Democracia, videpolítica y opinión pública
El pensamiento de Giovanni Sartori
José Antonio Meyer
Doctor en ciencias de la información (Universidad de La Laguna, España).
Actualmente es profesor e investigador en la Universidad Popular Autónoma de Puebla
En el marco de la VII Bienal Iberoamericana de Comunicación1, organizada por la Red Académica Iberoamericana de Comunicación2 y la Universidad Autónoma de Chihuahua, el politólogo Giovanni Sartori 3 disertó sobre la Videopolítica y los nuevos desafíos para la democracia ante un nutrido grupo de académicos, estudiantes y analistas, en el contexto de una crisis económica profunda que cuestiona no sólo el modelo financiero global, sino algunos de los principios esenciales de la democracia frente a la desigualdad social, la concentración de la riqueza y la falta de un desarrollo sustentable.
El filósofo italiano señaló que actualmente la teoría política está empobrecida, ya que si bien todos sabemos o decimos saber el significado etimológico del término democracia, en la práctica este concepto se ha simplificado a partir de dos nociones sustancialmente operativas: el principio de mayoría absoluta (donde los más tienen todos los derechos y los menos no tienen nada) y el de mayoría relativa (los más tienen derecho a mandar, pero con respeto a los derechos de las minorías).4
Históricamente, el principal problema de las democracias occidentales, entendidas como la oportunidad de una sociedad de influir en las decisiones políticas de su territorio, ha sido –como lo señaló en su momento Juan Jacobo Rousseau– el que “una multitud ciega casi nunca sabe lo que quiere, porque sólo rara vez sabe lo que es bueno para ella”.5
En tal forma, desde el siglo XVIII, los sistemas políticos han buscado arroparse bajo la idea de una voluntad general que después sería desestimada para soslayar la existencia de una libertad individual. Ese camino llevó a la noción de representatividad política, primero en favor de las clases privilegiadas a las que se permitió votar propiciando el pensamiento de que la educación provoca mejores votantes, para después ampliar esa condición a toda la sociedad una vez que los sistemas educativos se extendieron y aumentaron los índices de alfabetización. Sin embargo, ello no ha funcionado del todo porque la alfabetización no es realmente una condición necesaria para aumentar la participación ciudadana en las elecciones.6
La participación ciudadana, a juicio de Sartori, es una respuesta del hombre educado en y sobre la política. Aquella que no responde a la imposición de una conducta, porque su conocimiento cultiva la certeza de que es necesario tomar parte en la vida pública de forma voluntaria para provocar beneficios en la comunidad. Pese a ello, una mayor participación no es el remedio para los males actuales de la democracia, si bien es necesario que la participación electoral y civil sea ampliada y fomentada.
La educación deriva generalmente en competencias para el trabajo, pero no produce ciudadanos significativamente mejores. El problema esencial es una relación inversa entre la eficacia de la participación y el número de participantes.7
Aunque no se puede generalizar, un hombre supuestamente educado puede decir las mismas tonterías que un individuo de menor preparación. Por tanto, las elecciones generarán mayores beneficios cuando se entienda que son un proceso en que “los votantes no deciden lo que debe hacerse, sino quien se ocupará de los asuntos”.8
Votar libremente y con diferentes opciones es necesario para la vida democrática de cualquier país. De cumplirse esas condiciones, las sociedades tendrán entonces una voz crítica e inteligente, usualmente llamada opinión pública, cuya finalidad es siempre la búsqueda del bienestar común. Sin embargo, es preciso considerar que ella no surge de manera espontánea porque, de acuerdo con Deutsch, “cada vez que las opiniones descienden, se mezclan y reciben nuevas y diferentes aportaciones”.9 Esto implica un público cada vez más expuesto pero menos informado, que sabe poco de la política y, lo que es peor, no está demasiado interesado en ella. En ese sentido es necesaria una estructura mediática pluralista y, sobre todo, un nivel de acceso permanente de los ciudadanos a informaciones verdaderamente significativas.
Videopolítica y opinión
Para el politólogo, la opinión pública constituye la columna vertebral del proceso en época de elecciones. Sin embargo, el videopoder (la influencia negativa que ejerce la televisión en los electores) ha afectado a la democracia de manera similar que lo han hecho los monopolios. El avance en la representación visual y parcial de la realidad pública no permite al ciudadano común realizar una valoración racional de los fenómenos, los cuales atraviesan ante él con una gran rapidez y fugacidad.
