Los medios de la guerra
- El código de honor en los conflictos armados: desafíos del periodismo.
- El control de los medios de comunicación en la guerra.
Por Rafael Reséndiz Rodríguez
Publicado originalmente en RMC 81
Hoy día, la comunicación y los medios no sólo forman parte de las estrategias generales de guerra, sino que se les asignan objetivos a corto plazo a través de la táctica, y se les designa su correspondiente logística, lo que incluye los pertrechos bélico-comunicacionales de las agencias de noticias y las cadenas de televisión. En este sentido, el siglo XX nos enseñó que cualquier acción militar no puede prescindir de la comunicación y menos aún de los medios que la propagan.
La primera víctima de la guerra siempre es la verdad”, predica un viejo dicho político-militar. Si bien es cierto que en la llamada guerra preventiva (y punitiva) en el Medio Oriente, la correlación de fuerzas, tanto estratégica como táctica y logísticamente, favorecía a Estados Unidos y su aliada, Gran Bretaña, resulta importante preguntarse si existe todavía un código de honor militar entre las partes beligerantes, al estilo del bosquejado por Sun-Tsé, en Les XIII articles sur l’art de la guerre.1
Esta vieja filosofía militar parece hoy día no tener vigencia alguna. Es más, habría que preguntarse si la noción de código de honor existe hoy en un conflicto que rompió de lleno el orden internacional y la multilateralidad defendida por la ONU y su Consejo de Seguridad.
Queda claro que en la clásica estrategia militar de Clausewitz2, o en aquella más reciente del general Beaufre3, donde el honor era aún parte del conflicto y su código defendido y acordado por las partes, la comunicación y sus medios no eran todavía un elemento fundamental de la estrategia. Por lo visto en los últimos conflictos, los media parecen ser las armas que exhiben la ruptura de ciertas normas y leyes de la guerra, que definen los códigos de honor, si es que aún existen algunos, fuera de los formales definidos en la Convención de Ginebra.
Hoy día, la comunicación y los medios no sólo forman parte de las estrategias generales de guerra, sino que se les asignan objetivos a corto plazo a través de la táctica, y se les designa su correspondiente logística, lo que incluye los pertrechos bélico-comunicacionales de las agencias de noticias y las cadenas de televisión.
En este sentido, el siglo XX nos enseñó que cualquier acción militar no puede prescindir de la comunicación, y menos aún de los medios que la propagan; así lo entendieron Lenin, Hitler, Mao y hasta el general Giap; no se diga de los altos mandos militares de los aliados o las coaliciones de países occidentales, desde la Primera Guerra Mundial hasta la guerra punitiva contra Irak en este año. Basta recordar el más connotado de los conflictos militares de principios del siglo XX, en el que las tiras cómicas de Becasina4 ya mostraban el contenido militar tendencioso en favor de los galos en la Gran Guerra.
También puede parecer un lugar común referirnos al uso militar del cine por Lenin durante la Revolución Bolchevique, y más tarde por los aliados y las potencias del eje, en la Segunda Guerra Mundial. Entonces, los discursos radiados escritos por Goebbels y difundidos por Hitler hacían mancuerna con los monumentales trabajos cinematográficos de la ex bailarina Leni Riefenstahl, que expone las fastuosas noches hitlerianas y los desfiles de las huestes del Führer.5
Del otro lado, recordemos la obertura de las trasmisiones de la BBC Radio en pleno conflicto europeo, en los años cuarenta del siglo XX, cuando con un sutil y polémico manejo antinazi, lanzaba al aire sus transmisiones por la mañana y su cierre de estación, por la noche, con la entrada de la 5ª Sinfonía de Beethoven, cuyos cuatro compases que abren la pieza no son otra cosa que la V de la victoria en clave Morse, impuesta por Churchill como ícono del triunfo durante la Segunda Guerra Mundial: ta ta ta taaaaa (tres cortos y un largo).
