Nuevas direcciones para la investigación en comunicación participativa

  • De lo normativo a lo práctico.
  • El desafío es diferente: entender flaquezas y fortalezas de la participación tanto en el análisis teórico como la práctica para evitar caer en argumentos puramente idealistas.

 

Imagen: "Social Media 01" por Rosaura Ochoa @ Flickr

Imagen: «Social Media 01» por Rosaura Ochoa @ Flickr

Por Silvio Waisbord / Nancy Morris

El tema de la comunicación participativa para el cambio social, particularmente en sus interacciones con los medios masivos de comunicación, tiene una larga y rica trayectoria en América Latina. A la luz de recientes experiencias en la región, es oportuno revisar cuestiones relacionadas con dichas interacciones. Las continuas movilizaciones populares sobre temas fundamentales en la región  –educación, salud, derechos civiles, medio ambiente–  y la explosión de los “medios sociales” son algunos de los fenómenos que sugieren tanto la vigencia como la complejidad de la cuestión de la participación. Debatir las implicaciones teóricas y analíticas de los casos analizados requiere entender la multi-dimensionalidad de la participación. El propósito de este artículo es discutir las premisas analíticas y normativas que subyacen en el estudio de la comunicación participativa a fin de repensar futuras direcciones de trabajo.

No hay duda de que la idea de participación ha sido adoptada en el estudio de la comunicación para el cambio social, así como en programas de cooperación internacional. Esto no implica que haya sido universalmente aplicada, que sea prioridad, o que haya acuerdo sobre precisamente de qué se trata. El centro de la discusión actual es diferente a décadas atrás cuando enfoques difusionistas, que ponían el acento en la diseminación de información y estaban apoyados en marcos epistemológicos individualistas y psico-sociales, dominaban el campo de la comunicación. Hoy en día, el debate está situado en torno a preguntas sobre la aplicación de premisas participativas en innumerables iniciativas de cambio social, sustentos conceptuales, y sus resultados. De hecho, trabajos recientes (de Cooke & Kothari; Hickey & Mohan) han concluido que hay una nueva tiranía según la cual la participación se ha convertido en idea imperiosa que tiene, al menos, apoyo retórico.

Por lo tanto, insistir en la importancia de la participación como concepto insignia y horizonte normativo de la comunicación para el desarrollo social no agrega demasiado al debate global. La participación se ha colocado al centro de las ciencias sociales contemporáneas, desde la comunicación hasta la sociología y la geografía. El desafío es diferente: entender flaquezas y fortalezas de la participación tanto en el análisis teórico como la práctica para evitar caer en argumentos puramente idealistas.

Aquí proponemos una serie de temas y preguntas  para mover el estudio de la comunicación participativa en nuevas direcciones, y señalamos los aportes de conceptos y enfoques tomados del estudio de la comunicación y los medios.

 

La ética universalista de la participación

Una cuestión poco tratada en la literatura es la premisa universalista de la idea de comunicación participativa. Si bien está articulada desde una concepción que prioriza la diversidad y equidad de conocimientos frente a visiones homogéneas del cambio social, es innegable que está sostenida en una perspectiva universalista según la cual la participación debe ser la columna vertebral del cambio social. Si bien se critica las ambiciones universalistas del desarrollismo modernista por ofrecer una perspectiva lineal y única sobre sociedades deseables, el participacionismo asume un valor central, válido a nivel global, tanto como horizonte normativo como estrategia para el cambio.  Esta premisa implícitamente se coloca en un debate difícil y sensible sobre las aspiraciones globalistas de ciertos conceptos éticos (como los derechos humanos, la verdad, o la multiculturalidad), al mismo tiempo que reivindica una posición que defiende el particularismo. Subyace una tensión importante entre valores evidentemente contrapuestos que precisa ser discutida.

