Periodismo frente a poderes

  • La política y el capital, la nueva estructura de la prensa.
  • Las tres presiones del periodismo: Los dueños de los medios, los intereses económicos y el gobierno.
Fotografía. European Parliament @Flickr

Fotografía. European Parliament @Flickr

Por Omar Raúl Martínez

Publicado originalmente en RMC 85

La búsqueda de veracidad, el negocio y la política se entremezclan en el periodismo de hoy. Y cuando eso ocurre sin miramientos éticos, regularmente se ve amputada la primera: se desinforma.

A lo largo de su historia, la prensa ha tenido una voluble relación de escarceos y distanciamientos con los poderes político y económico. En alguna medida, el periodismo ha estado supeditado a las dinámicas del poder político porque ha sido parte del mismo, pese a sus eventuales intentos por mantenerse al margen de él.

Si en el siglo XVIII, la prensa mexicana centró su afán en contenidos meramente informativos, y para el siglo XIX orientó su perfil hacia causas políticas y disputas ideológicas de opinión, a partir del siglo XX empezó a manejarse como un espectacular escaparate para el entretenimiento y el impulso de los negocios, veta que hoy se explota al máximo.

En otras palabras: en los últimos dos siglos, el periodismo ha estructurado su funcionamiento en torno de la política y el capital.1

Es bajo este argumento que autores como Edmundo Lambeth y Raúl Sohr manifiestan su escepticismo e incredulidad sobre las bondades incondicionales de la prensa y su comprometida búsqueda de la verdad. La independencia de los medios informativos, coinciden, es un reverendo mito. Más bien, ésta tiende a dibujarse como coartada para encubrir los sesgos o parcialidades interesadas.2

El periodismo se ve entonces expuesto a las presiones, condicionamientos y obstáculos de tres tipos de actores: los propios dueños de los medios masivos, por intereses extraperiodísticos, generalmente de carácter económico; los anunciantes cuyo poder actual es determinante para la sobrevivencia mediática; y el gobierno mediante la aplicación discrecional de la ley o a través del subsidio publicitario, que cada vez más se reduce a su mínima expresión.

La búsqueda de veracidad, el negocio y la política se entremezclan en el periodismo de hoy. Y cuando eso ocurre sin miramientos éticos, regularmente se ve amputada la primera: se desinforma. La desinformación es un fenómeno inherente a la lucha por el poder. Se desinforma para moldear a la opinión pública y extender así las fronteras del dominio político. Es decir: la desinformación es el ejercicio deliberado de la mentira: se engaña para mantener el poder, llegar a él o querer más. De lo anterior se desprende que la verdad nunca se ha llevado con la política ni, mucho menos, con los negocios.

Cuando algunos periodistas procuran inhibir o desterrar los ánimos desinformativos (el acuerdo o la aceptación para ocultar, manipular o falsear datos) y los poderes se exasperan, aparece entonces el fantasma de la censura (es decir: la imposición de ocultar por parte del poder), que a la postre encauza la triste autocensura (la imposición propia por ocultar).

Por censura de prensa ha de entenderse a la intervención de los representantes del poder político o económico en la actividad de los medios masivos o de sus profesionales, con el fin de impedir la difusión de informaciones o comentarios opuestas a sus intereses o molestas a sus sensibilidades. En su forma más llana es el acto de hacer callar al periodista o al medio (vía sus directivos) por interés o por coacción. La libertad de la palabra suele mutilarse cuando se desnudan abusos, inepcias, acciones ilícitas, de prepotencia o arbitrariedad o de franca ignorancia. En suma: cuando se revelan los defectos o tumoraciones del quehacer político y/o económico.3

Pero lo más grave no es la censura sino la autocensura. Esta última es la censura que ejerce el periodista en sus propios materiales aun antes de darlos a conocer, condicionado u orillado por la política de la empresa, por presiones o por intereses particulares. Puede afirmarse incluso que la censura es la forjadora y reguladora de la autocensura de los medios en su conjunto y de los profesionales de la información.

¿Por qué decimos que la autocensura parece ser el fenómeno predominante? Raymundo Riva Palacio responde con acierto:

En México no existe la censura de prensa como instrumento institucionalizado. No hay censores en los medios que estén revisando todo lo que se escribe, ni se tienen que consultar al gobierno las informaciones delicadas antes de poderlas difundir. Sin embargo, un lector no encuentra en lo que lee, escucha y ve, el registro puntual de los acontecimientos.4

Los conflictos de interés (dilemas entre divulgar información imparcial e información incompleta o sesgada por el beneficio propio directo o indirecto) suelen ser los motores de la autocensura, manifiestos generalmente en los ingresos publicitarios y en las dádivas entregadas por los poderes a medios y periodistas. Tales fenómenos, sin duda alguna, desprecian y afectan las libertades de expresión e información de las que debiera ser beneficiaria la ciudadanía.

