Límites de la libre expresión
Humberto Musacchio
Meterse en la intimidad de un personaje público para descalificarlo resulta inadmisible y, si hoy defendemos esa intromisión en el caso de los príncipes españoles, mañana nadie estará a salvo, ni allá ni aquí.
La revista española El jueves, en la portada de su número 1573, publicó una caricatura en la que figuran Felipe y Leticia, los príncipes de Asturias, en el acto sexual. El sábado pasado, dos días después de que se pusiera a circular esa publicación, un juez de la Audiencia Nacional ordenó el embargo —secuestro, lo llaman los editores— de los ejemplares, aunque la mayoría estaban vendidos, y ahora los responsables de la edición y supongo que también el caricaturista tendrán que responder por el cargo de «injurias a la corona».
Los propios editores han salido a responder en términos que pretenden justificar el cartón de portada:
Somos humoristas gráficos y trabajamos conscientes de que nuestra obligación, lo que nos piden los lectores, es que exploremos el límite de la libertad de expresión. Podemos aceptar que, incluso, en alguna ocasión, lo podamos traspasar. Gajes del oficio. Si nos pasamos, para eso están los tribunales pero… ¿un secuestro? ¿La policía recorriendo los puestos de todo el país retirando nuestra revista? ¿De verdad escribimos esto el 20 de julio de 2007?
El cartón de marras hace referencia al hecho de que ahora el Estado dará dos mil 500 euros a cada familia que tenga un nuevo hijo, pues la tasa de natalidad de España es de las más bajas del mundo. De ahí que, en el dibujo, él le diga a ella: «¿Te das cuenta? Si te quedas preñada…», y en otro globito el príncipe comenta: «Esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida», lo que hace referencia a la condición parasitaria de la familia real que, en efecto, vive espléndidamente sin necesidad de trabajar.
Los editores parecen felices con la decisión del juez, pues ahora se ha multiplicado el interés del público por la revista, al extremo de haberse saturado su sitio de internet. Incluso ya dieron a conocer lo que será la portada del siguiente número, en el que nuevamente aparecerán los príncipes, esta vez él como una abejita que ronda una flor que la representa a ella bajo un encabezado que reza: «¡Rectificamos! ¿Esta es la portada que queríamos publicar?»
Es obvio que el humorismo gráfico se vale del ridículo de los personajes públicos y las situaciones de todos conocidas. Ese es su mejor recurso para ejercer la crítica y en el caso que nos ocupa el caricaturista da en el blanco. Lo discutible es si los periodistas, cartonistas o no, tenemos derecho a entrar a saco en la vida privada hasta el extremo de meternos bajo las sábanas de los criticados.
Un principio aceptado en los países democráticos es que todo personaje público en un lugar público puede ser sujeto y objeto informativo, sometido a análisis periodístico o fotografiado. Si Britney Spears aparece borracha en un salón de baile o si en un bar hace ostentación de la falta de bragas se expone a la indiscreción de los periodistas.
Si alguien, como la señora Marta Sahagún, quiere dar pormenores de su vida marital a una periodista como Olga Wornat y ésta los pone en letras de molde, la señora Sahagún no tiene derecho a reclamar respeto a su privacidad, pues ella misma, tan personaje público como su marido, la ha hecho pública.
Pero no es el caso de la revista El jueves, que reproduce el acto más íntimo de la pareja principesca tal como se lo imagina su dibujante. No se trata de exponer un acto público, sino precisamente el acto más privado, lo que nadie tiene derecho a difundir, pues si eso lo practican los citados personajes lejos de la mirada pública ahí precisamente debe quedarse.
Por otra parte, no se puede alegar que fuera indispensable llegar a ese extremo para criticar una medida de gobierno o la costosa inutilidad de una monarquía. De dar por válida esta intromisión en la recámara, habría de aceptarse que para criticar la ineficacia legislativa de un diputado o senador valga mostrarlo en el acto sexual dentro de su casa o en la intimidad de un cuarto de hotel.
En la defensa de las libertades individuales y de la igualdad de todos ante la ley hemos ganado el derecho de no ser discriminados por razón o condición sexuales. Meterse en la intimidad de un personaje público para descalificarlo resulta inadmisible y, si hoy defendemos esa intromisión en el caso de los príncipes españoles, mañana nadie estará a salvo, ni allá ni aquí ni en ninguna parte.
Por supuesto, no deja de ser lamentable que el celo de un juez sea motivado por presuntas «injurias a la corona», cuando el mismo empeño debe ponerse en el caso de cualquier ciudadano que sea expuesto al escarnio por un acto que corresponde a la intimidad, la que debe ser territorio sagrado.
¿Qué le parecería a los editores de El jueves o a su caricaturista que se publicara una foto de su progenitora en el acto sexual con su marido u otro individuo? Los periodistas, desde luego, estamos obligados a llevar hasta sus límites el ejercicio de la libertad de expresión y es obvio que en ocasiones incurrimos en excesos. Pero no parece prudente hacerlo de manera deliberada, pues en ese empeño se regalan coartadas a los enemigos de la misma libertad.
El anterior artículo debe citarse de la siguiente manera:
Musacchio, Humberto, «Límites a la libre expresión», en Excelsior,
México, 26 -VII -2007
En verdad, la libertad de expresión debe estar limitado por el derecho a la intimidad y la vida privada de los demás, es decir, no se puede entrar a denigrar o falsear la realidad respecto de otros ciudadanos en virtud de ganar dinero o lograr concentrar la atención de miles y miles de curiosos que siempre habrá en el mundo. Gracias