Y no se los tragó la tierra…todavía

Fotografía: "Tomas Rivera" por Universidad de Texas

Por Leticia Urbina Orduña

Colaboradora de la publicación CineAdictos que edita la FES- Acatlán

Cuando Tomás Rivera escribió la novela «Y no se los tragó la tierra», en 1971, no previó que ese texto se convertiría, primero en un clásico de la literatura chicana, y luego en una película, dirigida por Severo Pérez; cuya trayectoria data de los años 70, época en la que hizo mancuerna con el productor chicano Jesús Treviño.

La historia está situada en los años cincuenta, una de las peores épocas para ser estadounidense de origen mexicano en el país del norte. El macartismo amenazaba la vida de ciudadanos blancos y decentes que no comulgaban con el feroz racismo y la paranoia ante supuestas actividades anti norteamericanas que veía en todas partes el senador Joseph Mc Carthy. Si para ellos las cosas eran difíciles, para los mexicoamericanos eran mucho peores.

La historia se centra en la mirada de Marcos, un niño de 12 años, cuya familia debe vivir viajando por medio país -desde el Medio Oeste hasta Texas- para laborar en la cosecha de distintos vegetales. Aunque tratan de sobrellevar la miseria de sus vidas, ésta no pasa desapercibida para el pequeño, que acumula resentimientos enormes contra su país, Estados Unidos.

Viven en hogares temporales ubicados en barracas inmundas, en las que se cuela la lluvia y menudean las alimañas. Lo efímero de las relaciones que pueden establecer los mexicoamericanos en semejantes condiciones impide además cualquier forma de organización, ni siquiera de creación de lazos afectivos o de gestos de solidaridad. Son apenas seres de paso.

Las humillaciones a que es sometida su familia son apenas la menor de las tragedias: su hermano está desaparecido en el frente de Corea, y su padre -explotado hasta caer inconsciente en medio del campo- acaba por heredar al niño la obligación de continuar con «el jale», como coloquialmente conocen los trabajadores agrícolas su trabajo.

La vida de esta familia es apenas un pretexto para narrar la historia del pueblo chicano con una puntualidad histórica admirable, que permite a los espectadores entender de manera cabal  el clima que se gestaba y que daría origen al movimiento chicano. Es además un filme de denuncia, pues narra asuntos como el asesinato de un niño trabajador a manos del capataz americano.

La actuación de José Alcalá como Marcos es creíble a pesar de la juventud del actor, a quien acompañan adultos de larga trayectoria en el teatro y el cine chicano: Rose Portillo, Marco Rodríguez, Lupe Ontiveros y en el papel del cantante pueblerino y dicharachero que sirve de contrapeso a la tragedia, Daniel Valdez, hermano del cineasta Luis Valdez y veterano de la película “Zoot Suit”.

Daniel Valdez interpreta a Bartolo, quien está lejos del absurdo optimismo se la familia de Marcos, lo que aparentemente no le impide ser feliz. Crítico del sistema, Bartolo asume la obligación de narrar las vivencias de su pueblo en medio de canciones y relajo, pero no olvida que las injusticias que viven «hay que escribirlas» para denunciarlas. El resentimiento de Marcos acabará canalizado por esa vía, cuando Bartolo le hereda la misión de hacer la crónica de los suyos.

El filme fue producido por Paul Espinosa, más conocido por sus trabajos en el ámbito del documental como “En busca de Pancho Villa”, “El incidente de Lemon Grove” y “Vecinos Incómodos”. Algunos de estos documentales han sido transmitidos en la televisión pública norteamericana.

Filmada en 1994, cuando la ley 187 amenazaba a los trabajadores migrantes e indirectamente, a los mexicoamericanos, esa cinta vuelve a ser vigente hoy, cuando las leyes del estado de Arizona pretenden criminalizar a los ciudadanos cuyo color de piel sea moreno. Ese mero hecho los convierte en sospechosos, sean migrantes ilegales, legales o de lleno ciudadanos estadounidenses de ascendencia mexicana.

La pésima distribución que obtuvo la cinta, a pesar de los esfuerzos de sus realizadores, no era sino la respuesta a un tema incómodo para Estados Unidos. Con todo, obtuvo un lugar en la cinematografía chicana por los reconocimientos que se le hicieron en festivales como el prestigiado Sundance Festival. Como al propio pueblo chicano, no se los tragó la tierra… todavía.

 

El artículo anterior se publicó originalmente en CineAdictos
y debe de citarse de la siguiente forma:

Urbina Orduña, Leticia, «Y no se los tragó la tierra…todavía «,
en CineAdictos, Num.96 , septiembre, 2010

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