¿Cómo resolver el dilema de la promoción de la participación en culturas con visiones estrechas de cuándo y quién debe participar ? ¿Quién está autorizado a comunicar y ser protagonistas del diálogo? ¿Qué ocurre cuando se promueve la participación de mujeres y niños en sociedades donde su exclusión se basa en principios locales, es decir, en ideas troncales de la comunicación participativa? ¿Qué hay si la jerarquía se prioriza por sobre el empoderamiento de grupos subalternos? ¿Cómo se conjugan los principios de la participación con el valor de las tradiciones y decisiones locales?

Lamentablemente, estas preguntas están ausentes en el debate sobre la participación a pesar de numerosos ejemplos  de confrontaciones entre principios universalistas y particularistas.  Estas disyuntivas se presentan, por ejemplo, en la eliminación de la circuncisión genital femenina en África Occidental donde, en varias comunidades, las ideas de empoderamiento y de decisión a través de procesos participativos chocan contra argumentos sostenidos en la soberanía cultural de la preservación de prácticas religiosas basadas en tradición. Asimismo, el trabajo de UNICEF sobre el fortalecimiento de los derechos de los niños inevitablemente entra en conflicto con visiones tradicionales que asumen que su voz y participación estén sujetas a los intereses de los jefes de familia. Iniciativas para promover el empoderamiento femenino en torno al acceso a microcréditos y la autonomía en decisiones de negocios y financieras en India están en conflicto con preceptos culturales y religiosos que asigna a las mujeres un rol subordinado a sus esposos y familias políticas. Esta clase de tensión no se ve solamente fuera de Occidente. Por ejemplo, los organizadores de un proyecto de promoción de la salud en una comunidad aislada religiosa canadiense se encontraron en un dilema de principios porque la cultura del grupo se fundaba en la autoridad jerárquica.  De ahí que “una orientación emancipatoria y comunitaria se posiciona en contra de las normas, las expectativas y los deseos de la comunidad”. Estos casos plantean dilemas enraizados en la promoción de la comunicación participativa cuando tal principio contradice creencias y prácticas locales.

No hay alternativa a este dilema: la participación como ideal normativo siempre implica intervenciones que contradicen su principio de la auto-determinación. La participación comunicativa conlleva la expectativa de crear y reforzar normas políticas y culturales que son débiles en comunidades alrededor del mundo. El empoderamiento no es bien recibido universalmente como horizonte del cambio social.

Es equivocado pensar esto desde una perspectiva del consenso ya que el conflicto, especialmente cuando se dirimen cuestiones de poder comunicativo, es inevitable. El problema, a tono con el espíritu de la comunicación participativa, es cuando el cambio es promovido o inducido externamente — cuando la participación y la deliberación aparecen como impuestos desde afuera más que como demandas de procesos locales.

Una manera de lidiar con esta cuestión es identificar las prioridades locales antes de lanzar o apoyar una iniciativa participativa. Esta clase de exploración debe ser en sí una forma de participación, como varios analistas han indicado (entre ellos Chambers y McDivitt). Por otra parte, hay varios grados y clases de participación, que pueden ser interpretados y recibidos de diferentes formas en distintas comunidades. Estas consideraciones deben ser enmarcadas dentro de la persistente falta de una definición única de participación.

 

El significado de la idea de  participación

Aunque el concepto de la comunicación participativa está establecido, y aunque desde hace más de dos décadas alguna medida de reconocimiento del valor de la participación comunitaria ha sido una norma dentro del campo de la comunicación para el cambio social, no existe una definición ampliamente aceptada.

El marco del modelo participativo se remonta al concepto de Paulo Freire de diálogo horizontal, no jerárquico entre maestro y estudiante. Se postula que el diálogo es fundamental para el empoderamiento individual y comunitario que contribuye a prácticas democráticas, y este proceso contribuye a la disminución de la desigualdad social. Los intentos de aplicar estos conceptos generales e idealistas a proyectos específicos de cambio social han cruzado con una gama de definiciones, metas, y estrategias de evaluación.

