¡Rediez!

La política en tacones

Pilar Ramírez

Nuestra eterna paradoja se renueva. A medida que avanzamos retrocedemos. A medida que avanzamos en el tiempo, retrocede la calidad de nuestra educación. Muchos sectores de la población colaboran con su granito de arena para preservar esta situación: maestros, alumnos, padres de familia o sindicatos.

Esta vez la aportación corrió a cargo de las autoridades educativas. Como no fue suficiente la rendición prematura al sindicalismo, el titular del ramo recibió un segundo bautizo: los libros de texto gratuitos con errores y omisiones. El debate en los medios se ha centrado en los desaciertos que contienen los libros y la réplica de las autoridades para negarlo: el más evidente es la omisión de la Conquista y la Colonia en los libros de texto, pero no mencionar la píldora del día siguiente como método anticonceptivo en el libro de Ciencias Naturales trasciende el error para convertirse en una decisión ideologizada. Hasta la Iglesia está corrigiendo a la SEP.

Por más declaraciones en contrario, de manera implícita se han admitido los yerros. El hecho de anunciar que se entregarán folletos complementarios se debe a que los libros requieren ser complementados, ergo, que los actuales no están completos. Sin embargo, una reacción muy mexicana de los servidores públicos ha sido negar con un lenguaje críptico un error, omisión o falta en el cumplimiento de la función asignada. Durante mucho tiempo esta actitud se caricaturizó con el político que amontona palabras reales o inventadas, argumentos con apariencia elegante, compleja o técnica para no decir nada. Los políticos de los años recientes han intentado cambiar un poco esa imagen con frases que pretenden ser ingeniosas, coloquiales o sencillas; algo así como un lenguaje para que “lo entienda el pueblo”, con lo cual éste se vería obligado a reconocer lo franco, buena onda o cool que es el político ingenioso, aunque la ocurrencia pretenda realmente evadir explicaciones embarazosas. Así, los medios se han podido cebar con el “sospechosismo”, el “viejerío”, la “lavadora de dos patas”, “no traigo cash”, “ni los veo ni los oigo”, “ya cállate chachalaca” o “haiga sido como haiga sido”.

“Ningún libro está escrito con sangre o por Dios” fue la aguda explicación del Secretario de Educación cuando se le inquirió acerca de los errores señalados por los especialistas que han revisado los libros de texto producto de la Reforma Integral a la Educación Básica, cambio de rumbo que –en un arrebato de debilidad- quiero pensar que tiene la misión de incrementar la calidad de la educación mexicana.

Aunque también me parecen criticables las omisiones en que incurrieron los autores de los libros, pues nadie ha salido a dar una explicación coherente acerca de los contenidos y su secuencia, los remedios aplicados en otros momentos a los malos o pésimos resultados de las evaluaciones educativas, especialmente las internacionales, me inclinan por una postura un tanto más cínica pero también realista. Intuyo que con estos libros o con los anteriores, los estudiantes mexicanos continuarán sin aprender historia, español o ciencias naturales. Me cuestiono las razones de esta situación, pues reformas y modelos han ido y venido, y puedo ver que una razón importante de la resistencia a los cambios es que las reformas caen sobre los profesores como carpas de circo, son cambios en los que no participan, no comprenden y no tienen canales para aportar su conocimiento de la realidad educativa. Me pregunto si los profesores de las escuelas multigrado de las comunidades más pobres fueron partícipes, los de las zonas indígenas o los de las áreas más alejadas de las urbes. Seguramente las autoridades educativas tienen una respuesta técnica o estadística, pero la machacona realidad nos dice que la inmensa mayoría de maestros fue ajena a la reforma.

La reforma educativa, al igual que otras modificaciones o innovaciones que se hacen en el país, para que la administración que las aplica “deje su sello” o “haga historia”, se hace al vapor. Lo importante es que salga, argumentar que hay un nuevo modelo, nuevos libros, nuevos enfoques. Los cursos de capacitación se vuelven repaso de instructivos.

Quisiera equivocarme pero temo que las siguientes evaluaciones continuarán en un nivel lamentable. La reforma educativa estará vigente, pero serán legión los maestros que no la han comprendido. Los antiguos objetivos son ahora competencias. El término aún no se comprende cabalmente pero ya está abundantemente manoseado.

Los libros se utilizarán porque así fue ya la determinación de las autoridades. Lo que no se ha respondido es ¿quién es el responsable de los yerros? ¿Cuánto se pagó por el diseño y desarrollo de los programas de estudio y los libros de texto? cuánto más va a costar la producción de los folletos complementarios? ¿Qué medidas tomará la SEP? ¿Los que incurrieron en los errores o los dejaron pasar continuarán en sus cargos como si nada hubiera sucedido? ¿Cuánto costó a los contribuyentes –muchos de ellos padres de familia- que el sector educativo aplique una reforma con libros no escritos con sangre ni por Dios, sino por seres de carne y hueso que se equivocan y que les pagan por ello?

Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Rediez» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 117, México, septiembre. Disponible en: Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/politica.htm
Fecha de consulta. 3 de septiembre de 2009.

Deja una respuesta