Debatir la ética periodística

Ofrecer la película completa, el dilema

Fotografía: "Ética…" de Eire @ Flickr

Por Humberto Musacchio

Cobra fuerza el debate sobre la ética periodística en periodos de inestabilidad social. En los días de la guerra de Independencia, mientras la prensa realista mentía, ocultaba y censuraba, el periodismo insurgente daba cabida a valiosas reflexiones sobre el oficio informativo y los deberes éticos que implicaba ese ejercicio. La polémica más intensa se produjo entre la caída del imperio de Iturbide, en 1823, y el golpe de Estado de los centralistas, en 1830, cuando el generalote Anastasio Bustamante se encaramó en la silla presidencial y desde ahí mandaba apalear periodistas, práctica frecuente entre los gobiernos de derecha.

Una y otra vez estuvo sobre el tapete la discusión en torno a los deberes de los periódicos y periodistas, su papel frente a la sociedad y su responsabilidad ante la nación. Ese debate alumbró a los lectores a lo largo del siglo XIX, aumentó en varias etapas lo mejor del periodismo liberal y derivó hacia la prensa marginal, la de combate, cuando Porfirio Díaz, afianzado en el poder, controló primero a los empresarios del periodismo y luego los hizo a un lado para favorecer en 1896 la fundación de El Imparcial, en un tiempo –dice Jorge Von Ziegler–  “que conocía como hechos cotidianos los cateos y secuestros de imprentas, la persecución, el asesinato y los procesos a periodistas enemigos del régimen”.

En suma: el interés por normar el comportamiento de periódicos y periodistas ha tenido brillantes momentos de polémica, pero en general los planteamientos éticos han venido desde la rebeldía, desde la oposición. La prensa conformista, bien cebada por el Estado o por los poderes fácticos, no tiene interés en adoptar un código de ética y, si lo hace, muy pronto y frecuentemente viola sus propias normas a favor del interés mercantil. Así ha sido a lo largo del siglo XX y de lo que llevamos del XXI.

Cito un botón de muestra: no hay día en que esa prensa comodina no dé por muerto políticamente a Andrés Manuel López Obrador, y no hay día tampoco en que puedan ocultarse las actividades, las propuestas y los mítines del tabasqueño. ¿Por qué? Porque él y sus discursos son noticia y, muy a su  pesar, el periodismo domesticado tiene que darle cabida. Pero hay otra razón, y es que el control sobre la prensa funciona en épocas de estabilidad, cuando el grupo que manda impone un orden sobre la sociedad. No es el caso de hoy, pues los viejos mecanismos de poder se desgastaron y fueron siendo abandonados hasta que desaparecieron junto con el régimen que los prohijó. Hoy lo que observamos es una política vacilante: funcionarios ineptos y un aparato informativo  –medios escritos y electrónicos–  donde el amor se vende caro y sólo por momentos.

Esa inestabilidad ha propiciado que resurja el debate sobre la ética periodística, y en tal caldo de cultivo, resulta de primera importancia el libro de Omar Raúl Martínez: Códigos de ética periodística en México, obra que por primera vez reú-ne los intentos de diversos medios, organizaciones y aun personas por darse normas de comportamiento y por establecer los alcances y obligaciones de su relación con la sociedad.

Como lo he dicho, queda mucho material por recoger, muchos planteamientos de carácter deontológico que forman parte de la historia sobre las normas de nuestra actuación. Pero Omar Raúl Martínez ha dado un gran paso –nos ha hecho dar un gran paso–  en esta materia resbaladiza y cambiante.

 

Versiones a medias

Se dice en el gremio que quien quiera conocer la verdad se dedique a la filosofía, porque el periodismo, a lo sumo, lo que puede ofrecer son hechos. Sin embargo, de la forma como se muestran los hechos se desprende una posición ante la vida, una forma de relacionarnos con las demás personas, una concepción de la sociedad y una forma de cumplir con nuestro deber ante los lectores.

Si alguien escribe que en Hermosillo, Sonora, murieron más de 40 niños al incendiarse una guardería, no falta a la verdad. Tampoco si dice que el incendio comenzó en una bodega contigua y que, de acuerdo con las primeras informaciones, el siniestro se produjo por un corto circuito. Después, el reportero puede describir en muchos párrafos los gritos de las madres, el llanto de los infantes rescatados y el heroísmo de los vecinos, y tampoco faltará a la verdad.

Pero si la información no dice que el techo de la guardería era de un material altamente inflamable, que el lugar carecía de extinguidores y salidas de emergencia, que el personal no estaba capacitado para actuar ante una contingencia como la narrada y que una de las dueñas del negocio era pariente de la esposa del Presidente de la República, tampoco miente, pero nos escamotea hechos que debemos conocer para formarnos un juicio informado de los hechos mismos. Y eso es una falta de ética.

