Periodismo electrónico y constitución del nuevo espacio público.

  • La construcción del entorno a partir de los nuevos medios.
  • Internet como generador de la agenda social.
"Fotografía". United States Mission Geneva. @ Flickr

«Fotografía». United States Mission Geneva. @ Flickr

Por Francisco de Jesús Aceves González.

Publicado originalmente en RMC 58.

En las sociedades contemporáneas, los medios de comunicación masiva constituyen el espacio estratégico donde se dirimen los diversos proyectos sociales y se confrontan las fuerzas políticas. Su indiscutible presencia como proveedores de información y entretenimiento y el importante papel –empíricamente verificado–  que  desempeñan en la construcción de las imágenes mediante las cuales sus usuarios configuran su entorno –“lo que no se reporta en los medios no existe socialmente”–, certifican la justeza en identificarlos como el nuevo espacio público. Ciertamente no el único, pero definitivamente sí el imprescindible.

A la visión habermasiana de profundo aliento crítico-utópico que demanda la constitución de un espacio público alimentado por la racionalidad del debate y la consecuente transformación de las instancias mediáticas que lo hagan posible, ha terminado por imponerse la cruda imagen que se desprende de la teoría del “espejo” de Luhmann, donde los medios son un espejo bifronte y traslúcido en el que confluyen y se observan a sí mismas, por un lado, las élites político-económicas, en su papel de fuentes de información y opinión; y por el otro, los ciudadanos comunes y corrientes incorporados en el destacamento social que constituyen las audiencias.

Una diferencia sustancial entre el antiguo espacio público (los salones de lectura, las cafeterías, los clubes, la plaza pública) con el nuevo (los medios masivos) radica en la institucionalización de los últimos en organismos con intereses específicos (ya gubernamentales, ya mercantiles) susceptibles de control y manipulación.

El ejercicio de ese control –sustancia del poder mediático– y la determinación selectiva de sus contenidos programáticos incide de una forma fundamental en la construcción del espacio público mediático.

Los medios establecen la agenda de lo socialmente relevante al seleccionar aquellos acontecimientos que merecen destacarse. Selección surgida desde su particular óptica, mediante la cual determinan cuáles deben incluirse y cuáles deben ser excluidos.

En tal construcción resulta crucial la actividad desarrollada al amparo de la función informativa de los medios (particularmente los programas noticiosos).

A partir de ese contexto ubico la presente reflexión sobre los productos informativos emanados por los medios electrónicos: el periodismo radiofónico y televisivo.

De entrada es necesario hacer una precisión. Cuando se habla de medios electrónicos existe una tendencia a referirse a ellos como partes de una misma cosa. Decimos radio y televisión (conjunción copulativa incluida). Ciertamente comparten el hecho de ser medios caracterizados por una cobertura masiva casi total: en diversas muestras más del 90% de los entrevistados aceptan exponerse a dichos medios. Pero ésta es su única coincidencia, y más aún si nos referimos al espacio informativo de su programación, en donde la diferencia en términos de exposición entre radio y televisión se incrementa sustancialmente (90% frente a 67%). Tal distancia adquiere características abismales cuando se trata de las preferencias de los receptores hacia los distintos medios en su búsqueda de información sobre asuntos políticos (72% a 36%).

En síntesis: la televisión –más específicamente los telenoticiarios– ostenta una supremacía incuestionable con respecto al suministro de información hacia el conjunto de la sociedad.

Dada su centralidad, nos ocuparemos preferentemente del periodismo televisivo, sin embargo intentaremos exponer algunas de las características relevantes en el periodismo radiofónico contemporáneo.

 

Inmediatez y volatilidad

La vocación informativa de la radio con que despuntó al inicio de la década de los veinte, se encuentra en franco retroceso al terminar el siglo. Sin llegar a constituirse en una competencia real hacia la prensa escrita, con la que mantuvo relaciones de complementariedad, el periodismo radiofónico vivió su edad de oro en los prolegómenos y durante el fragor de la Segunda Guerra Mundial.

Con el surgimiento del periodismo televisivo experimentó un declive decisivo. Desde entonces, a pesar de continuados esfuerzos por agenciarse un lugar especial en el ámbito informativo, sus éxitos han sido sumamente parciales (el boom radionoticioso a finales de los setenta y que se prolongó hasta entrados los ochenta), o francamente coyunturales como en los casos de desastre (el terremoto de 1985), donde más por la invasión de la ciudadanía (los reporteros atinaron a poner el micrófono en labios de los afectados) que por las políticas empresariales, el medio se ha transformado en el vínculo informativo de la sociedad.

Pero la ventaja de su inmediatez se convierte en la volatilidad de sus contenidos. Y a diferencia del registro visual de los otros medios, en la radio se hace concreto aquello de que a “las palabras se las lleva el viento”.

