Más allá de los demonios

Las potencialidades de la lectura

Uno de los postulados bajo los cuales se perfila el siglo XXI, en el ámbito de las prácticas juveniles, parte de una interrogante: ¿leer o dejar de leer libros? Ante el argumento de que con los medios digitales el lector se vuelve un autor capaz de situarse en el eje del escenario y tomar sus propias direcciones de lectura, el libro impreso amenaza con caer en el desuso y el olvido.

Carmen Gómez Mont

El problema no es una cuestión de moda, sino de prácticas culturales en estrecha relación con formaciones neuronales. Los jóvenes usuarios de medios digitales creen y afirman que todo el mundo se encuentra en la Red y que por lo tanto ya no es necesario leer en libros. ¿Qué beneficios aporta la lectura cuando se localiza información más rápidamente por la Red y de manera más sintética? ¿Por qué gastar en comprar libros cuando los encontramos en formato electrónico y de manera gratuita?

Ahí está el lanzamiento de Kindle de la empresa Amazon y Cybook de Sony, entre los más importantes lectores portátiles de e-books. Estos dispositivos pesan hasta 175 gramos, permiten hojear rápidamente y almacenan hasta 1000 libros. El precio es 15% menor que los impresos.

Por más espectacular que parezca la innovación a los clientes compulsivos de las tecnologías digitales, habría que señalar que a pesar de sus avances no es lo mismo leer en papel que en pantallas electrónicas, por más que se simulen las funciones de un libro.

Un hecho es innegable: la sociedad está dejando de leer y eso compete tanto a jóvenes como a adultos. El abandono de esta práctica ha llegado a tal grado que algunos escritores lo han considerado un desastre social. Docentes de todo el país están sumamente preocupados porque consideran que los que tienen acceso a la Internet, piensan “que todo está en la Red”. Pero no todo lo que se escribe ni todas las obras importantes creadas, están en la virtualidad, incluyendo materiales de autores contemporáneos. El problema no radica ahí. Veamos por qué.

Saber leer es un arte que se olvida si no se practica. Esto tiene que ver con la capacidad de comprender lo que se lee, de permanecer en las humanidades, de formar el espíritu. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México ocupa el lugar 43 de 57 en comprensión de lectura.

Danielle Sallenave, investigadora francesa, analiza esta experiencia a raíz de un libro que escribió Nous, on n´aime pas lire (A nosotros no nos gusta leer). Después de trabajar en varios bachilleratos franceses, argumenta que la mayoría de los estudiantes aspira a ganar mucho dinero, “dominar a los otros, caminarles sobre el estómago para llegar a ser alguien, embrutecerse de fútbol y de juegos por TV”. Estos son los objetivos de sus vidas.

Christine Rosen, otra investigadora preocupada por el tema, emplea el término gente de pantallas (people of the screen). Afirma que cuando se aborda la problemática de leer libros en papel o en pantalla, por lo general se cae en posturas extremas. Es común encontrar en el discurso el principio de remplazo pero no de complementariedad libro-pantalla.

En Estados Unidos, la mitad de jóvenes entre 18 y 24 años confiesa que no encuentra ningún placer en la lectura y que su tiempo límite de resistencia voluntaria en esta práctica va de 7 a 10 minutos por día. De acuerdo con un estudio realizado en 2007 por la National Endowement for the Arts, la lectura impresa tiene la capacidad de formar mentes críticas y analíticas (potencial que desarrolla la lectura por Internet), pero además se forman ciudadanos comprometidos con sus diversas realidades.

Otro de los falsos argumentos es la idea de que a mayor uso de Internet, menor capacidad de lectura. Parece que la relación que realmente explica tal tendencia tiene que ver más con la formación escolar y el nivel socioeconómico que con el acceso de un nuevo medio. Se ha demostrado que son compatibles los usuarios de Internet con los lectores e investigadores en materiales impresos. En cambio, en las clases menos favorecidas, si no existe una formación previa de lectura desde el hogar, cuando se usa la Internet, los libros quedan en el olvido. La clave radica en el amor por lo libros que pueden enseñar los padres a sus hijos, y no tanto en el acceso a una tecnología,  como el libro digital.

Neurocientíficos como Susan Greenfield señalan que al estar horas frente a pantallas, nuestro cerebro genera un exceso de dopaminas, bloqueando actividades propias de la corteza prefrontal donde se controlan actividades relacionadas con la capacidad de medir el riesgo y medir las consecuencias de las propias acciones.

También se ha observado que leer libros en pantalla y leer en impresos es diferente. En el primer caso, el lector es el amo, es el autor de la lectura y la organiza libremente; mientras que en el segundo, el lector estudia al autor: su perspectiva y disposición para el aprendizaje son diferentes. Por otro lado, el usuario en línea es “promiscuo, diverso y volátil”, mientras que la lectura en libros tiende a ser más ordenada, y lógica. Jacob Nielsen señala que cuando leemos en pantalla lo hacemos en forma de F, buscando en las páginas el eje de la información. Esto no es leer sino buscar información, extraerla y guardarla.

Está emergiendo un nuevo tipo de lectura en la virtualidad; sin embargo, no puede remplazar a la lectura en libros impresos. La pérdida de una práctica que ha acompañado al hombre durante siglos, tendrá consecuencias en sus formas de razonar y de actuar. Para no caer en el fatalismo, será necesario reconocer que una y otra manera de leer tienen sus propias potencialidades y que es necesario mantener vivas a las dos. La clave está en saber combinarlas y complementarlas a fin de no satanizarlas.

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