Las prácticas reporteriles en el diarismo cultural poblano

  • El periodismo cultural en Puebla tuvo sus primeros y esporádicos asomos hasta finales del siglo XIX y continuó así gran parte del siglo siguiente.
  • La lucha de los periodistas está en ser publicados y permanecer en el campo, de ahí que los antiguos agentes se centran en el señalamiento de la inmadurez de los recién llegados  y su disposición para obtener un salario mínimo con tal de iniciar a ser publicados.
  • Lo emergente y lo transitorio del diarismo cultural en Puebla es propio de los agentes que fueron entrevistados, pues esas eran sus condiciones de relación y de trabajo en los años 2006-2008,  por lo que este texto es apenas una aproximación a la práctica periodística cultural diaria en la ciudad de Puebla, un tema poco explorado y que requiere sin duda de nuevas miradas.

Fotografía: «The Internet is not a newspaper» por mfophotos @ Flickr

Por Susana Sánchez Sánchez*

Bajo una mirada teórica de los Campos, estas líneas buscan reflejar la situación del diarismo cultural en la capital de Puebla del año 2006 al 2008. Las investigaciones sobre esa particularísima práctica han estado enfocadas en las secciones o suplementos culturales de la capital del país, no existe un estudio comparativo de campos regionales que permita tener una perspectiva amplia de cómo es ejercido el periodismo en provincia, por lo que este texto es apenas una aproximación alejada del centro.[i]

 

Campo periodístico

Al ser parte de sociedades altamente diferenciadas, el periodismo tiene su propia lógica a consecuencia de la historia,  formaciones, prácticas, intereses y luchas de aquellos sujetos que en él están involucrados. El campo es un modelo teórico que podría ayudar a entender al periodismo, en tanto que éste es un espacio social relativamente autónomo, compuesto por agentes, quienes teniendo las cualidades para desempeñar cierta profesión u oficio, se desplazan y adquieren una posición de acuerdo a los capitales culturales, económicos o sociales que decidan invertir en ese terreno, ya sea de manera física,  intelectual o ambas. Para comprender el sentido de una esfera social determinada, es necesario adentrarse en el dinamismo de ésta, lo que implica detectar cuáles son y cómo se dan las acciones de socialización entre agentes. El habitus, una categoría que puede ser asimilada a partir de la socialización de un agente al incorporar esquemas prácticos a su vida, también es un factor clave para analizar de las cohesiones o las rivalidades que existen entre los reporteros,[ii] en geografías delimitadas.  Este texto es resultado de una mirada microsociológica del quehacer cotidiano de los reporteros culturales en la ciudad de Puebla.

Las raíces del campo periodístico en México inician en la Nueva España, pero se afianzan en el porfiriato, cuando el periodismo es visto como una empresa, lo cual estableció una estrecha relación “burocratizada y oficialista” entre el Estado y la prensa; aunque existieron rotativos de “oposición que aparecían y desaparecían de forma continúa”. En síntesis, la modernización convirtió a los periódicos  en un negocio rentable, los dueños hicieron “fuertes inversiones en maquinaria y las filas del periodismo aumentaron, dando paso al oficio del reportero” [iii].

Si bien es del saber común que en el periodismo la información es valorada en función de los intereses que un diario entabla con el poder político y económico, principalmente; un reportero por trabajar en una empresa periodística no se convierte en un ser autómata o en un ser dominado por la institución, ya que como  agente posee las características necesarias y suficientes para estar en el campo y producir efectos en él,  cuenta con la “capacidad para jerarquizar sociocognitivamente los acontecimientos”[iv] en noticias, pues el periodista trae consigo disposiciones que lo impulsan a estar pendiente de lo que pasa a su alrededor y saber si es de interés público; claro, ello no lo salva de la censura que surge desde su medio, a consecuencia de las relaciones que puedan entablar  los dueños con instituciones gubernamentales, empresariales, religiosas o universitarias.

Si bien las empresas periodísticas se enfrentan a la lucha por el mercado y eso produce un efecto en el modo de trabajar entre los reporteros, sobre todo por las exclusivas y en el cumplimiento de una cuota de información  (lo cual los lleva a vigilarse continuamente entre sí a través de la revisión de las publicaciones que cada uno realizó), es fundamental estudiar  a los campos delimitando sus fronteras con relación al espacio social, político, cultural y económico en el que se desarrollan.

En México, es quizá el periodista Manuel Buendía Tellezgirón, a diferencia de Vicente Leñero y Carlos Marín[v], Raymundo Riva Palacio[vi] o Federico Campbell[vii], quien más crudamente describe esta disputa entre agentes dentro del campo periodístico. Retomar la experiencia de Buendía, plasmada en su libro Ejercicio periodístico,  permite mirar hacia un lucha campal, donde los reporteros ortodoxos defienden un espacio ganado ante aspirantes a reporteros, al advertir que “nadie les quiere decir la verdad a estos muchachos acerca de las dificultades que van a enfrentar; ni siquiera los preparan adecuadamente para esa ruda confrontación con la realidad. Ustedes deben saber desde ahora que nosotros, los periodistas –con título o sin él– que ya tenemos empleo, no pensamos soltarlo” [viii].

La mirada de Buendía, ya anuncia una competencia entre reporteros que apenas pisan el terreno y los que ya llevan años en el oficio. El discurso del periodista sigue vigente  en las apuestas de entrada, reconocimiento y permanencia de un agente en el campo periodístico. En términos bourdieanos, Buendía plantea una lucha campal, y en el panorama del diarismo cultural en Puebla, esta disputa se halla entre dos pequeñísimos grupos: los  recién llegados (nacidos en finales de los 70’s y principios de los 80´s, cuentan con estudios universitarios relacionados al periodismo o vienen de otras ciudades del país) y los antiguos (nacidos en los 50´s y 60’s, aprendieron el oficio de manera empírica y tienen más de dos décadas ejerciendo como reporteros). Mientras los primeros hacen todas las acciones posibles por adherirse al campo y entender cómo es que se relacionan los involucrados; los segundos vigilan, juzgan y critican el quehacer de los recién llegados.

