Violencia y periodismo en México: Un acercamiento desde la ética
- ¿Cómo informar sobre los horrores de la violencia sin ser amarillistas?
- La noción misma de periodismo se pone a prueba en condiciones extremas.
- «En la medida en que las Redacciones procuren este ejercicio estarán en posibilidades de ejercer un mejor periodismo: un periodismo que le permita a la gente entender mejor lo que ocurre en su entorno, asumir postura y tomar decisiones», dice Juan Carlos Nuñez.
Por Juan Carlos Núñez
La situación de violencia que vive el país genera nuevos retos para los periodistas y para los medios de comunicación. Un componente fundamental de estos desafíos es la dimensión ética en la cobertura periodística ante esta nueva realidad. Si la ética, como dice Gabriel García Márquez, no es una condición ocasional sino que debe acompañar siempre al periodismo; si como dice Kapuscinski, la materia prima de los periodistas son las personas, entonces en un entorno de extrema violencia las consideraciones éticas del trabajo periodístico adquieren especial relevancia.
Obligada a informar sobre la violencia como hecho de interés público que es, la prensa enfrenta ahora una situación para la cual no estaba suficientemente preparada. Ataques contra civiles, ejecuciones múltiples, cuerpos decapitados y diluidos en ácido, bloqueos de carreteras, presentaciones ante la prensa de presuntos capos, mensajes de los narcotraficantes, víctimas inocentes, enterramientos múltiples, violaciones a los derechos humanos por parte de las autoridades, son algunos de los hechos que forman parte de la agenda informativa cotidiana.
¿Cómo informar sobre los horrores de la violencia sin ser amarillistas? ¿Cómo hacerlo sin provocar el hastío o la indiferencia de los lectores? ¿Cómo encontrar el equilibrio entre el derecho a la información de la sociedad y la responsabilidad? ¿Cómo hay que referirse a los hechos y a sus protagonistas? ¿Cómo informar sin convertirse en portavoces de los grupos en conflicto? ¿Es un asunto meramente policial? ¿Qué otros aspectos habría que cubrir y de qué manera? ¿Cómo cumplir con el deber a informar en una situación donde está en riesgo la vida misma de los periodistas?
Éstas son, entre otras, algunas preguntas que surgen de esta nueva realidad y cuyas respuestas podrían contribuir a la formulación de criterios que nos ayuden a los periodistas a cumplir de mejor manera con nuestro trabajo de informar a la comunidad lo que le ocurre. Son preguntas que urge responder porque sobre estas situaciones informamos todos los días con las consecuencias que ello implica.
En el presente artículo se presentan algunas consideraciones que pretenden contribuir al diálogo y la reflexión. No son respuestas completas ni acabadas sino apenas esbozos. Es el diálogo entre colegas el que puede ir articulando formas de responder con lo mejor del periodismo a esta compleja realidad.
El principio general
En una situación de urgencia y gravedad como la que vivimos donde hay que tomar decisiones cada día, podría parecer inútil remitirnos a preguntas del tipo: ¿Qué es el periodismo? ¿Cuáles son sus funciones? Sin embargo, responder estas cuestiones de orden general adquiere pertinencia práctica pues proporciona un marco para resolver asuntos concretos.
Dice Vicente Leñero que el periodismo “es una forma de comunicación social a través de la cual se dan a conocer y se analizan hechos de interés público”1. Los periodistas informamos de hechos, pero no de cualquier hecho sino solamente de aquellos que, además de novedosos, son de interés público.
Desde mi punto de vista, la palabra interés no es sólo equivalente a interesante. No se refiere fundamentalmente a lo que resulta atractivo, despierta la curiosidad o cautiva. El interés público en periodismo tiene que referirse, ante todo, a aquello que atañe, que incumbe a una comunidad. Etimológicamente la palabra interés viene del latín interesse, que significa importar. Es decir: temas de los que se ocupa el periodismo tendrían que ser aquellos que importan a los miembros de una comunidad justamente porque se refieren a aspectos novedosos que incumben a su vida en sociedad.
Por supuesto que los textos periodísticos deben ser también interesantes, atractivos y cautivadores. El periodismo que no logra estos atributos es un periodismo mal hecho, pero lo que le da a un discurso su carácter de periodístico es el tipo de asuntos de los que se ocupa. No basta como criterio de selección periodística lo novedoso y lo interesante. Una nueva novela o la más reciente edición de una revista “para adultos” cumplen los atributos de novedosos y podrán resultar publicaciones interesantes para alguien, pero no son “periodísticos”.
La información periodística resulta fundamental porque se convierte en un insumo básico para que el destinatario de la misma pueda tomar decisiones y tomar postura en torno a los asuntos que ocurren a su alrededor. Como miembro de una comunidad local, nacional y mundial, la información veraz, precisa y oportuna sobre asuntos que le atañen le ayuda a formar su opinión y a decidir.
Si estamos de acuerdo con que esta es la razón de ser del periodismo podemos concluir que el tipo de información de que se ocupa, además de ser de novedosa e interesante, tiene que ser útil para que la gente comprenda qué está pasando a su alrededor y tenga mayores elementos para situarse frente a ella.
Esta reflexión no resuelve cada caso en particular, pero sí da un marco general para tratar situaciones específicas. Sobre la información que vamos a publicar, nos podemos preguntar: ¿Es de interés público o solamente es interesante? ¿De qué manera atañe a los miembros de la comunidad? ¿Les ayuda a tomar postura y tomar decisiones? Además de despertar la curiosidad, ¿es importante?
