Pantallas para los libros digitales
Mariano Cebrián Herreros
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
El mundo editorial se transforma. Se ha emprendido la carrera para crear las bibliotecas digitales hasta llegar a la ambiciosa biblioteca digital universal, se abren tiendas en Internet para la venta de libros y se han impulsado los libros digitales para leerlos en unos reproductores propios.
La expansión del libro recorre dos caminos: el del e-book o libro electrónico y el del i-book o libro por Internet. En ambos casos se trata de la nueva dimensión digital del libro. El primero se refiere a su desarrollo autónomo y tradicional con su industria específica de impresión y circuitos de distribución. El segundo a su presencia en Internet. A veces se les quiere contraponer, pero existen vinculaciones y sinergias que hacen difícil la plena separación. Ambos parten del elemento común de la producción digital. Lo que varía es el soporte de distribución y de lectura. Se explota la circulación del libro por Internet para que pueda leerse en el terminal usado para interactuar con ésta sea la pantalla de la computadora o sea la de los teléfonos celulares o móviles. La distribución por Internet tiene sus ventajas de rapidez y de reducción de costes, pero también el riesgo de la piratería.
El e-book explora su distribución y lectura mediante la creación de unos reproductores específicos con una pantalla en la que el usuario puede adecuar la letra a su capacidad de visión, navegar e interactuar. Son ya muchas las empresas que lo han puesto en funcionamiento aunque con formatos diferentes y, en la mayoría de los casos, incompatibles. Esto ha desatado una intensa batalla comercial como ha ocurrido en los campos de los televisores y de las computadoras.
El buscador Google ha desarrollado el ePUB, Sony el eReader y Amazon el Kindle. Existe, además, una gama amplia de reproductores promovidos por otras empresas. La última Feria del Libro de Franckfort celebrada en octubre, el gran acontecimiento de las editoriales y de las distribuidoras del mundo, ha relanzado la difusión de libros incluso los novedosos mediante los soportes digitales. Los argumentos se basan en la reducción de costos, en la cantidad de miles y de millones de libros que pueden almacenarse en ellos y las ventajas de lectura.
Dentro del campo de los e-books hay que situar la difusión de periódicos para que puedan leerse en estos reproductores. En España el periódico El País, junto con otros especializados del Grupo Prisa, ha adoptado el reproductor Kindle Internacional, lo mismo que se ha hecho en otros 100 países. Se trata de suscripciones a bajos precios para disponer de la primera edición impresa del día a primeras horas de la mañana. Quienes deseen adquirir el reproductor podrán conseguirlo a través de la web de Amazon.com por unos 279 dólares (189 euros). La descarga se efectúa mediante el acceso a Internet, por Wi-Fi o por la tecnología 3G de telefonía móvil. El kindle Internacional incorpora una memoria de dos gigas con una capacidad de almacenamiento de más de 1.500 libros dentro de un grosor de poco menos de un centímetro.
La cuestión radica en conocer dónde realiza mejor la lectura el usuario: si en la pantalla de un PC, en una del reproductor del e-book o en papel. Los promotores de los reproductores del e-book cantan sus ventajas respecto de la pantalla del PC. El reproductor pesa unos 200 gramos frente al más del kilo de una computadora. Puede emplearse en cualquier lugar y dispone de una duración de batería superior a las siete horas. En parte, todo depende de la costumbre que se tenga de trabajar con uno u otra, pero es cierto que la pantalla del e-book cansa menos que la de la computadora y ofrece otras ventajas de lectura. Estos reproductores emplean la tecnología de la e-Ink, o tinta electrónica, frente a las pantallas tradicionales de LCD, TFT o plasma. En lugar de emitir luz como éstas, la tinta electrónica la refleja como sucede con el papel. Esta nueva tecnología se aproxima al impregnado de la tinta y no causa molestias a los ojos. Va muy bien para textos aunque no dispone de tanta calidad para las imágenes y posee una mayor resolución que la del papel.
Algunos reproductores incorporan una variante de máximo interés al permitir que el texto se reproduzca en voz alta en lugar de efectuar la lectura. Esto abre otros usos y aplicaciones como las de poder adentrarse en el contenido de un libro mientras se conduce un automóvil. Es un cambio de la cultura de la palabra escrita a la oral. No es ninguna novedad puesto que la experiencia viene efectuándose desde hace bastantes años aunque no se haya implantado suficientemente. Es lo que ocurrió con las cintas magnéticas y posteriormente con los CD; en estos casos la experiencia se desarrolló mediante la voz de los propios autores o las voces de locutores profesionales. En el nuevo experimento, la función del habla se efectúa mediante la máquina o mediante otras voces. Se supone que es una situación transitoria y que si realmente se implanta se mejorará la calidad de los sonidos incluso con la introducción de la voz del autor.