No obstante toda esta participación de los medios en distintos conflictos, siempre se ha buscado que las guerras sean lo más limpias posibles ante las distintas opiniones públicas de uno y otro de los países beligerantes. Cuando el Ministerio de Guerra del Imperio Británico le prohibe a Roger Fenton6 exhibir las cruentas fotografías de la Guerra de Crimea, porque revelaban la crudeza de los muertos y heridos en las trincheras, era clara ya una intención de censura comunicacional por parte del gobierno inglés. Matthew Brady7 es otro de los fotógrafos de guerra que ve censurada la exhibición de sus fotos de la Guerra de Secesión por el alto mando de los Ejércitos del Norte. La masacre reflejada en esas imágenes de Fenton y Brady es desgarradora.
Por su parte, tanto Lenin como Hitler concebían el uso del cine de propaganda como un espectáculo grandioso: el uno para exaltar los logros de la revolución en el campo (la colectivización forzada de la tierra) y en la industria, y el otro para resaltar los logros de las guerras de ocupación del III Reich, desde la guerra relámpago en Polonia (1939) hasta los éxitos del Afrika Korps, de Rommel. Del mismo modo sucedió con el triunfo del Ejército Rojo, de Mao, sobre las fuerzas del Koumitang y de los nacionalistas de Chang-Kai-shek, hasta la Revolución Cultural y el Gran Salto Adelante. Entonces, la propaganda maoísta recurrió invariablemente a las mise en scène de la revolución para recordar las glorias de la Gran Marcha. La joven de la comuna roja, en La Ópera del Pueblo, representa el uso más terso y acabado de la comunicación para exaltar la revolución comunista de Mao Tse-Tung.
Hoy por hoy, y desde los aciagos días de los pantanos de Vietnam, el medio más socorrido para la mise en scène de la guerra es la televisión. Si bien en 1936 la Telefunken ya había logrado proyectar la señal de televisión a todo Berlín para ofrecer al pueblo los Juegos Olímpicos de ese año, no es sino hasta 1965 cuando los reporteros de televisión (quienes por cierto todavía recogían las imágenes en celuloide y no en video) logran imponer audiencias inauditas a través de los noticiarios de las grandes cadenas estadunidenses. Son esas imágenes de los jóvenes norteamericanos desangrándose en los arrozales de Vietnam las que contribuyeron a sacudir a la opinión pública de aquel país para que los derroteros de la guerra se modificaran. Quién no recuerda las imágenes de aquellos helicópteros sobrecargados de vietnamitas colaboracionistas y de estadunidenses que quieren salir de Danang, y que se desploman apenas levantado el vuelo. Las fuerzas de Ho-Chi-Minh infligían la derrota más dolorosa al todopoderoso ejército norteamericano que ya había evacuado la ciudad tomada por asalto por la fuerzas del Ejército Popular de Vietnam del Norte y del Vietcong.
En esa ocasión, los dictados de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, la libertad de expresión y de información, fueron respetados plenamente tanto por el gobierno como por el Pentágono y las cadenas de televisión estadunidense. Ante tal fracaso bélico y humillación, y luego de la experiencia obtenida, ningún gobierno de Estados Unidos posterior volvería a cometer el mismo error de cálculo: respetar la Constitución en tiempos de guerra, aunque su integridad nacional no esté amenazada y los enemigos se encuentren a 10 mil kilómetros de distancia. Habría que limitar a los medios y los contenidos que ellos distribuían en sus noticias cuando el poder militar interviniera en un conflicto bélico, o algo que se le pareciera. En tal sentido, surge aquí algo significativo y digno de analizarse.
Primera hipótesis
En tiempos de guerra, el poder militar de Estados Unidos es capaz de poner de su lado y controlar a los medios, como a las grandes cadenas de televisión, situación que el poder político jamás ha podido hacer en tiempos de crisis: ni en el caso Watergate, ni en el caso Irán-Contras, ni en el affaire Mónica Lewinsky lo intentaron siquiera los distintos gobiernos (Nixon, Reagan y Clinton, respectivamente). Si el asesinato de Kennedy nunca se ha logrado aclarar y los medios jamás se preguntaron ni respondieron algo distinto a la versión oficial del Informe Warren, probablemente se debe a que los intereses del poder militar estaban involucrados en este coup d’état muy bien montado. Hasta la fecha, todas las versiones de este caso en la literatura, la televisión o el cine se mueven en el nivel de la ficción, la especulación y las suposiciones. Habrá que esperar todavía 40 años a que se desclasifiquen los archivos confidenciales de la Armada, el FBI, el Servicio Secreto y la CIA.
