Corresponsales de guerra
- Los periodistas que reportan desde los conflictos armados en el mundo.
Por Jorge Meléndez
Publicado originalmente en RMC 81
Como en toda actividad humana, en situaciones de peligro hay quienes se la juegan, sin importar su nacionalidad, y aquéllos que únicamente van para cubrir las apariencias.
Dice el Diccionario de la Lengua Española que corresponsal es quien tiene “correspondencia… muy frecuente” con alguien o con un periódico, lo cual hace a muchos de los reporteros que cubren sucesos peligrosos tener esa categoría.
No obstante, en el medio donde trabajamos, algunos consideran corresponsal a quien cubre de manera sistemática –y no ocasionalmente– los acontecimientos en una situación extrema. Ello porque le permite tanto conocer a profundidad lo que está ocurriendo en un lugar, como hablar mínimamente la lengua del sitio donde, por esa circunstancia, vive; tener contactos diversos con la población y saber del entramado político y social existente. Aquéllos que llegan antes de un acto importante, carecen de muchas cuestiones y, desde luego, su cobertura es limitada, sus posibilidades de desarrollo pocas y su visión escasa.
Con todo, en muchas batallas libradas en el mundo, es loable que una buena cantidad de periodistas comparta su testimonio acerca de algunos momentos importantes. Sólo por medio del registro de una buena cantidad de hechos, resulta posible tener un mapa para reconocer qué pasó en un momento dado. Por ello, en la invasión a Irak, con diferencias notorias, fue importante lo descrito por Robert Fisk –él mismo dijo, modestamente, que reportó sólo lo de Bagdad ya que no pudo viajar a otras poblaciones–, Eduardo Salazar y, recientemente, Rubén Cortés, quien con anterioridad en Afganistán hizo algo que ningún reportero debe perder de vista: “relatar pequeñas historias”. Aquí está la base para entender a cabalidad lo terrible de la guerra y quiénes, en realidad, se benefician de ella.
Convidados de piedra
En toda lucha armada hay compañeros imprescindibles, sobre todo los fotógrafos y camarógrafos. Ellos tienen que enviar un material preciso, real, individual, no así los reporteros. Decimos esto porque hace tiempo se presentó un libro de tundemáquinas que cubrieron los sangrientos acontecimientos en Centroamérica, especialmente en Nicaragua y en El Salvador. Algunos de los asistentes nos quedamos asombrados al saber que varios reporteros habían enviado sus crónicas sin haber estado en el sitio donde se enfrentaron los contendientes. ¿Cómo le hicieron? Fácil. Se sentaban en el bar del hotel en que se hospedaban, esperaban a que llegaran sus compañeros que si andaban arriesgando la vida, escuchaban sus historias, algunos hasta pagaban para que les comentaran las acciones y luego al escribirlas las salpicaban con algunos giros literarios, invenciones y hasta anécdotas personales. Al leer esos materiales, creíamos que eran reales. Claro, muchos de quienes engañaron no siguieron en el oficio y terminaron como jefes en algún lugar o burócratas en equis dependencia.
De aquellas jornadas quedan, empero, los testimonios gráficos y las crónicas de Edgar Hernández, con quien coincidí hace poco en una mesa redonda de la FCPS de la UNAM acerca de Irak, y el nombre de un estadunidense, William Stuart, quien cubría para la ABC el conflicto en la tierra de Sandino. El asesinato del periodista conmocionó a Estados Unidos y debido a ello se empezó a cuestionar el apoyo yanqui al régimen de Anastasio Somoza. El crimen se retomó en la película Bajo fuego.
Como en toda actividad humana, en situaciones de peligro hay quienes se la juegan, sin importar su nacionalidad, y aquéllos que únicamente van para cubrir las apariencias. El resultado es que unos, lo verdaderos, trascienden, mientras que otros, los falsos, no tienen futuro.
Modestia
En la cinta de Philipe Noyce, El americano (basada en la obra de Graham Green), el periodista Fowler (interpretado estupendamente por Michael Caine) se considera no un corresponsal sino un simple reportero inglés. Si bien se arriesga a ir a varias partes, su objetivo es sólo uno: tener una relación amorosa con una guapa vietnamita. En la reunión citada anteriormente, organizada por maestros universitarios, también participó Blanche Petrich de La Jornada. Dijo que había ido a la tierra de Hussein con los escudos humanos mexicanos –que estuvieron muy poco tiempo– y por eso no se consideraba corresponsal de guerra. Además, los caídos en el terreno, aseguró, “son las cicatrices que todos llevamos”.
No hay que olvidar que esta compañera de bastón y cuerpo frágil ha estado presente en varias partes del mundo donde hay balazos, especialmente en el área centroamericana. A ella se refirió Manuel Buendía, a propósito de una conferencia que dio en México el general Alexander Haig, secretario de Estado de Estados Unidos.
El autor de Red Privada recordó que Blanche le hizo una pregunta a Haig y “me di cuenta que si la contestaba se metería en un lío y si no, también. Era una de esas trampas perfectas con que el buen cazador suele atrapar a un animal grande” (El oficio de informar, prólogo de Rogelio Hernández López, editado por la Fundación Manuel Buendía). No obstante el elogio de un maestro hace 21 años, Petrich sigue apacible en su trabajo, va por el mundo cada que puede y no se siente, para nada, una corresponsal de guerra.
¿Quién realmente ostenta ese título?
Tal vez habrá que releer a Ernest Hemingway y Ryszard Kapuscinski. Con todo, la información periodística de Irak mostró que los canallas son los invasores.
Periodista de El Financiero, El Universal y Radio Educacion, entre otros medios.
Correo electrónico: jmelendezp@aol.com