Las definiciones proveídas por investigadores de la participación para el cambio social varían en sus grados de especificidad, y se ha comentado que es una idea conceptualmente borrosa. La falta de claridad y acuerdo entre los que emplean el término requieren examinarse. Las definiciones de la participación varían en torno a dos ejes: primero, el objetivo de la participación dentro de una filosofía orientadora de la comunicación para el cambio social, y segundo, el grado de participación comunitaria en las distintas etapas de una iniciativa de cambio.

El objetivo de la participación se ve en algunos casos como una herramienta para lograr la meta de algún cambio social deseado. En otros casos, la participación es la meta misma – es un proceso que por involucrar a miembros de la comunidad en diálogo sobre cosas que les afectan es en sí un cambio social. Muchos proyectos evidencian aspectos de ambos propósitos, en diferentes proporciones. Si el objetivo de un proyecto se deriva de las metas típicas del cambio social como son, por ejemplo, el mejoramiento de la salud infantil o del medioambiente, la participación es más bien una estrategia: una categoría de comunicación que se supone conduce al resultado deseado. Por ejemplo, en un libro sobre comunicación para la salud pública que apenas trata el tema de la participación, Haider y Pal sugieren usar “la participación activa” de los grupos comunitarios para extender el alcance de información sobre salud. Al otro extremo, en algunos proyectos la filosofía orientador es la de la participación misma. En tales casos, “el énfasis se pone en los procesos, no en los resultados”, con el objetivo explícito de lograr el empoderamiento y aumentar el control de la comunidad sobre sus asuntos.

El nivel de participación comunitaria necesaria para que un proyecto se considere participativo es otro aspecto del tema sobre el cual no hay acuerdo. Un proceso de cambio social participativo puede incluir la participación en una o todas las fases: de la identificación del  problema social a tratar (la salud infantil, la educación, etcétera), el análisis del problema, la planificación de los pasos a seguir en solucionar el problema, el llevar a cabo el programa, y la evaluación y seguimiento del mismo. Dentro de estas fases, la participación puede variar de la presencia simbólica de un miembro de la comunidad en reuniones a un alto grado de gestión y liderazgo comunitarios.

Estas complejidades se extienden a una multiplicidad de actitudes hacia la evaluación. Ya que tiende a haber metas del cambio social específico por encima de la de la participación en sí, se pueden evaluar ambas clases de metas por separado o en conjunto. A veces se denominan los datos sobre los cambios sociales deseados “indicadores de resultados” y los datos sobre los niveles de la participación comunitaria “indicadores de procesos”. En cuanto a la evaluación de los resultados, se ha empleado medidas típicas como número de niños vacunados o visitas a clínicas. En cuanto a indicadores de procesos participatorios, algunos investigadores han dicho que evidencia del éxito se ve en que se hicieron reuniones que asistieron miembros de la comunidad, o que hubo diálogo, o que los procesos comunitarios se democratizaron.

Dada esta variedad de factores, está claro que la frase “comunicación participativa” no indica en sí de qué se trata, y que puede haber brechas grandes de entendimiento si no se reconoce la falta de una definición acordada de lo que es la participación.

 

La institucionalización de la participación

Un tema central que no ha recibido suficiente atención en el análisis de la comunicación participativa es el contexto institucional. Es imposible entender el proceso de participación por fuera de las estructuras existentes de liderazgo, jerarquía, toma de decisiones, y la canalización de demandas sociales. La participación no existe en un vacío institucional sino que existe dentro de contextos específicos vinculados con la existencia y funcionamiento de una variedad de organizaciones. Es preciso resaltar la importancia de cómo la participación fluye en instituciones o se institucionaliza con prácticas y normas determinadas. Por ejemplo, es ilusorio y equivocado intentar comprender la participación en salud fuera de los sistemas de salud o las instituciones locales vinculadas a estos temas (desde grupos de madres hasta organizaciones religiosas y no gubernamentales que brindan servicios sociales).

