Medios y conflictos
- La guerra: Un desafío para la ética periodística.
- Los medios de comunicación como medios de persuasión.
Por Benjamín Fernández Bogado
La prensa tiene una notable influencia en los conflictos y es preciso contar en esos momentos con periodistas lúcidos, inteligentes y con un nivel ético que los haga inmunes a los intentos de villanía de quienes se encuentran envueltos en ellos. Aunque las tentaciones sean grandes no debemos transigir en el compromiso de responder, por sobre todo y en primer lugar, a nuestros mandantes: los ciudadanos.
No es casualidad que los conflictos encuentren en la información a una de sus principales y primeras víctimas. Las críticas y puntualizaciones a los intentos claros de manipulación y engaño son parte de lo que algunos denominan en el campo militar como guerra psicológica.
No es fácil huir en esos tiempos de las calificaciones. Entre más se explique una postura ética en la transmisión de los hechos, mayores son las críticas a la falta de patriotismo si el conflicto es internacional, o a la traición a la causa si se refieren a hechos internos. Paraguay ha tenido en los últimos 13 años de transición varias pruebas en ese sentido. Nada es tan pernicioso para la credibilidad del medio y del periodista que hacerle el juego a los que se encuentran envueltos en el conflicto. Hay que sostener la postura de la prensa en favor del ciudadano y, por sobre todo, hay que buscar la verdad en esos momentos tormentosos en que tantos piensan en cómo esconder, manipular y engañar en torno a los sucesos.
La información como arma
No es fortuito que luego de la derrota en Vietnam, el gobierno de Estados Unidos haya desarrollado toda una estrategia para desvirtuar los hechos. La percepción militar del conflicto en esa parte del mundo es que la guerra “se perdió en el living y no en el campo de batalla”.
Los casos de la invasión a Granada y Panamá son los primeros ejemplos de la utilización poco ética de la cobertura de los sucesos. En ese momento veíamos los hechos como uno de los bandos quería y no como eran en realidad.
La infomación es poder, según los políticos, y desde esa afirmación repetida no ha habido, en los últimos 10 años, conflictos locales o internacionales inmunes a la manipulación, a veces artera y grosera. Pero tampoco hay que despreciar los ejemplos en los cuales la prensa jugó un papel trascendente en favor de los valores democráticos. Hace pocos meses, caminando por la plaza de Tiannament, en Beijing, rememoré los sucesos de 1989 cuando las fuerzas gubernamentales de China acallaron a sangre y fuego el intento libertario de unos cuantos jóvenes. En ese momento pensé en otra plaza ubicada en las antípodas de ese país, en el mío, que en 1999 tuvo la oportunidad de ser ocupada por jóvenes, campesinos e intelectuales que protestaban contra un gobierno que amenazaba con conculcar las libertades civiles y sobre el que pesaban serios indicios de estar envuelto en el asesinato del vicepresidente.
La televisión y el Canal 9, que en ese entonces yo dirigía informativamente, tuvo desde el miércoles 23 de marzo, a 15 minutos del magnicidio, una cobertura informativa que trascendió las fronteras del país. Todos los programas fueron levantados junto con la publicidad para tener una referencia directa de los sucesos que marcaban un hito trascendente en la nobel experiencia democrática del Paraguay. Nunca antes en ese país, acostumbrado a largas dictaduras, el pueblo demostraba tanta indignación hacia sus dirigentes principales y manifestaba su repudio en las plazas que rodean el Congreso. Nuestras cámaras transmitieron la represión policiaca, los debates en el Congreso, las exequias del vicepresidente, el drama de un mandatario cada vez más solo y turbado que no podía reaccionar ante un delirio mesiánico dirigido por el general Oviedo. La historia es conocida. El 26 de marzo mataron a nueve jóvenes en la plaza y las cámaras lo reflejaron. El dolor y el llanto de los familiares y el repudio de todo un país fueron transmitidos cada minuto por un equipo de profesionales cuyo labor se retrasmitió por cadenas como la CNN, BBC, World News, TN, entre otras. Era en ese momento del conflicto una situación difícil de administrar. ¿Cómo no darle los micrófonos al gobierno responsable de la situación? ¿Cómo evitar ser usado por uno de los sectores? ¿Cómo manejar en forma objetiva unos hechos que por su violencia nos golpeaban a todos? Debo decir que no ha sido fácil y esa experiencia marcó mi vida profesional de casi 25 años. En un momento delicado y difícil, la primera dama de la nación llegó a los estudios: quería ser entrevistada; se accedió, pero sin condiciones. Ella fue severamente cuestionada al tiempo que soltaba sus amenazas de que la manifestación sería fuertemente reprimida si no cesaban de hostigar a su marido. El efecto que tuvo en la población fue completamente diferente al ambicionado por la esposa del Presidente. La reacción fue de repudio y no hizo otra cosa que alentar aún más la decisión de un país por acabar con un régimen que, aunque electo en las urnas, demostraba en ese momento un nivel de anarquía que sólo hacía presagiar mayor cantidad de muertos y heridos, como lamentablemente ocurrió. La prensa tiene una notable influencia en los conflictos y es preciso contar en esos momentos con periodistas lúcidos, inteligentes y con un nivel ético que los haga inmunes a los intentos de villanía de quienes se encuentran envueltos en ellos. Aunque las tentaciones sean grandes no debemos transigir en el compromiso de responder, por sobre todo y en primer lugar, a nuestros mandantes: los ciudadanos.
