La nota roja en los noventa

  • 2 de cada 3 ejemplares  mexicanos y colombianos contenían en su primera plana una nota roja.
  • Este género da cuenta de hechos en los que está implícito algún modo de violencia que rompe con lo común de una sociedad.
Fotografía: "Llegola, infectola y avanzola..." por Gaby Sandoval@ Flickr

Fotografía: «Llegola, infectola y avanzola…» por Gaby Sandoval@ Flickr

Por José Luis Arriaga Ornelas

Publicado originalmente en RMC 75

El periodismo es un re-presentador de realidades y se vale de estructuras discursivas para dar cuenta de sucesos, describir situaciones, personajes, escenarios. El género de nota roja toma parte de ese proceso comunicacional, combinando en sus relatos motivaciones lingüísticas y sociológicas. Sus protagonistas, lugares y desenlaces recrean en las líneas articulaciones de la praxis social. En este artículo, que explora los casos colombiano y mexicano en el uso de la nota roja, lo que se observa y argumenta es que tal género no está ya tan restringido a las publicaciones especializadas o a las secciones creadas ex profeso en los medios.

En una acepción general, la nota roja es el género informativo que da cuenta de hechos (o sus consecuencias) en los que está implícito algún modo de violencia –humana o no–, que rompe con lo común de una sociedad determinada y, a veces, con su normatividad legal. Ahí caben los relatos acerca de actos criminales, catástrofes, accidentes o escándalos en general, pero expuestos según un código cuyos elementos más identificables son los encabezados impactantes, las narraciones con tintes de exageración y melodrama, entre otros.

En México, durante la segunda mitad de la década de los noventa se batieron casi todos los registros sobre el número de secuestros, robos, asesinatos y el contrabando de droga, entre otros índices delictivos. Ante ello, se volvió lugar común equiparar la realidad mexicana con los problemas de violencia que aquejan a Colombia desde hace varios decenios.1 No obstante, los argumentos esgrimidos para pretender tal comparación se alejaban de la causalidad de la violencia en la misma medida que se acercaban al carácter meramente informativo: era en los medios donde se daba cuenta del acercamiento entre los dos países; el síntoma de ello era la explotación de la nota roja.

En 1997 se decidió iniciar una investigación que, a través del análisis discursivo, dijera algo sobre los casos de México y Colombia en cuanto al comportamiento de la nota roja. Dicho género periodístico tiene un origen social, pues se produce al interior de una comunidad. Lo ocurrido en una colectividad proporciona indicios de las normas que en ese momento rigen en tal sociedad y que, con su existencia, delimitan las conductas desviadas (y por lo tanto noticiables en el género de nota roja). Para mostrar esa relación se escogieron dos periódicos cuyo perfil los ubicaba en la década de los noventa en los primeros lugares de tiraje y circulación en sus países de origen, con una cobertura informativa caracterizada por la dotación de noticias genéricas, un formato similar y larga historia.

Se acopiaron 249 notas aparecidas en la primera plana de los diarios El Tiempo (Bogotá) y Excelsior (Ciudad de México), para luego proceder a su estudio. Sólo se seleccionó la información de las primeras planas, porque el periódico le asignó una elevada importancia (claro que el número de relatos de nota roja publicados por tales medios es mucho mayor). Aleatoriamente, se revisó en los rotativos dos días de cada semana y sólo los años 1991 y 1997 para El Tiempo, así como 1994 y 1998 para Excelsior. Con ello se tuvo un referente espacio-temporal y una muestra lo bastante amplia para brindar un panorama confiable del comportamiento de la nota roja en los dos periódicos durante la década de los noventa.

El número de las unidades de análisis obligó a un procedimiento deductivo, al utilizar un modelo hipotético de descripción para luego descender, poco a poco, hasta las variables que a la vez participan y se separan de él. Esto de acuerdo con el patrón propuesto por Barthes.

De entrada, parecía claro que, durante la década de los noventa el género no estaba ya restringido a las publicaciones especializadas. Además, los referentes y el valor noticioso parecían haber cambiado. Por ejemplo, ya era insuficiente la noción tradicional de nota roja para abarcar los actos de personajes que, siendo representantes de las clases subalternas, se organizan criminalmente y ponen en jaque a un Estado. Este tipo de narraciones rebasan la moralina anti-criminal, el estereotipo del triunfo perenne de la legalidad y otros protocolos que solían cumplirse en la nota roja2. La cuestión era determinar de qué manera esos actores e interacciones sociales novedosas se reflejan en las re-presentaciones de los medios informativos.