Eduardo Andión, propone el concepto de cooperación antagónica para pensar al campo como una “pluralidad independiente” que se da entre los agentes involucrados en el juego y no como una lucha por el “monopolio del valor campal”, pues existen “cohesiones no visibles de un juego o esfera social con débil institucionalización”[ix]. Así, las prácticas específicas en cada campo permiten producir infinidad de actos sin que éstos tengan que estar encerrados en un código de reglas sino que los agentes, al estar involucrados en el campo, están preparados para reaccionar, de ahí que las estrategias no siempre son producto de un acto calculador por parte del agente, incluso éste ni siquiera se lo plantea, pues sus disposiciones prácticas lo inclinan a hacer lo hay que hacer de acuerdo a las variadas circunstancias que se presenten. Además para saber cómo está constituido un campo, antes hay que adentrarse a la historia y a la dinámica de relaciones que han entablado los agentes entre sí en un espacio dinámico y específico.

Las divisiones de las fuentes de información han obligado a los periodistas a dominar las técnicas reporteriles y además a especializarse en la sección a la que han sido asignados. Si bien el agente publica los hechos de tal manera que puedan ser “asimilados en tiempos variables por un público heterogéneo, [con la finalidad de que éste] capte la realidad y tome parte en ella”[x], también es indispensable que el reportero domine los tópicos que se abordan en su sección o fuente principal de información, sobre todo porque las ciudades con sujetos, instituciones o grupos cada vez más especializados así lo exigen.

Aunque las habilidades periodísticas son las mismas para un reportero de policía y uno de política, pues ambos deben saber recolectar información y redactar una nota; la fuente informativa o sección en la que se desarrollan, les exige saber ciertas cosas de esa área. “Ser un periodista especializado implica tener un cúmulo de conocimientos que están aceptados socialmente y que sirven para enfrentarse a los problemas que son recurrentes en su área, de ahí que una de las principales funciones de los mass media sea la de dominar los acontecimientos desde todas las secciones, y para ello tiene rutinas informativas que son cubiertas por reporteros especializados en su área”[xi], ello supone que el agente sabe cuáles y cómo son los movimientos en su fuente informativa.

El habitus periodístico, entonces, se gesta en la práctica misma, pues el reportero a través de un proceso de socialización poco a poco interactúa con su fuente, la cual le obliga a saber quiénes son los protagonistas de ésta, qué es lo que les interesa a sus fuentes, cuál es el papel de sus informantes en la sociedad e incluso quiénes tienen cabida en su medio de comunicación. Los acercamientos que el agente entabla con sus diferentes fuentes de información, con sus compañeros del trabajo y los de otros diarios, generan en él un sistema de disposiciones que se adquiere a través del aprendizaje explícito o implícito que le da la propia profesión a través de su contacto con los otros.

 

Cultura descentralizada

Sergio González Rodríguez en su ensayo  Del libro a la pantalla: la cultura mexicana del siglo XX hacia el XXI, cometa que las secciones culturales empezaron a aparecer en distintos puntos geográficos del país a raíz de una “crisis” de instituciones culturales que el Estado mexicano había creado desde 1998, lo que provocó el fortalecimiento del “desarrollo cultural en diversas localidades del país, como Oaxaca, Tijuana, Monterrey, Zacatecas, Puebla, entre otras” [xii].

Dada la oferta cultural y las “polémicas” que sus protagonistas tienen entre sí, la prensa cultural juega un papel importante al dar cuenta de lo que pasa en ese ámbito, de ahí que si bien el reportero requiere de ciertos conocimientos técnicos; el periodista especializado, además de ello, debería saber cómo está el movimiento de su sección a nivel local, nacional e internacional. El periodismo cultural, específicamente desde sus secciones, es un espacio de difusión que aparece diariamente en un periódico, abordando temas enfocados, principalmente a las bellas artes, las  tradiciones culturales de los pueblos y la cultura popular urbana. A partir de los noventa, los diarios le han dado un espacio específico a esos temas, ubicándolos en una sección llamada Cultura, donde los tópicos que se privilegian son la “literatura, las artes plásticas, la música, el teatro y el patrimonio histórico, [temas que siguen] marcando una separación de las manifestaciones artísticas de élite respecto de los entretenimientos y la cultura popular urbana. En la sección cultural la literatura recibe, por lo menos, el doble de espacio que las artes visuales, la música y el patrimonio […] Es decir, que no sólo se da sitio preferencial a la alta cultura, sino dentro de ésta a la producción escrita”.[xiii]

Si bien los suplementos son parte del periodismo cultural, éstos, a diferencia de la sección, se caracterizan por ser publicados una vez a la semana, y si bien tratan algunos temas que se editan en los apartados diarios, su espacio les permite difundir textos más extensos, pues en estas páginas se le da cabida al “ensayo, la poesía, el cuento, el adelanto de la novela, la reseña o el artículo de opinión. [Así, el suplemento cultural en el diario, funciona como] un agregado, una suerte de entidad autónoma que tiene sus propias facultades, política editorial e imagen”[xiv]. Este texto no abarca el tema de los suplementos culturales en Puebla, aunque no deja de ser un tópico pendiente en el área y debería ser analizado con lupa, pues su sostenimiento es todavía más sufrido que el de las secciones de cultura, algunos han nacido y perecido rápidamente.

 

Diarismo cultural en Puebla

La práctica periodística en Puebla surgió en la Nueva España y los albores de la Independencia de México a la luz de un tema eminentemente político, que hasta la fecha sigue siendo uno de los tópicos primordiales en los diarios. El periodismo cultural, en cambio, tuvo sus primeros y esporádicos asomos hasta finales del siglo XIX y continuó así gran parte del siglo siguiente, siempre a iniciativa de los dramaturgos, poetas, narradores o pintores, quienes se juntaban entre sí para publicar hojas, folletos o semanarios donde pudieran dar a conocer los eventos y actividades de la comunidad artística de la ciudad, pero pronto esos esfuerzos se perdían en los reducidos números de sus impresos.

Aunque en la primera mitad del siglo XX ya existían semanarios que narraban las actividades culturales que se llevan a cabo en Puebla, éstos de manera similar a los suplementos que actualmente circulan, se enfocaban principalmente en el tema literario. El tópico cultural, desde ese entonces parece avanzar de manera paralela, pero ajena a los periódicos.

