Los 80 años de Elena Poniatowska

  • Recorrido discursivo por sus crónicas
  • RMC se suma al homenaje por los 80 años de la autora de La noche de Tlatelolco y Nada, nadieLa voces del temblor
  • «Elena Poniatowska también nos ha enseñado que amar a México no es haber nacido en él, sino creer en sus mujeres, en sus obreras, en sus niñas, en sus adolescentes y con ellas describir, narrar, escuchar, caminar…» dice Tanius Karam

Fotografía: "La escritora Elena Poniatowska" por Casa de América @ Flickr

Como frecuentemente sucede en los estudios de comunicación y periodismo es poco el trabajo que se ha hecho sobre Elena Poniatowska (EP). Al igual que con la obra de Carlos Monsiváis, la primera investigación provino de Estados Unidos. Existen, eso sí, testimonios, entrevistas, biografías, anécdotas, centenas de artículos, pero queda pendiente el estudio crítico que articule el pensamiento político con el estudio literario de los dos géneros que más ha abordado: la crónica testimonial y las entrevistas. A manera de homenaje por los 80 años que Elena Poniatowksa cumple en mayo de 2012, ofrecemos un repaso en torno a un importante segmento de su obra: la crónica testimonial. Con el siguiente ensayo, RMC celebra a la autora, y con ella estamos abiertos a las voces y susurros de quienes, sin darnos cuenta, son los artífices de lo mejor de México.

Por Tanius Karam

Publicado originalmente en RMC #130

Aún cuando nació en Paris en 1932 y gran parte de su formación la tuvo fuera de México y al margen de los códigos culturales mexicanos, como otros autores Elena optó por la mexicanidad y el mejor medio para conocer y asumirse, para vivirse mexicana, fue la actividad periodística.

De alguna manera podemos decir que el periodismo la hizo mexicana; por el ejercicio de esta profesión conoció y se adentró en los códigos de nuestro país, de sus minorías y de sus mujeres. Escogió como vértice a personas destacadas (siendo o no conocidas) por sus virtudes y valores para acceder a las formas de participación y la transición hacia la democracia de la cual ella ha sido cronista.

Destinada a matrimoniarse con un príncipe europeo, Elena decidió dedicarse al periodismo. Comenzó a trabajar en 1953 en Excélsior donde escribía crónicas de sociales y firmaba como “Helene”. Un año después pasó a Novedades. Las razones por las cuales ingresó al periodismo pueden parecen inverosímiles si no conociéramos los antecedentes de esta candidata a princesa que devino en cronista y periodista:

Me metí al periodismo –dijo a García Flores– porque mi mamá me quería enviar a Francia y yo pensaba que nadie me iba a sacar a bailar. Entré a Excélsior de pura chiripa, por ser amiga de una hija del jefe de Sociales, Eduardo Correo. Después fui a Francia, pero en otras circunstancias.

A mediados de los años cincuenta EP comienza a publicar, primero relatos, una obra de teatro (Meles y Teleo, 1956) y ya en los sesenta inicia la zaga de textos periodísticos de entrevistas recopiladas inicialmente en Palabras Cruzadas (1961) y luego crónicas con Todo empezó en domingo (1963).

Para Jorgensen, la importancia del periodo 1954-1961 fue un interinato y una inmersión profesional. Desde una posición que en nada reflejaba la formación que tuvo, rápidamente aprendió y adquirió un gran conocimiento de la cultura mexicana a través del diálogo con muchas de sus más prominentes voces. Tal experiencia y conocimiento los aprehendió mucho más lejos de los estrechos límites de su rígida formación católica y le permitió una mirada fresca, un lenguaje llano y fluido, una actitud de total apertura y desprejuicio. No deja de llamar la atención cómo la ex princesa Poniatowska, hija de la más acendrada burguesía porfirista, llegaría con el tiempo a convertirse en una especie de voz de los oprimidos, una abogada de las historias y voces femeninas, una cronista de sus luchas y deseos.