Por encima de las diferencias de peso, de medidas, de precios, de tamaño de las pantallas, de capacidad de memoria, del tipo de tarjetas necesarias, de los formatos empleados, de la modalidad de baterías y de otros componentes, lo importante es el salto a una nueva concepción del libro, a otras formas de uso, a otros modos de lectura y, sobre todo, a un renovado apoyo a la cultura escrita.
A pesar de estas ventajas, lo que más pesa para efectuar el cambio es el entorno en el que cada lector esté imbuido. Según los datos de diversas investigaciones, los jóvenes prefieren las pantallas al papel. Por el contrario, las generaciones mayores se inclinan por el papel, les resulta más cómoda la lectura. De hecho, incluso entre las generaciones jóvenes cuando se trata de textos muy extensos como los de un libro también prefieren la lectura en papel. De todos modos, depende de los hábitos de cada uno y de lo que esté dispuesto a cambiar para adentrarse en otros soportes y en este aspecto las generaciones jóvenes tienen mayor tendencia a entregarse a las innovaciones que las generaciones mayores.
Otro aspecto de interés es el económico. Con el terminal de Internet sólo existe el costo del precio de la lectura en tiempo real o de la descarga del libro: es un valor añadido de las computadoras. Para la lectura en un e-book se requiere comprar el correspondiente reproductor; depende de cada una de las marcas, pero de momento sólo alguno desciende de los 200 euros, algo que frena también su desarrollo.
Las amenazas de piratería persisten asimismo en estos soportes. No existe riesgo alguno con las obras libres de derechos de autor. El problema se plantea con aquellas que mantienen tales derechos y que hay que adquirirlos para ofrecerlos en esta modalidad con plena legalidad. El paso que se inicia ahora es el de la difusión de las obras que puedan tener mayor popularidad, los best sellers, y la adquisición de sus derechos de autoría para la difusión con su pago correspondiente. En este caso el riesgo de la piratería será otra de las grandes incógnitas para su desarrollo. Es cierto que frente al mercado digital del cine y de la música que siguen manteniendo unos precios demasiados elevados, la industria editorial digital está ofreciendo unos catálogos amplios y a precios bastante reducidos respecto del libro de papel. Este puede ser uno de sus mejores atractivos.
Al final, serán los lectores quienes afiancen o no la innovación. El mercado empuja, presiona y trata de imponer, pero la situación de los lectores es la que tendrá la última palabra. Las editoriales explotan sus pronósticos de éxito. Hace unos años que se organizaron los primeros proyectos del libro electrónico en soportes autónomos, pero no fructificaron. Tras este temprano fracaso, ahora se replantea con otras ofertas más manejables y a precios más populares. No obstante, como ha ocurrido siempre con las mutaciones tecnológicas, una cosa son los deseos de las empresas y otra los comportamientos de los usuarios. En esta ocasión hay indicios de amplia aceptación, pero todavía quedan las pruebas reales de su implantación social.
Lo importante es la revitalización de la cultura escrita a través de las pantallas que se pensaba que eran sus enemigas. Se mantiene la relevancia de la concepción del libro como contenido, pero también es relevante la valoración de los soportes y los cambios que éstos van teniendo desde el pergamino y el papel hasta los actuales soportes digitales.
Por eso se experimenta para la difusión de un libro directamente con la propuesta en estos soportes antes o simultáneamente a las de papel. La promoción por una vía u otra no debe estar reñida. Son canales diferentes y cada uno puede atraer a lectores distintos.
Con una modalidad u otra siempre nos quedará el libro como una manera de concebir la realidad mediante el pensamiento escrito y como otra forma de reflexionar e imaginar que enriquezca a la sociedad más allá de los intentos comerciales que traten de imponer los propulsores de un soporte u otro.
El anterior artículo debe citarse de la siguiente manera:
Cebrián Herreros, Mariano, «Pantallas para los libros digitales»,
en Revista Mexicana de Comunicación, Num. 119, noviembre 2009/ enero 2010, p. 8