Aun si se hiciera un proyecto espontáneo por fuera de los canales establecidos, es factible que eventualmente se articulara con reglas y regímenes institucionales. Este tema es una vieja preocupación de la ciencia política interesada en la institucionalización de participación y la representación en organizaciones determinadas, desde los partidos políticos hasta los parlamentos y los movimientos sociales. Sin embargo, los contextos institucionales de la participación es una cuestión que aun permanece poco estudiada en el campo de la comunicación y el cambio social.

Por una parte, la institucionalización de instancias participativas es la última meta, es decir que los miembros de la comunidad sean protagonistas y dueños de un proceso de cambio social. Estos temas figuran prominentemente en las agendas y objetivos de políticas de desarrollo social tanto de agencias de cooperación como de organismos gubernamentales. Trabajos académicos recientes como el de Haider y Pal reflejan este sentimiento:

“Es importante construir capacidad que involucre múltiples sectores responsables de monitorear y gerenciar la planificación, implementación y evaluación de … iniciativas, sin intervención externa”.

La armazón institucional que existe en cualquier comunidad, más allá de sus fortalezas o debilidades, como así también dinámicas políticas, no pueden ser ignoradas para entender la participación ya que tanto brindan oportunidades como ponen desafíos.

Entender el “capital comunicacional” en una comunidad, parafraseando el concepto de “capital social” tan discutido en la literatura sobre desarrollo internacional en las últimas décadas, es crucial para comprender el proceso de participación: dónde la gente conversa sobre problemas comunes, qué recursos institucionales dispone para plantear demandas y sugerir cursos de acción, qué fuentes de información existen, cuál es la influencia de organizaciones locales en el flujo comunicativo. Asimismo, hay situaciones hostiles y otras conducentes a la participación; las posibilidades como los resultados difieren.  A nivel local, pueden existir estructuras partidarias, clientelisticas, comunitarias y caritativas que vinculan diferentes tipos de comunicación participativa. Por otra parte, a nivel internacional, es importante entender cómo se ve la participación desde diferentes instituciones globales que apoyan procesos de cambio social. Si el modelo de la participación comunicativa originariamente surgiera como crítica justificada a la idea de desarrollo y cambio social como inducido desde fuera y controlado por “expertos” técnicos, es preciso entender la interacción entre participación local e iniciativas nacionales y globales. Esta interacción no está únicamente influenciada por el capital comunicacional local, sino también por el enfoque adoptado por organizaciones internacionales, especialmente si éstas últimas están involucradas mediante el aporte de fondos y experiencia técnica.

A pesar del interés y la retórica a favor la participación, persisten obstáculos importantes para apoyar iniciativas locales participativas dentro de las agencias internacionales. Los requisitos burocráticos de predictibilidad impiden que exista un apoyo sostenido e importante.  La participación local previsiblemente opera según dinámicas que no siempre encajan con las prioridades de los organismos internacionales. Además, en general por más participativo que sea un proyecto, más tiempo se necesita para llevarlo a cabo, que a menudo no cabe con el ciclo de propuesta/proyecto/evaluación de las grandes agencias internacionales. La preferencia por enfoques convencionales que contradicen principios de la comunicación participativa está anclada no en cuestiones ideológicas o teóricas, sino en requisitos organizacionales contrarios a las dinámicas que requiere cualquier iniciativa participativa. Por definición, estas son impredecibles ya que su resultado no puede anticiparse, y son inseparables de cuestiones políticas. Tales características son contrarias a la mentalidad de “gerenciamiento” en las agencias de cooperación internacional. Las expectativas habituales dentro de cualquier agencia de cooperación son de programar fondos y desembolsos, obtener resultados medibles según estándares comunes, y controlar el desarrollo y objetivos (Waisbord, 2008). Tales requisitos no siempre pueden ser cumplidos en procesos que son efectivamente participativos.