La primera escuela de EP se desarrolló en el curso de sus colaboraciones en México en la cultura. De la mesa de redacción y de su proximidad con intelectuales extrajo las mejores lecciones de su oficio. En tal sentido, Elena no rompe con la tradición tutelar que ha marcado laboralmente a numerosas escritoras mexicanas contemporáneas: la formación académica se sustituye o complementa con la orientación directa de un autor, casi siempre reconocido y de mayor edad; no precisamente un discipulado, sino proximidad más o menos prolongada y, en el caso de las mujeres, no desprovista de compromiso afectivo.

 

Itinerarios primerizos

Su primer libro de crónicas fue Todo empezó en domingo, que son en realidad un conjunto de viñetas. Los textos aparecidos en Todo… comenzaron a publicarse en el Magazine de Novedades en noviembre de 1957. Estas viñetas conforman una mirada que pudiera ser naive; por encima de la inocencia o ingenuidad se reivindica el derecho a mirarlo todo, a sorprenderse de todo como si fuera la primera vez. La obra fue realizada junto con el dibujante Alberto Beltrán. Ambos seleccionaron algunos lugares que gustaban a Beltrán y éste solía recorrer. La ciudad de Todo… es un conjunto de microhistorias que se nos revela como una metrópoli en sus hábitos cotidianos. Asidos a la tradición –señala Monsiváis en la contraportada de la edición conmemorativa– EP y Beltrán ponen de relieve la riqueza oculta y perceptible de Xochimilco, el bosque de Chapultepec, San Ángel, Coyoacán, los oficios pintorescos, los arquetipos urbanos. Estas crónicas son apuntes incisivos, divertidos, plenos de gracia formal que transmiten curiosidad y alegría y descubren lo nuevo en lo tantas veces contemplado. Al escritor J.J. Blanco, más que evocarle nostalgia, de esa obra le asombra la precocidad límpida, la capacidad de instantánea prosística; recuerda los elogios que Rulfo hiciera de Lilus Kikus, la disposición de voltearse, como flor, al lado en que da el sol. Todo… es una sonrisa sobre la otrora región.

En Todo… no hay auto-reflexividad: encontramos una exultación de lo inmediato, lo que salta y atrae sus sentidos. El lenguaje llano y franco es un homenaje velado al español que aprendió de su nana; ese lenguaje donde se encuentra la clave para cifrar y descodificar lo que le rodea, aproximarse a lo desconocido por medio del lenguaje de los propios actores y que la narradora asume constantemente. La propia mirada y el lenguaje son las formas básicas de la construcción de una ciudad, además de que, al margen de su persistencia o no, es la propia Poniatowska de quien también tenemos un registro.

Su siguiente libro de crónica ha sido, sin duda, el más conocido, y la lanzó como una figura nacional: una periodista comprometida que rápidamente adquirió una fuerte presencia y vivió de alguna manera una persecución de Estado, lo que la llevó a nacionalizarse como mexicana, aun cuando desde décadas atrás sentía íntima filiación por este país.

La noche de Tlatelolco se editó en 1971; dos años antes publicó una novela biografiada (Hasta no verte Jesús mío, 1969) que junto con La noche consolidaron una presencia que no desciende hasta el día de hoy. Hay que decir que el movimiento estudiantil del 68 revitalizó la crónica porque superó al dilema periodístico entre la distancia y el compromiso. De las varias contribuciones de La noche…, lo oral aparece como un tipo de registro que da una nueva fuerza a la historia, a la literatura, al discurso político. El pueblo, los jóvenes, las amas de casa se legitiman por primera vez como fuente del discurso periodístico y literario.

En su conjunto La noche… es una historia oral que se compone de 745 testimonios. No están distribuidos al azar, aunque su apariencia sea caótica. En su organización se distinguen tres apartados: “Ganar la calle”, “La noche de Tlatelolco” y la cronología que da una cuenta día a día desde el antecedente inmediato.