¿Cómo se efectuó el estudio? De acuerdo con Barthes, se desprende que para realizar un análisis del relato hay que distinguir varias instancias de descripción y colocarlas en una perspectiva jerárquica, porque el relato es un sistema de instancias. Los niveles de descripción que se adoptaron para el estudio presente fueron: las funciones, las acciones y la narración. Estos tres niveles están ligados entre sí: una función sólo tiene sentido si se ubica en la acción general de un actor; y esta acción recibe su sentido último del hecho de ser narrada, confiada a un discurso que es su propio código.

 

Funciones de la nota roja

Con la información disponible se realizó una clasificación tripartita. La primera clase de notas, según su función, está formada por las que se denominaron utilitarias. Su característica principal es que remiten a un correlato invocado por medio de alusiones simbólicas, de imagen o representación. En ellas el dolor humano, la desgracia, la maldad, la tragedia, el maniqueísmo quedan manifiestos por medio de relatos sumamente vívidos o imágenes impactantes. Son utilitarias porque resultan útiles en la re-definición constante de lo noticiable en este género. Su presencia en la primera plana de los medios analizados implica la ausencia de sus contrarios, eventos que ven depreciado su valor noticioso: su presencia termina por contribuir a la creación de las normas que rigen en ese momento en la sociedad de la que son producto y a la que interpelan.

En el caso de El Tiempo colombiano, hubo dentro de nuestro periodo de análisis 45 relatos de este tipo incluidos en la primera plana; éstos representan exactamente 31% para el año 1991, pero disminuyeron a 23% del total de notas reunidas en 1997. Para el caso mexicano de Excelsior hubo 18 notas y gráficas del tipo utilitario, que representan 10% del total en 1994; pero se incrementaron durante 1998 hasta llegar a 26% de las revisadas dentro del periodo de estudio.

Los personajes que protagonizan esta clase de eventos difícilmente serán recordados ni se sabrá algo más de ellos, pues esas notas sólo buscan mostrar algunos aspectos de la condición humana: la existencia de malicia o lo inevitable y trágico de ciertos fenómenos naturales. No obstante, la forma en que la nota roja es presentada tiene la función de complementar esa realidad en devenir que los medios ofrecen con sus audiencias; de terminar el área de percepción de la cotidianidad, incluyendo historias que se desarrollan en los extremos de la existencia social.

Por ejemplo, el 23 de enero de 1991, entre la sexta y octava columnas de su página principal, El Tiempo publicó esta cabeza: “Golpe a secuestradores y sicarios”. La unidad narrativa remite a un correlato: la incesante delincuencia perseguida por la justicia; el bien contra el mal; maniqueísmo, pues. Para cualquier duda que pudiera quedar al respecto, inicia la nota con esta frase:

 

El brazo de la Policía Élite alcanzó ayer a David Ricardo Prisco Lopera, un veterano pistolero al servicio del cartel de Medellín, que tiene en su contra un extenso prontuario criminal.

O lo que es lo mismo “el que la hace, la paga”. Transmitir ese sentimiento es su función, por eso es una nota utilitaria.

Seis años después, el 16 de abril de 1997, El Tiempo publica otra nota: “Libro bomba, otra página de sangre”. ¿El correlato? La violencia cotidiana, la maldad perenne, martirologio. El cuerpo de la nota dice:

 

Un libro sobre la ética y la moral en la medicina mató a Pedro León, hijo del diputado de Esperanza Paz y Libertad, Mario Agudelo. Agudelo se lo regaló a su hijo, a quien le explotó en las manos. La imagen de su hijo Pedro León tratando de abrir el libro que le acababa de regalar no se le borra de la mente.

La función de esta nota es llevar la tragedia familiar a las audiencias; mostrar que el mal puede llegar de formas inauditas, que el ser humano es frágil y cualquiera cae en desgracia.

En 1998, Excelsior a ocho columnas publicó este título: “Hampa desbocada”. No hace falta insistir en la función utilitaria de la nota, pero sí detenerse en su contenido, que en términos reales defrauda a quienes esperan los detalles sanguinarios y reseñas macabras. La información dice en su parte medular:

 

En México hay aproximadamente 41 procuradurías, alrededor de 4 mil 480 cuerpos policíacos públicos y más de mil privados. Y la paradoja, son más de un millón las órdenes de aprehensión pendientes. La criminalidad está desbocada.

Este tipo de recursos periodísticos inaugura una nueva modalidad de explotación del género de nota roja. Hay una nueva veta del morbo, o su antítesis, con la naturalización del escándalo, aparejada a la apertura de agendas temáticas explotables informativamente.

