¿De la disciplina priista a los excesos del periodismo panista?

Libertad de expresión en México

  • Las posturas ciudadanas sobre los medios de comunicación y el periodismo fueron analizadas en el Congreso Internacional sobre la Libertad de expresión en México/Uso y valoración social.
  • Se debatió sobre el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia impulsado por Televisa y TV Azteca.
  • «1 de cada 4 mexicanos está de acuerdo en que los medios de comunicación muestren imágenes de violencia en sus informativos», aseguró el consultor Jorge Rojas.

Fotografía: "¿Compañeros?" por Jesús Villaseca @ Flickr

Por Carmen García Bermejo**

En un contexto de crisis política y social en la que se encuentra el país, la rendición de cuentas en materia de contenidos mediáticos está a debate. No basta con firmar el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. El punto es quién decide la agenda sobre lo que cotidianamente se difunde en los medios: la sociedad o las empresas de comunicación.

En el Congreso Internacional sobre la Libertad de expresión en México/Uso y valoración social -organizado por la Universidad Iberoamericana y la Cámara de Diputados- los especialistas invitados hicieron, desde diferentes perspectivas, una radiografía de lo que sucede en México en cuanto a las percepciones ciudadanas sobre la libertad de expresión de los ciudadanos y en los medios de comunicación. Asimismo, analizaron los valores constitucionales, la cultura de la legalidad de los mexicanos y su grado de tolerancia/intolerancia, así como la relación entre la libre expresión, los derechos humanos y la discriminación.

En este encuentro también saltó a la palestra la conveniencia o no de unificar los criterios editoriales para que -como reza el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia impulsado por el duopolio Televisa-TV Azteca y firmado, el pasado 24 de marzo, por representantes de medios de diversos estados de la República- “la cobertura informativa de la violencia que genera la delincuencia organizada no sirva para propagar terror entre la población y establecer mecanismos para la protección de los periodistas y de la identidad de las víctimas de esta violencia.”

El orden de las notas

En este punto, Julio Juárez Gámiz -especialista del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM- desenmascaró esa cobertura informativa de la violencia que hay en los medios, a través de un estudio que realizó en 2009. Para ello, explicó que el significado de lo que la gente ve hoy en términos de contenido del crimen organizado es un significado que no es lógico, ni puramente racional. No es nada más entender qué está pasando en las calles o en el país, sino también sentirlo. Y las noticias se sienten tanto como se entienden.

-Eso en imágenes -afirmó- es un factor determinante en la manera como se procesa y entiende el acontecer cotidiano en nuestro entorno y en los medios de comunicación. La sociedad no lee la televisión, la ve, lo cual implica que el poder de las imágenes en este medio siempre le va a ganar al contexto o al encuadre verbal de las noticias. La imagen siempre va ir por encima del procesamiento del texto.

En su investigación de 2009, Juárez Gámiz revisó tres noticieros de televisión: el conducido por Joaquín López Dóriga, en Televisa; el de Javier Alatorre, en TV-Azteca, y el de Adriana Pérez Cañedo, en el Canal 11. El seguimiento se hizo durante nueve meses para analizar los contenidos en relación a notas asociadas al crimen organizado. En total se detectaron 629 notas, de las cuales el 49 por ciento fueron dedicadas al narcotráfico, el 17 por ciento a temas de corrupción, el 12 por ciento a secuestros y el nueve por ciento a ejecuciones sin un móvil aparente. El 13 por ciento restante se distribuye en varios subtemas: fugas de reos, traslados de detenidos, decomisos de armas, tiroteos y temas afines que no se asocian expresamente a una actividad criminal en particular.

-Una característica manejada por los tres noticieros -agregó- es la presencia de noticias sobre el crimen organizado en los teasers (encabezados) de los noticieros nocturnos, que son el equivalente a las ocho columnas de un periódico impreso. Prácticamente la mitad de las notas que hablan del crimen organizado están en el teaser de cada uno de estos informativos. Esa estrategia de producción no es más que el gancho para que el espectador se quede a ver lo que va a pasar en el resto del noticiero. Es un anticipo y se utiliza de manera deliberada para jalar la atención de la audiencia. Esto es algo que los propios medios han incentivado de una manera sistemática en los últimos años.

El también autor del libro La televisión encantada/Publicidad política en México (UNAM)- agrega que ese acto, además, refuerza la prominencia de las noticias porque ocho de cada diez notas sobre crimen organizado aparecen en el primer bloque del noticiero. En términos de consumo televisivo, esos informativos empiezan con el punto más alto del rating al inicio y a medida que se desarrolla, la audiencia se va alejando. Por lo tanto, juntan al principio las notas -considerados por ellos- más importantes y se confirma la tendencia a privilegiar este tipo de información por encima de economía, sociedad, educación, política o deportes. Hay un esfuerzo por colocar estas notas al principio para marcarle al espectador lo más relevante, al menos con un criterio editorial de producción televisiva.

