachado de obsceno, primero se debe determinar si la intención del autor al escribirlo fue lo que comúnmente se llama pornografía; es decir, escribir con el propósito de explotar la obscenidad. Si se llega a la conclusión de que el libro es pornográfico, habrá terminado la consulta y el decomiso deberá hacerse. Pero en Ulises, a pesar de su franqueza inusitada, no encuentro en ningún lugar el propósito equívoco del sensualista. Sostengo, por consiguiente, que no es pornográfico.

“IV — Al escribir Ulises, Joyce trató de hacer un experimento serio en un género literario nuevo, si no enteramente inédito. Toma a personas de la más modesta clase media, que viven en Dublín en 1904 y trata no solamente de describir lo que hicieron cierto día, a comienzos del mes de junio, mientras iban y venían por la ciudad empeñadas en sus ocupaciones habituales, sino que también trata de contar lo que muchas de ellas pensaron entretanto.

“Joyce ha intentado —con éxito asombroso, según creo— mostrar cómo la pantalla de la conciencia, con sus impresiones calidoscópicas siempre fugaces, lleva, cual si fuese un palimpsesto plástico, no solamente lo que queda de las cosas que suceden a su alrededor en el foco de observación de una persona, sino también los residuos de impresiones pasadas que quedan en una zona de penumbra y que surgen por asociación de ideas desde las profundidades del subconsciente. Luego muestra cómo cada una de esas impresiones influye en la vida y en la conducta del personaje que está describiendo. Lo que él trata de conseguir no difiere del resultado de una sobreexposición en una película cinematográfica o, si ello es posible, de una exposición múltiple que diera un primer plano claro sobre un fondo visible pero algo borroso, y fuera de foco en grados constantemente variables.

“Tener que explicar con palabras un efecto que evidentemente se presta más para una técnica gráfica, es causa principalísima, según creo, de la obscuridad con que tropieza el lector de Ulises. Y también justifica otro aspecto del libro que debo además considerar: la sinceridad de Joyce y su honesto esfuerzo para mostrar con exactitud cómo operan las mentes de sus personajes.

“Si Joyce no intentara ser honesto desarrollando la técnica que ha adoptado en Ulises, el resultado sería psicológicamente falso e infiel, por lo tanto, a la técnica elegida. Tal actitud sería artísticamente imperdonable. Y es porque Joyce se ha mantenida leal a su técnica y no ha intentado evadirse de sus necesarias implicaciones, sino que ha tratado honestamente de contar con plenitud lo que sus personajes piensan, que ha sido objeto de tantos ataques y que la finalidad por él perseguida ha sido tan a menudo mal entendida y mal interpretada. Pues su propósito de realizar sincera y lealmente el móvil propuesto le exigió usar incidentalmente ciertas palabras que en general son consideradas sucias y lo ha llevado a veces a lo que muchos consideran una preocupación demasiado acentuadamente sexual en los pensamientos de sus personajes. Las palabras tildadas de sucias son viejos términos sajones, conocidos por casi todos los hombres y, me arriesgo a decir, por muchas mujeres, y son las palabras que emplearía natural y habitualmente, creo yo, la clase de gente cuya vida física y mental Joyce está tratando de describir. Respecto a la reaparición insistente del tema del sexo en la mente de los personajes, no se debe olvidar que éstos actúan en un ambiente céltico y en plena temporada primaveral.

“Que a uno le agrade o no una técnica como la que usa Joyce, es cuestión de gusto y sobre la cual toda discusión es inútil. Pero pretender someter esa técnica a los puntos de vista de otras técnicas me parece punto menos que absurdo. Por consiguiente, sostengo que Ulises es un libro sincero y honesto, y pienso que las críticas quedan enteramente compensadas por su razonada exposición.

“V — Además, Ulises es un asombroso tour de forcé si se considera el éxito que ha obtenido, en principio, con un objeto tan difícil como el que Joyce se había propuesto. Como ya he dicho, Ulises no es un libro de fácil lectura. Es brillante y aburrido, inteligible y oscuro alternativamente. En muchos pasajes me resulta desagradable; pero, aunque contiene —como ya he mencionado— muchas palabras consideradas vulgarmente sucias, no he hallado nada que denote complacencia en tal suciedad. Cada palabra del libro contribuye como un trozo de mosaico al detalle del cuadro que Joyce está tratando de ofrecer a sus lectores.

“Si uno no desea asociarse con gente como la que Joyce pinta, es asunto que queda librado al criterio personal. Para evitar contactos indirectos como esos personajes, uno puede no desear la lectura de Ulises; eso es bastante comprensible. Pero si un verdadero artista de la palabra, como Joyce lo es indudablemente, intenta trazar una imagen real de la clase media más baja de una ciudad europea, ¿debe ser legalmente imposible para el público norteamericano ver esa imagen?

“Para contestar a esta pregunta no es suficiente llegar a la conclusión, como lo he hecho más arriba, de que Joyce no escribió Ulises con lo que vulgarmente se llama ‘intención pornográfica’. Debo esforzarme por aplicar un criterio más objetivo a su libro a fin de determinar su efecto, prescindiendo de la intención con que fue escrito.