Hay otro tipo de notas cuya función es distinta a las anteriores y se denominaron convergentes. Su característica principal es la conjunción de un número tal de factores que convierten a la narración en pieza única. Si bien en ella están presentes los elementos emotivos del tipo utilitario, el suceso reseñado reviste una peculiaridad que la hace especial y no sólo apela a las fibras sentimentales, sino a la capacidad de asombro, de indignación o sorpresa.

En cada uno de los años estudiados se identificaron marcadas diferencias en su uso. Mientras que en 1991 en El Tiempo representaron 27% del total, para 1997 serían 50%. En sentido inverso, para el caso de Excelsior pasaron de ser 45% del total en 1994, a sólo 34% en 1998. Evidentemente, los espacios dejados o ganados por este tipo de notas serían cubiertos por aquellas que cumplían otras funciones.

Las notas del tipo convergente coinciden con lo siguiente: El 17 de abril de 1991, El Tiempo publicó una nota relativa al decomiso de un cargamento de cocaína en el aeropuerto de Quito, Ecuador, a cuatro falsas monjas quienes dijeron que sólo accederían a ser revisadas por una orden que viniera del Papa. La cabeza de la nota era: “Falsas monjas con coca bajo los hábitos”. Y en sus primeras líneas consignaba:

 

Si nos requisan denunciaremos el atropello ante el obispo y las autoridades de la Iglesia. Se van a arrepentir; sólo lo pueden hacer con una orden del Santo Padre.

Luego se explaya proporcionando detalles pormenorizados del escándalo ocasionado por falsas monjas originarias de Colombia. Se dice, por ejemplo:

[…] las religiosas fueron requisadas y bajo sus hábitos los policías se encontraron con una descomunal sorpresa: llevaban varios paquetes de cocaína adheridos con cinta a las piernas. Entonces, al verse sorprendidas, una de ellas juró que lo que llevaban era cal para Madrid, España, en cumplimiento de una penitencia. Y luego debemos retornar con el cargamento a nuestra ciudad, así pagaremos nuestra pena.

La aparición de peculiaridades que rompen la generalidad, incluso dentro de la galería de conductas apartadas de lo normal, hacen que este tipo de notas terminen cumpliendo otra función. Los calificativos, los encabezados escandalosos, lo anormal, lo sensacional que reportan este tipo de mensajes no son muy útiles para ayudar al lector-audiencia a entender la realidad e interactuar en ella. Persiguen más bien la recreación de escenarios inusitados y apelan a los usos retóricos en comunidades de apropiación.3 Pueden, sin embargo, ser inicio de la construcción del imaginario colectivo al que contribuye la labor de los medios, pues la ocasional ocurrencia de eventos inusitados llega a derivar un torrente informativo que alimente más páginas del diario u horas de televisión y radio.

En términos generales, la nota convergente ocupa el estilo de la nota roja con la firme intención de alcanzar el mayor impacto posible entre las audiencias. Su mayor apoyo estará siempre en las fotografías, aunque también en la ironía, el humor negro, la sátira y el melodrama.

Si se acepta que todo acontecimiento queda marcado por la manera en que se accede a él, es posible decir que este tipo de notas, como casi todas, se centran en la acción y ésta recibe su sentido último en el hecho de ser narrada. Por esta razón, ante hechos que por su misma naturaleza pueden otorgar un golpe doble, engendrando a la vez éxito u olvido, el reportero se vale de un estilo periodístico para imponer el impacto a la fugacidad del suceso. La infinita multitud de historias escandalosas condenaría a cada una en lo particular al olvido universal, por ello el redactor se esmera en elaborarlas de modo tal que se sumen a la crónica de lo inmediato de manera peculiar, para que, incluso, conformen la historia perdurable.4

Un tercer tipo de narraciones está en la investigación y se le llamó indiciales porque cumplen la función de integrar un nivel superior de relato o contexto. Estas notas no se dan en el vacío coyuntural como las convergentes ni reproducen exclusivamente los patrones clásicos de apelación a las fibras emotivas o sensitivas del lector, como en el caso de las utilitarias. Las notas indiciales pueden tener algunas de estas características, pero no pueden ser entendidas de la misma forma aisladas (como las utilitarias y las convergentes) que en su conjunto.

El lector requiere de cierta información previa (y espera otra posterior) para apreciar en toda su magnitud los hechos relatados: la información se da en forma serial.

