Pior tantito

La política en tacones

Pilar Ramírez

Hace algunas semanas, un noticiario televisivo dio una nota curiosa acerca de una especie de inofensivo comando guerrillero cuya bandera es la buena escritura. Un grupo de jóvenes, liderado por un joven vasco avecindado en el Distrito Federal, con acentos de papel en ristre, atacaban las palabras mal escritas, no sin antes solicitar permiso al dueño del anuncio, para corregir el yerro.

El problema surgió cuando se encontraron con un letrero mal escrito propiedad del gobierno del Distrito Federal y lo corrigieron, suponiendo quizá que si la señalización se paga con los recursos que aportan los contribuyentes, lo menos que se puede hacer es retribuirles con letreros correctamente escritos. Esta lógica hubiese resultado una exquisitez para los policías preventivos que detuvieron a los jóvenes y, simplemente, como si fueran peligrosos protestantes de Atenco que en lugar de machetes blanden acentos de papel, remitieron a los muchachos ante un ministerio público. Un asunto más donde hay un dilema entre justicia y ética. El problema, para bien y para mal, no pasó a mayores; los jóvenes fueron liberados y el tema quedó sólo como anécdota chusca.

A los guardianes del orden, pero no el gramatical, la cruzada ortográfica les debe haber parecido simplemente estrafalaria, pero no es un asunto menor. Tiene razón García Márquez cuando afirma que vivimos bajo el imperio de las palabras y que no es cierto que la imagen las esté desplazando o que pueda extinguirlas. El lenguaje visual no puede prescindir del lenguaje escrito. Y, aunque el escritor colombiano aboga por liberar al español de sus “fierros normativos”, él mismo escribe impecablemente. La norma, por otra parte, tiene su razón de ser. Son las convenciones que se dan los hombres para entenderse cuando hablan o escriben, al igual que las leyes, desafortunadamente, lo mismo que éstas y casi con la misma recurrencia se violentan las normas al escribir.

Reírnos de algo que no podemos solucionar es un recurso muy socorrido; son tantas nuestras miserias que últimamente vivimos carcajeándonos. En el tema de la escritura, desde hace tiempo hay un intenso intercambio en los correos electrónicos, de fotos que recogen los horrores de ortografía que menudean en las calles, casas y comercios de distintas ciudades mexicanas. Se trata casi siempre de letreros callejeros, de anuncios hechos a bote pronto o de pancartas que auxilian al comercio informal, lo más regocijante e hilarante de las fotos son los comentarios al pie, los cuales, casi inevitablemente también están plagados de gazapos.

Se puede entender que un negocio semiformal de lavado de autos ofrezca “lavado a precion”, o que un puesto callejero de antojitos ostente el provocador nombre “Suci”, pero es incomprensible que también el sector gubernamental participe alegremente en los desaciertos. Quienes han tenido estancias en la burocracia pueden atestiguar que muchos oficios y comunicados parecen escritos en lenguaje cifrado.

Una revisión de las páginas electrónicas de casi cualquier oficina de gobierno parece pedir a gritos un comando bien armado, no de acentos, pero sí de minúsculas. En todas ellas abundan lo que Roberto Zavala llama las mayúsculas reverenciales, cualquier actividad, programa o cargo se escriben con altas, en olvido de las lecciones de primaria que intentaron hacernos saber que los sustantivos comunes van en minúsculas; se considera una falta de respeto escribir director, subsecretario, secretario o coordinador con minúscula; lo peor de todo es que lo percibe así tanto el subordinado como el superior. En ocasiones, no es una falta de ortografía sino un sentido de realidad, donde resulta más conveniente quedar bien con el jefe que escribir correctamente. Mi querido amigo José Guillermo Trujillo es el único funcionario defensor irreductible de la escritura pulcra que he conocido, con un afán permanente por mantener a raya el imperio de las mayúsculas en los comunicados y textos oficiales.

Necesitamos más cruzados que aboguen por la palabra escrita y que la defensa del español vaya más allá de los discursos oficiales sólo en las ocasiones ad hoc. Un verdadero cuidado de nuestro idioma nos hubiera ahorrado pifias como la del billete conmemorativo de cien pesos que cambió los reclamos de la lucha revolucionaria por el de “sufragio electivo, no reelección”. ¿Será acaso que en lugar de error es declaración de principios del gobierno federal?


Periodista y colaboradora de la RMC

El artículo anterior se debe de citar de la siguiente forma:

Ramírez, Pilar, «Pior tantito» en Revista Mexicana de Comunicación en línea,
Num. 119, México, febrero. Disponible en:
http://www.mexicanadecomunicacion.com.mx/politica.htm
Fecha de consulta 11 de febreo de 2010.

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