Madres e hijos

La política en tacones

Pilar Ramírez

La señora F. es empleada de una empresa que presta servicios de limpieza; ella está asignada a una oficina gubernamental. Para incrementar sus ingresos hace este mismo tipo de trabajo por las tardes en otro lugar. La labor es dura porque requiere de esfuerzo físico, sin embargo, está contenta de contar con un dinero adicional que invierte en la salud de su hijo A., quien es un joven de 18 años cuyo padecimiento renal le ha retrasado el crecimiento y aparenta ocho años menos, a pesar de ello se esfuerza en sus estudios y cursa la preparatoria. Dos veces por semana A. recibe hemodiálisis. El DIF estatal apoya a la señora F. con seis hemodiálisis y ella paga dos. Los otros dos hijos —de 15 y 12 años— viven con la abuela materna en otra población porque su madre no los puede sostener, ya que su sueldo se ve muy menguado con la enfermedad de A.; las visitas tampoco pueden ser frecuentes por la falta de dinero.

Esta madre de familia, sin embargo, desempeña su trabajo sin amargura ni queja; se siente satisfecha de poder pagar con más holgura el tratamiento de su hijo y sólo habla con tristeza de no poder ver más a menudo a sus otros hijos. El padre, como muchos otros, huyó de la responsabilidad y abandonó a la familia poco tiempo después de que su hijo enfermó, está de más decir que no aporta un centavo ni para la manutención familiar ni para la atención médica de su hijo.

Ésta es sólo una de las miles de historias de familia que se contradicen con la imagen que la publicidad nos muestra para la celebración del día del niño o de la madre —hoy amortiguadas por la emergencia sanitaria que se vive en nuestro país—, porque nos guste aceptarlo o no la infancia y la maternidad, al igual que la enfermedad, se viven según la condición socioeconómica.

Las necesidades económicas tienen repercusiones incluso en el área afectiva. Mujeres como la señora F. cumplen no doble, sino triple jornada: dos empleos para poder sufragar los gastos de su casa además de las tareas del hogar. Eso necesariamente reduce el tiempo de convivencia y afecta la disposición a disfrutarla.

A medida que disminuye el nivel de instrucción de las mujeres lo hace también el ingreso, en tanto que la naturaleza del trabajo que desempeñan para recibirlo se vuelve físicamente más exigente. Madres trabajadoras domésticas, empleadas de limpieza en oficinas y dependencias, vendedoras ambulantes, comerciantes en pequeño, dependientas en almacenes, cajeras en tiendas de autoservicio, mujeres policías y muchas trabajadoras más tienen empleos agotadores que cumplen porque todas ellas desean darles una mejor oportunidad de vida a sus hijos.

En situación similar se encuentran muchísimas mujeres con otro tipo de actividades profesionales que para satisfacer el deseo legítimo de brindar mejor educación, salud y esparcimiento a sus hijos cumplen horarios laborales de entre 10 y 12 horas diarias. Se suman a estos grupos las madres que desean alcanzar ciertas posiciones; aunque los recursos que obtienen les permite contratar ayuda, es común escucharlas comentar el escaso tiempo del que disponen para sus familias, aunque no se puede soslayar que en estos casos está presente el incentivo de un trabajo más gratificante y donde el sacrificio de tiempo responde a determinadas aspiraciones profesionales o políticas.

Están también las madres que viven la maternidad en una situación difícil o atípica. Las madres que por razones diversas viven alejadas de sus hijos, las que tienen hijos con discapacidades, las madres que viven la maternidad con desconsuelo porque la vida las hizo pasar por la tribulación de perder un hijo, las madres-niñas que viven la maternidad con asombro y a veces con pesar.

En cuanto a los niños y jóvenes que tampoco responden a la imagen arquetípica que nos regalan los anuncios, están los niños trabajadores, los hijos de las madres trabajadoras, los niños-adultos que combinan la escuela y el trabajo, los niños que comienzan el handicap de la vida con varias cabezas de desventaja por no disponer de los nutrientes necesarios, los que no podrán destinar tiempo a los juegos, los que acompañarán a sus padres en más de una situación de quebranto. Los locos bajitos y las niñas de agua, nuestros hijos, a los que les cantan Serrat y Ana Belén, tienen también —todos ellos—- el mismo derecho a recibir cuidados y amor, pero no siempre se les cumple.

El esfuerzo de todas esas madres y la situación de todos esos hijos parecen no existir cuando se habla de festejar la condición de infante o la maternidad, no obstante allí están. Cuando celebremos, no olvidemos a los «otros», los «diferentes», porque siempre habrá algo que podamos hacer, basta sólo con mirar a nuestro alrededor y no permanecer indiferentes, será una mejor manera de festejar y reconocer el esfuerzo de esas madres e hijos distintos que casi siempre tenemos cerca y no vemos.

Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Madres e hijos» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 115, México, abril. Disponible en: Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/politica.htm
Fecha de consulta: 8 de mayo de 2009.

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