En general la prensa poblana, por lo menos a mediados del siglo XIX, no tenía “continuidad, ciertos periódicos conocen dificultades debido a la censura y la mayoría dejan de aparecer como afecto de los acontecimientos políticos”.[xv] Pero iniciado el siglo XX, el campo periodístico seguía enfocado en el tema gubernamental, ahora desde el movimiento revolucionario y posrevolucionario. Sin embargo, en ese siglo, también comienzan a circular publicaciones de corte cultural a iniciativa de los escritores, músicos, pintores  o de “jóvenes entusiastas”; [xvi]  la dinámica se mantiene hasta la fecha.

A finales del siglo XX, el diarismo poblano deja de enfocar sus plumas solamente al periodismo político. Los rotativos inician a crear secciones informativas específicas, algunos ponen a prueba la dinámica de manera esporádica, publicando un apartado o suplemento cultural por poco tiempo. Es hasta a finales del siglo XX e inicios del XXI, cuando los informativos, fundados por agentes universitarios, se incorporan al campo periodístico con una sección cultural y un reportero asignado a ese apartado.

A principio de la década de los ochenta, un grupo de jóvenes con intereses literarios propone al diario Cambio la publicación del suplemento San Lunes, donde los agentes escribían sobre lo que les llamaba la atención, por ejemplo una reseña de cine, de un libro o narraciones.  Con el propósito de hallar en ese suplemento un espacio para poner en práctica sus destrezas literarias, aquella publicación fue para algunos un trampolín para ser reporteros de política o policía y más tarde fungir como los periodistas-editores de las secciones culturales de los rotativos que nacieron en las dos últimas décadas del siglo XX y en los primeros años del XXI.

Sin saber exactamente cómo funcionaba un diario o una jefatura de información, aquel suplemento fue para algunos agentes su primer contacto con el campo periodístico y después su catapulta  al diarismo, actividad que resultó una oportunidad para ganar dinero y solventar sus gastos económicos, aunque después la práctica la incorporaron como un modo profesional de vida.

A dos décadas de que culminase el siglo XX, nacieron cinco diarios con secciones culturales definidas: Momento (1988), La Jornada de Oriente (1990), Síntesis (1992),  El AL, El Ángel (1997-2002), a éste le siguió Intolerancia diario  (2001)[xvii]. Los reporteros que laboraban en esos espacios informativos entre los años 2006-2008, fueron a quienes entrevisté, también incluí al locutor de Movimiento perpetuo de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla para poder tener una aproximación con el diarismo cultural

En la prensa escrita cultural existen agentes con diferentes y similares formaciones y estilos de vida, lo que ha provocado luchas y cooperaciones entre  reporteros recién llegados y antiguos, a quienes no sólo los marca su pasado, también el medio de comunicación para el cual trabajan. A pesar del poco tiempo que los medios elegidos tienen en circulación, su entrada marcó una diferencia entre los diarios que eran publicados en la primera mitad del siglo pasado y los que surgieron a finales del mismo y principios del XXI. Los esquemas prácticos de los agentes que escribieron en los rotativos que circularon en las décadas de los cincuenta a los ochenta fueron incorporados de manera empírica. Sin licenciaturas o carreras técnicas en Comunicación, Periodismo o sin ninguna formación universitaria, algunos periodistas de aquel tiempo miraban, escuchaban, ejecutaban y aprendían en la marcha. Los reporteros que empezaron a incorporarse en este siglo, en cambio, se introdujeron al campo con una práctica periodística, con un habitus y capitales específicos que fueron puliendo en el trabajo diario, lo que les facilitó publicar casi de manera inmediata.

A pesar de que en la década de los noventa marcaba la entrada de universitarios al campo periodístico, ello no modificó el capital económico de los reporteros. Los diarios, ahora ya pequeñas empresas o asociaciones periodísticas, buscaban en sus programas de planeación la reducción de trabajadores. Por el mismo salario, muchas veces sin prestaciones, los agentes son reporteros, editores y correctores de estilo a la vez. La falta de una retribución económica suficiente, no obstante, no ha sido obstáculo para que el periodismo siga siendo practicado en la ciudad de Puebla.

De acuerdo con las entrevistas realizadas a los reporteros, puedo decir que el ingreso de los agentes al campo periodístico cultural en Puebla está relacionado con similitudes y diferencias marcadas por sus edades, su originen familiar, sus capitales institucionalizado y objetivado, sus gustos e intereses. La manera en la qué han crecido y el modo en el que han incorporado al periodismo cultural en sus vidas, ha provocado que los periodistas se confronten o agrupen entre sí.

Con una experiencia acumulada de casi dos décadas de ejercer el periodismo, los antiguos agentes (Oscar López, Amelia Domínguez, Joaquín Ríos y Moisés Ramos) ingresaron al campo periodístico movidos por su afición literaria que después les ayudó a colaborar en un medio impreso y más tarde a laborar como reporteros en distintas áreas y finalmente a ser los periodistas de una sección cultural.

Los agentes recién llegados (Rosana Ricárdez, Claudia Cordero, Yadira Llaven, Iris García y Federico Vite) se incorporaron  alrededor del año 2004  a trabajar como reporteros de cultura, sin tener que recorrer el camino de los antiguos agentes. A pesar de ser oriundos de otras ciudades y de no contar con experiencia, ellos empezaron a dirigir las secciones locales de cultura casi de manera inmediata, en parte gracias a los nexos sociales que  mantenían con los editores de los diarios a raíz de sus actividades literarias.

El ingreso al campo periodístico ha sido diferente para cada uno de los agentes, pues constituidos por trayectorias distintas se acercaron a la actividad reporteril en épocas disímiles. En los ochenta, los antiguos agentes empezaban a hacer periodismo cultural con la idea de practicar la narrativa literaria y a inicio del siglo XXI los recién llegados hallan en el periodismo cultural una puerta para adquirir un potencial capital social que les permita acceder al campo de producción restringida (artístico o académico).

