Los Palacios del cine en México

Alejandro Novel González Orozco / José Alfredo Flores Rocha
Colaboradora de la publicación Cineadictos que edita la FES- Acatlán

La explosión de la cinematografía mundial, como medio de comunicación social, se complementó con la construcción de salas para su exhibición, tan es así que fueron partícipes de la evolución urbana y lograron establecerse como elementos de referencia en las ciudades.

A la tradicional condición de la metrópoli, como asiento de los poderes económico, político y religioso, se sumaba la de los barrios y colonias con sus cines. De acuerdo con las referencias históricas, las salas de cine fueron algo más que “contenedores” de gente, ya que resultaron detonadores de la vida citadina, por lo que se convirtieron en el espacio ideal de encuentro colectivo, donde espectadores de todas las edades y clases sociales acudían a disfrutar del esparcimiento ofrecido en estos recintos del Séptimo Arte.

Más allá de su estilo arquitectónico, ubicación y capacidad, desde que surgieron, las salas cinematográficas albergan sueños, historias e imágenes que son capturadas, digeridas e interpretadas por los espectadores; por ello, acudir al cine se convirtió, como afirmó el especialista Gustavo García, en el “gran rito laico de la sociedad”, que empieza por la selección de la película, el horario y, desde luego, el o la acompañante, para terminar con el desahogo posterior, a través del comentario y la crítica del filme.

Desde el punto de vista sociourbanístico, la arquitectura de las grandes urbes le debe al salón cinematográfico la coherencia de los espacios públicos; gracias a su presencia e impacto visual, se convirtieron en una referencia obligada; de ahí que fuera común que las personas se refirieran a la tienda de ropa, abarrotes, hospital, zapatería, consultorio médico, librería, tintorería, sastrería, escuela o cualquier punto de referencia que se ubicaba cerca de un determinado cine.

En la construcción de estos recintos no se escatimaron recursos y ello explica porque incluían decoraciones fastuosas, que sorprendían a los espectadores: desde las escalinatas, acompañadas por estatuas, cristales biselados, mármoles y medallones de bronce.

Excelentes muestra de los palacios del cine fueron: el Salón Verde, el Salón Rojo, Variedades, Ariel, Polanco, Metropolitan, Bella Época, Metrópoli, Lux, Lumière, Royal, Edén, Hollywood, Paraíso, Encanto, Estrella, Mundial, Imperial, Florida, Regis, Roma, Morelia, Estadio, Gloria, Vanguardias, Maya, Condesa, Balmori, Odeón, Alameda, Orfeón, Sonora, Colonial, Cosmos, Teresa, Ópera, Futurama, Metropolitan, Roble, Diana, Lindavista, Latino, París, Palacio Chino, Real Cinema y Olimpia; este último, con capacidad para 4 mil espectadores, por lo que pronto se convirtió en “el palacio del cine”.

Un momento muy significativo en el desarrollo de los palacios del cine en México se dio en los años 40, cuando las exigencias de la vida moderna obligaron a crear edificios más eficientes y cómodos en los que se unificaron el arte, la ciencia, la isóptica y la acústica, para brindar a los espectadores mejor visibilidad y sonido.

Decoradores e iluminadores también intervinieron en la creación de nuevos ambientes que rodearan a los espectadores del Séptimo Arte y cuya responsabilidad recayó en arquitectos como: Carlos Crombè, Genaro Alcorta, Francisco Serrano, Ignacio Capetillo, Juan Sordo Madaleno, Alfredo Olagaray, Luis Barragán y Charles Lee, por mencionar sólo algunos, quienes, con su arte, cambiaron la fisonomía de la Ciudad de México.

Caso específico fue Charles Lee, quien proyectó la construcción de los cines Lido, después conocido como Bella Época, Lindavista, Tepeyac y Chapultepec; construcciones marcadas por su espectacularidad y estilo ecléctico.

Otro ejemplo destacado lo constituye Francisco Serrano, quien participó, principalmente, en la remodelación de diversas salas de cine, pero su obra más importante fue la construcción del cine Teresa durante los años 40.

Por su parte, Juan Sordo Madaleno imprimió en el diseño de los cines la eficacia funcional, nitidez espacial; formas arquitectónicas sobrias y elegancia, características visibles en las salas Ermita, París, Dorado 70 y Satélite 70. Sordo Madaleno, formó parte del movimiento funcionalista en la arquitectura mexicana y a él se consagró, aportando fluidez en aparentes estructuras ligeras y sencillas formas que llevaron a la creación de una propuesta homogénea.

Caso excepcional en la arquitectura de los cines, lo constituye el cine Hipódromo, el cual combinaba diversos usos en un solo inmueble de estilo Art Decó y donde Juan Segura integró, además de un cine para dos mil 190 personas, departamentos y locales comerciales, en una convivencia de forma óptima y equilibrada.

Tanto la década de los años 40, como la de los 70, fueron significativas para la cinematografía en México, ya que en la primera se dio la expansión del cine nacional hacia el mercado hispanoamericano; impulsó la creación de muchas salas de cine, pues, tan sólo en la capital, se inauguraron y remodelaron un total de 70 cines.

Mientras que los años 70 representaron el inicio del gran cambio en la forma de ver el cine, ante el auge de la televisión y la cómoda intromisión del video en la pantalla chica, concepto que reinaría durante más de dos décadas, hasta principios de los años 90, en que el estilo de los grandes centros comerciales prevaleció, se aceleró la creación de complejos de cine hasta con 20 salas, se revolucionaron las campañas publicitarias y el público volvió a ver cine en el cine.

Importante es destacar que en la década de los 70 fue cuando se dejaron de construir las grandes salas y en las décadas siguientes se registró su deterioro y, en la mayoría de los casos, su demolición. En los terrenos donde se ubicaban se dio paso a estacionamientos, tiendas de autoservicio e, incluso, durante muchos años quedaron abandonados.

En otros casos, las grandes salas de cine fueron fragmentadas y con ello se extinguió su estilo arquitectónico y las subsecuentes generaciones perdieron la posibilidad de conocer los palacios del cine. Sólo quedan en pie algunas construcciones que permiten imaginar aquellos años, ejemplo de ello son lo que hoy conocemos como Teatro Metropolitan y el abandonado Teatro Orfeón, ambos en el Centro Histórico, y las ruinas del cine Ópera, en la colonia San Rafael.

El artículo anterior se publicó originalmente en Cineadictos
y debe de citarse de la siguiente forma:

Flores Rocha, José Alfredo y Alejandro Novel González Orozco, «Los Palacios del cine en México»,
en Cineadictos, Num. 80, diciembre, 2009.

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