“VI — La ley en la cual el decreto está comprendido, solamente pena, en lo que nos concierne, la introducción en los Estados Unidos de cualquier libro obsceno proveniente de cualquier país extranjero. No esgrime contra los libros la amenaza de los adjetivos condenatorios que generalmente se hallan en leyes que tratan asuntos de esta índole. Se requiere de mí, por lo tanto, únicamente que determine si Ulises es obsceno dentro de la definición legal de dicha palabra.

“El significado de la palabra ‘obsceno’, como la definen legalmente las Cortes, es: Tendiente a excitar los impulsos sexuales o a inducir a pensamientos sexualmente impuros y sensuales. Si un determinado libro tendiera a excitar tales impulsos y pensamientos, tendría que ser probado por la Corte, en cuanto a su efecto, en una persona de instintos sexuales normales —lo que los franceses llaman l’homme moyen sensuel—, que desempeña en esta rama de investigaciones legales el mismo papel de reactivo hipotético que el ‘hombre razonable’ en la Ley de Agravios y ‘el hombre entendido en arte’ respecto a cuestiones de invención en la Ley de Patentes.

“El riesgo involucrado en el uso de tales reactivos surge de la tendencia inherente del examinador de hechos, por imparcial que intente ser, de subordinar demasiado su reactivo a su propia idiosincrasia. Aquí he intentado evitar esto en lo posible y hacer mi reactivo más objetivo de lo que hubiese podido ser de otra manera, adoptando el siguiente proceder:

“Después de haber tomado mi decisión acerca de ese aspecto de Ulises que ahora se considera, confronté mis impresiones con las de dos amigos míos, que en mi opinión reunían los requisitos arriba mencionados para mi reactivo. Estos asesores literarios —como bien podría llamarlos— fueron visitados separadamente y ninguno sabía que yo había consultado al otro. Son ellos hombres cuya opinión sobre la literatura y la vida valoro muy altamente. Los dos habían leído Ulises y, desde luego, estaban completamente desvinculados de esta causa. Sin hacer saber a ninguno de mis asesores cuál era mi decisión, di a cada uno la definición legal de ‘obsceno’ y le pregunté si en su opinión Ulises era ‘obsceno’ dentro de esa definición. Me interesó comprobar que ambos estaban de acuerdo con mi opinión: Que Ulises, leído en su integridad, como un libro debe ser leído en una prueba como ésta, no tendía a excitar impulsos sexuales o pensamientos sensuales, sino que su efecto sobre ellos era solamente el de un comentario algo trágico y muy poderoso sobre la vida íntima de hombres y mujeres.

“La ley concierne únicamente a personas normales. Un ensayo tal como el que he descrito, es, por lo tanto, la única prueba apropiada de ‘obscenidad’ en el caso de un libro como Ulises, que es un intento sincero y serio de crear un nuevo método literario para la observación y descripción de la humanidad. Me doy perfecta cuenta de que, debido a alguna de sus escenas, Ulises es un trago más bien fuerte para ser gustado por algunas personas sensibles, aunque normales; pero mi opinión, madurada tras larga reflexión, es que mientras en muchos pasajes el efecto que Ulises produce sobre el lector es indudablemente algo emético, en ninguna parte tiende a ser un afrodisíaco. Por lo tanto, Ulises puede ser admitido en los Estados Unidos.”

Molcajeteando…

Esto de los libros excomulgados no es cuento de abuelas. En 1981, en Praga, pedí un libro de Kafka en un local de la Mala Strana. Se armó la de dios es cristo. El librero me gritoneó hasta que se cansó —en checo, afortunadamente, pues de otra manera me hubiera visto obligado a defender el honor nacional—. Llegó la policía. Sólo mi pasaporte mexicano, mi aire de zoquete —que se ha acentuado con los años— y la incredulidad de los gendarmes de que alguien quisiera gastar buenas divisas en un libro inexistente por prohibido, me pusieron a salvo. En venganza, cambié 200 dólares con uno de los agentes del mercado negro que andaban por toda la ciudad, y en el Usu Tomasu que está junto al Jardín de Wellington invité cerveza pilsen y “pan del diablo” a todo el que se acercó. ¡Vaya que alcanzó! Por la madrugada, con unos alemanes del este recorrí el puente de Carlos IV cantando a todo pulmón: “¿Kafka?… ¡Verboten! ¿Verboten? ¡Herr Franz! ¿Prost? ¡Salud!”

Profesor – investigador del departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP, Puebla.
Presidente honorario de la Fundación Manuel Buendía.
Correo electrónico: sanchezdearmas@gmail.com

El siguiente es un ejemplo de cómo debe de citar este artículo:

Sánchez de Armas, Miguel Ángel, 2009: «Censura, sociedad y política»,
en Revista Mexicana de Comunicación en línea, Num. 115, México, enero.
Fecha de consulta: 5 de febrero de 2009.

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