Rodolfo Walsh y su herencia periodística

  • A Capote y Walsh se les considera, en sus respectivos países, iniciadores de la novela verídica o novela testimonio, como se le conoce entre los estudiosos de literatura en América Latina.
  • Rodolfo Walsh  y el periodismo independiente.
Fotografía: "Las paredes son la imprenta de los pueblos - Rodolfo Walsh" por Antonio Marín Segovia @ Flickr

Fotografía: «Las paredes son la imprenta de los pueblos – Rodolfo Walsh» por Antonio Marín Segovia @ Flickr

Por José Luis Benavides

Publicado originalmente en RMC 63

En la mañana del 16 de noviembre de 1959, Truman Capote estaba hojeando el New York Times cuando se detuvo en la página 39 a leer un despacho de la agencia UPI en Holcomb, Kansas, que llevaba por título “Asesinados Rico Agricultor y Tres Familiares”. Capote había estado buscando ideas para transformar el periodismo en un arte literario serio, la novela sin ficción o novela verídica, y este crimen en Holcomb le pareció la oportunidad perfecta para llevar a cabo su objetivo. El resultado fue su célebre libro A sangre fría.

Tres años antes, la noche del 9 de junio de 1956, Rodolfo Walsh, un joven escritor de La Plata, Argentina, estaba jugando ajedrez en el Club Capablanca cuando los sonidos de explosiones y tiroteos interrumpieron su juego. El ruido venía de la Plaza San Martín, el sitio de batalla más importante de una fracasada insurrección militar en favor de Juan Domingo Perón y contra el gobierno del general Pedro Enrique Aramburo. Esa noche, según Walsh se enteró más tarde, la policía fusiló a un grupo de civiles en un basurero de la ciudad: cinco murieron, uno resultó mal herido y cinco más escaparon milagrosamente. La policía había arrestado a los once hombres mientras escuchaban una pelea de box por la radio en la casa de un hombre que supuestamente estaba involucrado en la insurrección.

Durante algún tiempo, Walsh pensó que podía olvidarse del incidente y continuar escribiendo cuentos policiacos. Sin embargo, seis meses después, el 18 de diciembre, un amigo le contó la historia de Juan Carlos Livraga, una víctima del fusilamiento clandestino que había recibido un impacto de bala en la cara pero que sobrevivió. Poco tiempo después, Walsh comenzó a publicar artículos en la prensa opositora acerca del caso. Buscó a otros sobrevivientes, se cambió de nombre, compró un revólver y se ocultó en dos escondites. Su novela verídica de este episodio, Operación masacre, fue publicada por primera vez en diciembre de 1957, ocho años antes que A sangre fría.

 

Novela testimonio

Hoy, tanto a Capote como a Walsh se les considera, en sus respectivos países, iniciadores de la novela verídica o novela testimonio, como se le conoce entre los estudiosos de literatura en América Latina. De hecho, ninguno de los dos escritores inventó esta forma artística, a pesar de que ambos influyeron en su desarrollo. Sin embargo, a diferencia de Capote, Walsh no intentaba crear concientemente un nuevo género literario cuando escribió Operación masacre. Escribió el libro por indignación, para denunciar un crimen no registrado por la gran prensa y para servir a la justicia. “Investigué y relaté estos hechos tremendos”, escribió Walsh, “para darlos a conocer en la forma más amplia, para que inspiren espanto, para que no puedan jamás volver a repetirse”.

Capote permaneció sólo esporádicamente interesado en el periodismo, mientras que Walsh siguió siendo periodista toda su vida y utilizó este oficio en tareas explícitamente políticas. Su obra ha crecido en influencia en el periodismo latinoamericano contemporáneo porque ejemplifica un desafío clave que enfrentan los periodistas independientes de la región: la necesidad de superar el silencio de la gran prensa –ya sea por miedo o colusión– acerca de los crímenes cometidos por el aparato de Estado.

“Durante varios meses he presenciado el silencio voluntario de toda la prensa seria en torno a esta execrable matanza, y he sentido vergüenza”, Walsh escribió en la introducción a la primera edición de Operación masacre. En 1964, en la segunda edición del libro, expresó aún más desilusión:

Uno piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones, piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas… Es cosa de reirse, a siete años de distancia, porque se pueden revisar las colecciones de los diarios, y esta historia no existió ni existe.

El libro de Walsh se convirtió en uno de los primeros ejemplos contemporáneos mayores de lo que puede llamarse el nuevo periodismo latinoamericano. Este informal movimiento literario y periodístico denunció crímenes de Estado que no fueron registrados por la gran prensa de la región e influyó en el desarrollo del periodismo independiente contemporáneo de América Latina. Relato de un náufrago (1955), de Gabriel García Márquez, por ejemplo, denunció a la marina colombiana por la muerte de un grupo de hombres que cayeron de un buque de guerra al mar debido a que había a bordo un contrabando mal asegurado. Otros ejemplos de este género incluyen: La noche de Tlatelolco (1971), de Elena Poniatowska, una crónica de la matanza de cientos de estudiantes en la ciudad de México a manos del ejército en 1968; Araceli (1979), de Carlos Alberto Luppi, una denuncia del encubrimiento de los secuestros y asesinatos de muchachas a manos de magnates locales en la ciudad brasileña de Vitória; y Recuerdo de la muerte (1984), de Miguel Bonasso, una novela de misterio acerca de las actividades internacionales de los operativos militares argentinos durante la llamada guerra sucia.