En 1980, Poniatowska publica Fuerte es el silencio, libro compuesto por ensayos sobre los olvidados de la sociedad mexicana. Dedicado –como también lo está La noche de Tlatelolco– a su hermano Jan Poniatowska quien murió en un accidente en 1968, Fuerte… es un conjunto de cinco crónicas extensas. En conjunto se trata de mostrar el secreto de las voces, las aspiraciones y luchas populares que por entonces solamente aparecían de manera fugaz en la nota roja de los diarios. Poniatowska se convierte en la relatora de lo que se querría relegar al olvido. En esos cinco textos, la narradora presenta de manera muy vívida la vida precaria de los inmigrados a la gran ciudad; honra conmovedoramente la memoria del movimiento de 1968; recupera la huelga de hambre en la Catedral de las madres de presos y desaparecidos políticos; y finalmente, con sensibilidad y originalidad, muestra la gesta de la colonia Rubén Jaramillo en la ciudad de Cuernavaca.

La importancia de Fuerte… en el conjunto de crónicas es que ofrece distintas pinceladas donde observamos una narradora amante de lo inmediato, quien con aparente sencillez sabe identificar no sólo el motivo periodístico, sino que describe acercándose lo más posible al punto de vista de los actores sociales. No se trata de esos retablos corales tan propios de su composición en  La noche, y en Nada, nadie. Por ello, dentro de su producción de crónicas, es un texto particular donde identificamos varias facetas y los recursos de la descripción, la cercanía y la transmisión de una historia que pocas veces ha llegado con ese nivel a la literatura testimonial.

 

Sismos y Paulina

Casi 20 años después un lamentable acontecimiento –los terremotos que azotaron a la Ciudad de México el 19 y 20 de septiembre de 1985– llevaron a EP a realizar un nuevo trabajo que sigue algunas estructuras usadas en La noche… Recuento de voces, ecos, sonoridades que dan una idea del terrible caleidoscopio de reacciones en los más diversos sectores de la sociedad. A diferencia de los hechos del 68, Nada, nadie. La voces del temblor (editado por Era en 1988) articula deliberadamente textos producidos por otros. EP (o lo que su nombre como institución agrupa y puede congregar) ha hecho una nueva labor de ensamblaje, una edición que da otro ritmo a la lectura, en la que nuevamente encontramos una superficie muy disímbola que inserta voces de poetas y noticias producidas por otros periodistas y cuyo primer rasgo, como en La noche…, es justamente esa peculiaridad.

A diferencia de La noche de Tlatelolco, Nada, nadie no contiene introducción, conclusiones o notas. Aquí la obra inicia con el repertorio de textos: el lector no tiene otro asidero que los mismos para organizar perceptivamente el hecho. La estructura de presentación de los enunciadores no se da en los párrafos sangriados como en La noche, sino que en la misma escritura se explicitan los indicadores socioeconómicos, demográficos y ocupacionales. El lector percibe de forma distinta, no se sabe quién habla, lo va descubriendo en la narración; no se puede anticipar la actitud: ésta sorprende en lo inusitado de los hechos.

La noche… y Nada… se encuentran interconectadas; la primera es una antecesora de la segunda, en cuanto intención (testimoniar esfuerzos, dolores y retos de un grupo de ciudadanos), el método y el resultado.

Nada… y La noche… coinciden en el recuento de testimonios, la variedad y cruces de microtextos que, aunque pueden leerse en parte, adquieren una nueva dimensión en el contexto. Lo que se obtiene es un retablo del dolor, pero el texto no se complace con la mera sanción ya que en voces de los actores (damnificados, heridos, periodistas, voluntarios, miembros de organizaciones civiles, rescatistas extranjeros, poetas y escritores), EP descubre que la propia voz tiene un potencial que no alcanza el más sesudo de los análisis: que el silencio es expresable en la suma de esas conquistas y logros mediante los cuales la sociedad civil superó la capacidad de gestión del Estado y sus instituciones en estos dramáticos hechos. El silencio dialoga con el espacio que queda abierto entre texto y texto, como una dimensión expresiva que abre el valor semántico de la interpelación o del testimonio doliente.