Si en los días sucesivos los informadores omiten decir que se trataba de una guardería que recibía subsidio del Instituto Mexicano del Seguro Social, que el gasto en las guarderías subrogadas o subsidiadas representa menos de la mitad del costo por niño atendido de lo que cuesta en las del propio Instituto y que bajo los gobiernos panistas se ha venido reduciendo el subsidio, entonces se nos niega información que la sociedad necesita conocer, y eso es una falta de ética.

Si no se nos dice que el Seguro Social tiene más de diez años de no construir una sola guardería, pese a que una de sus obligaciones es ofrecer ese servicio; si no se da espacio a una declaración del Sindicato del IMSS, según la cual, son inseguras la mayoría de las guarderías subrogadas; si se omite que durante la administración de Juan Molinar Horcasitas, mientras se regateaban recursos a las guarderías hubo adquisiciones de material médico defectuoso por más de mil millones de pesos, estamos ofreciéndole al lector versiones a medias de los hechos y ocultando datos sustanciales para entender el por qué de lo ocurrido. Y eso no es ético.

Faltamos a la ética si no mostramos que la negativa a construir guarderías y que la tendencia a la subrogación y reducción de los subsidios obedecen a una política general basada en el desprecio por los seres humanos; si no informamos que el persistente, deliberado y criminal deterioro de la educación pública ha propiciado que la enseñanza privada. Sólo en el nivel superior, ha llegado a tener más de 30% de la matrícula, cuando hasta hace 30 años difícilmente llegaba al 3%. Y es igualmente antiético no referirnos a los centenares de escuelas primarias y secundarias donde no hay excusados ni agua corriente, y no estamos hablando de la sierra Mixe ni de los Altos de Topia, sino del Valle de México, donde se supone que los bienes de la civilización están al alcance de todos.

No actuamos éticamente si al referir la política de abandono de las guarderías y el disimulo del Seguro Social ante las condiciones infrahumanas de esos establecimientos no mencionamos que esa tacañería estatal no se manifiesta, por ejemplo, frente a los banqueros, a los que el Estado mexicano salvó con nuestros impuesto mediante el Fobaproa, del cual se deben todavía más de 750 mil millones de pesos y que para pagarlos no alcanzará nuestra vida, ni la de nuestros hijos y nietos, porque con los poderosos, el Estado mexicano muestra una generosidad que no alcanza para los pobres. Pese a que una vez saneado Banamex se vendió al ahora quebrado Citibank, los dos accionistas mayores ganaron cada uno seis mil millones de dólares sin que por lo menos nos quedara el consuelo que tienen los contribuyentes estadounidenses respecto de Citibank, que al ser rescatado por Washington un alto porcentaje de sus acciones quedó en poder del gobierno de allá.

Soslayamos nuestros deberes éticos cuando no situamos en su adecuada dimensión la actuación gubernamental. No hay más dinero para guarderías, pero el gobierno de Felipe Calderón no ejerció 120 mil millones de pesos que transfirió indebidamente a fideicomisos y otros fondos para convertir dinero público en dinero privado y dejarlo expuesto a toda clase de corruptelas.

Ahora, ante el hacinamiento que se vive en las cárceles, ya se anunció que también se darán a la iniciativa privada para que las exploten como cualquier empresa mercantil.

En un México donde todo se quiere convertir en negocio de particulares, en unos casos se otorgan concesiones o se subrogan los servicios; en otros, las instituciones y sus funcionarios siguen ahí, pero al servicio del capital privado; en algunos más se las deja vivir, pero sin facultades, inofensivas, inútiles, como ocurre con la Procuraduría del Consumidor; y se las esteriliza, como a las múltiples corporaciones policíacas al servicio del narcotráfico, que ilegal y todo, es también una actividad empresarial, pues requiere capital, división del trabajo, cuadros especializados, aptitud gerencial y profundo conocimiento del mercado.

Y si ya la impartición de justicia está al servicio del mejor postor, si ya es un negocio tan floreciente, lo que procede es ponerla en manos de particulares, priva-tizarla. Y ellos harán eso y nosotros, los periodistas, si queremos actuar éticamen-te, tendremos que insistir en que por ese camino México va al despeñadero.

No mostrar hechos que hablan por sí mismos, no ofrecer la película completa de los desastres y del gran desastre en que estamos, es fallarle a la sociedad. Y no por falta de un código de ética, sino más bien por falta de valor, de responsabilidad, de decisión, de progenitora quizá.

 

Texto leído en la presentación del libro Códigos de ética periodística en México, de Omar Raúl Martínez (Fundación Manuel Buendía, BUAP, Bosque de Letras, Fundación para la Libertad de Expresión, México, 2009), efectuada el pasado 9 de junio de 2009 en la Casa Lamm.

El libro Códigos de ética periodística en México puede ser adquirido en formato Kindle ebook en Amazon.

 

1 comentario a este texto
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