Aunque la importancia literaria de estas y otras obras ha sido ampliamante estudiada, su significación periodística ha sido ignorada o subestimada. Esto se debe principalmente a que, a diferencia del nuevo periodismo estadunidense, el nuevo periodismo latinoamericano no se ha identificado formalmente como un movimiento. Dos hechos más contribuyen a este descuido. Primero, algunos críticos y periodistas latinoamericanos todavía exhiben una mentalidad colonialista; una guía de estudio de Relato de un náufrago, por ejemplo, cita a Tom Wolfe como una de las mayores influencias del libro de García Márquez, a pesar de que el reportaje fue publicado por primera vez en 1955, siete años antes de que Wolfe empezara a trabajar como periodista. Segundo, aquellos que sostienen que los periodistas tienen que ser observadores objetivos e imparciales de los acontecimientos, piensan que la mayoría de los nuevos periodistas latinoamericanos practican un periodismo defensor de causas; en vez de ser imparciales, dicen sus críticos, estos periodistas promueven la justicia y el cambio sociales. Pero es precisamente este alejamiento de la noción de objetividad y su insistencia en presentar relatos alternativos y contrahegemónicos de los acontecimientos lo que hace que la obra de estos periodistas sea tan importante para el periodismo latinoamericano.

Por ejemplo, la obra de Poniatowska acerca de la matanza de estudiantes en la ciudad de México en 1968 puede considerarse parcial porque su propio hermano, un estudiante, estuvo entre los muertos. No obstante, ya que la mayoría de la gran prensa mexicana sólo registró la versión oficial y manicurada de los hechos, La noche de Tlatelolco se volvió rápidamente un buen ejemplo de reportaje para estudiantes de periodismo en México.

 

Periodismo independiente

Rodolfo Walsh abogó por este otro tipo de periodismo, el que rechaza volverse cómplice de la injusticia. Él y otros nuevos periodistas latinoamericanos ayudaron a establecer y mantener medios de comunicación independientes, así como espacios dentro de la gran prensa, para practicar un periodismo independiente e investigativo, particularmente en periodos de extrema represión institucional. Ellos practicaron lo que algunos llamaron periodismo comprometido, opuesto a la noción de objetividad valorada por el periodismo de la gran prensa estadunidense, y abrazaron en cambio un estilo de periodismo más cercano al practicado por los periodistas de denuncia estadunidenses, conocidos como muckrakers, y por los periodistas que creen que la prensa tiene una responsabilidad social frente a la sociedad. El trabajo de Walsh ha influido directa e indirectamente en el entrenamiento de jóvenes periodistas y ha ayudado a fortalecer la libertad de expresión en la región.

Para 1965, el año en que se publicó A sangre fría, de Capote, Walsh ya había publicado dos ediciones de Operación masacre. También, junto con un grupo de periodistas y escritores famosos –incluyendo a los colombianos García Márquez y Plinio Mendoza, el uruguayo Juan Carlos Onetti, y los argentinos Jorge Masetti y Rogelio García Lupo– ayudó a fundar la agencia latinoamericana de noticias Prensa Latina. Ahí, trabajando para la agencia a principios de los 1960, Walsh se volvió famoso entre sus colegas como el escritor que se adelantó a la CIA, después de que decifró un telegrama secreto de Guatemala que detallaba los planes de exiliados apoyados por la CIA para invadir Cuba.

En 1968, Walsh estableció el semanario peronista CGT en colaboración con Horacio Verbitsky, hoy el más respetado periodista independiente de Argentina. CGT circuló legalmente hasta mediados de 1969 y clandestinamente hasta febrero de 1970, cuando el gobierno lo cerró. El trabajo de Walsh en el semanario le dio material para un segundo libro verídico, ¿Quién mató a Rosendo?, publicado en 1969. Este reportaje describe el asesinato de un líder sindical a manos de un jerarca sindical que servía a los intereses del gobierno argentino y de las empresas extranjeras.

Entre 1972 y 1973, Walsh trabajó en un proyecto comunitario en las villas miserias (ciudades perdidas) de Buenos Aires, enseñando periodismo y ayudando a los estudiantes a publicar el Semanario Villero. Para 1973, cuando se publicó su último libro verídico, ya había ingresado a Montoneros, una facción de izquierda nacionalista peronista que se convirtió en un movimiento guerrillero urbano. Sirvió como jefe de la sección de nota roja de Noticias, un diario montonero cerrado por el gobierno al año siguiente.

