Propaganda y sobrevivencia política

Juego de Ojos

Miguel Ángel Sánchez de Armas

A lo largo de los primeros años del siglo XX, mientras el Porfiriato se aproxima a su fin, durante la Revolución y en la reorganización del país, se registran las primeras campañas de propaganda anti mexicana de la era moderna, desatadas por la disputa por el petróleo. Díaz había dado un fuerte impulso a la inversión extranjera, en particular la destinada al desarrollo de los campos petroleros, y adecuó el marco legal para otorgar a los extranjeros la propiedad de los yacimientos, violentando un principio jurídico que venía desde la Colonia y reservaba, primero a la Corona y después a México, el dominio sobre los yacimientos. Así que las empresas vieron con creciente alarma el giro nacionalista y antiimperialista que daba la revolución triunfante y las crecientes evidencias de que se revertiría a la nación la soberanía de las riquezas del subsuelo.

La nueva Constitución mexicana y su artículo 27 pusieron en pie de guerra a las petroleras. Edward L. Doheny, dueño de la Mexican Petroleum Company, cabildeó personalmente y a través de terceros para forzar la mano del gobierno norteamericano a una invasión. Organizó un comité de hombres de negocios contra las anunciadas medidas nacionalistas en México, contrató a especialistas en propagada e invirtió en ellas millones de dólares. Hay estudiosos que creen que Doheny financió a los asesinos de Venustiano Carranza:

Fueron años de dificultades y peligros para el país. Los campos petroleros de Tampico estaban entre los más productivos del mundo y Estados Unidos, por su propio crecimiento industrial y ante la posibilidad de una guerra europea, los consideraba esenciales para su seguridad nacional. Entre 1914 —-cuando el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados en un complot en el que participó la Embajada de los Estados Unidos hombro con hombre con Huerta, y tuvo lugar la ocupación del puerto de Veracruz por tropas norteamericanas— y 1938 —cuando el gobierno de México decretó la expropiación de las empresas petroleras extranjeras—, la amenaza de una guerra se extendió sobre las dos naciones. Atizando vigorosamente ese desenlace estaba la mano de las petroleras.

Una inquietante pregunta que surge al revisar la sucesión de acontecimientos que llevaron a la expropiación petrolera es: ¿los Estados Unidos estuvieron dispuestos a utilizar la fuerza para garantizar el suministro de petróleo mexicano? En otras palabras, ¿la intervención armada estuvo entre las opciones analizadas por Washington para enfrentar el conflicto? No hay una respuesta fácil y tampoco hay una respuesta única. Por una parte, se debe suponer que los planes de contingencia debieron incluir un escenario armado; por otra, México y los Estados Unidos de 1938 eran otros países; el mundo era otro. El vecino nuestro que hoy invade y ocupa países y sacrifica vidas e invierte recursos inimaginables para garantizar el flujo de combustible en el Medio Oriente estaba a tres generaciones en el futuro. En 1938 Roosevelt tenía complejos problemas internos y el escenario internacional era de alta peligrosidad. Unos días antes de la expropiación, la Alemania nazi había anexado a Austria y la certeza de que los EU eventualmente se verían involucrados en una guerra europea colocó al “problema mexicano” en el cajón de los asuntos domésticos. Además, México no era un pequeño país al cual se podía tratar de controlar con la infantería de marina. Aparte de ser otros tiempos, otras las políticas y otro el mundo, alguna experiencia habían dejado los resultados del desembarco de 1914 en Veracruz.

Tampoco Estados Unidos tenía entonces el ejército y la marina en los cuales estamos acostumbrados a pensar, construidos y expandidos durante y después de la segunda guerra mundial. En 1938, el ejército tenía unos 147 mil hombres, con tres cuartos de esas fuerzas dispersos entre 130 puestos, la mayoría del tamaño de un batallón, en el territorio de Estados Unidos. El otro cuarto estaba estacionado en el exterior, sobre todo en la Zona del Canal y en Filipinas. La guardia nacional contaba con 200 mil hombres, eventualmente movilizables. La armada tenía 113,617 marineros y 18,223 infantes de marina (marines), con la mayor parte de la flota concentrada en la costa del Pacífico para defenderla contra la más verosímil amenaza naval, la del Japón.

En México, Lázaro Cárdenas y su hombre de confianza Francisco J. Múgica, militares con un desarrollado sentido estratégico, habían llegado a la conclusión de que difícilmente el vecino del norte se embarcaría en una aventura militar, particularmente cuando el conflicto entre los trabajadores y las empresas se había complicado por la negativa de éstas a someterse a la ley del país huésped. El gobierno de Roosevelt tenía empeñada su palabra en una “política del buen vecino” y en las conferencias panamericanas se había comprometido a poner fin a su política de intervenciones armadas. Como lo expresara en 1989 un estudiante de doctorado de la Universidad de Columbia, “Dos militares se habían consultado y habían acordado la expropiación, no en las oficinas de la ciudad, sino según los modos de decidir en las campañas donde ambos habían combatido […]. En sus previsiones entraban la situación internacional y sus relaciones de fuerzas; en sus ánimos, los reiterados agravios de las empresas; en sus cálculos, el factor sorpresa para paralizar y eventualmente dividir al adversario”.