Las mil y una. La herida de Paulina (publicado por Era en 2000) es una crónica que nos parece interesante, la cual ha recibido muy poca atención de la crítica, pero que para nosotros resulta significativa de esa otra historia que nos muestra cómo una periodista transforma su valor social y hace de su escritura un índice que denuncia el abuso y las dificultades de quienes no tiene voz y fuerza para ello.

A diferencia de las dos anteriores donde se retrataban grandes acontecimientos que conmocionaron la vida de miles y millones, Las mil y una parte de un hecho muy concreto que impactó en un sector de la opinión pública a mediados de 1999: una joven de 13 años violada en su casa atraviesa laberintos burocráticos que le impiden –como lo permite oficialmente la legislación de Baja California Norte en el caso de violación– interrumpir su embarazo. El libro es la denuncia por la presión institucional de la que fue objeto Paulina. Si bien, el caso de Paulina no tiene el contexto macro de un movimiento, de un temblor o es algo que lejos de ocurrir en la capital del país sucede en una ciudad fronteriza, la crónica se inscribe en la línea del testimonio, de la mirada sobre los dolores y los abusos contra las mujeres comunes y corrientes.

EP realiza un viaje a Mexicali junto con la abogada Isabel Vericat, del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) para investigar el caso. La autora va mostrando de manera más o menos cronológica algunas pericias que ella atraviesa junto con el equipo que la acompaña: entrevistas con funcionarios, médicos, encuentros con la abogada y las organizaciones de apoyo, la familia de Paulina y la joven. En la relación de hechos se incluyen otros tópicos como el caso de la migración, la multiculturalidad de la frontera y la terrible desigualdad de esas poblaciones que viven guiñando un ojo al sueño americano.

Las mil… representa la suma de las crónicas anteriores: el lenguaje cercano, la forma de autorrepresentación (“su segura servilleta”), el reconocimiento de los adyuvantes en el relato y la crítica a los oponentes. Una lectura secuenciada que va del hecho mismo (la violación la madrugada del 31 de julio de 1999), hasta el parto y las declaraciones posteriores, o las declaraciones sintéticas de los actores discursivos, entre los cuales se cita al presidente Fox.

El texto prescinde de índices detallados; en su lugar tenemos subtítulos que van organizando la lectura y la información que se distribuye, la intercalación de algún relato en el que participa la mediadora con alguna entrevista, cita o deliberadamente algún dato que la mediadora ha investigado. Tras una breve descripción de los hechos y una contextualización de la ciudad donde ocurrieron los mismos(‘Mexicali’ figurativizado como lugar de maquila, de pobreza y migración), se hilvanan comentarios, entrevistas y situaciones (a diferencia de La noche… y Nada…) en los que la locutora-mediadora es participante: toma partido por los adyuvantes del relato.

Poniatowska utiliza su capital simbólico como periodista independiente, como mujer y defensora de derechos sociales. En principio accede a realizar el texto porque dos activistas se lo han pedido, y en el trayecto de la propia crónica la autora muestra su identificación. La crónica puede ser leída desde el lugar en que EP reivindica sus valores y reflexiona sobre ser católica en un país católico, cuando católicos atentan contra valores en los que ella cree, defiende o ha aceptado. El libro concluye con un acto de confesión, en el cual la narradora expone con cierto nivel de detalle sus propio recorrido en la construcción de sus convicciones como católica; o mejor dicho: se autorrepresenta “católica” con una historia detallada (dos años en un convento de Estados Unidos, ejercicio de la catequesis, ganadora de una medalla con la Virgen, etcétera) para legitimar su discurso, fortalecer el sistema actancial que ha desplegado con los distintos enunciadores citados y referidos y, al mismo tiempo, reivindicar el derecho de las mujeres a decidir como uno de los derechos de la mujer.

EP traza un texto en el que se identifica deliberadamente con la enunciadora principal (Paulina): con ella desarrolla un trayecto que va de pasividad a la actividad y la denuncia en el caso de la adolescente; y por parte de la autora de la distancia a la cercanía:

Paulina entró a mis días sin pedirlo ella, ni quererlo yo. Me asombró su capacidad de denuncia y su fuerza de niña de 14 años. Me hizo pensar en lo inútil de esta falla endémica que padecemos las mujeres al no protestar. Es nuestra ira la que nos salva y sin embargo nos resulta casi imposible sacarla y darle coherencia.