Si bien su origen familiar y universitario ha sido parte importante en las trayectorias de los reporteros, no lo es todo en sus vidas, pues “los agentes sociales no son ni partículas de materia determinadas por causas externas, ni tampoco pequeñas mónadas guiadas exclusivamente por motivos internos y que llevan a cabo una suerte de programa de acción perfectamente racional. Los agentes sociales son el producto de la historia, esto es, de la historia de todo campo social y de la experiencia acumulada en el curso de una trayectoria determinada en el subcampo considerado” [xviii], y la dinámica del campo periodístico cultural en Puebla ha cambiado desde finales de los noventa a la fecha, por ejemplo, antes no había tantas actividades culturales en un solo día y los reporteros guardaban material o cubrían sus espacios con entrevistas o reportajes, actualmente los eventos culturales se han diversificado y los periodistas tienen más cosas para publicar. Algunos agentes que ejercían en los noventa entraban al campo sin ningún capital institucionalizado que los respaldase en el área, de ahí que las técnicas las aprendiesen en el camino, mientras que los reporteros que actualmente son responsables de las páginas de cultura, se integraron al medio después de haber culminado una carrera universitaria relacionada con periodismo, lo cual les ahorró tiempo para aprender las técnicas básicas de la profesión: redactar, conocer la estructura de los géneros periodísticos, recabar información y organizarla.

Sin saber  por qué estaban ahí ni cuál era la finalidad del periodismo cultural, los agentes que tenías 20 ó 30 años en las décadas de los ochenta y noventa visualizaban a la prensa escrita como un espacio en donde podían escribir poesía, pequeños cuentos o ensayos. El periodismo, entonces, no era el interés común de muchos de ellos, porque el suplemento cultural sólo era un espacio utilitario  que nada tenía que ver con la adopción de un habitus reporteril, sino con un capital incorporado de un escritor, un pintor o un artista plástico. Ser reportero cultural no estaba totalmente interiorizado en sus estilos de vida, es decir ellos no se desenvolvían en un “un sistema socialmente constituido de disposiciones estructuradas y estructurantes, adquirido mediante la práctica y siempre orientado hacia funciones prácticas”,[xix] en parte porque no conocían las técnicas ni las dinámicas del campo periodístico. Las secciones culturales fijas empezaron a aparecer en la década de los noventa, cuando las actividades culturales en Puebla fueron más frecuentes y reporteadas por aquellos agentes que, teniendo experiencia en el periodismo y un interés en las bellas artes, se incorporaron como reporteros a las secciones de cultura.

Desde los primeros cuatro años del siglo XXI, las secciones culturales en Puebla están integradas por reporteros que no rebasan los 35 años de edad y que provienen de otros estados de México: Guerrero, Chiapas y Tabasco. Oriundos de otras ciudades, estos agentes recién llegados se integraron al periodismo sin conocer el movimiento cultural en la ciudad, sin embargo supieron adaptarse rápidamente como un grupo de cooperación antagónica, donde se ayudaban  pero a la vez competían por tener sus propias notas.

Estos recién llegados, ingresaron al campo con conocimientos y técnicas previas que aprendieron en la universidad y en la labor periodística que ejercieron en sus respectivas ciudades en áreas como policía, turismo y política.  Algunos de esos jóvenes nacidos a finales de los setenta,  tienen estudios universitarios en el área de Ciencias de la Comunicación, pero ello tampoco fue una garantía para que se desenvolvieran como periodistas de manera inmediata, antes tuvieron que pasar por una etapa introductoria al trabajo real que, en comparación con los antiguos, les resultó menos costosa por el capital institucional con el que contaban (un título). Además, con un pie en el periodismo y otro en la Literatura o el Teatro, estos agentes se incorporaron al campo periodístico cultural más por el capital social que los une con disciplinas artísticas que por su práctica reporteril.

 

La construcción de un oficio

En Puebla, el capital institucionalizado que pueda tener un reportero egresado de la carrera de Comunicación no es reconocido dentro del campo del periodismo cultural, ni siquiera por algunos agentes que estudiaron la carrera, lo que no quiere decir que este tipo de capital no sea valorado dentro del campo. Sí hay un reconocimiento, pero para aquellos que tienen una apuesta en algunas de las disciplinas artísticas,  tales como Letras, Música o Artes Escénicas, porque eso supone, sobre todo ante los ojos de los periodistas con más experiencia, un mayor conocimiento cultural, mientras que los comunicólogos sólo contarían con las herramientas técnicas, cuestión que –de acuerdo con los entrevistados– es algo que se sabe y no tendría que estudiarse.

Aunque los recién llegados  tienen estudios universitarios o los están cursando, no le dan un valor a ese capital institucionalizado y lo minimizan en su profesión. Yo, sin embargo, considero que ese capital sí les ha ayudado a ahorrarse tiempo en el aprendizaje del oficio periodístico, pues entraron al campo sabiendo cuáles eran las características de una nota, un reportaje o una crónica. En cambio los antiguos agentes, por lo general con una carrera trunca o ajena al periodismo, descubrieron las técnicas reporteriles con el paso del tiempo. Inscritos en la praxis, los periodistas que no se formaron como tales en una universidad, fueron hallando las cualidades que debe tener un reportero en el aprendizaje de prueba y error que la práctica diaria les proporcionaba.

A pesar de que las trayectorias de los reporteros han sido distintas en cuanto a su formación académica, destreza, edad y por los momentos que les ha tocado vivir, ello no ha marcado una gran diferenciación entre cómo los agentes recién llegados y antiguos ejercen el periodismo cultural. Entre unos y otros hay varias coincidencias: antes de salir de su casa ya han revisado las cabezas en algunos medios de comunicación y han checado la bandeja de su correo electrónico. Con una posible agenda a cubrir, una libreta, un bolígrafo, una grabadora y un celular en mano salen a reportear alrededor de las diez de la mañana y escriben las notas del día o meten algún reportaje que tengan en su archivo y cierran su página a las dos o cinco de la tarde; después regresan a cubrir los eventos que están programados entre cinco y once de la noche (por lo general inauguraciones de exposiciones, presentaciones de libros, entrevistas o conciertos), mismos que guardan para la mañana siguiente.

Con la oportunidad de almacenar notas que no tienen caducidad diaria o inmediata, a veces los reporteros de cultura tenían la posibilidad de hacer otras actividades paralelas a su trabajo: culminar sus estudios universitarios, entrar a un taller artístico o dirigir una asociación; pero dado que los periodistas viven al día y a expensas de los nuevos acontecimientos, a la larga sus energías las terminan invirtiendo en una profesión que les demanda  una “curiosidad” constante, casi de quince horas diarias.

El periodismo se hace, como dice mi maestro, como las putas: sudando, taloneando y en la calle. La nota diaria es una de las chingas más absurdas del periodismo.  Yo enfrenté la nota diaria haciendo reportajes y crónicas (Moisés Ramos, exreportero de El Heraldo de Puebla. Nacido en 1962. Secundaria culminada. Poblano).