En los últimos años, varios programas noticiosos han salido del aire en el cuadrante tapatío. Otros encadenan su transmisión a noticieros televisivos hacia los que se subordinan sacrificando sus especificidades técnicas a las de la televisión. Se advierte también el agotamiento de sus formatos y la incapacidad de la industria para crear nuevos espacios de interés. Si a esas cuestiones se agrega la crisis que experimenta la industria radiofónica respecto a la inversión publicitaria, el panorama futuro no sólo de los radionoticiarios sino de la misma radiodifusión resulta muy poco alentador.

En la actualidad su rating como medio informativo es similar a la prensa escrita, siendo incluso superada por ésta en renglones como la profundidad informativa y la credibilidad que le otorgan los usuarios.

 

TV y política

En forma por demás lúcida, Giovanni Sartori, politólogo italiano y célebre estudioso de los sistemas políticos, acuñó a finales de los ochenta, el concepto de videopolítica para designar la centralidad de la televisión en los procesos políticos, especialmente los electorales.

El concepto sintetiza en forma afortunada los resultados obtenidos en una larga (más de 50 años) tradición de estudios sobre la interacción entre los procesos electorales y la comunicación, desarrollada fundamentalmente por la sociología empírica norteamericana.

La televisión, dice ese autor, ha determinado la esfera política no sólo en el hecho de que las contiendas electorales tienen su principal escenario en las pantallas televisivas, sino que más aún, las características específicas del medio han terminado por imponerse en el diseño de las estrategias de comunicación de las organizaciones políticas, no solamente en la definición de sus actividades de campaña y el contenido de sus discursos, sino también en la definición del candidato. La expresión mas obvia de esa transformación la encontramos en la sustitución de las formas tradicionales de propaganda, saturadas de ideología, por la aplicación puntual de las formulas mercadotécnicas. Parafraseando el título de un libro de Eulalio Ferrer, diría que hemos pasado “de la lucha de clases a la lucha de frases y de la lucha de frases a la lucha de perfiles”. El mejor candidato es el de mejor imagen telegénica.

Menos afortunada resulta su enconada predisposición hacia lo que denomina cultura de la imagen, que a su juicio se cierne peligrosamente sobre la cultura escrita, amenazando con sustituir al homo sapiens, constructor de abstracciones, por el homo videns perceptor de imágenes.

Evidentemente, la preeminencia de la cultura visual provocará mutaciones sustanciales en la percepción humana y sus formas de racionalidad. Pero ello es aún un campo inexplorado. Por tanto, en lugar de asumir el desafío que tal situación representa, Sartori se escuda en el conservadurismo y reivindica la hegemonía del conocimiento abstracto sobre cualquier otro.

Esta centralidad alcanzada por el medio televisivo tiene sus razones más allá de su carácter puramente instrumental. Su nuevo papel es consecuencia de diversos factores, de los cuales, según mi opinión, dos resultan fundamentales. Por una parte, las transformaciones sociales experimentadas a nivel internacional en las dos últimas décadas y que van desde la globalización de la economía a las confrontaciones bélicas alimentadas por  fundamentalismos, que se creían obsoletos; de la caída del muro de Berlín, el desmantelamiento de la URSS y el final de la Guerra Fría a la insurgencia ciudadana y la emergencia de procesos de alternancia política y transición democrática en países con regímenes autoritarios y dictatoriales más o menos disfrazados. Es decir, una sociedad en movimiento.

Por otro lado, la irrupción a niveles masivos de las nuevas tecnologías de información y las modificaciones que eso plantea tanto en términos de competencia en la disputa del mercado de usuarios, como en la adecuación de las plantas industriales a los nuevos requerimientos tecnológicos.

Una primera impresión indica que en ambos casos las empresas de medios se han visto rebasadas por el vértigo de los acontecimientos. Ante las aún tibias y esporádicas demandas de algunos sectores ciudadanos que piden una mayor calidad informativa, la televisión se vio obligada a reestructurar su modelo informativo y a matizar en su contenido editorial su tradicional subordinación al poder del Estado.

El drástico descenso en el terreno de la credibilidad (del 58% en 1972 al 35% en 1998) por parte de sus usuarios, así como el agotamiento del formato y de las “cabezas parlantes” –que le dieron rostro en los últimos años y resultaron incapaces frente a la embestida de programas noticiosos sensacionalistas como Ocurrió Así, además de que encontraron su réplica exacta en programas como Ciudad desnuda y Fuera de la Ley–  fueron los antecedentes del actual modelo informativo, del que pocos telenoticiarios consiguen desprenderse en parte, sólo en parte.

En el nuevo periodismo televisivo la información no es suficiente. Ahora la noticiabilidad debe estar aderezada con elementos originales, novedosos, espectaculares. De las aficiones de Mónica Lewinski a las aflicciones de Pinochet, pero siempre y sobre todo, la sangre si es posible, el llanto a punto de estallar, la mentada de madre (convenientemente censurada), la seña inmortal de Roque Villanueva y los conatos de bronca en la Cámara de Diputados. En lapsos que van de 30 a 90 segundos, los ciudadanos son informados sobre temas tan sencillos como el Fobaproa y el anatocismo.