Estas narraciones también dan cuenta de actos que violentan el orden, la normatividad, la normalidad cotidiana; sin embargo, en ellas actúan actores identificables más allá de cada unidad narrativa y, si bien se reseñan hechos consumados, el medio los sigue, se mantiene atento a sus consecuencias. A diferencia de las notas utilitarias o convergentes, en éstas desde sus encabezados se citan nombres, apellidos o hasta apodos para dar cuenta de la información, en el entendido de que los personajes son reconocibles por las audiencias. De hecho en esta peculiaridad reside buena parte de su atractivo noticioso. Ejemplos:

      • Jorge L. Ochoa se entregó (El Tiempo, 16/enero/1991).
      • Hallan cadáver de Marina Montoya (El Tiempo, 1/febrero/1991).
      • La Quica había ofrecido 400 millones por su fuga (El Tiempo, 17/abril/1991).
      • Cárcel sin lujo para Escobar (El Tiempo, 14/junio/1991).
      • O. J. Simpson culpable en el juicio civil (El Tiempo, 5/febrero/1997).
      • Plan de fuga; los Rodríguez Orejuela lo niegan (El Tiempo, 7/marzo/1997).
      • Habría caído Perafán en la frontera (El Tiempo, 19/abril/1997).
      • No recibí colaboración de nadie, dice Mario Aburto (Excelsior, 7/abril/1994).
      • No matamos a Posadas; policías aliados del Chapo nos culparon: B. Arellano (Excelsior, 28/julio/1994).
      • Rubio pagó un millón de nuevos pesos para matar a Ruiz Massieu: Ramírez Araus (Excelsior, 6/octubre/1994).

Esos relatos dan cuenta de acciones que involucran a personajes formadores de narraciones, que sobrepasan las notas unitarias y terminan conformando una moderna mitología que se alimenta diariamente con su actuar, pero también en el imaginario colectivo.

Las notas indiciales están invariablemente relacionadas con grandes agendas temáticas. En el caso de Colombia, los supertemas que se identificaron para el periodo de estudio son: el narcotráfico, la guerrilla, conflictos bélicos en países distintos, grandes asesinatos y muertes dramáticas diversas. Dentro de estos grandes temas están 58 notas publicadas durante 1991 y 14 correspondientes a 1997, lo cual representa, respectivamente, 45% y 28% del total. En el caso de México, Excelsior concentró sus notas indiciales en los siguientes temas: la guerrilla, el narcotráfico, dos magnicidios, la corrupción, un secuestro, conflictos bélicos extranjeros y el terrorismo. En relación con estos temas se publicaron 53% de las notas que se analizaron en 1994, y 42% de las que se revisaron en 1997.

De tal forma, en las notas clasificadas como indiciales, parece perderse para las audiencias la connotación de nuevo que implica la noticia, porque se trata más bien de una narración seriada, de una sucesión constante de acciones delictivas que no reportan cosas nuevas, solamente actualizan el estado que guarda o el sentido en el que se desarrolla un meta-relato.

La explotación del morbo sigue siendo el centro de la intencionalidad en este tipo de notas, pero con las indiciales el género se amplía, porque ya no se da cuenta solamente de hechos consumados; se especula, se advierte, se declara, se investiga, se denuncian los grandes temas. La esencialidad dramática de las notas del género se mantiene, pues se consigue en absoluto el fin del género que ya en alguna parte se formuló: no busca tanto informar como llamar la atención. La instrumentalidad de la emoción consigue su fin último en esta clase de información.

En la dimensión temporal del estudio se identificaron varios desplazamientos en cuanto al tipo de notas más utilizadas por los diarios dentro del género de nota roja. Las notas del tipo convergente, por ejemplo, crecieron en el caso de El Tiempo en 1997 en relación con 1991. Las notas del tipo indicial disminuyeron en Excelsior y El Tiempo con el paso de los años. En Excelsior las notas utilitarias prácticamente triplicaron su porcentaje de 1994 a 1998. El Tiempo vio disminuir su porcentaje de notas utilitarias en 1997 en relación con 1991. Gráficamente estos comportamientos se ven así:

      1. El incremento de notas indiciales implica la presencia de agendas temáticas a las que se da más valor noticioso. La noticia se transfiere a las historias seriadas y a los personajes. Las notas indiciales en los dos casos llegaron casi a 50% en el primer año (1991 y 1994) por la ocurrencia de eventos que trascienden la cotidianidad y modifican su valor informativo. Se toman noticias y se ofrecen como inicio de un proceso comunicativo por entregas.
      2. Contra un trasfondo de violencia, los actos violentos no se destacan. Cuando el acto violento se devalúa, las narraciones indiciales son desplazadas por la información anormal típica: notas convergentes. En 1991 las convergentes en El Tiempo llegaron a 27%, pero en 1997 se incrementaron hasta 50%. Homicidios múltiples, robos únicos, inauditas acciones guerrilleras, escándalos político-judiciales son las noticias más abundantes.
      3. Cuando dejan de ser noticias las notas convergentes, se da prioridad a las maniqueístas o a cierta sensibilidad creada por escándalos, magnicidios y actos espectaculares (utilitarias e indiciales). En 1994 Excelsior publicó notas indiciales hasta en 53%; cuatro años después, las agendas temáticas disminuyeron a 42%.

