Encuestas: metodologías y resultados a debate

  • Más de 600 encuestas se presentaron durante este proceso electoral.
  • ¿Por qué confiar en los resultados de sus pronósticos cuando en los hechos han demostrado cometer errores que tienen trascendencia? 
  • «Yo insisto en la importancia de un debate entre expertos que redunde en beneficio de las encuestadoras y la ciudadanía. Buscar que la difusión de los datos sea más acorde con el escenario electoral y no como dice Ricardo de la Peña, imponiendo condiciones para que sus resultados no lleguen al público», dice Benassini.

Fotografía de #TuitCallejero @ Flickr

Por Claudia Benassini F.

Desde hace dos décadas hay evidencia de que las encuestas preelectorales son instrumentos valiosos para conocer el formato de las contiendas, pero equívocos en cuanto a precisión. En 1994, en 2000 y 2006, el promedio de encuestas no correspondió con el resultado. En las dos elecciones presidenciales ganadas por panistas, la mayoría de encuestas dio ventaja a un candidato diferente. Comentaristas y analistas contaban con esta evidencia”.

Con estos y otros argumentos Ricardo de la Peña –director de la casa encuestadora GEA-ISA- intentó justificar los errores de sus encuestas que conferían a Enrique Peña Nieto más de 15 puntos de ventaja sobre Andrés Manuel López Obrador. Días antes Ciro Gómez Leyva, subdirector editorial de Milenio Diario –donde se publicaban cotidianamente los resultados de las encuesta de este grupo- se disculpó con sus lectores y radioescuchas por las diferencias entre los resultados de las encuestas.

No es la primera vez que Gómez Leyva se disculpa por los resultados de las encuestas publicadas por el periódico que él dirige y en el que colabora. Lo hizo también el martes 18 de mayo de 2010, tras conocerse el triunfo del PRI en Mérida por 4 puntos porcentuales, sobre los 44 que le daba el Gabinete de Comunicación Estratégica, que entonces publicaba los resultados de las encuestas en Milenio Diario. Después de todo se trata de excepciones, pues el grueso de quienes conforman el gremio de encuestadores que participaron activamente durante la campaña presidencial y el día de las votaciones se escuda bajo el argumento de que los resultados arrojados por todos los despachos eran más o menos similares, además de haber acertado en el orden en que quedarían los candidatos.

Según reportan los analistas, durante este proceso electoral se presentaron más de 600 encuestas. La mayoría coincidía en ubicar a Peña Nieto hasta 50 puntos arriba del segundo lugar, sobre todo al inicio de las campañas. Metodologías y resultados tuvieron que presentarse ante el IFE aunque las primeras con el mayor de los sigilos. El argumento: hacer pública la metodología implica un riesgo pues corre el riesgo de ser plagiada por la competencia. Es difícil determinar si éste es el argumento más importante o si tras él subyacen otros de mayor relevancia. Lo cierto es que el procedimiento metodológico –sobre todo el muestreo- determina gran parte de los resultados de la encuesta. Y en más de una ocasión los responsables de estos ejercicios demoscópicos afirmó ante los medios que se privilegiaban las zonas urbanas sobre las rurales y que en la muestra no se incluían las zonas de alta inseguridad para proteger la integridad de los encuestadores. Un dato adicional: la mayoría de los resultados de estas encuestas fueron producto de muestras de 1,500 sujetos distribuidos en todo el territorio nacional con las salvedades arriba descritas.

Ciertamente, los representantes de las casas encuestadoras tienen razón cuando argumentan que no se ponen de acuerdo entre ellos. En consecuencia, según su razonamiento, si los resultados difieren por algunos puntos arriba o abajo, es síntoma de que los resultados de sus instrumentos son confiables. Lo cierto es que en este proceso electoral BGC, Buendía y Laredo, GEA-ISA, Parametría, Mitofsky, Ipsos-Bimsa, Reforma, Covarrubias, de las Heras y Berumen vieron disminuida la confianza en sus resultados por parte de analistas y ciudadanía en general. Desde luego, unas más que otras en función de los resultados presentados a lo largo de la contienda; dicho de otro modo, no se puede ni debe generalizar la credibilidad de todas las encuestadoras. En este contexto, hasta resulta absurdo pensar que maquillen los resultados de sus levantamientos, toda vez que en del acercamiento al resultado final está en juego su prestigio y sus actividades profesionales.