Esbozadas aquí mínimamente las infecciones que arrastran hechos como la desinformación, la censura y la autocensura, vale la pena preguntarse si tal panorama no desestimula los afanes éticos y profesionales del periodista.

En México son pocas las voces que se han manifestado al respecto, seguramente porque no ocupan mayor atención ni preocupan mucho los asuntos relativos a la necesaria profesionalización o al sentido y ética del quehacer periodistíco.

Entre tales voces, Federico Campbell ha comentado que, tras años de una rutina informativa, el periodista experimenta una suerte de melancolía profesional que le hace sentir agobio e insatisfacción: “tiene la sensación de que sus reportajes, por valientes que sean y por documentados que estén, no pasan de ser rayas en el agua”. Pese a su insistencia y voluntad, no logran una salida, y cuando sí alcanzan difusión su impacto es casi nulo.5

Adicionalmente ha ido desapareciendo la romántica visión del periodismo comprometido debido, entre otras razones, al auge masificador de los oligopolios informativos que multiplican sus tentáculos y todo lo absorben y lo controlan. 6

Aun a costa de espantos y desencantos, Manuel Buendía pensaba que los periodistas no aran en el mar: “algo queda” y el informador ha de sentirse gratificado si uno entre millones reacciona a lo difundido. No hay esfuerzo que se pierda totalmente. 7

El investigador norteamericano John Merril percibe una especie de pesimismo y conformismo por el ocaso de la libertad periodística ante el control uniformador de los conglomerados mediáticos, ante la influencia asfixiante del poder económico mediante la publicidad, y ante la monotonía de una prensa incapaz de correr riesgos.

En medio de esas circunstancias, Merril apela a la lucha personal por ganar autenticidad, libertad y autonomía para vencer el conformismo, la despersonalización y las presiones:

Es un asunto de voluntad. Es un asunto de que el periodista desee ser él mismo, o mejor aún: debe crearse auténtica y constantemente a sí mismo. 8

Ciertamente sólo una vocación firme, una conciencia clara y una voluntad férrea pueden significar un escudo y una lanza contra los dardos del pesimismo, la indiferencia y el conformismo. O sea: únicamente una coraza ética puede hacer frente a los vacíos, vicios y virus que llega a padecer el periodismo frente a los embates del poder.

 

Notas

1) Véase Sohr, Raúl, Historia y poder de la prensa,  pp. 18-21; y Kapuscinski, Ryszard, Los cínicosOp. Cit. Pp. 35-36.

2) Sohr, Raúl, Ibid; y Lambeth, Edmundo, Op. Cit.

3) Véase Martínez, Omar Raúl, “En los pliegues de la censura”, en Revista Mexicana de Comunicación número 22, marzo-abril de 1992.

4) Riva Palacio, Raymundo, “Periodismo, sociedad y poder”, en Revista Mexicana de Comunicación número 43, febrero-abril de 1996, pp. 22-25.

5) Campbell, Federico, Periodismo escrito, Editorial Ariel, México DF, 1994. Pp. 62-63.

6) Véase Fernández Bogado, Benjamín, “Periodistas: ¿Para qué?”, en Sala de Prensa. Dirección electrónica: www.saladeprensa.org/art.349.htm .

7) Martínez, Omar Raúl, Manuel Buendía en la trinchera periodística, Universidadde Xalapa / Fundación Manuel Buendía, México DF, 1999. Pág. 97. El autor de “Red Privada” sostenía que el periodista debe estar blindado contra todo tipo de frustraciones. “No debemos tener ningún espíritu mesiánico, eso hay que dejárselo  a los iluminados. (…) Realmente a lo que uno debe tender es a adquirir el espíritu del luchador social, que pone su esfuerzo, todo su interés, su mejor buena fe y lo poco que le haya tocado de talento: lo empeña todo pero sabe que en la lucha política no siempre se gana”.

8) Merril, John C., Periodismo existencial, Editores Asociados Mexicanos, México DF, 1981. Pp. 102-103 y 130-137. Este autor también sostiene que una de las principales razones para la pérdida de la individualidad y personalidad “es una inclinación hacia la inacción, hacia un estado pasivo, de no entregarse a nada. […] Cuando el periodista se aventura, cuando se fuerza, o se obliga a ser él mismo, a tomar medidas, restablece y refuerza a su propia individualidad”.

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