Considerando estas diferencias, no sorprende que existan tensiones en la vinculación entre participación local y las expectativas de los organismos internacionales, ya que operan según lógicas diferentes que no siempre están en sintonía. Lo que está en discusión es el control de cualquier iniciativa de cambio social. Cualquier donante o agencia técnica tiene expectativas puntuales e intereses en un programa que contribuya a cambios determinados como, por ejemplo, índices de vacunación, aumento de escolaridad, o utilización de microcréditos.

Un paso para enfrentar los requisitos institucionales es sugerido por Thomas Jacobson. A diferencia de los métodos cualitativos etnográficos generalmente empleados para evaluar la comunicación participativa, Jacobson propone usar medidas cuantitativas del “diálogo participativo” siguiendo un modelo Habermasiano, para poder proveer indicadores que presentar a las organizaciones de cooperación que requieren tales clases de datos.

 

La contribución de un enfoque desde el campo de la comunicación

Existen una variedad de enfoques sobre la comunicación participativa, desde aquellos interesados en usos comunitarios de los medios hasta otros focalizados en la vinculación entre medios y redes interpersonales de influencia. En gran medida, los diferentes marcos teóricos respondían a la división entre comunicación masiva e interpersonal y al desarrollo paralelo de tradiciones teóricas e investigativas en el campo del desarrollo y el cambio social. Hoy en día, sin embargo, existe creciente interés en diferentes vínculos entre medios, comunidades y participación, en parte porque los medios digitales superan la separación entre “lo masivo”, “lo comunitario” y “lo personal”. La integración de medios audiovisuales y escritos, y el fin de divisiones entre medios “individuales” y “masivos” sugiere nuevas preguntas para entender el cruce entre comunicación y participación.

Ya que la participación es un concepto extendido en las ciencias sociales, vale la pena aclarar qué agregan los estudios de la comunicación y los medios al debate contemporáneo sobre el tema. Es preciso que el campo de la comunicación reconozca los múltiples abordajes al tema y contribuya a definir la importancia de entender dimensiones comunicacionales en la participación. No hay respuestas fáciles a esta cuestión, en parte debido al pluralismo epistemológico de la comunicación. No hay un solo objeto de conocimiento como resultado de la convergencia de diferentes miradas disciplinarias en el estudio de la comunicación y los medios.

Si el interés está puesto en las redes interpersonales de comunicación, el foco está en entender como esas redes contribuyen a o inhiben la participación. En cambio, desde perspectivas centradas en los medios, el análisis apunta a entender la utilización de varias tecnologías en procesos participativos. En la literatura latinoamericana, es claro que el primer tema ha recibido escasa atención, mientras que el segundo ha sido objeto de gran cantidad de estudios y experiencias.

Históricamente, la radio y el video fueron consideradas como tecnologías con enorme potencial para promover la participación. Tanto las experiencias en radio en la década del cincuenta como en video en los setenta en America Latina estuvieron basadas en la noción que ambas tecnologías ofrecen facilidad de acceso, particularmente comparadas con la televisión, que permite catalizar procesos participativos. Esto generó experiencias a lo largo de la región en utilizar medios con fines participativos y comunitarios. Ya sea en situaciones de dictadura o democracia, los usos participativos de los medios permiten la expresión de una diversidad de intereses que suelen estar ausentes o son distorsionados debido a intereses y sesgos propios en los “grandes medios.” Asimismo, la convicción que determinados medios pueden ofrecer plataformas participativas motivó la movilización en torno a la legislación de medios comunitarios como así también debates públicos y parlamentarios sobre la necesidad de priorizar el amplio acceso a medios controlados por organizaciones cívicas. Tales preocupaciones y esperanzas continúan vigentes, como lo demuestran experiencias recientes alrededor del mundo según las cuales los usos participativos de las “viejas tecnologías” ofrecen importantes alternativas para la expresión y el dialogo comunitario. Frente al comercialismo e insistencia en información de única vía de los grandes medios, los medios comunitarios permiten mayor interactividad y ofrecen posibilidades para la comunicación entendida como proceso iterativo.