En cambio, después del trauma de la derrota en Vietnam, el poder militar ha sido muy eficaz en el control de los medios (sobre todo la televisión); por ejemplo, durante la invasión a Granada, a Panamá, a Irak en 1991, Afganistán, y nuevamente con su operación Libertad a Irak.
Antes de que la televisión ocupara el espacio central en este proceso de formación de opinión pública, los medios impresos no se planteaban la cuestión de la ruptura de los códigos de honor de las partes en conflicto. Tampoco se cuestionaban sobre las dificultades para acercarse al teatro de operaciones y reflejar un poco de las atrocidades de la guerra. No olvidemos que el gran invento de la cámara Leika, de 35 milímetros, fue parte importante del accionar y la movilidad de los corresponsales nazis en la guerra.
Los reportajes fotográficos de Margaret Bourk-White8, para Life, desde el Moscú asediado por la Lutwaffe, o aquellas imágenes fuera de foco de Frank Capra en plena invasión a Normandía, el Día D, muestran más el heroísmo de los hombres, que las crudezas de la guerra. Aun así, la fotografía cumplía, a pesar de sus imágenes ascépticas, con proyectar el lado glorioso de los ejércitos. Paradójicamente, es la primera secuencia de un filme de Spielberg (Rescatando al soldado Ryan) la que muestra de manera cruda y más o menos verosímil, la cabeza de playa de los aliados en las arenas de Normandía. Parecía que las imágenes de Capra habían alimentado el imaginario de Spielberg.
También resulta curioso que sea Hollywood el que pretenda rescatar la honra de la derrota infligida en Vietnam. Bien vistas las cosas, los filmes norteamericanos de la guerra de Vietnam nunca muestran las dimensiones de esa derrota, más bien presentan el heroísmo de los sobrinos del Tío Sam por aquellas selvas intrincadas. En ocasiones, la puesta en escena fílmica deja la impresión de que fueron los estadunidenses quienes salieron victoriosos de esa guerra, y no derrotados. We are soldiers (Fuimos héroes) es el último ejemplo del código de honor bélico y honroso de los abatidos norteamericanos en el sudeste asiático, entre 1965 y 1973.
Pero no sólo es Estados Unidos el censor de sus derrotas y sus humillaciones. La guerra de Argel, filme de Costa Gavras, fue prohibido en Francia por más de 20 años, pues reflejaba los actos de barbarie y terrorismo cometidos por el ejército galo en aquellas tierras del norte de África, al tratar de impedir la independencia de Argelia bajo el liderazgo de Ahmed Ben Bella. A fin de cuentas, también los franceses fueron derrotados en Argelia, después de la humillación infligida por los vietnamitas en el valle de Dien Bien Phu, en los años cincuenta del siglo XX. Del mismo modo, en Francia se prohibió durante muchos años Paths of glory, de Kubrick, que plantea el lado humano y el miedo de soldados del ejército francés antrincherados en los valles del río Marne, durante la Primera Guerra Mundial. Todo ello nos conduce a otra suposición:
Segunda hipótesis
La estrategia del comando anglo-norteamericano en Irak en este 2003, no contaba con la ruptura de la hegemonía de las grandes cadenas de televisión en la primera fase de la operación Libertad a Irak, y fue una modesta cadena de televisión de Qatar (Al-Jazira) la que ha significado el contrapeso ante la información limitada y tendenciosa que ofrecían las televisoras de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Al-Jazira hizo su aparición mundial durante la operación Libertad infinita o Libertad duradera, que el ejército norteamericano llevó a cabo en Afganistán, para atrapar a Osama bin Laden. Mientras la CNN había sido el referente obligado en la operación Tormenta del desierto (según el Pentágono) o La madre de todas las batallas, según Sadam Hussein, en la guerra en Afganistán, Al-Jazira inició trabajos periodísticos que ponían en los televisores la otra versión de los combates y de las consecuencias de los mismos. Phillip Knigthley9 afirma que las cadenas norteamericanas de televisión muestran de dónde salen los misiles, mientras Al-Jazira presenta dónde caen y con qué consecuencias.