Otro aspecto es que las imágenes utilizadas por estos tres noticieros para ilustrar su información son de funcionarios públicos. Por ejemplo, se transmite la Cámara de Diputados, un foro de política en donde se ven funcionarios sin armas, sin drogas, sin violencia. Simplemente los legisladores hablan del crimen organizado en general. La segunda imagen más recurrente está relacionada con armas de fuego y la tercera imagen son presuntos delincuentes, seguida de tomas sobre las fuerzas armadas.

-Como se puede observar -apunta Juárez Gámiz- la narrativa visual no es extremadamente violenta; es decir, estas imágenes por sí solas no son tan impactantes, como lo son las notas de cadáveres. Estos noticieros se cuidan mucho de no mostrar sangre, ni sucesos que parezcan o sean sumamente agravantes en términos estéticos. Pero, aún así, la población percibe que hay mucha violencia en la TV. Eso se debe al orden como el productor acomoda las notas y no tanto al contenido de la información.

Agrega que, para su análisis, fragmentó el concepto de crimen organizado en narcotráfico, secuestro, ejecuciones y corrupción:

“En el estudio -continúa- está claro que narcotráfico lleva la mayor parte de las noticias y cuando decimos narcotráfico es porque hay una referencia explícita a la palabra narco, droga, narcotráfico, capos, cárteles por parte de los conductores del noticiero o por el reportero que da la información.”

El investigador de la UNAM concluye que el 59 por ciento de sucesos reportados en estos noticieros son acciones de comunicación deliberadas. No son enfrentamientos, ni sucesos fortuitos, sino mensajes perfectamente planeados:

“La cobertura en estos noticieros -señala- no violenta tanto nuestra percepción de la realidad. Lo que sí hace es privilegiar la información, colocar hasta arriba lo que ellos quieren que la población vea. Así, las noticias que se les quedan en la cabeza al espectador son las relacionadas con un enfrentamiento o una ejecución, aunque haya visto las imágenes. Por eso, la sociedad tiene la percepción de que el fenómeno del narco está desbordado y la propia estética de esta realidad nos está desbordando a todos.”

El amigo de mi jefe

En la última década del siglo XX, un grupo de investigadores consideraba que con la democratización política, la comercialización y la competencia que empezó a activarse en los años noventa, muchos de esos grandes pilares en los que descansaban las relaciones de complicidades entre la prensa y el Estado se iban a desactivar: los medios ya no tendrían que depender del Estado para subsistir y no estarían condenados a ceder más a sus chantajes porque iban a ser financieramente autónomos. Sin embargo, otra generación de especialistas, sobre todo mexicanos, se dieron a la tarea de señalan las limitaciones de esas perspectivas. Y, en efecto, los medios comerciales, por lo menos en el caso mexicano, no son ni tan independientes del Estado, ni tan comprometidos con la causa democrática, ni el interés público, como supondría el modelo liberal. Los medios se convirtieron en otro poder y están al servicio de intereses privados.

Pero, ahora, Mireya Márquez -investigadora de la Universidad Iberoamericana- propone revisar el periodismo desde una perspectiva cultural. Confirma que la autonomía es el ingrediente principal para garantizar la libertad de expresión. Pero las transformaciones -en el grado de autonomía financiera y editorial que aparentemente trajeron consigo las reformas políticas y económicas de los años noventa- no necesariamente han resultado en un cambio cualitativo sustancial en las prácticas periodísticas, ni en la forma como muchos de los periodistas asimilan su identidad profesional.

En, 2007, Márquez entrevistó a 90 periodistas de 21 medios de comunicación de la ciudad de México (que abarcan diez periódicos y siete organizaciones de radio). En esas conversaciones surgieron múltiples opiniones acerca de la situación actual del gremio y la profesión que ejercen. Por ejemplo, uno de los testimonios revela que lleva ya varios sexenios trabajando en los medios:

“Cuando yo trabajaba no existía más que un candidato. Nada más era el PRI. Trabajé en un medio privado y aún así mi jefe decía que éramos priístas… De 1988 al 1995, y desde antes, vivimos la censura de Estado; después, se desató la autocensura en los medios para sobrevivir y, luego, se pasó de lleno al libertinaje.”

-Esto último -precisó Márquez- es muy evidente en el sexenio de Vicente Fox. Basta con recordar la cantidad de anécdotas que se dieron en los primeros años de ese mandato, como el beso en el Vaticano de la pareja presidencial. En ese sentido, una gran cantidad de los periodistas entrevistados aceptan que durante ese sexenio la posibilidad de crítica, con respecto a los regímenes priístas, aumentó. Pero también la mayoría de los reporteros reconocen que se ha caído en los excesos. Un reportero me comentó:

“Se mal interpretó la libertad. No es lo mismo tener la libertad de publicar reportajes de investigación, que la libertad para agredir. Con Fox la crítica se centraba más en su persona que en su gestión como presidente.”

