Diccionario para mexicanos en Madrid

  • «Joder», «Hostia» y «Chorrada» son algunos modismos madrileños que define José Luis Esquivel.
  • «Lo primero que va a notar en Madrid es el tono imperativo de la voz y los arrebatos en los ademanes, al grado de que creer que están discutiendo siempre o que se van a pelear», dice el autor.

 

Fotografía: "Madrid" por Moyan Brenn @ Flickr

Fotografía: «Madrid» por Moyan Brenn @ Flickr

Por José Luis Esquivel Hernández 

Un mexicano de este  siglo, que tiene euros para comprar un boleto de avión ida y vuelta a Madrid y cuenta con algunos ahorritos para una semana por lo menos, también deberá considerar que le va a hacer falta un diccionario de «cotidianismos» y modismos, quizá no tan exigente como un «tumbaburros» para enfrentar un idioma extraño. No. No es para tanto. El español de aquí es el mismo español que en los demás países que heredamos esta lengua.  Por ahí no va la cosa.

Lo que ocurre es que hay que considerar que si de región a región, en cualquier nación, se notan ciertas diferencias, pues con mucha mayor razón las hay de continente a continente. No me diga usted que un extranjero sabe traducir muy bien nuestros modimos: «No manches», «¿Qué onda?», «Se la baña o se fue al baño», «Fulano de tal hizo el oso de su vida», «Le apagaron una lámpara de un puñetazo», etc.

Pues igual pasa con los españoles, que no sólo se caracterizan por la terminación en «ao» de los participios pasivos de los verbos con infinitivo en ar, o por su acento ibérico y sus «vosotros». Hay mucho más qué decir del asunto, porque uno es el idioma y múltiple el habla.

Por ejemplo, usted lo primero que va a notar en Madrid es el tono imperativo de la voz y los arrebatos en los ademanes, al grado de que creer que están discutiendo siempre o que se van a pelear. «¡¿Pero qué dices?!»,  es una expresión muy arraigada entre los madrileños, que sorprende inclusive a los andaluces, quienes sobresalen no sólo por su «seseo» en las palabras  («ponte los sapatos») sino por su delicadeza de formas al dirigirse a los demás.

Sin embargo, luego viene la traducción de ciertos vocablos que, igualmente, son a veces un rasgo distintivo de generaciones jóvenes o de plano están en el diccionario de todos los madrileños, que identifican la «pasta» con el dinero, y las «pelas» con las pesetas, cuando era su moneda nacional. (Un amigo es rico, si tiene mucha «pasta», y otro es pobre si no le alcanzan las «pelas» para el mes).