En cambio, las notas utilitarias se triplicaron: de 10% pasaron a 26%. No hay duda, la definición de la noticia depende de los acontecimientos y determina la dinámica social.


Acciones
de la nota roja

La nota roja está definida por su interés en los actos desviados: robos, asesinatos, tragedias, encarcelamientos, ejecuciones. En el proceso de describir-narrar un suceso, la nota define y da forma no sólo a ese incidente, sino a las grandes articulaciones presentadas en un escenario más amplio, el de la praxis social. Más allá de los pequeños actos protagonizados por los actores de cada uno de los relatos, importa centrar la atención en las acciones de que se da cuenta en la nota roja y fundamentalmente en los protagonistas de las mismas.

La guerra, la imposición de la ley, la muerte, la delincuencia, la denuncia y los desastres son las grandes articulaciones sociales que toman vida en la nota roja. Las 249 unidades de análisis así lo revelaron. Para ambos casos, Excelsior y El Tiempo, no hay variación en lo que hace a este comportamiento, ni son significativos los desplazamientos de una temática sobre otra con el paso del tiempo. En cambio, sí la hay en cuanto a lo que se dice de los eventos y los personajes dependiendo de las circunstancias. Observe el siguiente ejemplo de El Tiempo:

2 de enero de 1991

 

Mueren trece policías en año nuevo

La violencia de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) aguó con sangre la despedida del año viejo y feliz saludo del año nuevo. Trece agentes de la policía y un suboficial del Ejército fueron muertos ayer en asaltos de las FARC y el ELN. En desarrollo de una escalada de violencia ocurrida en el primer día de 1991, trece agentes de la policía nacional fueron asesinados ayer…

29 de noviembre de 1991

 

 

Antioquía y Bogotá, mueren 14 criminales

La delincuencia común recibió ayer un duro revés, luego de dos operaciones policiales que culminaron con la muerte de catorce personas vinculadas a organizaciones de secuestradores y asaltantes de bancos. En Antioquía, diez integrantes de una banda de secuestradores fueron abatidos por la Unidad Anti-Extorsión y Secuestro…

En ambas narraciones se da cuenta de hechos similares: la muerte de decenas de personas. Empero, la mediatización que se hace de los eventos donde ocurrieron los decesos se inscribe en una realidad colectiva, ello implica que los personajes actuantes sean comprometidos con relaciones que terminan decantando lo que se dice de ellos. Mientras los 13 policías fueron asesinados, los 10 integrantes de una banda de secuestradores fueron abatidos. Igualmente, los trece agentes de la policía y un suboficial del ejército fueron muertos en asaltos; en tanto que los delincuentes cayeron “luego de dos operaciones policiales que culminaron con su muerte”. La acción reportada el 2 de enero de 1991 “aguó con sangre la despedida del año viejo y feliz saludo del año nuevo”, en tanto que la de noviembre del mismo año fue “un duro revés para la delincuencia”.

Si estos actos violentos no fueran reseñados por los medios analizados, los muertos sólo serían para sus familiares y conocidos. Sin embargo, la nota convierte en personajes a los delincuentes, policías, militares, secuestradores, asesinados, víctimas. No hay nombres, características o pormenores de las personas fallecidas en ninguno de los dos casos; su perfil está delimitado por la función que les ha sido asignada en el relato. Eran “integrantes de una banda de secuestradores”: todo está dicho con eso, puesto que esa afirmación se inscribe en un correlato que le da vida; uno que habla de la delincuencia creciente, de las bandas de maleantes; que remite a viejas historias de asesinatos, secuestros, víctimas de la delincuencia y criminales despiadados.

El maniqueísmo en estas notas es manifiesto, sin embargo debe ponerse atención en que los bandos del maniqueísmo no están definidos de una vez y para siempre. El añadir caracteres a un personaje a través de varias notas en diferente tiempo no es una acción involuntaria o natural: persigue matizar el perfil de los mismos en el relato-unidad, pero innegablemente se inscribirá en el meta-relato de que forma parte y que se construye día a día con narraciones seriadas. De tal forma que toda aquella persona a quien se asigne representar ese papel tendrá cada vez más características agregadas.

