La era de las filtraciones

Fotografía: «Víctor Roura» por Ozami Zarco para RMC

Por Víctor  Roura

He leído, no sin cierto asombro, el texto que Jorge Tirzo escribió sobre mí a falta, según dice, de una comunicación directa conmigo. Lo extraño es que no apunta que, cuando acordamos la plática, esperé su llamado… en vano, porque el teléfono, en efecto, sonó a las 11 en punto pero para ser colgado apenas tomé el auricular. Dos veces seguidas, y ambas sin un interlocutor del otro lado. Probablemente fue una falla técnica, o qué sé yo. Luego me fui de la ciudad a ofrecer un curso de periodismo cuyo fin era hablar de las filtraciones que se deslizan en las redes sociales para crear un alud de atómicas desinformaciones..

Ya nunca más volví a saber de Tirzo, hasta que leo su gentil “perfil” sobre mi persona en el número de la honrosa Revista Mexicana de Comunicación  de julio-septiembre de 2012, instado seguramente por su atingente director Omar Raúl Martínez. El “perfil”, que desde luego no lo es, cae en los lugares inasibles del extravío al que conducen las redes sociales, refugio, por lo menos hasta hoy, inapropiado para hacer buen periodismo. ¡Y la muestra, por desgracia, la leo en mi propio “perfil”!

Como no pudo conversar conmigo, Tirzo se zambulló en la Internet para “buscar” a Víctor Roura. ¿No pudo haber ido a la redacción del periódico? Una vez el magnífico Astor Piazzolla hizo el coraje de su vida (bueno, uno más de los corajes de su vida, que han de haber sido muchos, que era de recio carácter el extraordinario bandoneonista) cuando lo llamé a su cuarto de hotel para conversar con él. Me insultó y me pidió que no lo molestara. Moví tierra y cielo con mis contactos, hasta que uno de ellos habló con el argentino, quien, momentos después, me ofreció disculpas por su comportamiento y la entrevista se llevó a cabo con fluidez.

No soy como Carlos Monsiváis (no he adquirido aún esa costumbre), que fingía otra voz para decir que quien hablaba no era él, y negarse así ante los impertinentes. No contesto el teléfono en muchas ocasiones, por supuesto. Porque a veces habla gente que no conozco. Y lo ha hecho para insultarme, o amenazarme, o retarme. No es nada grato. En la propia redacción del periódico una vez llamó un señor muy atento preguntando por mí. Dijo que era personal. Y contesté, sólo para oír que me decía que la próxima vez el tiro de plomo me tocaba a mí por hijo de la chingada. Colgué. ¿Hay que contestar todas las llamadas sólo porque alguien te quiere decir algo? Cuando Jorge Tirzo llamó a la casa, nadie contestó del otro lado.

¿Qué sucedió? No lo sé, pero no me quedé con la suposición de que el muchacho era un grosero. Sin embargo Tirzo, ejerciendo su libertad expresiva, no se quedó con los brazos cruzados: “buscó” en las redes sociales el nombre de “Víctor Roura” y halló, en ese momento, “58,300 resultados” (cifra que no me conmociona porque estoy seguro de que la mayoría era basura, o de plano convergencias inútiles de mí), de don-de tomó algunas palabras para tratar de “armar” mi “perfil”: resalta palabras
de algunos queridos amigos y unos cuantos odios de gente que ha trabajado conmigo y se ha ido enfadada por  razones que, si se hubiera querido, pueden corroborarse. Vamos, es como si se buscara a todas las mujeres que ya no aman a quien quieres denostar para comprobar que es una mala persona.

No me imagino qué habría pasado si a Tirzo le hubieran encargado un “perfil”, digamos, de Philip Roth. Al no poder contactarlo se hubiese sumergido en la Wikipedia. Y asunto arreglado. ¿Y qué sucedió recientemente con esta maravilla electrónica? Juan José Flores Nava lo escribió en El Financiero el pasado miércoles 26 de septiembre:

Atrás quedó ese orgullo que le daba a Wikipedia saberse a la altura de una de las enciclopedias más tradicionales –y tradicionalistas–  del mundo, la famosa Enciclopedia Británica (cuya primera edición data de 1768 y que a inicios de 2012 se anunció que dejará de imprimirse para ser sustituida por una versión en línea). Sí, porque Philip Roth le ha dado, a la autollamada ‘enciclopedia libre’, una zarandeada.