No se debe perder de vista que en marzo de 1938 el apoyo popular al cardenismo se erosionaba aceleradamente por el deterioro de las condiciones de vida; la oposición política al régimen iba en ascenso; la prensa casi en su totalidad era contestataria y la situación internacional se complicaba día a día. Además de consideraciones de otra índole, era claro que la salvación del cardenismo estaba en la organización de un gran movimiento de cohesión interna, y éste fue la expropiación de las empresas petroleras. No faltan los estudiosos que sugieren que de no haber dado el paso de la expropiación, el gobierno cardenista no hubiese llegado al final de 1938. “Nunca soñé que fuera posible un movimiento de tales dimensiones. La gente creía llegado el día de la salvación”, recuerda en sus memorias el entonces Embajador de los Estados Unidos.

Cárdenas consignó en sus Apuntes la conveniencia de “un paso peligroso pero definitivo, sobre un remedio temporal que únicamente agravaría y prolongaría la enfermedad”. Pero de que tenía conciencia del peligro que se agazapaba en el terreno a transitar, da cuenta el recuerdo de su esposa: “La noche del 18 de marzo, entre las once y doce la noche, me pidió el General que despertara a Cuauhtémoc y lo bajara a su despacho para tomar una fotografía”. ¿Pensaba Cárdenas en un último recuerdo en vida con su familia?

Se ha repetido hasta la saciedad que la expropiación petrolera de 1938 es uno de los episodios nacionales del siglo XX mexicano más estudiados (quizá el más). La bibliografía al respecto es abundantísima, pero sorprende que el papel que jugaron las políticas de comunicación y las estrategias de propaganda, no haya recibido una atención igual.

Puede proponerse con certeza que el gobierno cardenista ha sido el único de la postrevolución que articuló políticas públicas de comunicación (en tanto que sus sucesores sólo han tomado medidas administrativas y coyunturales en este terreno) y que apoyado en ellas pudo articular una movilización masiva que dio cohesión y revitalizó políticamente al régimen, al mismo tiempo que le permitió eventualmente llevar la delantera en la guerra de propaganda que siguió a la expropiación.

La biografía de Cárdenas lo encuentra en casi todas sus etapas cerca de los medios y desde muy temprano entendió su capacidad de movilización. Está documentado que estuvo familiarizado con las teorías de Gustave Le Bon, y no hay razón para no creer que no las haya aplicado a su política de masas (Le Bon tuvo gran influencia con sus teoría sobre el inconsciente y la acción social y su pensamiento puede verse reflejado en las técnicas de liderazgo de los populismos del siglo XX). Tampoco es difícil suponer que haya conocido los trabajos del Comité para la Información Pública (CPI, por sus siglas en inglés), la oficina de propaganda organizada por Washington bajo el mando de George Creel para crear en la opinión pública norteamericana una actitud favorable a la participación en la primera guerra mundial. Y desde luego tuvo que estar familiarizado con los principios y teoría de la propaganda nazi. En este contexto, parece claro que Cárdenas, al mismo tiempo que organizó y condujo a buen fin una de las acciones político-económicas más importantes del México moderno, también concibió y aplicó una estrategia de comunicación que dio a la expropiación un profundo sentido de pertenencia nacional y convirtió al petróleo en uno de los símbolos de la mexicanidad que hoy en día está en el ADN cívico de los mexicanos, al lado del idioma, de la tortilla y de la Virgen de Guadalupe.

Molcajeteando…

El mecanismo de expropiación, amparado en la ley de 1936, se percibía como una provocación a la que Estados Unidos podría responder con la fuerza y no a través de las vías diplomáticas, de tal suerte que incluso personeros de la “izquierda nacionalista” como Vicente Lombardo Toledano creían prudente no provocar al poderoso vecino. Magdalena Mondragón refiere que después de una reunión que el entonces líder de la CTM y Juan Garay, del Sindicato Petrolero, tuvieron con Cárdenas en Los Pinos, aquél llegó a la Universidad Obrera “sumamente agitado y con gran alarma expresó sus temores de que los barcos de guerra ingleses y estadounidenses se presentaran en los puertos mexicanos”. Fernando Benítez consigna otro testimonio: “Lombardo me dijo que la solución era sumamente peligrosa y que creía que no era conveniente llegar a ese extremo [de la expropiación]. Bastaría con una ocupación temporal de sus bienes. Pensaba en la reacción de Estados Unidos y en el gran peligro que podría significar el que ejercitara represalias”.

Profesor – investigador del departamento de Ciencias de la Comunicación de la UPAEP, Puebla.
Presidente honorario de la Fundación Manuel Buendía.
Correo electrónico: sanchezdearmas@gmail.com

El siguiente es un ejemplo de cómo debe de citar este artículo:

Sánchez de Armas, Miguel Ángel, 2009: «Propaganda y sobrevivencia política»,
en Revista Mexicana de Comunicación en línea, Núm. 116, México, junio. Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/magsa.htm
Fecha de consulta: 17 de junio de 2009.

Deja una respuesta