Porque yo lo digo

La política en tacones

Pilar Ramírez

En el año 2004 apareció en Estados Unidos la serie de televisión Dr. House,producida por la cadena Fox, de la que actualmente se transmite la temporada cinco y que ha logrado un éxito inusitado debido a que rebasa el aspecto estrictamente televisivo.

El protagonista de la serie es el Dr. Gregory House, un brillante nefrólogo y especialista en enfermedades infecciosas que trabaja en una unidad de diagnóstico, inexistente en la realidad, del hospital universitario de Princeton-Plainsboro de Nueva Jersey.

Casi todas las cadenas productoras de televisión tienen una o varias series sobre médicos, desde Dr. Kildare que protagonizó en los cuarenta Richard Chamberlain, pasando por Dr. Quinn, Diagnosis Murder, Strong Mediciney Emergency hasta las actuales Scrubs, ER, Grey’s Anatomy y, por supuesto, Dr. House. ¿Cuál es peculiaridad de *Dr. House* para no ser una serie médica más y tener tal éxito? El carácter del protagonista. Gregory House es un médico sumamente destacado, su nivel de eficiencia raya en la genialidad, pero es iracundo, ofensivo, cruel, detesta tratar con los pacientes, los evita siempre que puede, es mordaz, irónico y no tiene empacho en decir a superiores, pacientes o subordinados lo que necesita con una franqueza tan extrema que lo hace maleducado.

El perfil de antihéroe se completa porque House sufrió un infarto muscular en la pierna derecha que al derivar en una necrosis hizo necesaria una cirugía que le dejó como secuela una cojera y dolor crónico. A causa de ello, House utiliza bastón y una cantidad impresionante de analgésicos que lo han convertido en un adicto al Vicodin. House es también atípico en el cumplimiento de su trabajo, al mismo tiempo brillante para diagnosticar casos complicados, pero flojo para cumplir otras tareas cotidianas. En su área de trabajo toca guitarra eléctrica o se esconde en habitaciones con pacientes en coma para tomar alimentos o ver sus programas de televisión favoritos. Este personaje ha generado una gran cantidad de notas periodísticas, espacios en Internet y hasta libros; muchos lo encomian y otros tantos lo repudian.

Sin embargo, el aspecto más inspirador de House y que ha provocado un gran debate es el tipo de relaciones laborales que su carácter provoca. Los consultores organizacionales y las empresas que realizan estudios de clima laboral han desarrollado incluso un Cuestionario House —en alusión al personaje— para describir los defectos frecuentes de los altos mandos, entre los cuales es común el trato falto de tacto, grosero y hasta brutal con los subordinados.

Las grandes empresas le han destinado recursos al estudio de sus propios directivos y a las características que deberían tener para lograr un liderazgo adecuado. En dichos estudios han encontrado que es común el maltrato a los empleados y una forma de gestión que se basa en el carácter del jefe; como señala Carmen María Ramos en una espléndida nota del periódico argentino La Nación «a menudo matan al mensajero» uno de los pecados directivos de quienes se dejan llevar por la ira y actúan con visceralidad.

La afirmación de que «los empleados son el elemento más importante de las instituciones o las empresas» ha terminado por convertirse en un lugar común en el que ya nadie cree, porque todos saben que es falso y que sin importar que lo acabe de pronunciar, el jefe se comportará de la manera más ruin con quien se deje y con el que no también, si así le place hacerlo. No resulta extraño que, como informó recientemente el Instituto Mexicano del Seguro Social, 70 por ciento de los trabajadores viva con estrés laboral.

Una ingeniosa compañera de trabajo ha acuñado un divertido neologismo para describir la ira de los jefes: «madrastrear», así, un jefe iracundo «madrastrea» a una persona, lo que equivale a una combinación de echar madres y madrear a alguien, casi siempre de manera verbal, pero con eso es suficiente. Ahora sí que humillados y ofendidos, es decir, «madrastreados», sin derecho de réplica y sin la genialidad de House.

En los muchos años que tengo en el sector público he visto en innumerables ocasiones a los subalternos temblar «porque el jefe llegó enojado». Las decisiones de ese día estarán signadas por el humor del jefe, lo mismo que su forma de hacerles saber a sus subordinados que su sentido del (buen) humor se extravió; en algunas ocasiones éstos lo sabrán cuando los corra o amenace –de mala manera- con hacerlo, salpicada la amenaza de algunos epítetos que, bien visto, no se le deberían escatimar al jefe.

Como era de esperarse, son las grandes empresas las que están dispuestas a invertir para desarrollar las habilidades de sus niveles directivos; en el sector público —-si acaso— hay aburridos e inservibles cursos y conferencias de motivación o de relaciones humanas a los que generalmente no asisten los jefes, quienes nombran un representante «porque tienen un compromiso agendado previamente» como se afirma en el preciso y bien cuidado lenguaje burocrático.

Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Porque yo lo digo», en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 114, México, febrero. Disponible en: Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/politica.htm
Fecha de consulta: 12 de febrero de 2009.

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