Resulta que Roth, “en un momento de ocio” a principios de septiembre, “decidió echar un ojo a su entrada” en la Wiki sólo para encontrar un grave error, que quiso enmendar de inmediato: su novela La mancha humana no está inspirada en el literato Anatole Broyard sino en su difunto amigo Melvin Turnin, profesor de literatura en la Princeton.  Envió, por medio de su biógrafo oficial, la aclaración pertinente; pero la respuesta de la Wiki fue concisa, inobjetable, inesperada: “Lo sentimos, pero usted no es una fuente creíble…”, lo que causó, por evidentes razones, el desconcierto del escritor neoyorquino: ¿él no es una fuente confiable de su propia obra? ¡Por Dios!

Escribió, enfadado, un artículo en The New Yorker hablando sobre este penoso asunto… hasta que los de la Wiki recularon, en un acto vergonzoso que exhibió un argumento lamentable: hay que hacer caso, primero, de los rumores, de lo que se dice por allí, y ya muy luego constatar la veracidad de los chismes.

He allí la vacuidad de esos blogs y esas opiniones impulsivas de las personas, incapaces de definir con palabras sus verdaderos sentimientos y derramar con honradez sus conocimientos. ¡Cualquiera puede escribir, pues hagámoslo ahora mismo!  Y si yo creo que el maestro Philip Roth se basó en Broyard para escribir un relato, lo voy a afirmar sin necesidad de consultar ninguna fuente, que habrá gente que respalde mi punto de vista. Somos tantos en este mundo que no faltará el que me siga la corriente. O puedo apuntar, porque sí, que Víctor Roura es un pendejo, o un cretino, o un irascible, o un pobre diablo, o un censor, o un irrespetuoso. No faltarán quienes me feliciten por mis agudas apreciaciones.

Pues, caray, no todos son Proust o Balzac para detectar con maestría los rasgos ajenos. La buena literatura posee la fortaleza de las que carecen, por el momento, todos estos exabruptos en las redes sociales. Eduardo Lizalde no concede entrevistas. Siempre se niega. No contesta el teléfono. Y está en su derecho. Sólo dice: “Si usted quiere escribir sobre mí, lea mis poemas: en ellos estoy yo”. Y tiene razón. Se puede hacer, incluso, una buena entrevista a partir de sus poemas. No sería posible, o tal vez resultaría inexacto, escribir la personalidad del poeta Lizalde copiando lo que dicen los otros de él… a menos de que uno localizara estas figuraciones en ensayos publicados aquí y allá, lo que ya quitaría tiempo al investigador. ¿No es más fácil “buscar” en la Internet que leer un libro completo sobre la poética de Eduardo Lizalde?

 

Imperfección periodística

Con mis artículos, leyendo una buena cantidad de ellos, podría acaso perfilarse algo de mis pensamientos. Pues “buscar” en la Internet cosas para que uno pueda “retratar” a cierta persona no sólo es ocioso, sino improcedente. El propio Tirzo lo supo con esos anómalos hashtags tuiteros con mi apellido; no obstante publicó lo que en ellos encontró: pura vacuidad.

No me disgustó su “perfil”, ni me incomodó. Sólo me confirmó, y se lo agradezco, que las fuentes periodísticas confiables aún no están en las redes sociales. Que las filtraciones son eso: filtraciones, y uno es el que debe encargarse de otorgarles credibilidad. Me hizo Tirzo, por lo demás, sonreír ante su mapa “biográfico”. Porque precisamente cayó en lo que un profesional nunca debe caer: en la superfluidad de su objeto periodístico.