Sin embargo, no deja de llamar la atención el escenario arriba descrito: la gran coincidencia entre los resultados arrojados por las encuestadoras que hicieron públicos los resultados de sus mediciones durante el proceso electoral y el día de las elecciones. Sobre todo porque, como se les ha cuestionado, números más números menos, todas ubicaban a Peña Nieto varios puntos arriba de López Obrador y el resultado final fue de 6.5%& aproximadamente. Es decir, al menos diez puntos porcentuales debajo del pronóstico. Y si bien, como añade Ricardo de la Peña, “las empresas de investigación no suelen vivir de estudios públicos, sino privados”, su credibilidad frente a la ciudadanía se ha visto severamente mermada. ¿Por qué confiar en los resultados de sus pronósticos cuando en los hechos han demostrado cometer errores que tienen trascendencia?

La respuesta a la pregunta arriba formulada se ha respondido desde diferentes ángulos. Todos tienen en común que la ubicación de Peña Nieto muy por arriba del resto de los contendientes tuvo repercusiones en la toma de decisiones: subirse al carro ganador, según Elisabeth Noelle-Neumann, una de las grandes expertas en el tema. Nosotros añadimos un elemento adicional, que no se contrapone con el primero: los resultados de las encuestas contribuyeron a la construcción del imaginario social de un ganador, independientemente de sus debilidades evidenciadas en diversos eventos de campaña y difundidos por los medios de comunicación. Esta construcción social de un candidato ganador, aunada al voto de castigo al PAN pudo ser decisiva a la hora de optar por un candidato.

Ahora vendrán voces interesadas en demandar sanciones por los equívocos de las encuestas, que han ocurrido en todo el mundo, confundiendo un problema de metodología con intencionalidades. Y luego buscarán eliminar mediante nuevas normas un actor incómodo, proscribiendo las encuestas durante campañas o imponiendo condiciones para su publicación que postergue o imposibilite que lleguen al público. Ellos seguirán teniendo acceso a datos; quienes no lo tendrán serán los ciudadanos, considerados menores de edad. Peor para nuestra democracia”.

Así concluye Ricardo de la Peña el artículo multicitado, publicado en Milenio Diario el lunes 9 de julio. Con este argumento pretende adelantarse a un  eventual debate sobre el tema que conduzca a la propuesta de reglas de actuación mucho más claras por parte de las encuestadoras, relacionadas con las metodologías y el resultado de sus indagaciones.

Pero, sin temor a equivocarme, creo que nunca habrá quien prohíba la difusión de los resultados de las encuestas en tiempos electorales. Sin embargo, es necesario por lo menos discutir y pensar en alternativas que las alejen de la connivencia perversa que las ha vinculado a los medios de comunicación. Dicho de otra manera, directa o indirectamente la mayoría de estos despachos hacen su trabajo por encargo de los medios de comunicación, a la postre quienes pagarán por sus servicios. Desde luego, su trabajo profesional tiene un costo y deben encontrarse mecanismos para redituarlo que no necesariamente dependan de los medios.  En este sentido Francisco Abundis, de Parametría, afirma que

Parece que no es suficiente decir que hacemos diagnósticos, no pronósticos, para el tamaño de sobrestimación que se observó. Es el papel que se nos quiere dar en los medios de comunicación, no el que escogimos. Aun haciendo nuestro mejor esfuerzo, cuando hablamos de estimaciones siempre hay un nivel de confianza y un margen de error. Pero aún dicho esto, no podemos dejar pasar que los medios hicieron de nuestras mediciones un espectáculo mediático”.

Esta reflexión de Abundis de mantiene semioculta en los procesos electorales. Las encuestadoras hacen diagnósticos, no pronósticos. En este contexto, él mismo propone el ejercicio de autocrítica –que, entiendo, están por hacer- y la difusión de errores y logros. Yo insisto en la importancia de un debate entre expertos que redunde en beneficio de las encuestadoras y la ciudadanía. Buscar que la difusión de los datos sea más acorde con el escenario electoral y no como dice Ricardo de la Peña, imponiendo condiciones para que sus resultados no lleguen al público.

 

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