En la serie de notas analizadas, la categoría de actores es evidente: hay narcotraficantes, ladrones, defraudadores, asesinos; de ellos se habla con frecuencia respecto a sus actos en narraciones seriadas. La peculiaridad de la nota periodística es que difícilmente incluye en un mismo relato a dos personajes, es decir, dos perspectivas sobre el mismo hecho; si tal hubiera, habría en una misma narración, por ejemplo, a alguien hablando de asesinato y a otro argumentando que se trata de un ajusticiamiento; ello haría desaparecer la carga intencional y emotiva que evidentemente persigue cada nota. Lo que sí se aprecia es la serie dialogada de narraciones en el género policíaco que hacen posible alimentar la existencia de contrarios perennes.

Los relatos noticiosos no hacen ver nada (al leerlos nada se ve o escucha), pero sí re-presentan; basan su impacto en el sentido: un orden superior de relación entre narrador y auditorios. Lo que sucede en el relato no es, desde el punto de vista real, literalmente nada; lo que hay en ellos es sólo el lenguaje, su uso para la interlocución entre los participantes del proceso comunicativo. El reportero desarrolla su necesaria capacidad para describir en forma patética, para crear una atmósfera, para impresionar al lector, para despertar sus emociones y hacerle sentir que está viviendo los hechos. Esta es una estructura paradigmática nueva, porque si bien este relato no coincide con los anteriores en cuanto a la existencia de personajes, o de una acción concreta, sí posee las características que lo ligan a un esquema narrativo común, propio del género de la nota roja.

 

Código estilístico

Todas las notas informativas son relatos sobre la acción de uno o varios actores sociales y, además, cumplen una función. La reproducción del acto con fines informativos es inteligible por tratarse de los ítem confiados a un discurso que se vuelve su propio código. La existencia de un código es elemento indispensable para la operación de este proceso. Para el caso de la nota roja, sus rasgos característicos son:

a) Hay una convención cómplice. La primera gran función del género es el intercambio entre un dador y un destinatario, lo cual representa un primer signo de lectura: el narrador relata sucesos que él conoce, pero que el lector ignora; tendría poco sentido que el autor de la nota falseara la información o pusiera en duda su veracidad. Así, en la interacción que supone mutuamente a los dos actores del proceso comunicativo, hay una primera variable que debe privilegiar ciertas formas de narración convenientes para el emisor y el receptor de los mensajes, dado que ambas partes tienen un acuerdo tácito de considerar hechos reales los referentes de la narración, sólo así pueden considerarse acontecimientos sociales. Este vínculo se funda en el interés mutuo de intercambiar contenidos sobre lo que ocurre y no sobre lo que existe o está, que cae en otros ámbitos de interacción específicos, incluso cerrados. Todo funciona, pues, en respuesta a las preguntas perennes ¿quién hizo y por qué?, pero más bien describe o ahonda en qué y cómo lo hace. Las notas del género privilegian el nivel descriptivo, pero cuentan también con un segundo nivel: el argumentativo. Este último se renueva constantemente a partir de la convención cómplice entre medios y audiencias.
b) La nota roja cumple un protocolo narrativo. Los relatos sólo puede recibir su sentido del mundo que los utiliza. La información del género tiene que ser tributaria de una situación del relato (de un marco), que es el conjunto de protocolos según los cuales es consumido: imágenes, grandes encabezados, calificativos, etcétera. Se trata de llamar la atención más que de informar. Tras el cumplimiento de estas condiciones también se haya una función social poco explorada, porque los diarios se exhiben cotidianamente en múltiples espacios públicos, desde el kiosco hasta el consultorio o la oficina; ahí toman una nueva dimensión las características con que se presentan las narraciones, particularmente en la primera plana. Ahí hay una serie de lecturas que nada tienen que ver con la información, pero sí con la codificación de actos socialmente construidos.
Ya sea un cuento o una fábula, cada tipo de relato tiene sus propios signos codificados. Las narraciones del género nota roja también los tienen: la subversión de las conductas normales es la divisa corriente, por eso el cayó, caen o caer son verbos de uso común en tanto metáfora de la inversión que cumple su ciclo. Los mensajes poseen invariablemente una sustancia icónica. Pueden o no poseer una fotografía escalofriante o que haga espectáculo del acontecimiento, pero en su esencia encuentran como fin de su mensaje el acento perceptivo de la acción. La gran mayoría de sus encabezados empiezan con un verbo, aunque también hay adjetivos, lugares o nombres. Su estructura es siempre descriptiva, prescindiéndose o dejando en un segundo plano la entrevista o el soporte documental de otros géneros periodísticos. Estos relatos son en sí mismos imágenes, íconos, apoyados –claro– en un guión.
 