 

La bola, una estratégica mesa de redacción

Provenientes de diferentes latitudes e interesados en las disciplinas artísticas, pero con un reducido capital social, los recién llegados enfrentaban su labor periodística a través de la integración de un grupo. Con gustos e intereses diferentes: Iris, en el teatro y la literatura; Yadira, en la política; Federico en la literatura; Rosana, en la música y Claudia, en la literatura y colectivos independientes, ellos conformaban una especie de redacción paralela a la de su empresa periodística. Además de los eventos que les pudiesen  marcar su respectivo  jefe de información, asistían a los que les gustaban  y después se pasan los datos entre sí.

Sabiéndose solos, los recién llegados decidieron agruparse; mientras que los antiguos agentes los observaban con cautela, y al hallar en éstos un potencial artístico, los reconocieron como reporteros, les agrada que no fueran totalmente comunicólogos, y eso los motivaba a ser, sin saberlo, sus mentores y guías en el diarismo cultural.

Los agentes en grupo construyen, a la larga, lazos de amistad, tanto que hallan lugares en común donde se desarrolla parte de su vida social. Por ejemplo, la librería café Profética, bar El Mural o El Breve Espacio, por mencionar algunos, eran áreas de desplazamiento obligadas de esos reporteros, no obstante, “no se puede atribuir el hecho de la coexistencia o de la cohabitación el poder de integrar en un grupo coherente a los individuos que relacionan: no es el espacio sino un uso del espacio regulado y ritmado en el tiempo el que provee a un grupo su marco de integración”.[xx]

En esos espacios en común es donde los agentes creaban una red de cooperación antagónica, pues no existía la figura de la  institución o la empresa. Aunque la práctica reporteril es una actividad individualista, pues el reportero se desvive por conseguir las exclusivas, en Puebla, por lo menos  desde las secciones culturales, esa práctica estaba un tanto de lado, pues existía un “grupo” que iba a contracorriente de una profesión, donde los agentes destacan a solas, no en equipo.

Los recién llegados y uno que otro ortodoxo, eran parte de lo que ellos mismos nombraban  La Bola. Tampoco se trataba de una incorporación absoluta entre los agentes o una mafia, se ayudaban a conveniencia, por ejemplo si la información que se recolectaba formaba parte de su cuota de notas o si querían aminorar tiempo  de trabajo, irse de vacaciones a sus lugares de origen (sin que se den por enterados sus jefes editoriales), se apoyaban para cubrir los eventos. Sin embargo, eso no dejaba atrás la constante competencia, ya que quien tenía una exclusiva con un alguien reconocido, no se detenía dos veces a pensar si le pasaba los datos sus compañeros, primero los publicaba y después dejaba que sus colegas, si así lo deseaban, le dieran vuelta a su información.

Interesados en la difusión, en cubrir cierto número de notas y en darse a conocer con sus fuentes, los recién llegados se unieron, se pidieron sus números telefónicos y correos electrónicos entre sí, se ayudaban y le pedían a los antiguos agentes que los orientaran sobre el “teje y maneje” de la cultura en Puebla, incluso se invitaban entre sí a las entrevistas. Por si fuera poco, a veces ellos eran quienes convocaban a los artistas a hablar de sus trabajos, de ahí que sus fuentes de información (dependencias, escritores, músicos, pintores, etcétera) los ubiquen como La Bola o Los de cultura. El mote era también resultado de que las secciones culturales de los distintos diarios se estaban haciendo más visibles para los informantes, diarios y lectores.

La dinámica de La Bola les permitía a los reporteros cubrir diversos tópicos de una forma casi especializada, porque los agentes habían creado una esfera de información para hacer batalla a las carencias de conocimientos que cada uno tenía en algunas disciplinas artísticas. Así, los reporteros ponían en juego su capital cultural institucionalizado y objetivado en una cooperación antagónica que se hacía visible en la práctica, porque aunque parecía que no competían, sí lo hacían en el momento de una entrevista, por ejemplo.

Cuando estamos todos haciendo una entrevista con un escritor, a ellos [los ortodoxos] como que les dan más beneficio de la duda que a nosotros como jóvenes y eso me purga, eso me da un chorro de coraje, porque a lo mejor tú le acabas de preguntar lo mismo con otras palabras y te contestan sí o no, y ellos le preguntan lo mismo y con ellos se extienden (Rosana Ricárdez Frías, reportera para El Sol de Puebla. Nacida en 1982. Traductora. Tabasqueña).

En esa redacción alterna donde no había jefe editorial o de sección, los ejes conductores para cubrir las notas eran definidos por los capitales institucionalizados y objetivados que le daban crédito y peso simbólico a los agentes en un área específica. Así, quien supiera de teatro o de música o quien por gusto se hubiera especializado poco a poco en una de las disciplinas de las bellas artes, tenía más elementos para preguntar u obtener mejores datos, mismos que hacía circular entre sus compañeros.

Si bien en La bola no existían jefes, sí había reglas implícitas y una de ellas era la de pasarse información o convocar a entrevistas especiales sólo entre ellos, también  avisar a los integrantes del ese grupo cuando alguien pensaba dejar su puesto de reportero en el periódico y así uno de sus colegas puediera tener movilidad al pasar de un diario con poco peso simbólico a otro con un prestigio ganado y con una mejor oferta salarial.

 

Publicar, la lucha campal en Puebla

Con agrupación o sin ella, la lucha de los periodistas –aún en estos días– está en ser publicados y permanecer en el campo, de ahí que los antiguos agentes se centran en el señalamiento de la inmadurez de los recién llegados  y su disposición para obtener un salario mínimo con tal de iniciar a ser publicados. Las estrategias de lucha de los antiguos  para con los recién llegados, entonces, se centra en la desacreditación del trabajo periodístico y en un constante señalamiento a sus errores, pero cuando los segundos empiezan a aprender las reglas implícitas del juego,  se vuelven amenazas para los capitales económico, social y simbólico de los primeros, y en este punto la dinámica de lucha cambia y aumenta.