Los periodistas entrevistados por la investigadora reiteran que hay una continuidad en los mecanismos de presión para ejercer el periodismo, lo cual se manifiesta en el aspecto de la publicidad gubernamental. Un reportero de cierta estación de radio le narró cómo fue removido de la fuente presidencial por ser crítico:

“Como, en ese momento, se acercaba el reparto de la publicidad, era conveniente cambiarme de fuente informativa para que mi medio evitara tener problemas con el gobierno en turno.”

-Los reporteros -subraya Márquez- también revelan otras amenazas. Además de la presión del Estado, están otros sectores del poder. Una reportera le confirmó:

“Antes nos censuraba el Estado. Hoy nos censura el amigo de mi jefe. Si el director sale a desayunar con Manlio Fabio Beltrones, tendrás que decirle: ‘Hola’, al político porque ese personaje se volverá intocable en el periódico después del encuentro amistoso. Así, pasamos de la censura de los gobiernos, a la censura de quien sea.”

Sembrar el miedo a periodistas

Yennué Zárate es candidata a doctora en Periodismo y Comunicación de Masas por la Universidad de Westminster de Londres, Inglaterra. En este encuentro analizó las condiciones para el ejercicio de la libertad de expresión y de prensa en una zona de conflicto y guerra, como Colombia. Al respecto narró que durante el gobierno de Álvaro Uribe, el mensaje oficial que penetró en varios medios de comunicación fue el discurso de la guerra contra el terror:

-En Colombia -refiere- ya no se hablaba de un conflicto armado interno, sino de terrorismo. La perspectiva alineada al mandato del gobierno estadounidense después del 11 de Septiembre fue legitimada en discurso de la guerra interna; es decir, se eliminó la alocución de anteriores presidentes que hacían referencia a las negociaciones de paz y el diálogo para remplazarla por la lucha contra el terror. Con esto, el conflicto colombiano se internacionalizó y obtuvo la ayuda militar y económica de Estados Unidos. El mensaje legitimado de esa ideología es un discurso plano en donde el periodismo perece si se adapta al poder. En tanto, el discurso alternativo tiende a la reflexión del problema para entenderlo.

Zárate numeró tres golpes simbólicos que sufrió la libertad de expresión en Colombia: el asesinato, en 1989, de Fidel Cano, editor del periódico El Espectador, por orden de Pablo Escobar, ya que el periodista realizaba investigaciones sobre las actividades políticas del narcotraficante; en ese mismo año estalló una bomba colocada en ese mismo diario y, en 1999, ocurrió el asesinato de Jaime Garzón, caricaturista político y crítico del sistema. Hechos que cimbraron a la sociedad colombiana y alcanzó su objetivo: sembrar el miedo entre los periodistas.

De 2002 al 2010, Álvaro Uribe le instauró al sobreviviente periodismo crítico un tipo de censura camuflada: mandar al exilio a reporteros indeseados. Eso lo sufrió el periodista  Garabito, quien publicó un libro con información sobre el presidente Uribe y sus lazos con los paramilitares y ciertos actores de la guerrilla. Su columna fue prohibida en los diarios y tuvo que marcharse al exilio. Otro aspecto que se manejó fue la intentona del gobierno federal de imponer seis años de cárcel a los periodistas que entrevistaran a integrantes de las guerrillas. Por fortuna, esto no se aprobó. Pero surgió la intimidación; esto es, la estigmatización, ataques verbales, difamación, sabotaje y espionaje del gobierno hacia periodistas y defensores de derechos humanos, lo cual tiene una fuerte repercusión entre el gremio.

Zárate señala que ante la escalada de la violencia que vivía Colombia, en 1999 se firmó el Acuerdo de la Discreción en Colombia que -a diferencia del recién signado Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia en México- parte de la base social, la cual está liderada por los catedráticos de la Universidad de La Sabana y tiene un fundamento teórico muy fuerte. Por eso, ese acuerdo fue el cimiento para crear un periodismo responsable sobre la información que se publica del conflicto armado.

-Este es un caso sui-géneris -afirma Zárate- porque la sociedad civil, los periodistas y la academia han propiciado debates para encontrar la forma de mejorar la calidad informativa. De estas discusiones públicas y capacitación a los reporteros, se crea el Periodismo Responsable para Cubrir el Conflicto Armado, en el cual se regresa a los lineamientos básicos del ejercicio periodístico, ya perdidos por la guerra. Aunque todavía es un laboratorio, ya es una alternativa donde se muestra un ejercicio de informar sencillo, empírico y orgánico adaptado a su realidad para responder a sus necesidades. La experiencia colombiana es aleccionadora para empezar a trabajar desde la base social.