El nuevo modelo informativo ha impactado el perfil profesional del periodista. Por una parte se observa una fuerte convergencia hacia la asimilación generalizada de un patrón específico de conductor noticioso. Tal homogenización supera incluso las fronteras. Al describir al conductor de noticiarios Guillaume Durand, Jean Mouchon señala que le recuerda las habilidades del vendedor callejero: mucha labia y un gusto pronunciado por el estilo hipertrofiado. Cualquier parecido con los titulares de los telenoticiarios nacionales es pura coincidencia.

Otra modificación sustancial en el ámbito profesional es la incorporación de reporteros jóvenes, arrancados con frecuencia de su formación profesional. Jóvenes que se arriesgan y vibran con la adrenalina, que cobran poco y trabajan mucho.

La redacción noticiosa también se ha visto transformada. Con el uso de epítetos y la adjetivación, se enfatiza el carácter dramático de los acontecimientos y exalta el contenido emocional.

Pero además de esas modificaciones sustanciales al interior de los programas informativos, se observan importantes modificaciones en el comportamiento de los medios con respecto a sus funciones sociales. Una de ellas, tal vez la principal y cuyas consecuencias no son previsibles, es el surgimiento de una nueva función: el protagonismo. A las tradicionales funciones sociales de informar, entretener y educar, se suma ahora la de conducir y protagonizar.

En efecto: cada vez más es posible observar una creciente tendencia –de los medios en general, pero con especial énfasis en los espacios informativos de la televisión– a abandonar su papel como instancias de mediación y asumir actitudes protagónicas frente a la problemática social. “Linchen a los vacunos”, parecían vociferar los noveles reporteros y algunos vecinos estuvieron a punto de hacerlo.

Ahora la noticia se vuelve emblemática, consigna de campaña. Van 106, van 107, van 108, etcétera, etcétera. Pero aquí se ilustra la exclusión-inclusión informativa. Los choferes, con horarios de trabajo agobiantes se convierten en tema noticioso. Pero al mismo tiempo, poco o nada se dice de los defraudadores de la Banca, no se persigue con el mismo afán inquisitivo el enriquecimiento inexplicable, el fraude en Fobaproa, los crímenes políticos…

Con respecto a los receptores, en el caso de la TV, la diversidad de la oferta se expresa en la segmentación de las audiencias, pero sólo hasta cierto punto, ya que en términos de penetración los programas transmitidos por la televisión abierta dominan ampliamente las preferencias de la audiencia, y en ésta un par de telenoticiarios (24 Horas y Hechos) mantiene su hegemonía. Paradójicamente, la diversificación de la oferta ha producido una compactación en el consumo.

Empero, el totalitarismo televisivo se ve acotado en la medida que un gran porcentaje de sus adictos presenta una exposición diversificada. La emergencia de nuevos espacios informativos (Internet), conforme se expanda su uso, constituye otro valladar al control del medio. Pero la sofisticación en el desarrollo tecnológico tiene su contrapartida en el ensanchamiento de la brecha en su acceso. El oleaje cibernético es, y seguirá siendo por mucho tiempo en el grueso de las sociedades que pueblan el planeta, un oceáno con muy pocos bañistas.

Todo ello significa, en forma escueta, que la televisión continuará su hegemonía por muchos años, quizá décadas.

Si recordamos la afirmación inicial, la situación del periodismo televisivo en los procesos de transición resulta por lo menos preocupante. En el caso mexicano, al menos, el tránsito democrático se ha realizado más a pesar de los medios que con su contribución. Específicamente su participación en los últimos procesos electorales ha dejado mucho qué desear. Solapados bajo el rubro de información, han desatado numerosas campañas de insidia y desprestigio contra los candidatos de oposición.

De esa manera, el espacio público ha sido escamoteado a los ciudadanos.

En este fin de milenio, la incertidumbre y la desesperanza alimentan el espíritu que permea todos los rincones de la vida social. El ámbito del periodismo no constituye la excepción.

 

Notas.

1) Habermas, Jürgen. Historia y crítica de la opinión pública, Gustavo Gilli, 1981, Barcelona.

2) Aguilar Villanueva, Luis F. “Una reconstrucción del concepto de opinión pública”, en Revista Mexicana de Ciencias Politicas y Sociales Núm. 130, oct-dic. 1987, México, UNAM.

3) Sartori, Giovanni. Elementos de teoría política. Alianza Editorial, Madrid, 1992.

4) Ferrer, Eulalio. De la lucha de clases a la lucha de frases. De la propaganda a la publicidad. El País/Aguilar, Madrid, 1992.

5) Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus, México, 1998.

6)  Mouchon, Jean, “La información política como arma de doble filo” en Espacios públicos en imágenes de Isabelle Veyrat-Masson y Daniel Dayan (comps.) Editorial GEDISA, España, 1997.

7) El diario Público destacó la información sobre las víctimas del transporte urbano, estableciendo el asunto como tema en la agenda de los medios. Posteriormente una reportera del telenoticiero local bautizó a los choferes con el epíteto de “vacunos”.

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