La desacreditación verbal era parte de esa guerra campal que, por cierto, los reporteros narraban fuera de grabación. La argucia de hablar mal de sus colegas es quizá una de las tácticas más poderosas para excluir a un agente del juego. El que los reporteros dijeran que uno de sus compañeros cobraba ’chayo’ en la Secretaría de Cultura o que obtiene favores de esta dependencia para una asociación, o que los reporteros hagan evidente que un agente trabaja para dos medios y en uno de ellos firma con otro nombre, o que un agente en pro de la profesionalización del periodismo vaya a los departamentos de comunicación social a decir cuáles reporteros se pasan la información entre sí, son –a mí juicio– estrategias de lucha simbólica por mantener una posición dentro del campo.

En este envite, La Bola como grupo emergente, ganó peso simbólico y tuvo funcionalidad, de ahí que se mantuviese en la misma postura de apoyo informativo, máxime cuando las redacciones de sus periódicos no les agendaban eventos culturales o solían no apoyarlos con fotorreporteros.

Las notas nos las seguimos pasando, es algo que está bien […] imagínate que estuvieras sacando puras exclusivas y puras exclusivas, ¿sabes cuánto te publicarían diario?, o sea tú crees que de verdad… no, o sea no, a parte hay días en que hay dos, seis eventos ¿te partes en pedacitos? y hasta donde yo sé la clonación todavía no es legal. Entonces, ¿qué haces? nos diversificamos […] porque se da en todas las fuentes. (Claudia Cordero Sánchez, reportera para Momento diario. Nacida en 1979. Estudiante de la licenciatura en Lingüística. Poblana).

Después de un tiempo y a sabiendas de las circunstancias de sus medios de comunicación, para los cuales a veces no era prioritaria la sección cultural, los integrantes de La Bola descubrieron que la cooperación entre sí podía ayudarles a difundir eventos culturales e incluso a hacer denuncia social publicando al mismo tiempo sobre cierto tema.

La dinámica del grupo, sin embargo, no era la más apropiada para todos sus integrantes, a pesar de que también  eran partícipes del intercambio de datos. Concebidos así mismos como creativos, algunos agentes veían en estas prácticas una forma perezosa de hacer periodismo.

Me parece que hay una correspondencia directa con lo que quieren leer aquí.  Se publica y lo lee la gente que es amiga de los reporteros y que está dentro de cierto ámbito, pero no hay una proposición acerca de conquistar lectores […] es más, hasta nos filtramos las notas, tenemos las mismas notas y te paso ésta y ésta. Me parece que no hay una especialización, me parece que son periódicos estándar, que está menospreciándose la oferta cultural con lo que se publica, pero creo que es una dinámica que más o menos ha funcionado desde tiempo atrás. No estás apostando y punto. Yo creo que más bien están tratando de llenar un espacio. Me parece que sólo son secciones de relleno, si las checamos nos vamos a dar cuenta de que no hay particularidades en esas secciones, es decir, no hay, no hay competencia y eso se nota, es como si fuera un terreno plano, que no habría motivos para leer una sección y otra, con que leas una te vas a dar cuenta de que es lo mismo allá y lo mismo acá […] Si la sección de cultura no existe, no pasa nada, la idea es que habría que preguntarse por qué (Federico Vite, reportero para Intolerancia diario. Nacido en 1975. Escritor con cinco carreras truncas. Guerrerense)

Por otro lado, la lucha que los reporteros enfrentaban con sus medios tienía que ver con que algunos rotativos no contaban  con una línea editorial en cada uno de sus apartados ni siquiera con uno general para su medio de comunicación (la situación sigue hasta la fecha). Así, mientras los reporteros no afectaban los intereses personales o económicos del dueño del periódico, la información podía ser publicada, no bajo el principio de difundir o comunicar al lector, sino a expensas de los gustos o las peleas personales que los dueños de comunicación pudiesen tener con las fuentes de información.

En La Jornada sí sentí cierta censura, pero fue también ocasional. Por ejemplo me encargaron hacer un reportaje cuando Pedro Ángel Palou ganó el premio Villaurrutia y era ver qué opinaba no solamente gente de Puebla sino escritores de fuera, entonces yo saqué la información y todo, y como esa información no le beneficiaba para nada, no me la sacaron, no me la publicaron. O sea te encargan algo esperando cierta tendencia, esperando que esté a favor de esa opinión y si no está a favor entonces no te la publican; en mí caso no me la publicaron. (Amelia Domínguez, ex reportera de La Jornada de Oriente. Nacida en 1956. Antropóloga. Hidalguense).

Además de las arbitrarias decisiones que tomaban algunos periódicos para publicar, los reporteros llegaban al punto en el que ya no querían estar al frente de las secciones culturales. Después de más de dos décadas de haber ejercido, los antiguos agentes preferían integrarse a los departamentos de comunicación social en las dependencias públicas; mientras los recién llegados, con diez años o menos de practicar el periodismo cultural, a cambio de un bajo salario inestable y sin prestaciones, prefirieron salirse  y emprender otros proyectos.

De los agentes entrevistados, actualmente continúan en el diarismo cultural: Joaquín Ríos, en Síntesis; Moisés Ramos, en Milenio Puebla; y Oscar López, en radio-BUAP. A excepción de Yadyra Llaven que continúa en La Jornada de Oriente, pero en otra sección; los recién llegados, migraron a otros proyectos relacionados con la literatura o la academia.

 

La sección cultural, un espacio alimentario y transitorio

A pesar del valor que los agentes le daban a las secciones como un espacio de difusión cultural, no todos tenían planes de vida estrictamente enfocados al periodismo, de hecho se podría decir que éste era un trabajo temporal para después llevar a cabo otras tareas más tranquilas, mejor pagadas o que les gustasen más.

Por lo general los reporteros más jóvenes estaban dispuestos a hacer el esfuerzo físico al andar corriendo de arriba abajo y obtener por ello alrededor de 4 mil pesos mensuales y sin prestación alguna, pero conforme avanzaba el tiempo sus proyectos viraban hacia otros lados. En el caso de Puebla, considero que los recién llegados veían en el periodismo una práctica transitoria, pues los agentes aspiraban a ser parte del campo de producción cultural restringido y dedicarse a la actividad artística o académica más que a la periodística, de tal suerte que el diarismo cultural era un trabajo alimentario: mientras no había nada mejor, periodismo cultural.