Prensa y compromiso
Aquellos periodistas que transaron con los gobiernos, la historia los recuerda como marionetas a los que sólo pueden referir las páginas del oprobio de una nación. Es lamentable en ese sentido recordar al presentador de la televisión argentina, José Gómez Fuentes, criticado por su labor informativa durante la guerra de las Malvinas, que como excusa después de la derrota de su país dijo: “si me ordenaban que dijera que Gardel estaba vivo, lo hubiera dicho”. Muy distante del debate que llevó a la primera ministra de Inglaterra y al director de la BBC, a quien la primera le pedía más patriotismo en ese momento de guerra y que sólo obtuvo como respuesta: “la BBC es un organismo de servicio público y no un instrumento de propaganda de ningún gobierno”.
Desafortunadamente de un tiempo a esta parte hemos visto que los medios se encuentran cada vez más lejos de los centros de conflictos y hay una peligrosa comodidad de contentarse con las imágenes o informaciones de los pools manejados por el gobierno que encuentran en la prensa un vehículo de transmisión de lo que ellos quieren que la población sepa y no sobre los hechos tal cual son. Debemos retornar al periodismo osado pero riguroso: el que investiga sin apartarse nunca de la verdad y el que pone en duda toda información de los bandos en conflicto porque está seguro de que en los tiempos de guerra, como afirma la frase, la primera víctima siempre es la información.
Los recientes atentados en Estados Unidos y la reacción de ese país sobre Afganistán prueban que los parámetros de la desinformación y manipulación siguen intactos. Lo mismo ocurre en los conflictos internos de nuestros países, entre los que se encuentra Colombia sometida por estos días a la intensidad de un conflicto que lleva más de 40 años y que parece enfrentar en este tiempo sus momentos más difíciles. Debemos también hacer entender, y en eso hay una cuestión de didáctica, que los medios son correas de transmisión de los sucesos y que la interpretación que se haga de ellos es un derecho inalienable de cualquier ciudadano. Hay que entender también que nadie hace un favor tan grande a un país como la prensa que informa en los tiempos de conflictos con la equidistancia de un magistrado, la profundidad de un filósofo y la puntillosidad de un cirujano. Los conflictos son momentos de prueba para demostrar el nivel de adultez de la prensa y, sobre todo, para ver el grado de madurez de una ciudadanía ante hechos que la prueben en grado sumo.
Los gobiernos tienen que hacer de la información un mecanismo que los gane en aliados y no que los distancie y los ponga en dudas. Una información reciente cuenta que en Estados Unidos el Pentágono tenía listo un plan para desinformar y preparar con ello al mundo para responder con rigor a los grupos terroristas convertidos en el blanco de la ira de esta superpotencia. La gran fuerza de ese país ha sido siempre la lucha por la libre expresión y el más amplio camino hacia la libertad de prensa. Es un pena que después de Vietnam y ahora en los conflictos de baja o media intensidad, se vuelca gran parte de la inteligencia de la guerra en convertir a la información manipulada en un arma al servicio de la muerte.
Una labor compartida
No hay nada que fortalezca y estimule tanto a los periodistas con rigor que haber podido, en tiempos de conflictos, estar del lado de la verdad y luchar por ella con todos los elementos que se tienen a mano. Se requiere ante todo que los dueños de los medios de comunicación entiendan su función y que el conflicto no sea un pretexto para lucrar, intercambiando la verdad de los hechos por el relato parcialista que sólo beneficia sus negocios particulares y no la misión que tienen con la sociedad que confía en ellos. A veces pedimos muchos sacrificios a los periodistas, sin olvidar que ellos trabajan en lugares cuyos propietarios también requieren ser educados ética y moralmente para ejercer el distintivo oficio de ser propietarios de unos medios que trabajan en favor de la gente y que no son instrumentos de manipulación, mentiras y embustes. También los patrocinadores comerciales deben comprender este detalle distintivo de la prensa y, por sobre todo, debe existir una ciudadanía que le reclame a esos sectores una información en tiempos de conflictos que esté acorde con las demandas de los sucesos para ser comprendidos y asimilados.
La infuencia de los medios es grande y directamente proporcional a la manera como se conduzcan en esos momentos. Los conflictos, sean internos y externos, son exámenes duros a los que somete a la prensa y de la que ella saca valiosas conclusiones y fortalece la democracia cuando la hace con rigor, valentía y profesionalismo. Si no lo hace de esa forma, la historia los recuerda como medios de propaganda al servicio de uno de los bandos con un grave daño en la credibilidad hacia la prensa en general y un nivel de subdesarrollo de la sociedad en torno a su prensa y hacia el valor de la información en circunstancias críticas.
La historia del periodismo siempre ha rondado en torno a la manipulación y la búsqueda de la verdad y, en ese conflicto permanente que marca a fuego el ejercicio del periodismo, no debemos jamás apearnos de decir la verdad, de buscarla con pasión, incluso con riesgo de perder la vida en el intento porque, de lo contrario, cuando se pierde la guerra, la batalla o la democracia, de nada sirve arrepentirse excusados en la obediencia debida, la cual procura incluso convencernos de que Gardel no murió en Medellín.
Gracias por respetar los criterios de uso de las fotografias que publican en este espacio de reflexión.