Más allá de las oportunidades que continúan ofreciendo los “viejos medios” para canalizar la participación, el análisis reciente se ha focalizado en las tecnologías digitales. La noción de “participación digital” no solamente está al centro de varias agendas de investigación, sino que se convirtió en objetivo para una amplia variedad de organizaciones y movimientos. No es exagerado decir que la idea de “medios participativos” está en todas partes y que ya no es solo objeto de interés de movimientos alternativos. Está presente en la publicidad de empresas de tecnologías y redes sociales como Facebook y YouTube que alaban la participación y se presentan como modelos de nuevas formas de comunicación. También se manifiesta en la organización de acciones colectivas contra el capitalismo, el cambio climático, el desempleo y otras cuestiones; las nuevas tecnologías ofrecen nuevas formas de vehiculizar  opiniones y canalizar expresiones. Asimismo, existe como principio rector en una variedad de iniciativas destinadas a capitalizar las oportunidades de las tecnológicas digitales para fortalecer la participación ciudadana. Desde la instalación de kioscos tecnológicos para facilitar acceso a computadores e Internet hasta la puesta en marcha de plataformas para promover el “gobierno electrónico”, una gama de experiencias muestran las posibilidades que ofrecen las tecnologías digitales para estimular la participación y superar barreras “comunicacionales”.

Comparada con la participación bajo las nuevas tecnologías, la gran diferencia de la “participación 2.0”  es que las tecnologías están absolutamente incorporadas a la vida cotidiana. A medida que disminuye la brecha digital, los usos participativos de las nuevas tecnologías se vuelven comunes. La disponibilidad de una variedad de vías de acceso a Internet sumada a la popularidad de las redes sociales permitió que la participación comunicacional se convirtieras en fenómeno habitual más que una práctica puntual o esporádica. Oportunidades para el diálogo ya no residen en un lugar separado –en el estudio de radio o centros comunitarios–  sino que están al alcance de la mano para quienes tienen acceso Internet. La telefonía móvil y otras plataformas ofrecen puntos de entrada permanentes para emitir opinión, compartir ideas, mantener diálogo. Son canales múltiples que facilitan la interacción entre varios públicos simultáneamente a diferencia del consumo convencional de medios tradicionales. La realidad de públicos permanentemente conectados obliga a repensar cuestiones vitales de la comunicación participativa.

 

Dos temas van más allá de las clásicas cuestiones en la literatura.

Un tema es la relación  –o falta de relación–  entre la comunicación participativa y el cambio social. La cuestión de la participación no es únicamente un problema de acceso a tener voz, a poder expresar opiniones y discutir problemas comunes, sino que también debe considerar la vinculación entre comunicación, procesos políticos y toma de decisiones. Entender la participación comunicacional principalmente como una cuestión de diálogo y pluralidad de perspectivas es importante pero no es suficiente si no se entienden las implicaciones para la vida pública y su vinculación con instancias de decisión. Aun cuando existan oportunidades para que diferentes voces sean expresadas, no es claro que sean igualmente escuchadas o tenidas en cuenta en momentos de decisión y asignación de recursos. Solicitar a los ciudadanos opiniones por radio o correo electrónico sobre determinadas cuestiones, proveer “pizarras públicas” para la expresión de demandas, o instituir diálogos en plataformas digitales no garantiza que el cúmulo de opiniones tenga influencia alguna en decisiones. La multiplicación de posibilidades de diálogo es bienvenida en tanto permite reducir desigualdades de expresión, pero, por si sola, no combate o debilita jerarquías que afectan la distribución de recursos, políticas, o responsabilidades. De aquí, que es importante analizar el diálogo participativo en conexión con procesos más amplios políticos y de gobernabilidad a nivel local, nacional o global. La cuestión no es solamente “¿Quién habla?” o “¿Quién puede hablar?” sino “¿Quién escucha?”  y “¿Quién responde?” El diálogo es un paso importante, pero no equivale al cambio social si entendemos que éste se vincula a la justicia social y la igualdad de oportunidades. La formación de esferas participativas, ancladas en medios tradicionales o digitales, debe vincularse con su articulación (o falta) con la toma de decisiones.