c) No importa informar sino impactar. Los relatos de la nota roja buscan la elocuencia en su mejor expresión, aun cuando a causa de ella se borre el episodio real que dio origen a la nota, pero consiguiendo que la narración devenga en sentimiento colectivo y fábula mediática. Como en casi ningún otro género, en el de la nota roja la calidad de testigo impregna el discurso construido con un estilo impersonal; no obstante, en términos estrictos este tipo de relatos suelen engañar acerca de la persona de la narración: todo sucede como si en un solo sujeto hubiera una conciencia de testigo, inmanente al discurso, y una conciencia de criminal, inmanente a lo referido. No importa si el reportero no estuvo ahí cuando ocurrió todo; al momento de estructurar su relato no sólo él se ubicará en la escena como atento espectador, sino que llevará consigo al lector.
c) El reportero de nota roja busca proyectar que conoció no sólo el hecho, sino las motivaciones, los impulsos, las reacciones de los actores. Si no fuera así, faltaría al cumplimiento de su parte en el acuerdo con las audiencias respecto al sentido de veracidad en las notas. En este género normalmente se relatan actos atroces, por lo cual, entre más insólito es el acontecimiento, su reseña necesita un mayor detalle de los pormenores (de preferencia gráfica): imágenes escritas o visuales. A esto se debe, por ejemplo, que al referir la muerte trágica de una persona a manos de algún personaje equis, se proporcionen la edad, nombre y algunos datos personales de la víctima o incluso del victimario. Ello no agregará algún rasgo psicológico a la persona que protagoniza la acción consignada, pero sí reviste la historia de verosimilitud. En el otro extremo del proceso, la audiencia es emplazada por los mensajes a completar el círculo, porque la función referencial de la nota puede alcanzarse a condición de que el público la consuma y asuma como verosímil y utilizable.

d) No hay distinción entre lo público y lo privado. La nota roja ubica sus relatos en el momento cuando estallan las pasiones, pero también las guerras; cuando explota la locura, pero también un carro-bomba; aparece en una trágica riña familiar, pero también en la trifulca de una manifestación callejera; en un arranque de lujuria o en el multimillonario tráfico de drogas. Las agendas temáticas conforman un abanico amplio: se relatan eventos de gran escala, pero también pequeños dramas que tienden a la espectacularización del suceso. Escudriñar aquellos aspectos de la vida privada de los seres que protagonizan hechos de escándalo puede restar valor informativo para la colectividad, pero no rebasa los sistemas protocolarios a que debe rendir tributo el género, pues se haya dentro de los límites convenidos con las audiencias. Así que, se trate de un bombardeo o de los maltratos de un padrastro al bebé que lloraba mucho, el lector recibirá en los relatos un recuento pormenorizado de cuánta sangre corrió y por qué.

e) Importan más los personajes que las personas. La explotación de los personajes por encima de las personas reales hace que éstos últimos dejen su naturaleza real y se transformen, por medio del discurso, en entes dotados de consistencia psicológica, individuos que hasta dejan de estar subordinados a la acción reseñada en un relato para cobrar múltiples existencias entre los consumidores del texto ya en el mundo real. Esto no ha funcionado así siempre.

La nota roja clásica se ocupaba principalmente de los actos individuales que eran vistos incluso apasionadamente por el reportero.5 Hoy, de acuerdo con el criterio estadístico de la sociedad de masas, uno o dos muertos no son tan importantes.

Hoy es comprobable la modificación sufrida por el género a raíz de los procesos masificadores, pragmáticos y globalizadores de la información. Los cánones y procedimientos protocolarios no podían haber salido impolutos de esta ola avasallante y hoy la pauta es llevada por la inmediatez, la premura, la voracidad mediáticas. El incremento del delito hace banal el sentido de la nota roja, con lo cual la sucesión de episodios macabros ve reducida su intermitencia por una generalización que relega las anécdotas delirantes en aras de la explotación de personajes que alcanzan la notoriedad nacional e internacional.

f) Hay que explotar la temporada. El clima paroxístico es propio de los grandes momentos de la nota roja. Siempre será reconocible en estadísticas una parábola que indique cómo se explota cierta tendencia informativa a partir de un suceso, o varios de la misma índole, con los que vienen aparejadas revelaciones en cadena. En este marco se vuelven nota las estadísticas criminales, las declaraciones, las reacciones, las confesiones, los llamados de alerta que se circunscriben a un hecho consumado, pero no concluido. Entonces la nota roja contamina al resto de los contenidos noticiosos en los medios que terminan aceptando su agenda, sus personajes y su estilo espectacularizante de manera cíclica.