¿Acceso a la información?

En un ejercicio comparativo de lo que ha sucedido en Estados Unidos con las leyes que han garantizado la libertad de expresión y el acceso a la información, Manuel Chávez Márquez -profesor de la Michigan State University y expresidente de la Asociación Internacional de Estudios Fronterizos- certificó que los conceptos de libertad de expresión y prensa son, en el país vecino, mandatos constitucionales desde 1791:

-En teoría -añadió-, la prensa está protegida por ley. Pero eso es relativo porque muchas veces las decisiones judiciales no han sido a favor de la prensa, ni de los reporteros, sino a favor de quienes están restringiendo la información: el gobierno. Por ejemplo, el año pasado se registraron cerca de 600 mil peticiones de información y dos tercios de las mismas son proporcionales: 38 por ciento se da en forma completa, 25 por ciento en información parcial y cinco por ciento son solicitudes negadas. Pero el 32 por ciento del total de las peticiones está en rezago. Éstas no han sido negadas, pero tácitamente el gobierno ha decidido no proporcionar datos.

Al equiparar a México y EU, Chávez Márquez acotó que mientras en el país sólo el diez por ciento de las solicitudes de información al gobierno la hacen los reporteros, en Estados Unidos el 66 por ciento del total de las peticiones provienen de la prensa: “Esto sucede -indicó- porque desde las escuelas de periodismo se entrenan a los futuros reporteros a usar información pública. Desde que están en las aulas los preparamos en cuatro módulos básicos: periodismo de investigación, reportajes cimentados en acceso directo a base de datos gubernamentales, periodismo basado en estudios cualitativos y en el conocimiento sobre las leyes que protegen a la prensa y la opinión pública. Esto hacen falta que se establezca en México. El informar a la sociedad del quehacer del gobierno es una función primordial de la prensa. Por lo tanto, los reporteros tendrán que emplear la Ley de Acceso a la Información gubernamental como su instrumento primordial, más no como un privilegio o concepto teórico para hacer su trabajo.”

Ciudadanos autoritarios

En 1991, un equipo de la Middle Tennessee State University, encabezado por el doctor Robert Wyatt, realizó un primer estudio sobre valoración de la libertad de expresión en Estados Unidos para determinar el grado en el que sus habitantes habrían estado dispuestos a proteger ciertas formas de expresión. En México se adaptó ese estudio, en 2009 y a petición de la Universidad Iberoamericana, para conocer las percepciones ciudadanas sobre las libertades individuales y de los medios. Los resultados los presentó en este congreso Jorge Rojas, consultor en comunicación política y coordinador en México del Estudio sobre Valoración de Libertad de Expresión.

Rojas detalló que en esta encuesta se detectaron cuatro tipos de comportamientos: el liberal, que apoya la expresión política; el anarquista, que no apoyan la expresión política, pero sí permite que, por ejemplo, la gente haga gestos obscenos en la calle; el responsable social, que apoya la expresión política, y los autoritarios, que no apoyan nada.

Los datos arrojan que, en el DF, el 31 por ciento de los encuestados pueden considerarse como autoritarios; sólo el 13 por ciento como liberales; el 18 por ciento como responsables sociales y el 37 por ciento son anárquicos: no favorece la expresión política, sí la expresión dañina.

-Hacen falta -precisó Rojas- más estudios y profundizar en el tema. Por ejemplo, quién es este tipo anarquista, qué lo motiva, por qué no favorece la expresión política, cuál sería el resultante de su comportamiento social… El caso es que ellos están allí y no sabemos si los encontramos por las preguntas que hicimos o las preguntas que hicimos llevaron a la gente a colocarse dentro de estos contextos.

La encuesta también arrojó que el apoyo a la libertad de expresión en México es similar a la que se le da en los países árabes:

“Esto revela -asentó Rojas- que el grueso de la población no está arraigada a una cultura democrática. Por ejemplo, en el DF, sólo una de cada cinco personas está dispuesta a escuchar hablar a otro a favor de un candidato o un partido político, mientras que a nivel nacional, sólo uno de cada cuatro no está dispuesto a escuchar que otra persona critique al presidente. Otro dato es que el 30 por ciento de la población nacional y el 33 por ciento en DF no ven mal que los periodistas critiquen al ejército, mientras que uno de cada cuatro está de acuerdo en que los medios de comunicación muestren imágenes de violencia en sus informativos.”

 

Periodista de El Financiero

**Publicado en la sección cultural de El Financiero el 6 de abril de 2011

6 comentarios a este texto
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