Haciendo escala en el centro

De Juchitán a Michoacán

Me sacudió el fallecimiento de Macario Matus  (jamás conocí su apellido materno). Lo vi por última vez hace unos dos años en la plaza de Coyoacán. Había una feria gastronómica de Oaxaca, su tierra mayor, ya que la chica y más importante era Juchitán.

 

Algunos puestos de comida y bebida descolgaban sus lonas y abrían tímidamente.  Él, con aspecto de crudo, me saludó firme, algo que yo no logró hacer en dicho estado. Le dije si quería tomarse una cerveza (la Carta Blanca  era su preferida cuando lo encontraba frecuentemente en el Salón Palacio o El Golfo de México). Mac, como le nombraba, sacó una anforita y le dio un trago largo al mezcal. Me invitó. Muy temprano para el Refugiado que no estaba “malito”.

Como sucede, nunca más nos encontramos aunque cada uno prometió llamar al otro.

Su primer libro que leí, Palabra desnuda, tiene una dedicatoria: “Para Jorge que lucha por el partido… de Macario Matus que no cree en la poesía. 30 VIII- 77”.

Pudo editar el volumen gracias a que Francisco Toledo le obsequió una serie donde un hombre de mente abierta, con unos cubiertos, seguramente quiere manducarse unos guajolotes que pasan arriba de su cabeza. Yo adquirí una de las pruebas de autor en una bicoca: 500 pesos. Lo tengo como lo más valioso de mi colección, junto con uno erótico de María Luisa Parraguirre (1975), una secretaría de El Nacional, con enorme talento y que desapareció como muchos de los sitios y personas de esta desmadrada megaurbe.

El brindis principal del texto es para “Gustavo Pineda de la Cruz y a los campesinos sacrificados en Juchitán, el 20 de noviembre de 1975”. Y en una de sus partes dice:

Cuando subo los dedos a la garganta de esta pena, / brota un agua roja, más roja que la sangre mía. / Cada marcha que doy sobre el camino, / una larga tumba de nueve féretros se levanta/ y los huesos saltan tocados por las balas.

Matus estudió contabilidad, algunos dicen que en la UNAM, a mi me confió que en el Politécnico, pues incluso dio clases por algún tiempo en una Vocacional. No importa mucho el sitio adonde acudió a prepararse en un asunto que no le interesaba en absoluto, sino que era parte del momento: lograr un título para laborar y hacer lo que en realidad le interesaba a  uno.

Los sábados en The Palace, lo mismo traía novedades juchitecas, enseñaba una revista que hacían sus paisanos de nombre Iguana rajada, aunque en zapoteco; nos descubría la dulzura y el canto melódico de esa lengua, bebía cervezas como si la sed fuera infinita y permanente y se  cotorreaba y reía de todos, incluso de él mismo, con una risa entre sarcástica e infantil.

En cierta ocasión invitóme, con Manuel Blanco, a su casa. Vivía en cierta unidad habitacional más allá de los Indios Verdes. El regreso fue una tortura, peor que un tambor repiqueteando sin cesar con migraña en la testa.

La siguiente ocasión que insistió terminar en su hogar, nos retiramos sigilosa y prontamente. Entendió el mensaje, pues jamás volvió a tocar el asunto. ¿Cómo llegaba después de la una de la mañana, hora del cierre de las tabernas, hasta el inicio de la carretera de Pachuca? Taxis colectivos de por medio.  Hoy, seguramente, pocos tienen ese atrevimiento.

Cuando se fue como director de la casa de la cultura del lugar donde los muxes (homosexuales) son apreciados en serio, exaltaba que en las cantinas a dichos jóvenes se les tratara con respeto; hablaba de la obra gráfica que ha comprado Toledo para que los juchitecos la admiren, de sus penurias con las que trabajaba, del amor a su terruño y de los pleitos, obviamente, que hay en cualquier empresa cultural.

Regresó molesto porque las intrigas no lo dejaron hacer lo que deseaba, pero jamás dolido o rencoroso, palabras que nunca estuvieron en su vocabulario. No obstante que era menos alburero  –manejador de palabras con varios sentidos–, la risa siempre estuvo en su cabeza y estómago.

En Biulu, editado en 1969 por Neza Cubi, hay algo presente:

Ese hombre que muerde su lengua para callar/ los miles de crímenes de este tiempo…/ ¡Ese hombre, es el hombre moderno!

Escribió en Idos en marzo:

Dilapide la juventud/ en aras del vino, / la tarea y el amor. / Larga fue la noche/ de los ensueños. / Desperté con el sol en alto. / El arte fue la salvación. / Los amores muertos/ esperan el ramo de flores/ que ya cubrirán las tumbas. / Tú y yo nos encontraremos.

Irreverente a sus paisanos, fuera Andrés Henestrosa o Chico Toledo, Macario vivió sin apartarse de sus sueños e ideales. Allá, en efecto, nos veremos.

 

El funcionario

Nunca entendí por qué Humberto Romero Pérez, fallecido hace poco, aceptó ser jefe de prensa con Ramón Aguirre. El michoacano, pieza clave en los gobiernos de Adolfo Ruiz Cortines y, sobre todo, de López Mateos. De éste fue secretario particular y el que decidía muchas cuestiones por los dolores de cabeza del segundo Adolfo.

Me habían contado que al destapar a Gustavo Díaz Ordaz y retirarse de la audiencia con el llamado López Paseos, debido a su proclividad a viajar al extranjero, el asesino del 2 de octubre espetó a Romero: “Tribilín, su chingada madre”, y es que así motejaba Humberto, con sarcasmo y tino, al poblano sanguinario.

Una vez estuve con el señor nacido en La Piedad de Cabadas  –lugar que se caracteriza por su olor a cerdo, ya que  miles de esos animales se encuentran  en dicho sitio–  y fue en la desaparecida cantina El Salón de los Espejos. Quien nos reunió fue Guillermo Vega Pérez, El Veganín, El Abuelo o El Chamuco, como algunos le decían. Luego de innumerables rondas de alcoholes, entendí: el político siempre le apuesta a regresar a la lotería que lleva por nombre Presidencia de la República.

Para el hoy elogiado por algunos columnistas, Humberto Romero, todo se podía repartiendo dinero. El sismo de 1985 le demostró que esos tiempos ya no existían.

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