¿Y por qué sigo en el periódico? por comodidad, porque ellos me dieron chance de seguir estudiando. Con El Sol, aunque no es mucho, pude pagar la maestría, y por eso. Yo me ausentaba viernes y sábado, y no pasaba nada. (Rosana Ricárdez Frías, reportera para El Sol de Puebla. Nacida en 1982. Traductora de francés. Tabasqueña).

Me atrevo a decir que el diarismo cultural, por lo menos en Puebla, es una práctica alimentaria porque los reporteros ganaban lo indispensable para sobrellevar sus días. Además la posibilidad de guardar información y publicarla cuando lo consideraban necesario, les daba holgura para desempeñarse en dos campos  a la vez, aunque creo que no necesariamente en ambos su práctica era legitimada.

[Estoy en periodismo cultural] para poder tener un poco de dinero, comprarme libros, darme espacios, darme tiempo de escribir, para seguir leyendo y además creo que es lo más aproximando a escribir, bueno no es que no se escriba, el asunto es que no es lo que uno quisiera escribir, solamente preciso esos aspectos, pero es lo más cercano a mi oficio. (Federico Vite, reportero para Intolerancia diario. Nacido en 1975. Escritor con cinco carreras truncas. Guerrerense).

Los agentes siguían idealizando a su profesión como una práctica en la que se puede ser artista, investigador y reportero a la vez. El sociólogo Erving Goffman, en su libro La presentación de la persona en la vida cotidiana comenta que en cierto sentido las personas al hablar de sí mismas –y sobre todo cuando lo hacen desde su oficio–, tienden a idealizar. Señala que una vez que alguien conoce los signos de donde se mueve, los usa para “embellecer e iluminar las actuaciones diarias de cada uno con un favorable estilo social”.[xxi]

Desligándose un poco de su realidad, los agentes al ser entrevistados en su papel de reporteros culturales, tendieron a narrar una historia –siempre verosímil– del porqué son lo que son. Sin necesariamente haber sido cuestionados al respecto, solían hacer énfasis en que su familia tenía un librero (abundante o modesto) y que eso fue el detonante para que estuvieran inmersos dentro de la literatura; otros asociaron su profesión a que alguno de sus familiares les leía; unos más a que su mundo fue de bohemia; algunos otros justificaban que su aprendizaje cultural y periodístico siempre fue universitario por el hecho de juntarse con universitarios; etcétera.

De una u otra forma, los agentes buscaron argüir su profesión como algo que se traía de por sí, aunque a veces eso poco tuviese que ver con su ingreso al campo periodístico y digo poco porque casi todos entraron a éste al azar y de manera fortuita. Es decir, el periodismo no es algo que trajeran por vocación. En casi todos los casos, los agentes ingresaron al campo periodístico porque éste representaba una oportunidad para obtener ingresos económicos, más no por una convicción inicial, aunque con el tiempo el periodismo se convirtió en un estilo de vida.

Desde los años ochenta, el periodismo cultural en Puebla ha sido una práctica alimentaria para los agentes. No es extraño observar que de aquellos jóvenes que escribían en los suplementos en los años ochenta, sólo hayan continuado en el oficio reporteril quienes no teniendo culminada una carrera universitaria optaron por permanecer en el periodismo, pues era el que pagaba lo suficiente. Los antiguos agentes  se relacionaron con la práctica periodística porque había que vivir de alguna forma. La constante práctica y el tiempo los convirtió en reporteros empíricos, pero no para toda la vida, pues no todos se visualizan siendo periodistas para siempre, sobre todo cuando los salarios son bajos. “Uno sí tiene interés por la sección y todo, pero también uno tiene que ver si con eso te ganas la vida” (Amelia Domínguez, exreportera de La Jornada de Oriente. Nacida en 1956. Antropóloga. Hidalguense).

El trabajo del reportero es cansado […) Hoy tengo 44 y me siento con mucha fuerza y con mucha actividad mental todavía, pero yo no sé cómo esté dentro de cinco, seis o siete años […] No me veo envejecido, caminando por las calles, dando lástima de un evento a otro, compitiendo con chamaquitos de la universidad por una nota o una entrevista. Pero sí me veo dentro del arte y la cultura: organizando eventos culturales y desde mi asociación civil, lo mismo: promocionando eventos culturales (Joaquín Ríos, reportero para el periódico Síntesis. Nacido en 1962. Comunicólogo. Defeño).

Aunque el interés que los agentes tenían para con el campo era uniforme, al apostar todos por la difusión de las actividades y productos culturales que ofrecían las asociaciones o colectivos independientes y las instancias gubernamentales, éste también era  transitorio, por lo menos entre los agentes que entran para hacer una estancia en la sección de tres a cuatro años, pero con aspiraciones a estar involucrados en un campo de producción restringida, lo que no los hacía agentes traidores del periodismo, pues el hecho de que sean reporteros-escritores, reporteros-actores, reporteros-lingüistas, etcétera, es lo que les permitió integrase de una manera más rápida y productiva al diarismo cultural.

La realidad económica, no obstante, ha obligado a algunos periodistas a estar de entrada por salida en el campo e incorporarse por completo a sus intereses primarios. Las empresas periodísticas, por supuesto, han jugado un papel importante en el rápido y constante cambio de posiciones al ofrecer salarios paupérrimos. Además, los medios de comunicación en Puebla no sea han permitido mirar a su empresa periodística como un organismo en donde la sección de cultura puede ser económicamente redituable, sobre todo cuando las actividades culturales de han diversificado a través de las propuestas de los creadores, colectivos independientes, instituciones, dependencias gubernamentales y universidades.

A pesar de que en Puebla se hace periodismo desde la radio, la televisión y los modernísimos medios digitales, sólo algunos diarios de la tradicional prensa escrita y un programa radiofónico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, por lo menos hasta el 2008, mantenían un espacio expresamente para la información cultural generada en el ámbito local, y ello más por iniciativa del reportero o el editor  de Cultura (si es que había editor, porque a veces el periodista estaba en ambos puestos) que del medio de comunicación.