Los medios juegan con las posibilidades de los hechos noticiosos y con las formas de presentarlos de acuerdo con una dirección, utilizando esquemas ligados a un género. Así surgen expresiones que luego pasan a formar parte del repertorio propio del género (aunque no para su uso exclusivo). Ahora no hay nota violenta si no se esgrime un cuerno de chivo o interviene un sicario, por citar sólo un ejemplo.

g) Nadie conocía al muerto, ni se acordará de él, pero sí de la nota. No se puede negar la inventiva verbal que cimienta los relatos de nota roja. Imponer el discurso al acontecimiento es fundamental para conseguir el impacto necesario entre las audiencias. En este proceso se sacrificarán la objetividad y asepsia informativas, pero se ganará en emotividad y elocuencia.

En 1991 El Tiempo publicó la historia de un bebé que misteriosamente desapareció de un hospital público en Bogotá; la criatura no tenía siquiera nombre, nadie lo conoció, ni sus padres; sin embargo, las azarosas horas transcurridas entre el alumbramiento de la madre y la pérdida del cuerpo fueron campo fértil para el reportero que pudo armar una y mil historias con las que involucró a sus audiencias; se especuló si fue accidentalmente tirado a la basura, si nació muerto, si acaso fue hurtado. Salvo sus padres y el personal médico, nadie se acordará del hecho un día después. En cambio, la narración será perdurable y tomará múltiples existencias, tantas como lectores tenga. Será siempre un hecho narrativo más que un acontecimiento social. Sólo como fábula de lo grotesco, hechos reales como ese tendrán un interés noticioso. ¿Si el periódico no procede así, corre el riesgo de que el lector, incrédulo, cierre el diario y vea una telenovela?

h) El escándalo es cotidiano. Las sociedades mexicana y colombiana tienen en su naturaleza la contradicción: cultural, racial, ideológica, estética. Es natural, pues, que produzca cotidianamente hechos controversiales. En promedio, dos de cada tres ejemplares de los periódicos analizados contenían en su primera plana una nota roja.

En este marco polivalente, para los periodistas del género narrar los asesinatos políticos, las vendettas entre narcotraficantes o los crímenes por motivos religiosos o raciales a la manera de panfleto gótico, el pasquín o la nota roja es una salida discursiva útil. La violencia que se aborda en la información revisada para este trabajo, va desde la tribal hasta la de la lucha de clases, la política y la delictiva. Denunciar es hacer proselitismo, por ello al pasar por el tamiz del género de nota roja, el objeto y consecuencia de cada una de ellas se torna confuso.

i) Las historias anormales se dirigen a normales. A la nota roja se le atribuye sobre todo un afán de recrear el morbo, fascinar, regodearse en el escándalo y la muerte. En América Latina, dice Néstor García Canclini,6 se han abierto definitivamente las puertas de reestructuraciones muy amplias, entre ellas la del campo sociocultural. Bajo esta óptica, el ciudadano es cada vez menos el representante de una opinión pública y más el consumidor que se interesa en disfrutar espectáculos mediáticos.

La nota roja se mantiene y adapta en este nuevo medio a través de relatos basados en la exhibición fugaz de los acontecimientos, con todas las características emotivas y sensacionalistas. “Adiós Barranquillita”, dice el pie de una foto publicada en El Tiempo, en la que se muestra el sepelio de un niño de la calle, muerto a manos de un escuadrón de la muerte. En el sacrificio de ese joven arden intensamente las contradicciones sociales, sin embargo para la imagen y su apoyo narrativo todo se reduce al sentimentalismo melodramático.

 

Notas

1) Para conocer cifras acerca del comportamiento delictivo en Colombia, véase Malcom Deas, Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia, Fondo Financiero de Proyectos de Desarrollo-Departamento Nacional de Planeación, Bogotá, 1995.

2) Acerca de los usos moralistas y las vinculaciones con la moraleja de las notas de este género, discurre Carlos Monsiváis en su artículo “Fuegos de Nota Roja”, publicado en Nexos, núm. 176, México, agosto 1992.

3) Para conocer más acerca de este tema, remítase a Guillermo Orozco Gómez, Televisión y producción de significados, Universidad de Guadalajara, México, 1987.

4) Un excelente ejemplo de esto es el Libro Rojo, de V. Rivapalacio y M. Payno, texto que es una crónica exquisita de historias negras del México colonial.

5) Para contar con una referencia necesaria respecto a la nota roja del siglo XX, véanse, por ejemplo, los textos de Myriam Laurini y Rolo Díez dedicados a la Nota Roja en México, clasificada por decenios, de Editorial Diana. O la Picaresca de nota roja, de Miguel Donoso Pareja, Samo, México, 1993.

6) Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos, Grijalbo, México, 1995.

Por razones de espacio se omite la bibliografía.

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