Arráncame de aquí

Dos escritores

 Jorge Meléndez Preciado

 Ella, periodista y novelista destacada, autora de un best seller; él, escritor de origen ecuatoriano que dejó a entrañables amigos por su paso en México.

 

Conocí a Ángeles Mastretta cuando fundamos la Unión de Periodistas Democráticos en 1977.  Entonces la joven escribía en Últimas Noticias de Excélsior. Era guapísima. Su asistencia a las reuniones hacía voltear a todo mundo. Y después de las juntas, muchos seguíamos la discusión en la famosa cantina La Ópera.

 

Luego supe que vivía en Paseo de la Reforma, en el mismo sitio que una muy querida compañera de la Preparatoria 7 (La Viga), Socorro Oropeza. En el edificio de 14 pisos, ya derruido, me encontraba a la periodista en el elevador. Pero la traté con frecuencia al ser el productor  –nadie quería entrarle al asunto–  de una serie para jóvenes que patrocinaba el  Crea, organismo inexistente, y se transmitía en Radio Educación. Ella y Virgilio Caballero eran los conductores.

 

Virgilio no radicaba en el DF, porque a la vez era director del  Sistema Quintanarroense de Comunicación. Por lo tanto, llegaba  jueves o viernes para grabar algunos segmentos de la emisión. Frecuentemente  lo hacíamos en Radio Mil.

 

La relación entre Ángeles y Virgilio no era buena. Más bien tirante. Como yo tenía relación anterior con la egresada de la FCPyS, platiqué en varias ocasiones para que todo mejorara. En una de ellas acudí a su casa, entonces por los rumbos de San Jerónimo, donde también charlé con Héctor Aguilar Camín, a quien encontraba ocasionalmente en el restaurante La Bodega, de la calle de Ámsterdam.

 

Pese a mis esfuerzos para que todo congeniara, un día Ángeles dijo basta. Era sábado cerca de las 15:00 horas.  La acompañé a la puerta y la encaminé a su automóvil. En el trayecto me dijo algo parecido: “Estoy cansada de esta lucha semanal. Pero además, escribo una novela donde una mujer vive en Puebla, estado en el que nací, en la época de Maximino Ávila Camacho, y quien se casó muy joven con un militar. Ella está enamorada de un músico, que podría ser el director de orquesta Eduardo Mata, al que admiro profundamente”.

 

La historia me enloqueció porque mi padre –que no salía de una cantina de Donceles, de nombre París–  hizo una revista llamada Zaragoza en aquella entidad. Además, yo había sido jefe de prensa del rector de la Universidad Autónoma de Puebla, Luis Rivera Terrazas.

 

Por más que insistí, Mastretta estaba decidida a emprender de lleno su tarea. Le desee suerte y pocas veces después he tenido relación con la hoy famosa escritora. Seguí con la serie a cargo de Virgilio Caballero algunos meses más, la cual nos trajo disgustos y acercamientos a los dos. Pero lo más importante, creo, es que por  la decisión de Ángeles pudimos leer esa buena pieza y hoy película taquillera que es Arráncame la vida. Bien por la atrevida.

 

Parecía un ogro…

era un pan

La venida del presidente ecuatoriano Rafael Correa a México hizo que muchos recordáramos  a  escritores  de esa nación. Incluso Beatriz Paredes escribió un bello artículo en El Universal (14 de abril de 2008) a propósito de muros y exiliados.

 

Uno de ellos, de apariencia feroz y barbita corta, es Miguel Donoso Pareja. Su corpachón y vientre exagerado lo hacía parecer   un personaje de cine mexicano para niños. Sólo le faltaban las botas. Pero su bonhomía era inenarrable.

 

Lo vi inicialmente en un coctel de la desaparecida editorial Extemporáneos. Las presentaciones de libros eran en  Melchor Ocampo, a plena banqueta. Acudíamos una gran cantidad de periodistas y creadores, entre ellos Jesús Luis Benítez (El Booker), Manuel Blanco, José Luis Colín y el desparecido Xorge del Campo.

 

Los libros de ese sello eran originales. Unos muy largos, en ocasiones más altos que anchos; otros de bolsillo, destacando las citas de Mao; algunos más eran anchos y grandes sobre los temas del momento, por ejemplo ¿Qué pasó en Vietnam?

 

Donoso había realizado en 1971, junto con otros, uno premonitorio: Chile: ¿cambio de gobierno o toma del poder? A los dos años supimos la terrible realidad, pues Allende cayó en una emboscada de Estados Unidos instrumentada por Augusto Pinochet.

 

El señor González Porcel, dueño de la novedosa empresa de textos, era famoso. Lo mismo por imprimir a quienes no encontraban cobijo en otras partes, reunir a los que  tenían deseos de aventura, pagar tragos largos y hasta por tratarse con la doctora Ana Aslán, una rumana que decían rejuvenecía con extraños tratamientos. Una obra emblemática de Extemporáneos fue la revista Cambio. El cuerpo directivo de ésta lo constituían Juan Rulfo, Julio Cortázar, José Revueltas y Donoso, quien hacía la faena mayor.

 

Miguel también impartía varios talleres literarios. De ellos salieron, dicen, Guillermo Samperio,  Juan Villoro, entre otros. El primero se daba tiempo de escribir novelas, como Henry Black y Días tras día –muy simbólica para el periodismo– y de brindar cada semana, cuando menos, con los amigos en diferentes cantinas del Distrito Federal.

 

Un día mi padrino de bodas y amigo, Carlos Sánchez, que fuera el representante en México de la Editorial de la Universidad de Buenos Aires (Eudeba), su ciudad natal, me invitó a un asado por el lejano rumbo de Satélite.

 

Llegamos al sitio René Avilés Fabila, Rosario Casco, Ángeles Ortiz y yo. Encontramos a Miguel en la casa señalada. Empezaron las copas y se le cansó el caballo al ecuatoriano. Lo fuimos a depositar en  una cama. El volumen de su vientre era asombroso y los ronquidos enormes. René, con sus clásicas bromas, dijo que debíamos desinflarlo con un abrecartas. Reímos y seguimos la fiesta.

 

Nunca más volví a tener contacto con este notable militante (vino a nuestro país luego de estar preso en su tierra)  y trabajador incansable de las letras.

 * Periodista de El Universal.
Correo electrónico:  jamelendez@prodigy.net.mx

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