Scrooge tenía razón

La política en tacones

Por Pilar Ramírez

La celebración del inicio de la vida y la despedida que significa la muerte nos hace seres cíclicos, nos inclina a marcar los principios y los finales. Mientras que la tendencia a identificar varios ciclos que se cumplen en la vida nos iguala como seres humanos, la forma de reconocer, destacar o celebrar esas fases nos diferencia. A veces la diversidad está definida socialmente, otras son sólo diferencias entre personas de un mismo grupo.

            Hay quienes gustan de celebrar el inicio y el final de un viaje, de un ciclo escolar, haber cumplido una tarea importante en la vida, la duración de una actividad profesional, llegar a cierta edad que tiene un determinado significado social como los quince años o el medio siglo, los aniversarios matrimoniales, el nacimiento de un hijo y, por supuesto, el inicio y el final del año.

            Señalar los ciclos y compartirlos con un grupo puede tener o no cargas religiosas. La celebración del inicio y el final del año es importante para la grey católica pero también para fieles de otras religiones o ninguna. Quienes han abrazado con más ardor este festejo son los que profesan el culto a la publicidad y el consumo; con el conque de celebrar el nacimiento de Jesús, el fin de un año y el comienzo de otro, las empresas despliegan intensísimos esfuerzos de convencimiento para que los consumidores admitan sin reservas un festejo que les permita llenar, no los bolsillos, porque éstos serían insuficientes, sino sus fabulosas cuentas bancarias u obtener mejores sitios en la bolsa.

            Cada año es más y más agresivo el embate publicitario. Las tiendas de autoservicio, especialmente las transnacionales de venta al mayoreo, ofrecen artículos navideños desde el mes de agosto, bajo la consabida premisa de que el que temprano se moja tiempo tiene de secarse. Las grandes cadenas de tiendas departamentales organizan ventas nocturnas que en realidad son muy diurnas a fin de tener tiempo suficiente para comprometer el aguinaldo de sus clientes, quienes en el afán de no ver escapar tan rápidamente su dinero prefieren atenuar el golpe con la compra en la modalidad de “meses sin intereses”, sin pensar en que el siguiente fin de año cargarán todavía con la deuda del actual. Todos los productos tienen o se les encuentra el motivo navideño para publicitarse, sea pintura para casas, muebles, ropa, autos, alimentos, mascotas, servicios bancarios, relojes, condones y muchos etcéteras.

            Es difícil sustraerse a la fiebre navideña. No ornamentar la casa con objetos en combinaciones de rojo, blanco, dorado y plateado, como es mi caso, nos acerca peligrosamente a la imagen del legendario personaje de Charles Dickens, Ebenezer Scrooge, que desde mi punto de vista ha sido injustamente señalado y mal apreciado. Estoy por crear un comité de reivindicación de la bandera antinavideña de Scrooge y para no discriminar incluiré al Grinch.

            Defiendo que la época decembrina es para descansar, para reunirnos con la gente que amamos y con la que no hemos podido compartir como quisiéramos y para hacer un balance, si así lo deseamos, de nuestros logros y nuestras metas próximas; no para perder el piso con compras excesivas, no para caer en las mil y una trampas que nos tiende a cada instante la publicidad y mucho menos para apartarnos de lo que sucede en nuestro entorno, porque entonces la Navidad —tal como nos la ofrece nuestra actual sociedad globalizada— tiene un resultado todavía peor y perverso.

            Aunque sea temporada navideña estemos atentos a los movimientos y declaraciones de los aspirantes a candidaturas de representación popular para tener elementos al momento de elegir, no dejemos de exigir justicia por las mujeres asesinadas, no olvidemos a las activistas que han tenido que abandonar el país por las amenazas de que han sido víctimas por defender derechos de distinta índole, vigilemos que se cumpla el blindaje de las cuotas de género para avanzar en la igualdad de la participación política de las mujeres, traigamos a la memoria en qué lugares se han limitado los derechos reproductivos de las mujeres y no demos tregua a la identificación de toda forma de discriminación contra las mujeres.

            Y para quienes deseen evitar la carga anímica que supone no bajar la guardia en la exigencia del ejercicio pleno de los derechos humanos de las mujeres aunque sea temporada decembrina, les recomiendo regresar a los clásicos. Lean a Eurípides, quizá uno de los autores más antiguos que al abordar el delito femenino toma en cuenta el entorno de subordinación y traición que llevó a Medea a delinquir. Un adelanto en la exhibición de la situación social de las mujeres. Y un último consejo: tomen nota cuidadosa del nombre del autor y de la obra, por si se ofrece en una entrevista.

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Tacón alto.- La autora de esta columna se dará un receso de dos semanas para dedicarse a las tareas que aconseja a sus lectores.

ramirez.pilar@gmail.com

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