Omar Raúl en Monterrey

Su huella en el mundo académico

En el Monterrey académico de principios de este siglo, pronunciar el nombre de Omar Raúl era referirse, por antonomasia, al del periodista capitalino –»chilango», decía él– que estaba escribiendo páginas brillantes en los anales de la historia de «el mejor oficio del mundo» (Gabriel García Márquez dixit) y que tenía una fiebre incontrolable por trascender más allá de las fronteras no solamente de la ciudad de México sino del país mismo.

Omar Raúl y Clara Narváez, su compañera de vida - Foto: Archivo Familiar

Por José Luis Esquivel Hernández

No hacía falta agregarle el apellido Martínez, excepto cuando tramitábamos su boleto de avión y el hospedaje en el hotel durante las ocasiones en que vino a dictar cátedra en la Universidad Autónoma de Nuevo León. Omar Raúl lo decía todo. Y su persona envolvía con firmeza un catálogo de virtudes humanas y profesionales que lo hacían conectar con su audiencia y los amigos que logró hacer en tierra regiomontana.

La Fundación Manuel Buendía y la Revista Mexicana de Comunicación eran su pasión intelectual que lo hacían desdoblarse de mil formas y alargar los días de 24 a 48 horas para trabajar intensamente. Clarita Narváez, su pareja, no me dejará mentir que hasta en sueños concebía sus textos bien aseados y saltaba de la cama en las madrugadas para que no se borrara la idea central y poder dar forma cabal al mensaje que bullía en su cerebro durante largo tiempo.

Por eso Omar Raúl dejó huella en el mundo académico de Monterrey y más allá de este entorno geográfico, por las relaciones que de aquí se ramificaron inclusive en el extranjero por obra y gracia de nuestro quehacer profesional. Supo abrir surco, arrojar la semilla y cosechar algunos frutos. Porque desde que llegaba al aeropuerto internacional disparaba su ametralladora de palabras dando cuenta de mil novedades sobre las ciencias de la comunicación y, particularmente, sobre el periodismo, a la vez que guardaba silencio y era todo oídos instantáneamente cuando preguntaba a sus interlocutores cómo estaban esas cosas por acá, en el noreste de México. Y a partir de ahí las charlas enriquecedoras nutrían el claustro de nuestra universidad pública.

Fueron muchas, muchas veces las que lo tuvimos entre nosotros. Frente a alumnos de Ciencias de la Comunicación de la UANL o ante profesores-investigadores en forma personal o en congresos masivos dentro del Teatro Universitario y el auditorio de nuestra Facultad universitaria. Y gozamos su efervescente cátedra en torno a los géneros periodísticos, sus diatribas y críticas sobre las posturas ideológicas de la televisión y los principales diarios o sus intereses comerciales; sobre el rey del periodismo, es decir el reportaje en profundidad, y, no se diga, sobre la ética, derecho a la información, transparencia y legislación de los medios.

Pulsamos cómo tenía un interés desmedido por la corrección de estilo y le preocupaba tanta apatía de los alumnos actuales de periodismo que no leen y no se deciden a practicar desde las aulas ni a escribir por su cuenta ahora que tienen tantas plataformas al alcance de su mano. Luego  abría las páginas de la RMC a quienes quisieran aportar algo provechoso y así iba de un lado a otro, inclusive repartiendo libros y hasta una agenda especial del año 2009, como un heraldo de la cultura sin desanimarse nunca ni dar tregua al esfuerzo de hacer de México un mejor país a través de sus periodistas en ciernes o de los profesionales en la prensa, la radio, la TV y los nuevos medios digitales.

Hasta que un día notamos el vacío en sus páginas electrónicas y un compás de espera en la edición de la RMC lo que nos alertó de que algo negativo estaba sucediendo en su entorno. Y sí, pronto nos llegó la triste noticia de su enfermedad, aunque en las conversaciones telefónicas jamás lo escuchamos darse por vencido, pues todavía tuvo arrestos para trabajar al lado de amigos que aceptaron el reto de la nueva etapa de la revista. Pero, sorpresivamente, se nos fue de un día para otro, sin que su ausencia física –aunque nos duele en el alma– signifique la claudicación en la lucha por sus ideales sobre un mejor periodismo y una juventud más preparada en el frente de los medios.

No está ya entre nosotros Omar Raúl. No vendrá más a Monterrey con sus aires huracanados al andar y su daga punzante en la crítica de palabra o escrita. Pero con su recuerdo, queda también ese inmenso interés que le salía a borbotones por las venas para seguir adelante con sus ideales académicos. Aquí y en todas partes. Así será.

1 comentario a este texto
  1. Información Bitacoras.com

    Valora en Bitacoras.com: Su huella en el mundo académico En el Monterrey académico de principios de este siglo, pronunciar el nombre de Omar Raúl era referirse, por antonomasia, al del periodista capitalino –”chilango”, decía él– que es…

Deja una respuesta