Otro tema importante es quiénes participan en diálogo comunitario – si son personas con perspectivas similares o diferentes. La cristalización de públicos segmentados según posiciones sociales, demográficas, ideológicas, políticas, y religiosas no necesariamente conduce a diálogos entre visiones diferentes ya que pueden perfectamente conversar sin estar expuestos a ideas diferentes. La presencia de “islas ideológicas” es preocupante en tanto la democracia supone la comunicación en diversidad. No es, por lo tanto, una cuestión solamente de oportunidades para el intercambio de ideas sino además de entender las características de públicos y el tipo de conversación.

Más que conclusiones definitivas sobre la comunicación participativa, surgen nuevos interrogantes debido a las características y oportunidades de las tecnologías digitales,  la complejidad cultural y social de la democracia, y la creciente multiculturalidad en medio de la globalización de flujos de personas, culturas, e ideas. Argumentar que es necesario que existan “medios participativos” para promover comunicación horizontal es importante pero es demasiado abstracto. No porque los “grandes medios” se hayan convertido en aliados de la comunicación participativa  –aunque es cierto que eso ha sucedido en los casos del uso comunitario de recursos comerciales como Twitter, Facebook, y YouTube–  sino debido a la multiplicación de oportunidades para que diferentes públicos dialoguen sobre temas comunes. Insistir en la necesidad de mecanismos que faciliten la comunicación participativa, tales como legislación que favorezca medios comunitarios o la inclusión de diferentes instancias participativas en la política, es fundamental. Es necesario, sin embargo, repensar estas cuestiones en una ecología mediática de la abundancia, revolucionada por la creciente penetración de tecnologías que permitan la comunicación de red.

Aquí el campo de la comunicación puede ofrecer guías sólidas  para entender las interacciones entre individuos y grupos y saber cómo facilitarlas, especialmente en cuanto a fomentar diálogo entre grupos que tienen perspectivas distintas.  Los estudiosos de la comunicación interpersonal pueden aportar sus conocimientos. En cuanto al uso de la tecnología, los estudiosos de los medios ofrecen el análisis de las nuevas tecnologías como canales de comunicación que están inscritos en sistemas y contextos más amplios.

Los enfoques característicos del estudio de la comunicación       –los análisis de los procesos e instituciones involucrados en crear mensajes, de los textos mismos de los mensajes, y del público y su recepción de los mensajes–  proveen marcos que pueden enriquecer el entendimiento de la comunicación participativa.  Además, es imprescindible tener en cuenta que no se puede estudiar la comunicación fuera de su contexto amplio político-socioecónomico.

Dentro de los límites y las posibilidades ofrecidos por el contexto amplio se sitúa la posición de los creadores de los mensajes. Ver la creación de mensajes como producto del contexto tanto como del grupo social es necesario para confrontar las tensiones y las premisas universalistas de la participación. Pasando de la creación a los mensajes mismos, nos encontramos con artefactos  –imágenes o palabras grabadas, vistas o escuchadas–  que son por una parte objetivamente perceptible y estudiable. Por otra parte, estudios de comunicación y recepción demuestran que analizar el texto no significa saber cómo lo va a interpretar diferentes individuos y públicos. Hemos aprendido que lo que se intenta decir y lo que se entiende no son necesariamente iguales, aún con mensajes muy sencillos o dentro de comunidades relativamente monolíticas.

