Buendía: Un hombre, una huella, un ejemplo
- Servir a la verdad: Su legado periodístico.
- El trabajo periodístico del autor de Red privada.
Por Francisco Martínez de la Vega
Publicado originalmente en RMC 86
La vida y la obra de Manuel Buendía ennoblecen a nuestro oficio. Su muerte nos deja un compromiso que no debemos traicionar: servir a nuestra verdad, sin concesiones ni temores, en toda circunstancia. Así se lo propuso Manuel Buendía y así lo cumplió.
Manuel Buendía está ya, por sus propios méritos, en las mejores páginas de la historia de nuestro oficio. Buendía viene a ser la coronación magistral de un género, relativamente novedoso en el quehacer periodístico. La columna surge en nuestros órganos periodísticos en los primeros treinta años después de larga temporada de aparición sensacionalista en la prensa norteamericana. La columna adquiere, por lo general, un tono más informal y personal que el artículo o la crónica. Es síntesis de juicios, de reportajes y cultiva el peligroso capítulo de las denuncias. El lector se va acostumbrando a saborear, si es en primera plana mucho mejor, el modo, el estilo, la audacia de una columna noticiera, crítica y denunciadora. Género peligroso que es muy propicio a su mal uso, al abuso interesado, al juicio inducido y, en no pocas ocasiones, al chantaje. No tuvieron muy buena fama los columnistas más audaces que en nuestra gran prensa aparecieron con poderoso impulso. Ese tipo de columnas era temido, no respetado. Quizás el más famoso y temido fuera Carlos Denegri. Muy pocas veces se igualó, en el ánimo de sus lectores, la admiración por su innegable capacidad profesional con la nobleza de sus campañas. Poco a poco, la columna bien inspirada fue afinándose y sus mejores exponentes han logrado publicar en primera plana de un gran diario, tesis y juicios contrarios frontalmente al editorial del propio diario. Esta es, indudablemente, una conquista del lector, un voto decisivo en favor del periodismo-oficio sobre el periodismo-industria, cuyos requerimientos son, con frecuencia, no sólo distintos en el autor de la columna que en la gran empresa editora, sino frontalmente adversos.
En nadie podría identificarse ese logro del periodismo como misión y responsabilidad social, cualidades en pugna con los puntos de vista puramente financieros de la gran empresa editora como en la vida, la conducta, el ejemplo de Manuel Buendía.
En este periodista excepcional coincidieron los máximos valores del oficio periodístico. Un estilo fácil, grato de leer que en la ironía llegaba a cumbres pocas veces alcanzadas en nuestra no muy abundante literatura humorística; un valor en la denuncia que el interés público hacía no sólo útil, sino necesaria, un trabajo exhaustivo de documentación. No pocas de las columnas firmadas por Manuel Buendía deben ser indispensables en una justa antología del periodismo mexicano en el México independiente.
Bien podemos decir que si el género de la columna es quizás el que con mayor facilidad puede ser usado en contra de la ética de la profesión, se convierte en máxima tribuna de honor cuando se le aborda en las condiciones de rigor íntimo en las que Manuel Buendía la abordaba. No hubo quizás sospechoso de fraude a la nación, funcionario que por equivoco o mala fe sirviera mejor a los poderosos intereses extranjeros en nuestro país que no recibiera la denuncia, la crítica, la burla de “Red Privada”.
Tuvimos la oportunidad de conocer, de tratar, de calar como amigo, como compañero, como mexicano a Manuel Buendía. La consecuencia indudable de su cobarde asesinato constituye para ese ser humano la inmortalidad que se le hubiera regateado en otras circunstancias. Murió en pleno y cabal ejercicio de su misión. No recuerdo un atentado o una simple injusticia cometida en contra de un periodista de la capital o de la provincia que no haya tenido el apoyo y la solidaridad de Manuel Buendía. No le contrariaban –y mucho menos le lastimaban– los triunfos de un periodista. No pocas de sus columnas tuvieron como tema de reconocimiento generoso a un compañero premiado, homenajeado u honrado por algún triunfo profesional. Pero no cayó en la debilidad del perdón hacia aquellos amigos o funcionarios que se preocupan más por los negocios privados que por los públicos. La colección de sus columnas viene a ser, por todo ello, un manual para aprender a cultivar las mejores tradiciones de nuestro oficio y la más noble conducta personal. Manuel Buendía llevó el género de la columna, en el cual se especializó y consagró en la última etapa de su bien cubierta carrera periodística a su más alta cumbre. Ya su obra lo había clasificado como uno de los periodistas más capaces, congruentes y como uno de los grandes maestros de nuestro oficio. Su martirio lo inmortalizó como ejemplo, guía y exponente de los más nobles requerimientos de ésta nuestra tarea, que sólo sigue siendo misión, apostolado y entrega mientras no desvía su apostolado del servicio permanente de la sociedad de la cual surge para servirse a sí mismo.
