Manuel Buendía
- Recuerdo de sus modales finos y carácter duro.
- Su asesinato, un caso sin resolverse.
Por Jorge Meléndez Preciado
Publicado originalmente en RMC 86
Hoy quiero recordar a quien admiré, traté y por quien hice un esfuerzo que tuvo sentido: a Manuel Buendía y sus modales finos y carácter duro.
Me tocó estar en el grupo que formó Excelsior para investigar el asesinato de Manuel Buendía. Esto lo relata muy bien Rogelio Hernández López en Zorrilla: el imperio del crimen (Planeta). Éramos Rogelio, Octavio González (ya fallecido) y yo. Cuando detuvieron a José Antonio Zorrilla Pérez, hidalguense y que estudió economía en la UNAM igual que este refugiado, escribí en El Búho del mencionado periódico: “La aprehensión de Zorrilla es un bolo que tirará, seguramente, varios pinos”. Por ello me felicitó Toñito García, quien era hijo de un médico cercano a Florentino Ventura. Creí entonces, y todavía pienso lo mismo, que detrás del asesinato estaban las manos de Manuel Bartlett Díaz y/o Miguel de la Madrid. Como no podía asegurarlo, utilicé la metáfora arbolaria. Algo que se debe hacer cuando hay restricciones en la prensa o censura abierta. Me acuerdo de esto porque hoy muchos alegan que antaño no se podía decir lo que uno pensaba por el autoritarismo existente. Falso. Siempre han existido posibilidades de plantear lo que uno piensa si realmente se tiene idea cómo hacerlo, algo que aprendí de Manuel Buendía, Miguel Ángel Granados Chapa (su mejor discípulo), Froylán López Narváez, Hugo Tulio Meléndez y muchos otros que mostraron el camino.
Conocí antes a Manuel Buendía por dos vías distintas. En la serie de televisión de Canal 11, Del hecho al dicho, y por su columna “Concierto político” que publicaba en el periódico El Día con el nombre de JM Téllez Girón. En el primer caso, lo veía con Virgilio Caballero y me asombraba que en un canal gubernamental –en tiempos donde la crítica era más difícil de hacer– un hombre de lentes negros, bigotito muy bien recortado y hasta esclavas delgadas en la muñeca y anillos en las manos dijera muchas cuestiones que uno no encontraba en otros lugares. Era la época de 24 horas y sus boletines oficiales, de los cuales muchos hoy abominan pero no se atrevieron a jugársela. En el segundo caso, porque yo era redactor y frecuentemente coordinador del noticiario matutino de Radio Educación, y luego de este servicio informativo presentábamos una sección que llevaba por título “Testimonios de hoy”. Como no había dinero para contratar articulistas, seleccionábamos Raúl Jardón y este escribano dos textos que nos parecían los mejores, los más atrevidos, los más críticos. Los pegábamos en una hoja de papel y los leían varios, entre ellos Mario Díaz Mercado. Con frecuencia nos llamaba la atención ese Téllez Girón, que era Manuel Buendía cuando trabajaba, creo, en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.
Pero llegó el momento de verlo personalmente. Justamente cuando Rubén Figueroa padre amenazó a Manuel Buendía por sus críticas al mal gobierno de Guerrero, un grupo organizó un desayuno para decirle al hombre que denunciaba a los caciques que estábamos con él. Entonces hablaron varios, entre ellos su buen amigo Iván Restrepo. Pero decenas estuvimos esperando la oportunidad de saludarlo, decirle que él representaba lo que muchos queríamos decir y por falta de tribuna no lo podíamos hacer. Como si fuera seminarista avezado, a todo mundo recibió, saludó y le dio las gracias. Tiempos donde, como dijera Renato Leduc, podía uno perder el tiempo.
Luego de eso, tuvimos diferentes encuentros porque había amistades comunes, entre ellos mi hermano Hugo Tulio, los compañeros de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD): Antonio Caram, Humberto Musacchio, Eduardo Ibarra y varios más. En diferentes ocasiones desayunamos en la fonda El Pato, muy cerca de la glorieta de Insurgentes y Reforma. Por cierto, al lado de este restaurante estaba Noche y día, un lugarejo abierto las 24 horas donde uno podía ir a curársela o a tomar unas botanas excelentes para disminuir la borrachera.
Los de Excelsior, de Julio Scherer, a excepción de Miguel Ángel Granados Chapa, no querían a Buendía. Más bien lo veían con recelo. Algunos decían que recibía favores del gobierno. Tal vez por sus relaciones con muchos que entonces se encontraban en la cúspide, incluyendo Zorrilla Pérez, con quien Manuel tenía nexos cercanos.
Cuando lo asesinan, se forma un comité de periodistas para darle seguimiento a las investigaciones. Estábamos en el mismo varios notables como Félix Fuentes, Granados Chapa, Rogelio Hernández, Miguel Ángel Sánchez de Armas y otros. Nos reuníamos con cierta frecuencia, aunque fuéramos unos cuantos. El impulsor de todo ello era, aparte de Rogelio, el hermano de Buendía, Ángel, del mismo apellido. Venía desde Guadalajara, donde trabajaba como guía de turistas, para insistir que el asunto debía resolverse. Recuerdo que un fiscal que estuvo al tanto del asunto fue Renato Sales Gasque (su hijo ahora está en la Procuraduría capitalina). Era de Mérida, Yucatán, de trato amable pero nunca hizo nada. Simplemente cubrió el expediente para que se pensara en la atención gubernamental.
No es sino hasta que llega Miguel Ángel García Domínguez como fiscal especial, algo que logró Ángel Buendía, que tenemos avances en la investigación. Con este abogado también nos reuníamos con bastante periodicidad. Generalmente nos decía que había serios obstáculos en la indagación, ya que la policía judicial se encontraba en manos de quienes estaban inmiscuidos en infinidad de delitos. Algo que hemos visto a lo largo de décadas, pues muchos de los comandantes desde Rafael Chao López hasta los actuales obedecen más a los narcotraficantes y maleantes que al sistema de justicia.
El que aprehendió a Zorrilla fue Ignacio Morales Lechuga. A éste también lo tratamos Rogelio Hernández y este tundemáquinas. El entonces procurador nos relató la peliculesca captura. Pero yo no quede muy conforme y seguí pensando en Los Pinos que deberían caer. Luego de algunos años, Ángel Buendía publicó un libro donde acusaba a Manuel Bartlett y Miguel de la Madrid de haber estado metidos en el asesinato. Algo que me parece lógico, pues la Dirección Federal de Seguridad, la policía política de entonces, no podía actuar sola, sin respaldo de arriba.
Hoy quiero recordar a quien admiré, traté y por quien hice un esfuerzo que tuvo sentido: a Manuel Buendía y sus modales finos y carácter duro.