El todopoderoso ejército de Estados Unidos reflejó errores tácticos y logísticos durante la primera fase de la invasión a Irak, tan simples como el suministro de pertrechos al frente de la columna que se dirigía a Bagdad, y expuso a sus tropas a los ataques del ejército regular y paramilitar de los iraquíes. Fue la sofisticada tecnología militar la que marcó la diferencia para corregir estas fallas, y las maltrechas fuerzas de la poderosa Guardia Republicana de Hussein, que no resistió el embate por tierra. Y fue esta diferencia tecnológica, y esa duda emergida entre las filas del comando norteamericano, lo que los obligó a usar bombas en racimos que inicialmente negaron, pero cuya presencia ha sido cada vez más evidente ante la masacre que sufrió la población civil y que constatamos en las imágenes de Al-Jazira.
Al-Jazira, así como la extinta televisión iraquí y otras televisoras árabes, han sido las que han ofrecido al mundo la información visual necesaria para conocer los horrores de esta guerra quirúrgica que ofrecieron los norteamericanos y se esforzaron por trasmitir por sus cadenas televisivas, con el fin de convencer al mundo de su necesaria participación para liberar al pueblo iraquí. También fue la versión de Al-Jazira la que permitió constatar que las glorias del ejército norteamericano en Irak estuvieron lejos de ser vitoreadas por gran parte de la población ocupada. Quizá, si contáramos sólo con CNN, Fox, CBS, NBC, ABC y Reuters, la historia de la guerra quirúrgica habría sido todo un éxito, así como la entrada de los norteamericanos en Irak. Pero las televisoras árabes han marcado la pauta y el punto de referencia necesario para conocer la otra versión de los hechos: la versión de los vencidos.
Si el ejército norteamericano logra imponer en Irak un gobierno títere o no; si todavía la resistencia iraquí logra o no llevar la guerra de guerrillas por las calles de Bagdad ya con el enemigo dentro; o si se diluye esta guerra en las tierras de la Mesopotamia devastada, de todos modos tendremos la oportunidad de formarnos un juicio distinto del conflicto, de sus consecuencias y sus secuelas, porque la versión de televisoras como Al-Jazira lograron permear a la opinión pública mundial, e incluso a sectores de la opinión pública norteamericana, que la consultaron a través de sus páginas en Internet. Ahí, en la red, las imágenes son suficientes ante nuestra ignorancia frente a la lengua árabe que nos impide la lectura de los hechos narrados por ellos.
Los self-media frente a los mass-media
Internet puede ser muchas cosas y ninguna. A los ojos de sus promotores, la red es una oportunidad de acceder al conocimiento global que se pone al alcance de muchos. Por otro lado, a los ojos de sus detractores es un simple escaparate para publicidad efímera y focalizada, con información superflua para públicos meta muy bien definidos. Sin embargo, en este caso, como medio de comunicación personal (self-media), Internet ha servido de contrapeso informativo en esta guerra inventada por Estados Unidos. Si todavía los mass-media son el referente de mayor peso en los consumidores de información, ante el manejo sesgado y controlado de la información sobre la guerra en Irak, medios como Al-Jazira también subieron a la red de redes información de hechos desgarradores de la guerra que afectaban directamente a la población civil.
Resultó sintomático el hecho de que el señor Rumsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos, así como el vocero general del comando estadunidense en Qatar, Vincent Brooks, se sintieran indignados por las imágenes de los niños muertos y destrozados por las bombas de la coalición. No obstante, estas imágenes de la televisora Al-Jazira fueron poca cosa en comparación con aquellas otras de los muertos de la población civil iraquí difundidas a través del portal electrónico de la televisora. Sensacionalismo o denuncia: una frontera frágil entre la ética periodística y el mercantilismo noticioso. Sin embargo, ante la emergencia de la situación y la negativa angloamericana de abrir la realidad a sus corresponsales durante la ocupación, Al-Jazira se convirtió en el referente obligado de todas las televisoras del mundo, salvo las de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Esta situación la resintieron sectores todavía limitados de la opinión pública norteamericana, la que por cierto avaló en 75% la intervención liberadora de su ejército en las llanuras de entre dos ríos, la Mesopotamia antigua. Y esos sectores inconformes y disidentes acudieron al portal de Al-Jazira para ver las secuelas de la invasión en su cruda realidad. Es imposible no conmoverse, y hasta eludir el drama de las imágenes presentadas por Al-Jazira en su página Web. En este caso, el self-media por antonomasia, la computadora en red, prevaleció sobre el mass media por excelencia: la televisión.