Yo no estoy en la competencia, a mí no me pagan por nota, tengo un salario en la universidad y no aumenta ni disminuye. Yo sé que muchos compañeros andan en la chinga en vender publicidad, o sea es que es jodido ser reportero, ¡qué poca madre, pero es jodido!, porque pagan tres pesos y luego tienes que estar chinga y chinga para ganarte otros dos pesos […] Creo que todo mundo está en su derecho de buscar otra forma. Ahí está el caso de Pepe Mendieta, Pepe se sale porque tiene un proyecto con su hermano de grabación, obviamente va a ganar más; Iris está en su maestría y tiene una beca, ¡qué bueno! y le pagan creo que un poquito más de lo que ganaba en el periódico; Rosana está en Francia con un beca para enseñar español. Y después que cada quien decida si regresa al periodismo. (Oscar López, locutor para Movimiento perpetuo en Radio-BUAP. Nacido en 1956. Con dos licenciaturas truncas. Poblano).

La emergencia del campo periodístico cultural en la región poblana, también tiene que ver con los proyectos de vida de los reporteros en turno, quienes ejercen el periodismo desde funciones relativas próximas. Su constante interés por querer ser parte del campo cultural de producción restringida y fungir más como un creador-periodista que como un reportero, también ha llevado a algunos agentes a otorgarle poco valor al diarismo cultural, al verlo como una profesión de paso y alimentaria. El discurso de que el periodista-artista se preocupa por su sección y la calidad informativa de ésta, es fugaz. Después de un tiempo algunos agentes se plantean si en realidad quieren andar de arriba abajo cubriendo eventos todos los días a cambio de una baja remuneración económica  y sin prestaciones

La falta de estabilidad del diarismo cultural está relacionada, a la vez, con la débil fuerza en la creencia de una práctica, porque si bien existe una inversión  de tiempo personal del agente en estar todos los días redactando notas, reportajes, entrevistas o crónicas para una o dos páginas e intenta hacerlo lo mejor posible con su preparación educativa y cultural, a veces los reporteros no siguen la creencia de que el periodismo cultural sea una profesión que se pueda convertir en un estilo de vida que siempre ofrezca la posibilidad de difundir y publicar variadas actividades artísticas.

Lo emergente y lo transitorio del diarismo cultural en Puebla es propio de los agentes que fueron entrevistados, pues esas eran sus condiciones de relación y de trabajo en los años 2006-2008,  por lo que este texto es apenas una aproximación a la práctica periodística cultural diaria en la ciudad de Puebla, un tema poco explorado y que requiere sin duda de nuevas miradas.

 

*Estudiante del doctorado en Sociología, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

susana.sanchezalcuadrado@yahoo.com.mx


[i]           Referencias bibliográficas

[i] Véase Sánchez Sánchez, Susana. Periodistas culturales en la ciudad de Puebla: sus prácticas, luchas y apuestas, UAM-Xochimilco (tesis de maestría), México, 2009.

[ii]           Véase Bourdieu, Pierre. Sobre la televisión, Anagrama, España, 1997

[iii]           García Hernández, Caridad. “La práctica periodística: herencia de cambios históricos”, en Del Palacio Montiel (coordinador), Historia de la prensa en Iberoamérica, Altexto, México, 2000, pp. 487-490.

[iv]           Alsina, Miguel Rodrigo. La construcción de la noticia, Paidós Comunicación. España, 1987,  p. 164.

[v]           Véase Leñero, Vicente y Marín, Carlos. Manual de periodismo, Grijalbo, México, 1986.

[vi]           Véase Riva Palacio, Raymundo. Más allá de los límites, ensayos para un nuevo periodismo, Universidad Iberoamericana / Fundación Manuel Buendía, México, 1995.

[vii]          Véase Campbell, Federico. Periodismo escrito. Alfaguara. México, 2002.

[viii]          Buendía, Manuel. Ejercicio periodístico, Fundación Manuel Buendía, México, 1996, p. 116.

[ix]          Andión Gamboa, Eduardo. “Periodismo cultural ¿campo o institución?”, en Anuario de investigación 2002, Educación y Comunicación. Volumen I, UAM-Xochimilco, México, 2003, pp. 351-359.

[x]           Gomis, Lorenzo. Teoría del periodismo, cómo se forma el presente, Paidós Comunicación, España, 1997, pp. 191 y 192.

[xi]          Alsina, Miguel Rodrigo. La construcción de la noticia, Paidós Comunicación, España, 1989, p. 127.

[xii]         González Rodríguez, Sergio. “Del libro a la pantalla: la cultura mexicana del siglo XX hacia el XXI”, en Bizberg, Ilán y Meyer, Lorenzo. Una historia contemporánea de México: actores, Océano, México, 2005, págs. 455-492;  pp. 473.

[xiii]        García Canclini, Néstor. ¿Cómo se ocupan los medios de la información cultural?, 2000, en la Revista electrónica Etcétera [http://www.etcetera.com.mx/cancli.asp (consultado en noviembre de 2006)].

[xiv]        Gutiérrez Fuentes, David y  Borrás Pineda, Dafne. ¿Por qué voló El Búho?,  UAM / Rotativa Reportaje, México, 2001, p. 25.

[xv]         Coudart, Laurence. “Nacimiento de la prensa poblana. Una cultura periodística en los albores de la Independencia (1820-1828)” en  Castro, Miguel Ángel (coordinador), Tipos y caracteres: la prensa mexicana (1822-1855), UNAM, México, 2001, págs. 119-135; p. 122.

[xvi]        Cordero y Torres, Enrique. Historia del periodismo en Puebla, 1820-1946. Bohemia Poblana, México, 1946, p. 416.

[xvii]        De acuerdo con datos del Padrón Nacional de Medios Impresos (PNMI), El Sol de Puebla edita 25, 150 ejemplares; le sigue  Síntesis con 17, 892; La Jornada de Oriente (con circulación en Puebla  Tlaxcala) con 14, 671; Intolerancia con una impresión arriba de los tres o cuatro mil ejemplares y Momento con 3, 017. Destacan también medios que, sin sección cultural fija, cuentan con un tiraje por arriba de los 5 mil impresos.

[xviii]       Bourdieu, P y Wacquant, L. Respuestas. Para una antropología reflexiva, Grijalbo, México, 1996, p. 93.

[xix]        Ibídem, p. 83.

[xx]         Bourdieu P y Passeron J.C. Los herederos, los estudiantes y la cultura, Siglo XXI, Argentina, 2003, pp. 52 y 53.

[xxi]        Goffman, Erving. La presentación de la persona en la vida cotidiana, Amorrortu, Argentina, 2001, p. 48.

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