En consecuencia, un mundo tan concentrado en el ver se convierte en un mundo estúpido, ciego para percibir que se dirige a un régimen ecológico suicida. Ello es un riesgo para la consolidación de un régimen democrático, el cual sigue siendo la mejor forma de gobierno frente a las dictaduras y otros esquemas gubernamentales que han buscado contraponerse al Estado moderno.
Votar, entonces, requiere tanto de libertad de elección como de educación en el ámbito político. En ese sentido, la importancia de la opinión pública si bien justifica la presencia extendida de los medios de comunicación en una democracia, se deteriora cuando ellos son monopolizados por unos cuantos –sean del signo que sea– y emiten propaganda destinada a fortalecer intereses particulares.
En la actualidad muchos se han provisto de un gran poder gracias a la convergencia tecnológica y la preponderancia de la televisión –el medio masivo por excelencia–, coartando la libertad individual y general.
Asimismo, se valen del falso testimonio de cantantes, bellezas, jugadores de futbol y periodistas cuya incompetencia es deprimente pero son convertidos en líderes de opinión.
Para Sartori, el hombre que lee desarrolla su capacidad de abstracción.
Lee, habla y piensa sobre cosas que no puede ver, que entiende pero no puede evocar visualmente, constituyendo así un espacio para el desarrollo de la inteligencia.
La llegada de la televisión representó un salto gigantesco que transformó al hombre Gutemberg en homo videns, pero también lo transformó en un hombre cuyo mundo se limita sólo a lo que ve poniendo en peligro el valor mismo de la democracia. Así como las dictaduras no pueden ser comprendidas o justificadas, tampoco la televisión en esas condiciones debe ser tolerada.
Justicia, igualdad, legitimidad, libertad, representación, soberanía, Estado, constitucionalidad, son conceptos que no pueden traducirse en imágenes fragmentadas. Ellas no pertenecen al mundo de los sentidos, sino al mundo de la inteligencia.
El audiovisual soslaya la realidad porque en su naturaleza es más importante el mensaje y la manera como éste se emite. Ha ganado paulatinamente terreno a los periódicos y a todas aquellas opciones de reflexionar sobre los hechos, desvalorando su importancia y trascendencia para la vida propia. De esto se desprende que si bien la televisión no decapita la mente cognitiva del homo sapiens, sí es una manipuladora apabullante de la opinión pública, entendida como la opinión autónoma pero consensada de los ciudadanos en beneficio de la colectividad. Bajo estas condiciones, nos enfrentamos cada vez más con una opinión pública en la que los ciudadanos sencillamente adoptan y reflejan –como copia fiel10– el mensaje y masaje mediático.11
De esta manera, con la aparición del hombre cautivo de la imagen, fervoroso creyente del discurso de la televisión y que es reproducido por otros medios, surge un “ciudadano afectado en su capacidad de análisis que entorpece su visión del mundo”.12
Retos de la democracia
Sobre los nuevos retos de la democracia, el politólogo señaló que existe la necesidad de una más equitativa distribución de la riqueza, una variable que produce siempre una mejor relación entre la democracia y el mercado, más por razones económicas que por cuestiones políticas.
La historia nos muestra que mientras en la Rusia comunista de ayer quien no obedecía no comía, en la China comunista de hoy la economía capitalista capaz de producir una inmensa riqueza permite a su gran población mejorar sus condiciones de vida.
En esa forma, la democracia puede contribuir a una mayor distribución de la riqueza y el hombre puede interesarse en los efectos colaterales –sociales, culturales y políticos– del poseer más.
Aunque el mundo se enfrenta a un desarrollo no sustentable, a un creciente y suicida déficit ecológico, los economistas y financieros se rehúsan a ver la realidad circundante e imaginan al mundo rebosante de recursos.
Los desastres ecológicos y demográficos se manifestarán a través de un drástico cambio climático que dejará miles de millones de personas sin comida y agua. Ese será, sin duda, uno de los dilemas más importantes para el futuro de la democracia, como forma de vida ciudadana y de representación legítima.13
Al referirse a México, Sartori fundó esperanzas en el futuro de su democracia, luego de que un partido hegemónico cedió espacios y perdió el poder. Sin embargo, dijo, ha aprendido a recuperarlo y retomarlo de tal manera que es posible su retorno pronto a la Presidencia.
El PRI volverá al poder porque no es actualmente el mismo partido de sus 70 años de dominio político: es un instituto más civilizado, cambiante y con profundas modificaciones estructurales.
El anterior artículo debe citarse de la siguiente forma:
Meyer, José Antonio, «Democracia, videopolítica y opinión pública», en
Revista Mexicana de Comunicación, Num. 119, México, noviembre 2009/enero 2010