Sin conclusiones
La hipótesis de que jamás la humanidad vivirá otra guerra mundial permite prever que entonces la humanidad sólo vivirá guerras regionales. De hecho, el mundo unipolar que surge después de la desintegración de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín sólo ha vivido guerras regionales: los Balcanes, Chechenia, Somalia, Afganistán, Kuwait, Irak. Como la industria militar es un jugoso negocio de las grandes potencias (por cierto, las cinco con derecho a veto en el Consejo de Seguridad) y los arsenales se llenan muy a menudo con nuevas y sofisticadas armas, las guerras regionales serán el mot d’ordre del siglo XXI para poner a prueba esas armas y su consecuente venta.
Como la comunicación y en especial las noticias de conflictos bélicos también son un jugoso negocio para las cadenas de televisión de las grandes potencias, entonces la humanidad procurará estar veraz y oportunamente informada.
Las guerras regionales serán el teatro de operaciones no sólo para los ejércitos beligerantes, sino para las televisoras de uno y otro lado en esta lucha de civilizaciones que se avecina10: la civilización norteamericana versus todo aquel país, cultura o civilización que se oponga a los designios de su gobierno o sea distinto a él.
La alteridad corre el riesgo de ser neutralizada por los marines norteamericanos. La identidad pronorteamericana parece ser ese nuevo fantasma que recorre el mundo: el fantasma del Tío Sam.
Notas
1) Cfr. Sun Tse, Les XIII articles sur l’art de la guerre, Libriarie de L’impensé radical, Paris, 1978, 166 pp. Existe versión en español: Sun-tzu, El arte de la guerra, Serie Diálogo abierto, México, 182 pp.
2) Kart von Clausewitz, De la guerra: sobre la naturaleza de la guerra. La teoría de la guerra y la estrategia en general, Diógenes, 1974.
3) General Beaufre, La guerre revolucionnaire. Les formes nouvelles de la guerre, Fayard, Paris, 1972, 305 pp.
4) Tira cómica francesa de gran popularidad desde finales del siglo XIX y principios del XX, Cfr. Robert Philip, Affiches et caricatures dans l’histoire, Fernand Nathan Editores, Paris, 1981.
5) Cfr. George Sadoul, Historia del cine mundial, Siglo XXI, 2ª. edición, México, 1976, p. 145.
6) Cfr. J, Borgé y N. Viasnoff, Histoire de la photo de reportage, Fernand Nathan Editores, 1982, p. 11, y también: Les grands photographes, Time-Life Internacional, France, 1979, pp. 44-46.
7) Ibidem, pp. 13-17, y, en Les grands photographes, pp. 58-60.
8) Fotógrafa norteamericana famosa por varios trabajos: La foto de la primera plana del primer número de Life, el 23 de noviembre de 1936, y su reportaje central, y, en segundo lugar, la famosa foto de Gandhi sentado en el suelo, hilando. Durante la Segunda Guerra Mundial acompañó a su esposo, embajador en Moscú, y envío para Life fotos de los raids nocturnos de la Lutwaffe, sobre la ciudad. Cfr. Great Photoprahipc Essays from Life, New York Society Books, Nueva York, 1978, 278 pp.
9) Periodista británico especialista en el tema de la cobertura de la guerra. Entrevista de Javier Garza, en Enfoque, suplemento dominical del diario Reforma, 13 de abril 2003, pp. 14-15.
10) A estas alturas, y ante lo absurdo y abusivo de la guerra en Irak, es difícil constatar si Huchtignton tiene razón o no. Habrá que releer su Choque de civilizaciones y cavilar de nuevo.
Coordinador del Centro de Estudios de la Comunicación. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.