¿Puede alguien definir cómo es un actor de Hollywood si lee lo que escriben sus más de un millón de seguidores? Todas las tonterías que escribe Paulina Rubio en sus tuits no son más que escalofriantes frialdades de una persona exitosa sin concepciones culturales, inmersa, sólo, en sus oscuridades medievales a causa de una visible formación intelectual. Si alguien lee sus interconexiones tuiteras, ¿es posible armar un correcto perfil de su personalidad? En lo absoluto: detectaremos sus vanidades, sus ambiciones, sus codicias… pero no a la Paulina Rubio que uno desearía hallar, digamos, en una novela, con todas sus virtudes y defectos, con sus hipocresías y sus astucias, sus corazonadas y sus bondades. Pero no. Como fluctúan las ahora redes sociales no es posible hacer un trabajo a fondo de investigación si no se recurre a otros factores. ¿Por qué Jorge Tirzo no buscó a Humberto Musacchio  –que habla generosamente de mí–  o a Fedro Carlos Guillén –que me desprecia porque cree que lo censuré en la sección cultural que yo edito en El Financiero, pese a que di públicamente los pormenores de ese caso– para completar su “indagación”?

Su texto me muestra justamente, acaso sin querer, la imperfección periodística a la que recurrimos si nos atenemos sólo a lo que se desprende de la Internet.

Dice Tirzo, en otro momento que me conmovió con hondura (y juro que agradezco con toda el alma su esfuerzo periodístico: ¿qué necesidad tenía si en lugar de ello podía bloguear a gusto con sus amigos?), que cuando me conoció en un curso que di en el Tec de Monterrey, en 2008  –y sí, yo no lo recuerdo, como no recuerdo a todos los participantes en mis talleres–,  escribió en su blog, la misma tarde en que me conoció, que Víctor Roura era un “viejito rockero despeinado, buena onda, relax, contraculturoso…” Ja ja. Eso es, en efecto, lo que se hace en las redes sociales: futilidad, inanidad, fruslería, menudencia. ¿Qué significa “contraculturoso”? ¿Qué es relax?

Yo no me veo  –nunca voy a verme, porque nunca voy a hacerlo: las percepciones a priori las más de las veces son ligeras, anodinas, insustanciales, injustas, incoloras–  escribiendo un blog acerca de mis primeras impresiones de los participantes en mis cursos: “Niña nalgona con cara de Simone de Beauvoir…”, “Chicuelo con ganas de participar en La Academia para ser expulsado a los tres días…”, “Mala onda del cuatro ojos que se cree Einstein…”, “Ganas de ir a la alcoba con la joven escotada en lugar de estar hablando de Steiner…”    ¡Qué horror!

Pero los jóvenes están introducidos  –involucrados–  en las redes sociales (¿quién puede negar esta irrefutable aseveración?) intercambiando textos diminutos (“voy a comer unas patitas de pollo con limón, mmm”, “voy al baño, gatito, cuando salga te escribo…”, “qué flojera el maestro k nos quiere hacer leer a Sicilia y no voy a poder ir a ver a la divina Madonna, k coraje…”). Dicen que es el futuro de la humanidad  –las redes sociales, no Madonna–,  que los periódicos van a desaparecer, que los libros ya no se van a encuadernar sino a enchufar, que los políticos que no aparezcan en la televisión jamás van a ser postulados para la presidencia. Etcétera. Se dicen tantas cosas…

Lo bueno es que yo ya soy un pobre viejito que está a punto de salir de este mundo, inundado de artefactos electrónicos que reducen, cada vez más, las ideas. Porque, a propósito, ¿cuáles serán las mías? ¿Tendré´una, siquiera? (No percibo ninguna en mi “perfil”, lamentablemente). Porque lo actual no es poseer ideas, sino Face. Donde está el futuro. Que pronto nos va a alcanzar. Que está a punto de alcanzarnos. O que ya nos alcanzó y ni cuenta nos hemos dado.

 

Periodista de larga Trayectoria. Editor de la sección de Cultura del periódico El Financiero.

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2 comentarios a este texto
  1. Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: Las fuentes periodísticas aún no están en la Internet Este texto es una réplica de Víctor Roura al texto “Resultados de la búsqueda de Víctor Roura” de Jorge Tirzo. Fotografía: “Víctor Roura” por Ozami Zarco ……

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