Como se señaló anteriormente, cualquier instancia de comunicación participativa tiene que estar entendida dentro de su contexto institucional y político particular. Tal contextualización también implica analizar tradiciones de participación. No hay modelo único ni experiencias iguales. En algunas comunidades hay amplia experiencia de participación en un sinnúmero de cuestiones, en otras no. Por lo tanto, es posible pensar que la comunicación participativa adquiere diferentes significados en distintos contextos y que haya expectativas opuestas sobre la factibilidad y los resultados. Tomar en cuenta estas cuestiones sería un paso hacia una consideración de la comunicación participativa que puede tratarla desde un punto de vista menos normativo y más práctico.

Conclusión

Las reflexiones expuestas están basadas en la convicción de que es preciso colocar la agenda de investigación sobre comunicación participativa mas allá de los parámetros originariamente delineados hace medio siglo. El mundo comunicacional cambió sustancialmente en épocas de abundancia de oportunidades y tecnologías. Décadas después, tenemos una cantidad de experiencias y documentaciones sobre la suerte de diferentes intervenciones y experiencias guiadas por principios participativos.

La participación requiere autonomía, rasgo que a menudo choca con necesidades burocráticas. Por lo tanto, es preciso entender los contextos institucionales externos e internos que afectan experiencias participativas. Esto implica ir más allá de asumir la participación como valor deseable, y profundizar el análisis de factores que promueven o dificultan la participación. Adoptar una perspectiva comparada sobre participación y contextos institucionales es importante para entender las ventajas y desafíos que existen en diferentes comunidades.

A la vez, insistir que la participación es en sí la solución a problemas de desigualdad social es simplista.  ¿Podemos decir con confianza que cualquier instancia de cambio social fue únicamente alimentada por procesos participativos? ¿Se puede argumentar que procesos comunicativos participativos inevitablemente desembocan en justicia social mayores derechos? ¿Es factible construir un argumento teórico que resuma lo que sabemos sobre la contribución de la comunicación participativa al cambio social?

Declamar la importancia de la participación no es suficiente sin considerar nuevas preguntas y afinar argumentos sustentados en la riqueza empírica. Principios normativos y teóricos sirven como horizonte y referencia de cuestiones que precisan ser analizadas, pero no agotan la necesidad de revisar supuestos sobre la importancia de la comunicación participativa en el cambio social. Sin tener una mirada crítica, que recoja e integre la riqueza de experiencias y desarrollos teóricos en torno al tema de la participación, es factible que terminemos argumentando lo que ya sabemos. Esto último no solamente es poco interesante sino que va contra los principios del pensamiento crítico que sustenta la tradición de investigación y practica en comunicación participativa.

Anunciar que la participación es importante y precisa estar al centro de la comunicación para el cambio social es repetir lo ya sabido o dirigirse a quienes ya están convencidos sobre sus méritos. Nuestro interés principal es levantar la presencia de las cuestiones mencionadas y contribuir al desarrollo de una sensibilidad sobre las premisas que guían el trabajo. De este modo, se pueden formular nuevas líneas de investigación que respondan a desarrollos teóricos y empíricos recientes e indaguen más profundamente sobre nuevas condiciones y oportunidades comunicativas.

 

 

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  1. […] "La participación requiere autonomía, rasgo que a menudo choca con necesidades burocráticas. Por lo tanto, es preciso entender los contextos institucionales externos e internos que afectan experiencias participativas. Esto implica ir más allá de asumir la participación como valor deseable, y profundizar el análisis de factores que promueven o dificultan la participación. Adoptar una perspectiva comparada sobre participación y contextos institucionales es importante para entender las ventajas y desafíos que existen en diferentes comunidades.A la vez, insistir que la participación es en sí la solución a problemas de desigualdad social es simplista. ¿Podemos decir con confianza que cualquier instancia de cambio social fue únicamente alimentada por procesos participativos? ¿Se puede argumentar que procesos comunicativos participativos inevitablemente desembocan en justicia social mayores derechos? ¿Es factible construir un argumento teórico que resuma lo que sabemos sobre la contribución de la comunicación participativa al cambio social?."  […]

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