La carrera profesional de Buendía es capacidad y esfuerzo acumulado en el largo desempeño de las múltiples disciplinas del periodismo. Una vez convencido de su inicial preferencia profesional, que comprobó equívoca, Manuel Buendía recorrió, escala por escala, la profesión periodística en todos sus grados. Reportero acucioso, empezó destacando por el empeño y lo certero de sus búsquedas como reportero de la fuente policiaca. Fue abriéndose paso a base sólo de empeño y capacidad en las posiciones de la mesa de redacción hasta llegar a la dirección de La Prensa. Las inquietudes omnipotentes en nuestras cooperativas periodísticas lo hicieron salir de ese diario y después de batallar, siempre en liga con el oficio, llegó al diario El Día, donde con la firma de Tellezgirón creó y mantuvo una columna bien nutrida del meollo noticiero y crítico. Allí, si mal no recordamos, empezó sus campañas contra las manifestaciones de alguna manera antimexicanas, originadas ya en centros de anacrónico fanatismo, ya en las oscuras actividades de ese brazo inmortal del imperialismo que es la CIA, ya bien en denuncia de conductas deshonestas en el servicio público y otras veces en burla fina sobre actitudes ridículas de solemnes y engreídos personajes. Fue también en El Día donde los domingos publicaba una amenísima sección, a plana entera, con el título de “Concierto Dominical”, sección en donde Buendía empezó a mostrar las excelencias de un buen dominado oficio y una interpretación valiente y noble de su ejercicio.
Con la columna “Red Privada” y secciones dominicales de comentarios políticos, Buendía pasó a El Sol de México y, posteriormente, a El Universal. En ambas empresas tropezó con algunas interferencias que no permitía publicar algunos de sus más audaces y brillantes comentarios o denuncias y pasó al Excelsior, donde mantenía su ya clásica columna en la primera plana, reproducida por varias decenas de diarios de provincia por conducto de la Agencia Mexicana de Información (AMI).
No fue el caso de Buendía el de una improvisación profesional, como tantas se intentan y se frustran en el periodismo. Estaba en el apogeo de su carrera cuando en esa negra tarde de mayo fue abatido en la puerta del edificio donde tenía su oficina…
Vendrán, seguramente, con tiempos mejores nuevas y furiosas tempestades. Los requerimientos del momento harán olvidar transitoriamente a los mexicanos distinguidos que supieron vivir y morir en tarea de superior nobleza y que fueron ejemplo y huella simbolizados en su nombre. Pero siempre habrá, en la historia y la asociación con el periodismo mexicano, un recuerdo y una distinción para Lizardi, para el doctor Mora, para Francisco Zarco, para Ricardo Flores Magón y tantos valores individuales que desfilaron en la historia de México con luces que no se apagan ni con el tiempo ni con las tempestades. Ejemplos de virilidad bien entendida, de entrega a una profesión misionera al periodismo que hoy apenas puede alentar ante la fortaleza del periodismo como industria, instrumento de poder económico y político. Aquellas estrellas de periodismo-oficio tienen hoy un compañero más: Manuel Buendía, ilustre periodista mexicano muerto en el cumplimiento de su labor profesional.
La vida y la obra de Manuel Buendía ennoblecen a nuestro oficio. Su muerte nos deja un compromiso que no debemos traicionar: servir a nuestra verdad, sin concesiones ni temores, en toda circunstancia. Así se lo propuso Manuel Buendía y así lo cumplió.
No podremos olvidar su nombre, su huella, su ejemplo.