Lección de civismo

La política en tacones

Pilar Ramírez

Me contaron una pequeña historia que podría resultar comiquísima si no fuera porque retrata dramáticamente una parte de nuestra cultura cívica y política que emerge a cada rato. Conozco a un pequeño que acaba de concluir el quinto grado de primaria en una escuela particular ubicada en la zona norte del Distrito Federal llamada Mayapan. Emilio, mejor conocido en el bajo mundo (por la estatura) como “Mini”, porque es idéntico al padre pero en miniatura, es un estudiante y deportista destacado, con varias medallas en competencias de natación. Como reconocimiento a su esfuerzo y a su promedio de 9.8 fue nombrado abanderado de la escolta, de lo cual se sentía muy orgulloso. Tiene a una compañera que también es muy buena estudiante y su competidora cercana, quien obtuvo una décima menos que Emilio, lo cual de todos modos es muy buen promedio y por lo cual también se ganó un sitio en la escolta, pero como “gendarme”, así le llaman en las escuelas, no me vayan a culpar por el nombre del cargo.

La niñita por supuesto quería ser la abanderada y no se conformaba con el segundo lugar, además parece que Joseph Mascaró le confió que lo único que no le iba a gustar del poder es que le iba a parecer demasiado corto así que decidió empezar temprano o los papás, sabedores de que en este país hay más jefes que apaches, no quisieron que su pequeña aprendiera a conformarse con ocupar un segundo lugar, así que el padre hizo una visita social a la escuela para hablar de las aspiraciones del frutito de sus entrañas y recordarles que además de padre amoroso es también inspector escolar, no el que le corresponde a la escuela, pero el poder es el poder, no importa en qué zona se ejerza.

La diligente directora recibió el mensaje y a los padres de Emilio simplemente les llegó una notificación de que había habido un error y su hijo no sería el abanderado sino la niña en cuestión, pero que de todos modos sería gendarme. Ante la desilusión de Emilio, el padre preguntó y le dijeron que no era por calificación sino que había un empate y lo había decidido así la maestra de Español. No faltó otro padre de familia que le hablara de la maniobra del inspector escolar, por lo que el padre de Emilio pidió que respetaran el lugar que su hijo se había ganado con su desempeño académico. Inútil.

La mezquindad del asunto hizo que pidiera cita con la dueña de la escuela y en la reunión la directora le mostró un “reglamento” firmado de recibido por él mismo donde se afirma que el alumno que en algún bimestre hubiese sacado menos de nueve no puede ser abanderado y sólo puede ocupar otros puestos (el caso de Emilio). Su firma, asentada en la última hoja, era de dos años atrás y las primeras hojas, donde se hizo un reglamento de acuerdo a las circunstancias, eran diferentes de las que recibió entonces. La directora, en un descarado “iztapalapazo” le quitó el cargo de abanderado a Emilio y muy inteligentemente truqueó la colocación de la firma del papá para introducir un “nuevo” reglamento a modo, a fin de que resultara plenamente justificado el arribo de la mini-inspectora al Olimpo del abanderamiento.

“Ardido”, como lo describiría Jorge Castañeda, pero también indignado por la maniobra de la directora y ya en un declarado espíritu lopezobradorista, el papá acudió con la inspectora de la escuela, quien le dijo que no era extraño el caso pues tenía otro idéntico en una primaria pública; gracias a su intervención, se determinó elegir al abanderado con los resultados de nuevos exámenes. Días después, los padres de Emilio fueron informados de que el desempate se decidiría con un examen aplicado con anterioridad y con el voto de calidad de la maestra de Español. El resultado fue que Emilio no quedó de abanderado, ni de gendarme sino en la fila de atrás, a pesar de que en ese examen también obtuvo mayor calificación. Otros padres de familia señalaron que en otras ocasiones se tomaba en cuenta el desempeño deportivo, lo cual no harían en esta ocasión, pues Emilio es destacado nadador.

Así, ya no importó calificación, reclamo ni la figura de la inspectora. La dueña simplemente dijo que era un caso concluido y la directora se dedicó a apapachar a mini Silvia Oliva, a quien llamaba continuamente a la dirección y le demostraba al grupo quién gozaba de las preferencias de la “direc”. Emilio sólo se quedó con su calificación, quién le manda andarle ganando a la hija de un inspector. Ahora sí que humillados y ofendidos, pues los padres pagaron colegiaturas para recibir ese trato.

Habrá quien ponga reparos a las lecciones de Civismo que ofrece la escuela Mayapan, pero son minucias comparadas con la gran enseñanza para la vida que encierran. Se trata de una verdadera educación en competencias: les enseñan a los niños que gana el que está bien con la autoridad no el que espera un trato justo y respetuoso; que tiene más posibilidades de ser triunfador el que tiene una “pequeña ayuda de sus amigos” como dirían los Beatles, pero sólo a condición de que los amigos tengan poder, aunque sea poquito como el de un inspector; que no importa saber sino utilizar adecuadamente el tráfico de influencias. El secretario Lujambio puede sentirse satisfecho de su personal, porque es transparente, como lo marca la ley, es decir, tiene a un inspector diáfanamente corrupto, pero sin duda orgulloso de poder darle a su hijita un poco de felicidad en este mundo tan ingrato.

Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Lección de civismo» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 116, México, julio. Disponible en: Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/Tables/rmxc/politica.htm
Fecha de consulta. 9 de julio de 2009.

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