  • «Joder» es un verbo que nada tiene que ver con el significado peyorativo que le damos en México, pues se utiliza como nuestro equivalente a «Chihuahua», al momento de mostrar cierto desencanto por alguna irritación o porque algo no salió bien.
  • «Pillar» se utiliza casi en todas partes y equivale a sorprender, a agarrar a alguien in fraganti. Los anuncios luminosos que cuelgan en algunas estaciones del Metro dicen: «Tal centro comercial te pilla de paso». En una plática no faltará su aplicación espontánea bajo cualquier pretexto. También significa coincidir: «Bajas del coche cuando nos pille un semáforo en rojo». Y atropellar: «Por poco me pilla el tren». Claro que el lado oscuro del verbo sería decir «me pillaron robando».
  • «Hostia«, desde luego derivada del significado de forma sagrada en el lenguaje de la iglesia católica, tiene distintos usos. El ofensivo: cuando alguien su aprovecha del término para algo sacrílego. Ejemplo: «Me cago en la hostia». Pero también quiere decir puñetazo. «Le voy a dar una hostia». O se dice de alguien que destaca en su actividad: «Como abogado, es la hostia»… Y, finalmente, vale como interjección: «¡Déjame en paz, hostia!». No es más que un vocativo vigoroso
  • Desde luego no venga usted  aquí a Madrid a decirle a alguien «jilipollas«.. Es ofensivo y se traduce por estúpido o idiota, pero el contexto es lo que le da la significación real, como el «pendejo» de los mexicanos. Entre amigos quizá se digan «jilipollas», porque no hay intención de molestar o se juegan bromas así («Es que eres un  jilipollas o estás jilipollas»). Pero usted evítelo porque si denota otra intención, le puden tumbar los dientes.
  • «Chorrada» es una tontería, algo sin importancia o sin fundamento, que se habla por hablar.
  • «Follón» es una confusión grande o alboroto, un lío, un embrollo. Pero forma parte del lenguaje coloquial para expresar que alguien se metió en un follón por no preparar la clase, por ejemplo.
  • «Currar» es trabajar. De ahí que su conjugación es inconfundible. «Estoy currando», «cómo curras» o «curraré».(En España curra uno y miran una docena porque el desempleo en este años del 2013 es altísimo).
  • «Cabrearse» es lo mismo que enfadarse o enojarse, pero en grado superior, mientras que «mosquearse» denota algo más leve: ser susceptible a la molestia y estar a la defensiva. Ejemplo: «Juan se mosqueó porque su esposa saludó al vecino». Otro ejemplo: «Me mosqueo si me haces esperar, pero me cabreo si me gritas».
  • «Echarse» es un vocablo de lo más normal entre los españoles, mientras que los mexicanos lo asociamos con el trato dado a los animalitos. Aquí en Madrid alguien te dice con toda formalidad «échate», con la mejor intención de desearte que descanses en la cama.
  • «Manta» es la cobija de nosotros, y «frigorífico» o «nevera» es nuestro refrigerador, mientras que «bombona» es lo que nosotros conocemos como boiler, y «estufa» para los españoles es el calentador en nuestro léxico. En España «refrigerador» es un aparato de aire frío.
  • En los diálogos o corrillos usted escuchará mucho referencias a otras personas como «ladrillo» o «tostón» que son sinónimos de pesado, poco gracioso. Igual que «peñazo». En cambio un «plasta» es un insoportable.
  • «Borde» es lo mismo que grosero, seco, antipático, y «guarro» es sucio, antihigiénico.
  • Si en México les decimos «fresas» o «niños bien» e «hijos de papi» a algunos jóvenes muy afectados de las clases altas, que hablan con un tono ridículo, en España son «pijos» o «peras».
  • Y, claro, los «críos» son los hijos.
  • «Tío» es una palabra muy familiar para llamar a alguien, sin traducción precisa, y más vulgar, cada vez más en desuso, «macho». Usted lo oirá en todas partes, inclusive en femenino, entre mujeres que advierten a sus amigas: «No, tía, no me levantes la voz». Y también: «Ya viene esa tía».
  • Eso pasa con «vale«, que forma parte de las expresiones cotidianas en España para significar «de acuerdo», «está bien». Pero, asimismo, se utiliza como «basta», para detener la plática. «Es suficiente». «Vale: Párale».
  • «El móvil» es el teléfono celular y el «boli» es el apócope de bolìgrafo, porque aquí no hay que decir «pluma» para escribir, dado que sólo lo entenderían como (pluma) estilográfica o la pluma de las aves.
  • «Pringado» es que está manchado de algo, como de grasa en la cocina o de pintura. Los «pringados» son también aquéllos ingenuos que acaban pagando los platos rotos, que sufren las consecuencias de un mal trato, o los miserables que duermen en las plazas públicas.

Y dos términos que para nosotros son tabú, en estas tierras no tienen ninguna carga peyorativa en su significado, de modo que hasta los niños los dicen: «pedo» y «culo«. Este último se escucha inclusive en los anuncios televisivos al hablar de pañales, porque hace referencia a los glúteos o, como decimos nosotros pudorosamente, al trasero o las pompis. «Para que no se roce el culito de su bebé». En los periódicos forma parte de algunos titulares noticiosos, y hasta en clases el profesor platica: «Ese tío tiene un culo de oro, porque lo han despedido de su trabajo con una patada ahí, en el culo, pero lo han forrado de dinero». A mí me dejaron con los ojos cuadrados cuando unos compañeros me invitaron a hacer, en la plaza pública, una manifestación de culo. Pero luego me serené cuando supe que de lo que se trataba era de desplazarse caminando de espaldas, o sea hacia atrás.

Igualmente, el verbo «coger» es de lo más inofensivo por acá. Coger el metro, coger un catarro, coger el libro, coger todo; no es lo mismo que en nuestro país o, peor, en Argentina, donde lo subliminal es lo que cuenta, por su connotación arbitrariamente sexual. El diccionario les da la razón a los españoles y nos descalifica a nosotros por no decir «follar», más elegante, o refocilar.

Ahora que sí hay palabras que, dependiendo de su contexto, también llevan a significados que se multiplican interminablemente, como «coño» y «cojones«, que se refieren, originalmente, a la vagina y a los testículos. Para qué las tocamos. Son palabras muy usuales pero sólo los españoles saben cuándo, con qué acento y con qué intención. Por ejemplo: «Me tienen acojonado», es «me tienen atemorizado». En cambio: «Ponle muchos cojones» (en México lo traducimos por huevos) es «ponle valor», etc.