Después del golpe militar el 24 de marzo de 1976, Walsh y Verbitsky organizaron la agencia clandestina de noticias ANCLA y denunciaron violaciones a los derechos humanos. El 29 de marzo de ese año, una de las dos hijas de Walsh, Victoria –también miembro de Montoneros– se suicidó para evitar que fuera capturada viva durante un asalto a un escondite de la guerrilla. Seis meses más tarde, el 25 de marzo de 1977, el mismo Walsh fue asesinado por un escuadrón enviado a secuestrarlo. Justo horas antes del ataque, él había enviado por correo a los diarios argentinos su famosa Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. La había terminado de escribir un día antes, en el primer aniversario del golpe. En ese entonces, ningún periódico argentino se atrevió a publicar la carta, descrita por Gabriel García Márquez como “una obra maestra del periodismo universal”. La carta circuló de forma clandestina en Argentina, apareció en algunos medios independientes latinoamericanos y se publicó después en la revista francesa Esprit y la revista estadunidense Dissent.

Yo acuso de Émile Zola y todo el escándalo Dreyfus parecen un asunto menor en comparación con lo que le sucedió a Walsh. Después de que Zola acusara al ejército francés de condenar falsamente al capitán Alfred Dreyfus y de, luego, encubrir el hecho, Zola fue acusado por difamación y obligado a abandonar Francia. Pero la justicia prevaleció eventualmente y la carta de Zola se volvió un poderoso símbolo de la lucha por la libertad de expresión. Walsh, por su parte, acusó a la junta militar de genocidio y proporcionó la evaluación más detallada, crítica y documentada del régimen militar dentro y fuera de Argentina. Pero Walsh fue asesinado, la junta prohibió sus escritos y su contribución a la libertad de expresión permaneció sin reconocimiento.

 

Escuchen mi voz

A pesar del carácter totalitario de la junta militar, la voz de Walsh no pudo silenciarse completamente. Ni la vigilancia militar ni el riesgo de ser asesinados o arrestados impidieron que los estudiantes de periodismo aprendieran acerca de Walsh y que leyeran sus libros.

“Walsh se convirtió de pronto en nuestro modelo de periodismo”, escribió Gabriela Cerruti, redactora en jefe de la revista Trespuntos. En el libro Los herederos del silencio, Cerruti recuerda sus años como estudiante de periodismo en la Universidad de La Plata durante la dictadura militar. Antes del golpe de 1976, el programa de periodismo de la universidad era el más prestigioso del país. Su planta de profesores incluía gente de gran renombre como Gregorio Selser, Silvio Frondizi y Eduardo Galeano. En los primeros años después del golpe, 36 estudiantes y profesores, de un total de aproximadamente 220, desaparecieron. La escuela cerró por un año y medio, y reabrió bajo fuerte vigilancia militar en 1978. Se les exigía a las bibliotecarias que llenaran una forma por cada libro sacado de la biblioteca, proporcionando luego la información a los militares para identificar subversivos. Incluso en este medio ambiente represivo, Cerruti recuerda que algunas bibliotecarias se las ingeniaron para que los estudiantes de periodismo sacaran de contrabando los libros de Walsh.

Walsh también influyó en muchos de los reporteros que trabajaron con él, algunos de los cuales se volvieron famosos periodistas. En Recuerdo de la muerte, Miguel Bonasso, quien trabajó con Walsh en Noticias, se refiere a Walsh como mi mentor. Horacio Verbitsky, un colega de CGT y ANCLA, editó un libro a mediados de los 1980 acerca de los años clandestinos de Walsh. Verbitsky describió esos años a la periodista mexicana Alma Guillermoprieto como la “tradición militante, rencorosa, agresiva e imperdonable de los mil novecientos setenta”.

Walsh tiene el tercer mayor número de menciones, detrás de Verbitsky y Jacobo Timmerman, en un libro publicado en 1997 acerca de los grandes periodistas y publicaciones argentinos. Ese mismo año, su compañera, Lilia Ferreyra, y su hija, Patricia Walsh, convencieron al congreso argentino de reabrir su caso, con el objeto de encontrar su cuerpo y determinar exactamente cómo murió.

El creciente reconocimiento de la herencia de Walsh culminó el 25 de marzo de 1998, cuando la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata anunció la primera entrega de los Premios de Periodismo Rodolfo Walsh. Se escogió la fecha para que coincidiera con el vigésimo primer aniversario de su muerte. Sirvió como una crítica implícita de todos los que no contaron a Walsh entre los 91 periodistas muertos en Argentina entre 1976 y 1983, porque no lo consideraron un periodista imparcial. Este grupo incluye a los autores de los dos libros de periodismo latinoamericano más asequibles en Estados Unidos y publicados durante la dictadura militar, Robert Pierce (Keeping the Flame, 1979) y Marvin Alisky (Latin American Media, 1981), los cuales no mencionan a Walsh en absoluto.

Los Premios de Periodismo Rodolfo Walsh prometen inspirar otro tipo de periodismo: uno que aspire a ser tan innovador en términos literarios como el de Capote, tan investigativo como el de Ida Tarbell y George Seldes y tan peligroso para aquellos que abusan del poder como el del periodista alemán Günter Wallraff. Los premios también pueden alentar el renovado interés en la diseminación del trabajo de periodistas latinoamericanos, promoviendo tanto la libertad de expresión como una prensa independiente y responsable.

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