¡Llame ya!
La política en tacones
Pilar Ramírez
Con el paso de los años, la relación entre consumidores y publicidad se ha modificado sustancialmente. Hace mucho tiempo, los anuncios televisivos o los de radio eran un como un mal necesario, una incomodidad que se debía tolerar en pago al disfrute de los programas o la música favoritos. Los cortes comerciales eran el momento de hacer comentarios, buscar algo de comer o de ir a desecharlo.
A medida que la sociedad de consumo ha evolucionado, es un decir, la profesionalización en el arte de vender ha logrado que los productos publicitarios se conviertan en una mercancía codiciada por los consumidores, que los anuncios manufacturados para vendernos toda clase de objetos sean bien recibidos, esperados y buscados en los medios de comunicación.
A tal extremo ha ocurrido este cambio que desde hace unos años llegaron a las pantallas de televisión los infomerciales, largos programas que sepultaron en el olvido la convención de los treinta segundos de duración para los anuncios y que hoy dedican media hora o más a la demostración de los supuestos beneficios de un producto, acompañado de testimonios de usuarios aparentemente complacidos con la adquisición de tales mercancías. Al inicio, sólo se transmitían estos largos anuncios publicitarios por la madrugada, en las horas de menor rating. A medida que esta estrategia comercial ha ganado terreno y ha demostrado eficiencia, los infomerciales se transmiten durante el día y es más fácil encontrarlos en los canales que ofrece la televisión de paga.
Prácticamente todos los infomerciales se destinan a la venta de productos importados y los anuncios son producidos fuera de nuestro país, casi todos ellos en Estados Unidos. En el doblaje de estas producciones televisivas se ha utilizado un mismo tipo de voz y entonación que le ha dado una característica especial a estos anuncios, al final de los cuales se conmina a los televidentes a no perder la estupenda oportunidad de adquirir los productos vía telefónica con un “¡llame ya!”, mezcla de orden y súplica para que el consumidor potencial no deje pasar la oferta, pues absolutamente todos los productos están siempre en oferta y con un descuentazo que sólo un lunático podría desperdiciar. La invitación incluye un dejo de calidez: “nuestras operadoras lo están esperando, llame ahora mismo”.
Los productos que se ofertan son variados, casi nunca baratos, pero justifican el precio porque se presentan siempre como novedades que hacen la vida más fácil, porque tienden a corregir los problemas inherentes a las debilidades humanas. Así, los favoritos son aparatos de ejercicio en los que el usuario prácticamente no tiene que hacer ningún esfuerzo, casi lo único que debe hacer es colocarse encima del aparato y-como si estuviese diseñado por Wallace, el inventor dueño del perro Gromit o por Ciro Peraloca- el ejercitador moverá el cuerpo de tal manera que en poco tiempo mágicamente se perderá peso o se logrará un abdomen plano. Uno no puede dejar de preguntarse por qué el demostrador que aparece en la pantalla usa el aparatejo si tiene cuerpo de modelo.
En estas ofertas televisivas también hay una gran cantidad de fajas que prometen disminuir hasta tres tallas al instante, lo cual me temo que no lograrían ni David Copperfield ni el profesor Zovek. Si no se tiene en cuenta que quien la modela es una joven como de 40 kilos, se puede esperar que la faja haga milagros en un cuerpo de noventa. Además de las fajas, se anuncia una gran cantidad de prendas moldeadoras para sustituir aquello con lo que se mostró mezquina la naturaleza o para ocultar lo que nos dio con generosidad. Hay accesorios para aumentar la estatura, jabones inteligentes y muchos productos de belleza.
También hay productos milagrosos para la salud, para reducir peso, para el hígado, para la próstata, para reforzar el sistema inmunológico, suplementos alimenticios, sustancias similares a las feromonas para provocar la atracción sexual, tés milagrosos y, faltaba más, los mejores desinfectantes para prevenir la influenza.
Los techno freaks o los amantes de los gadgets encuentran aquí un extenso surtido de productos raros y novedosos, bolígrafos con memoria USB, DVD portátil con pantalla giratoria, anteojos con reproductor MP3, llaveros con portarretratos y muchas curiosidades más.
Los políticos, ávidos siempre de la atención de sus gobernados o de potenciales votantes, han coqueteado desde hace tiempo con las estrategias de mercado para colocarse ellos mismos como un buen producto que se puede adquirir con el voto. No obstante que el marketing político adquirió desde hace tiempo carta de naturalización como una especialidad a la que se recurre en tiempos electorales, todavía persistía la diferencia entre publicidad y propaganda. Hoy esa distancia está por diluirse casi por completo. La aparición del café Buganza y el azúcar Bueno combinan las estrategias netamente empresariales con las aspiraciones políticas de los dos personajes que quieren llegar a la gubernatura veracruzana: Gerardo Buganza y Juan Bueno Torio. Una manera fácil de alimentar el factor de recordación entre los votantes fue sacar productos con sus nombres. Nadie podrá escamotearles reconocimiento como representantes del ingenio que caracteriza a los mexicanos para inventar formas de evadir las normas antes incluso de que salgan. Estos empresarios políticos no transgreden la ley electoral, sólo venden sus productos. ¡Vote ya, nuestros candidatos lo están esperando!
Periodista y colaboradora de la RMC
El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:
Ramírez, Pilar, «¡Llame ya!» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 119, México, febrero. Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/politica.htm
Fecha de consulta 18 de febreo de 2010.