  • «Pinchar» es un verbo que conjugan sin complejos hasta los niños, aunque para nosotros deriva en una palabra negativa que aquí ni malinteroretan. «Pinche la tecla del estereo». O sea, oprima, haga clic.
  • Y si usted dice «compresas» deberá saber que se refiere a las toallas femeninas, que es el único nombre como se les conoce, y nada de «Kotex» o «eso para cada mes de la mujer». Aquí no se andan con rodeos y todo el mundo señala las «compresas» sin avergonzarse como nadie se avergüenza en México al hablar de toallas femeninas.
  • El «macarra» es aquel que se comporta de forma grosera como delincuente barriobajero, y «chulo» se utiliza para referise al «padrote», como le decimos en México al regenteador de mujeres, aunque también significa simplemente alguien que presume descaradamente (En Madrid son ya clásicas las figuras de los «chuletas» y las «chulapas» castizas, popularizadas en las zarzuelas y verbenas).
  • «Cascar» es golpear, pegarle a alguien, si bien es cierto que cuando se dice que alguien «se la casca» quiere decir que se masturba, término que también se esconde en otro modismo, de suerte que cuando un español llega a nuestro país se sorprende de ver anuncios de «comida corrida».
  • Las «pipas» son las famosas semillitas de nuestras «Marías» en México, y las más comunes son de la planta del girasol, y menos las de calabaza. Los «kikos», por otra parte, son granos de maíz tostado. Los «panchitos» son los frutos de los cacahuetes.

Por otra parte, sepa usted que en España se acostumbra saludar, hombres con mujeres y las mujeres entre ellas, con dos besos en las mejillas, de modo que no deje a la persona a medio camino. Es por un lado y otro de la cara.

También en las comidas formales se sirve un primer plato y un segundo plato, además del postre y el café. Y si después le entra «morriña» quiere decir sueño o aburrimiento, aunque es una palabra muy de Galicia para evocar la nostalgia por su tierra.

No se sorprenda, pues, si cada día usted ve cerrados los comercios, de 2 a 5 de la tarde, pues los españoles, por costumbre, en su gran mayoría, no se pierden la siesta después de la comida (si pueden), aunque con la crisis financiera que se carga toda España en 2013 las cosas pueden cambiar.

Ahora que si le ofrecen a usted una bocata, le están diciendo que es un torta fría, y una de ellas es «de bonito», lo cual no es más que atún. Bocata de bonito, pues, ya sabe lo que significa.

Comida muy típica de esta región son los «callos madrileños«, pero no se sorprenda. No es lo que usted piensa: se trata de nuestro exquisito «menudo» (los intestinos de la res), aunque aquí sin picante, porque sí existen las «guindillas», pero los europeos en general no acostumbran irritar su paladar al comer.

Tampoco comen nuestras conocidísimas tortillas de maíz o de trigo, pero sí, en cambio, viven cargados de «pistolas«, que es una forma de pan largo, al estilo baguette. Por tanto, cuando le ofrecen una «tostada» no es lo que nosotros entendemos (una tortilla dorada, casi siempre color rojo), sino un pan de caja pasado por el fuego.

Y si se le antoja uno de los que llamamos licuados en México, aquí se piden como «batidos«, y si los quiere con popotes no le entenderán, porque los españoles les llaman a éstos «pajitas» o «pajas». Si quiere un jugo de fruta pida un «zumo» (un «sumo», pronunciarían los andaluces), y si lo prefiere de durazno, diga de «melocotón».

«Caña» es una medida para cualquier líquido. De modo que en un bar generalmente le dicen «caña» a un vaso de cerveza. Cualquiera llega y pide «una caña». Lo que le sirven es el espumoso líquido negro o amarillento. O una «caña» de sidra, o póngame un café con leche en vaso de «caña».

Por último, sepa que aquí se da un tirón de orejas por cada año que cumple el agasajado en una fiesta de cumpleaños. ¿Imagínese cuándo terminan con un cincuentón? Por eso se hace generalmente con los niños quienes ni de relajo conocen la canción  que nosotros llamamos «Las mañanitas».

Y si contesta el teléfono no diga «bueno». ¿Qué es eso? ¿Qué significa «bueno»? Nada; en España ante la bocina del aparato, lo correcto es «¿sí?» o «dígame», y el tradicional «hasta luego» que se oye solemne y sonoro en voz de estos tíos y tías.

Así es que ya sabe: si viaja a Madrid, deténgase a pensar en cada término que no conozca y pregunte antes su significado real, de acuerdo con su contexto, no vaya a ser que lo pillen en una broma o que se vaya a enojar porque le dicen que tiene muy grande el culo: simplemente le están diciendo que está muy caderón o caderona.

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