Sobre la sociedad del (Des)conocimiento – Editorial 139
Hay diversas teorías y descripciones, complementarias entre sí algunas e irreconciliables otras, a las que se adhieren quienes estudian y conceptualizan, quienes ensalzan al límite o quienes reducen a solo nimiedad a esos resortes que impulsan y ponen en movimiento a las sociedades actuales. Aparecen quienes ven la configuración de la convivencia social como producto directo de la diseminación de recursos informacionales y comunicacionales, todo a partir de la revolución de las tecnologías. Otros miran solo la perpetuación del capitalismo por nuevas vías. Quizá “Sociedad del conocimiento” es la definición que más ha ganado adeptos y popularidad entre las comunidades académicas en décadas recientes.
Más allá de la evidente influencia de la producción misma del conocimiento en el desarrollo tecnológico, económico, organizativo, cultural, educativo y geopolítico, hay que analizar los efectos que sobre estas materias producen la cibernética y sus dispositivos. Habrá que ver si la cultura digital o la revolución tecnológica ocupan el centro de las cadenas productivas o si solamente son instrumentos de un nuevo “capitalismo cibernético”, como menciona en su ensayo el doctor Marco Antonio Millán Campuzano.
La sociedad del conocimiento se enlaza, de manera natural, con la llamada sociedad de la información, pero también con la ya omnipresente sociedad de la cibernética, para algunos socio-cibernética o ciber-política.
Para esta edición de la Revista Mexicana de Comunicación convocamos a expertos en la materia y es plausible la respuesta de calificados académicos para apuntar, de manera plural, caminos alternativos hacia el futuro de la llamada Sociedad del conocimiento.
De la mano de Han, el doctor Millán nos recuerda que la hiperinformación y la hipercomunicación dan testimonio de la “falta de verdad” e inclusive de la “falta de ser” de la ciudadanía. “Más información, más comunicación, no elimina la fundamental imprecisión del todo. Más bien la agrava”. Hay un dispositivo que nadie va a inventar, porque ya existe, que es el ser humano, que permite todo tipo de conexión y sobre cuyos “procesos culturales normalizados” en las nuevas tecnologías hay que reflexionar.
En las antípodas, alguien que descree de la Sociedad del conocimiento, que la califica de “patraña” e imposición de organismos internacionales, habla más bien de la terrible “sociedad de la ignorancia”. El maestro Manuel Pérez Rocha dice que las TIC no crean conocimiento y ni siquiera necesariamente difunden conocimiento, sino solo información, muchas veces desviada, interesada, que manipula a los seres humanos.
Las tecnologías, según él, lo único que hacen es difundir y universalizar la frivolidad. Eso está muy lejos de servir para que las personas, los seres humanos nos comuniquemos, “que hagamos efectivamente comunes nuestras experiencias, nuestras vivencias, nuestras inquietudes”.
Son solamente ejemplos de dos visiones, pero aquí están las de Gabriel Pérez Salazar, defensor del derecho a la privacidad en las comunicaciones; de Carlos Manuel Hornelas, que analiza la incorporación plena de los derechos humanos a la Constitución, en función de la comunicación; Pancho Navarrete sugiere la comunicación no-violenta, entre muchos otros artículos y ensayos que vale la pena consultar.
Jorge Bravo, por ejemplo, reseña el modo de estar y de actuar, en este mundo globalizado, de los emporios gigantes de la comunicación en el orbe, a partir de la compilación y los análisis propios de los expertos Benjamin J. Birkinbine, Rodrigo Gómez y Janet Wasco y de otros 25 investigadores. Cristóbal Cobo enfatiza en entrevista para RMC que para innovar la educación se necesita innovar la forma de evaluar y no solo incorporar nuevos aparatos.
Estas tan solo son unas muestras de un polifacético concepto, reflejo de la sociedad misma que intenta describir. Hay más información y más conocimiento que nunca antes, pero en simultáneo también hay más desinformación y más desconocimiento. La justicia y la equidad son elementos clave para construir un mejor futuro.