Jardón y Ramírez Gómez

Refugios periodísticos

 La memoria del 68

 Jorge Meléndez Preciado

 

Los  primeros  en  intentar  desentrañar  la  trascendencia  del  movimiento  estudiantil-popular  de  1968  fueron  dos  comunistas:  Edmundo  Jardón  Arzate  (De  la  Ciudadela  a  Tlatelolco,  Ediciones  de  Cultura  Popular,  1969)  y  Ramón  Ramírez  Gómez  (El  movimiento  estudiantil  de  México,  julio-diciembre,  Era,  1969).  Los  dos,  obviamente,  antecedieron  al  más  famoso  y  comentado:  La  noche  de  Tlatelolco  de  Elena  Poniatowska  (Era,  1971).

 

Para Enrique Ramírez, Aurelio Fernández

 y Julio Glockner, con afecto

 

Edmundo fue un periodista notable que estuvo buen tiempo en La Voz de México, el periódico del Partido Comunista Mexicano, y publicó artículos en diversos cotidianos, sobre todo  El Universal. Se le motejaba El Cabezón. Además fue diputado federal y, por si fuera poco, tuvo un notable hijo, Raúl, de apellido materno Guardiola, quien también escribió acerca del acontecimiento de hace 40 años (1968, el fuego de la esperanza, Editorial Siglo XXI, 1998).

 

Ramírez era un profesor de la entonces Escuela Nacional de Economía a quien traté durante  buen tiempo. Vivía  en la calle de Las Vizcaínas, frente al cine Teresa. A Ramón lo ayudaba eficientemente su secretaria, la señorita Mari. Joel Ortega y yo, que anduvimos en esa lucha, íbamos con frecuencia al departamento del maestro para informarle de varias de las acciones que hacíamos y admirar cómo ella avanzaba en los recortes de periódicos y en el armado de la investigación.

 

Pero también comentábamos con Ramírez las batallas que dábamos en la UNAM, especialmente las que tenían que ver contra la imposición de Héctor Espinosa Berriel (laboratorio de economía) y Gustavo Romero Kolbeck de Estudios Superiores de la escuela). En realidad eran propuestas de Ifigenia Martínez, quien había llegado a la dirección gracias a sus relaciones con Emilio Martínez Manatou versus el candidato de estudiantes y profesores, José Luis Ceceña Gámez.

 

En esos combates, se formó la Comisión Mixta, que transformaría el plan de estudios, añejo y desfasado. Una de las propuestas de Ramón era que se instituyera el seminario de “El Capital”, pues a finales de los años sesenta únicamente había un curso de marxismo.

 

El proyecto se logró, y durante varios lustros se impartió (dos años, luego cuatro semestres) el conocimiento de un libro visto con horror entonces, luego despreciado por el neoliberalismo y hoy, según The Times, de los ganadores en la crisis ya que sus ventas se elevaron 300% en Berlín durante los pasados meses.

 

Esas y otras enseñanzas nos transmitía Ramírez  en sus cursos de Moneda. Pero sobre todo, insistía en algo que fue un acierto de los españoles llegados a México –Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros–: estudiar el marxismo en  su creador  y no en sus  intérpretes de cuarta.

Ramón había estado preso en Francia por su lucha antifranquista. Cuando Pablo Gómez fue detenido, por andar de metiche en el tercer piso de Tlatelolco, el 2 de octubre, el profesor enviaba consejos a éste por medio de Joel y este otro refugiado. Sobre todo que no se dejara abatir en prisión. Y evocaba: cuando él estuvo en galeras, lo sacaban  una hora, un día a la semana, a tomar sol. “Queridos amigos”, su frase favorita, “entonces no había la solidaridad de ahora. Por lo tanto,  no pasará mucho tiempo tras las rejas”. Razón plena.

 

Antes de llegar a ésta su segunda patria, Ramón anduvo por varios países sudamericanos, Chile en especial. Y aseguraba:

 

En todas las ocasiones yo entendía, al poco tiempo, las reglas y el funcionamiento del sistema político. En México llevo varios años y no comprendo cómo el PRI es camaleónico y la izquierda contradictoria.

 

Ramírez tenía una buena relación con hijos de transterrados, sobre todo comunistas. Recuerdo a Miguel Ángel Salboch (fallecido), Guillermo Fernández (¿?) y Enrique del Val (funcionario de la UNAM, donde llegó a fungir como secretario general). Por ahí andaban tres compañeros que se fueron, luego, a la guerrilla: José Luis Alonso El Chelis, Bonfilio Tavera (desaparecido) y Mario Ramírez.

 

No obstante que se decía: “Ramón Ramírez Gómez tiene cáncer”, su espíritu emprendedor y su trabajo era impresionante. De juntas frecuentes, proyectos académicos y otros, todos los días sin faltar uno fue acopiando la información  para el libro más completo, todavía, de aquella gesta. En el volumen le dio voz a todas las corrientes y expresiones. Tan es notable, que actualmente se le cita en varias de las nuevas obras, en ocasiones sin darle crédito.

 

El 2 de agosto, se lee en la obra ramoniana:

 

El editorial del Daily News de Nueva York, opina que los disturbios estudiantiles de México son resultado de la infiltración en este país, de Fidel Castro Ruz por lo que exhorta al gobierno de Estados Unidos a derrocarlo.

 

Tiempo después, en el filme 1968, la conexión americana de Carlos Mendoza, se detalla cómo  la CIA intervino  en México para intentar dar un golpe de Estado.

 

Se anota en el texto de Ramón cómo el 20 de noviembre  –aniversario de la Revolución Mexicana–  ningún diario publicó noticia alguna de tan importante acontecimiento. Y cómo el 21, en una reunión del CNH en la Facultad de Medicina, se votó el regreso a clases. Se refiere que sólo hubo un programa de televisión al respecto,  donde participaron Iñigo Laviada, Ifigenia Martínez, Víctor Flores Olea y otros.

 

Los dos volúmenes no han sido tan exitosos en el mercado. La Asamblea Legislativa del DF lo publicó hace tiempo. Y la tercera entrega se debe a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) en 2008. Ello resulta encomiable porque es necesario revalorar a un invaluable compañero de victorias culturales.

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