A partir de 2001, con el triunfo del Premio Alfaguara por su novela La piel del cielo, ello hace comenzar un proceso de internacionalización de la autora; en 2004, la Universidad de Pau le otorga el Honoris Causa, y de ahí siguen los reconocimientos. En 2006 hace un ejercicio de abierto compromiso con la campaña del candidato Andrés Manuel López Obrador, lo cual incluso le lleva a ser objeto de amenazas e insultos; junto con Rosario Ibarra encabeza la ceremonia para nombrarlo “presidente legítimo” en la Plaza del Zócalo al terminar el proceso electoral de ese año que (oficialmente) le dio el triunfo con poquísima diferencia a Felipe Calderón. En 2007 publica esa experiencia (Amanecer en el Zócalo. Los 50 días que confrontaron a México) donde reconocemos nuevamente a la periodista en primera persona, en un registro distinto, apoyando a un candidato, dando testimonio personal, y reconociendo, dentro de sus rasgos generales de estilo, los rostros y manifestaciones de seguidores.

Llega así a los 80 años, con una vitalidad envidiable y una obra, más que de experimentación formal, de enorme compromiso y registro social, de una lúcida vocación descriptiva de quien se ha caracterizado por su humor y su sencillez, por su sensibilidad hacia quien le rodeo, por compartir –como pocas escritoras mexicanas lo han hecho– el viejo estribillo de “dar voz a quienes no la tienen”. Pero también –lo que sería motivo de otro trabajo– en sus biografías noveladas, en sus viñetas, en sus perfiles (por ejemplo La siete cabritas, 2000) ha habido una vocación incansable por relatar cómo las mujeres se han hecho actores de su propia historia y han sido igualmente artífices en la construcción de nuestro país.

Elena Poniatowska también nos ha enseñado que amar a México no es haber nacido en él, sino creer en sus mujeres, en sus obreras, en sus niñas, en sus adolescentes y con ellas describir, narrar, escuchar, caminar…

 

 

Fuentes

Blanco, José Joaquín (2003) “La sonrisa de Elena Poniatowska” en Cronistas. [En linea, 10 de septiembre]. Disponible en URL www.re descolar.ilce.edu.mx/redescolar/memorias/escritoras_hispano01/clelena.htm

García Flores, Margarita (1979) “Elena Poniatowska. La literatura en un largo rito” en Cartas marcadas, México, UNAM (Col. Textos de humanidades N° 10), pp.217-232.

Jörgensen, Beth (1986) Texto e ideología en la obra de Elena Poniatowska. The University of Wisconsin, Madison. Tesis de Doctorado.

——— (1994) The writing of Elena Poniatowska. Engaging Dialogues, Austin,University of Texas Press.

Monsiváis, Carlos (1981) “‘Mira, Para que me comas olvida…’ Las precisiones de Elena Poniatowska” en La cultura en México N° 1007, 15 de julio, pp. II.

Poniatowksa, Elena (1961) Palabras Cruzadas, México, Era.

——— (1963) Todo empezó el domingo, Dibujos de Alberto Beltrán, México, FCE.

——— (1969) Hasta no verte Jesús mío, México, ERA.

——— (1971) La noche de Tlatelolco, México, ERA.

——— (1980) Fuerte es el silencio, México, ERA.

——— (1987) Nada, nadie. Las voces del temblor, México, ERA.

——— (1997) Todo empezó en domingo. Edición conmemorativa 40 años. México, OCÉANO.

——— (2000) Las siete cabritas, México, ERA.

——— (2000) Las mil y una…(la herida de Paulina) México, Plaza y Janés.

Robles, Martha (1985) La sombra fugitiva. Escritoras en la cultura nacional T.I México UNAM, IIF, Centro de Estudios Literarios, pp.345-365.

 

Doctor en Comunicación. Docente e investigador de la Academia de Cultura y Comunicación en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

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