Publicar o no publicar
Existen posturas contrapuestas en torno a la manera como los medios deben tratar el tema de la violencia. En un extremo se encuentran quienes afirman que no hay que publicar malas noticias porque con ellas se deteriora la imagen de México y se provoca un desánimo nacional. En el otro extremo están los que defienden que hay que publicar todo porque la prensa tiene la obligación de decir la verdad tal cual es. El buen periodismo no se debate entre publicar o no publicar, sino que se plantea qué, cómo y para qué. Esta última pregunta obliga a reporteros, editores y directivos de los medios de comunicación a asumir la dimensión ética. Si consideramos lo planteado en el apartado anterior, la respuesta a la pregunta ¿para qué? tendría que ser: “publicamos para que la gente conozca mejor lo que está pasando a su alrededor y pueda plantar cara a esa realidad”.
Javier Darío Restrepo, periodista colombiano y experto en ética periodística, señala:
La violencia no puede convertirse en un espectáculo para satisfacer la curiosidad y el morbo del público. En ese sentido, la publicación de imágenes macabras de muertos, heridos y actos violentos, destinada solamente al aumento de las ventas, pervierte la profesión y degrada a los receptores de la información. Por tanto, la publicación de informaciones sobre la violencia no puede estar inspirada en el afán de hacer un negocio. Estas informaciones cumplen su función de servicio al público cuando le muestran lo que está sucediendo, le explican por qué sucede, y le abren los ojos para ver el daño que sufre la sociedad en el presente y las consecuencias que tendrá en el futuro. Tal información no es, pues, respuesta para curiosos y morbosos, pero sí es aporte inteligente para hacer entender los hechos. Además es una información que se convierte en un estímulo permanente para la acción. El receptor debe sentirse presionado por la pregunta sobre lo que él y la sociedad deben hacer para que la violencia no siga.2
Del hecho al dicho
Es una verdad de Perogrullo afirmar que la verdad es víctima en todo enfrentamiento. Para las partes en conflicto el manejo de la información es parte de su estrategia. En medio de los bandos están los periodistas a quienes corresponde informar a la sociedad sobre lo que le ocurre. ¿Objetivamente? Imposible. El periodista español Miguel Ángel Bastenier afirma:
La objetividad quiere decir que la realidad es cognoscible tal como es, pero la realidad no es cognoscible tal como es porque es de muchas maneras al mismo tiempo, por lo tanto sólo la subjetividad es capaz de interpretar lo que llamamos realidad. Lo que la gente pide es imparcialidad. Yo la defiendo y le llamo honradez.3
En este ámbito es importante hacer una distinción; una cosa es la imposibilidad de ser absolutamente neutral y otra muy distinta es enlistarse en uno de los bandos. Estar en contra de la violencia no supone, como a veces se piensa, que la prensa forme parte de la estrategia gubernamental como un portavoz acrítico. La independencia es uno de los fundamentos irrenunciables del periodismo. En un conflicto importante, las partes presionan para vulnerarla.
Afirma Restrepo: “El trabajo de un reportero en estas situaciones es muy exigente: tiene que ofrecer a los lectores un material desprovisto de esa neblina”4 que generan los contendientes.
Sobre las presiones a la prensa para que se alíe a los gobiernos en la “lucha contra el enemigo”, sostiene:
Existe el peligro de llegar a extremos. Uno de ellos, que siempre ha existido, es que los gobiernos pretendan asumir el control de los medios, lo que es abiertamente antidemocrático y muy peligroso […] Ese es un extremo. El otro es cuando los medios no quieren asumir un autocontrol bajo el argumento de que no deben ser censurados. En momentos como estos los medios más conscientes entienden que tienen una responsabilidad para con el público, que el medio que manejan es muy poderoso y que siempre genera efectos. Por consiguiente, el camino es el de la responsabilidad.5
Con frecuencia, las autoridades convocan a la prensa para presentar a delincuentes capturados. Se publican imágenes y nombres de supuestos narcotraficantes. Es verdad que las autoridades los presentaron como delincuentes, pero ¿tenemos la seguridad de que realmente lo son? No siempre la verdad del dicho corresponde a la verdad del hecho.
Algunos medios se conforman con reproducir las versiones oficiales, pero la experiencia muestra que, al menos en algunas ocasiones, esos informes suelen ser incompletos cuando no falsos. Recordemos los casos de los estudiantes del TEC de Monterrey, el de los jóvenes asesinados en Ciudad Juárez o el de los múltiples daños colaterales que en las versiones oficiales fueron catalogados como delincuentes.
Es éste uno de los principales problemas éticos que se les presentan a los periodistas actualmente. ¿Cómo saber si la información, aunque sea oficial, es verdadera? ¿Cómo garantizar que no están reproduciendo mentiras? La respuesta es: investigando. Es responsabilidad primordial de los periodistas someter a examen las afirmaciones que van a difundir. Ciertamente no es fácil. Es tal la cantidad de casos que en la práctica sería imposible verificar todos y cada uno de ellos. Implica tiempo y dinero, recursos escasos en los medios, además de riesgos para la integridad de los periodistas.
[La prensa enfrenta] la tensión entre la verdad del dicho y la verdad del hecho. Con mucha frecuencia los reporteros no somos testigos directos de lo que ocurre y nos vemos en la necesidad de relatar lo que pasó a partir de lo que nos dicen otros. Se escucha con buena fe, suponiendo, que en principio, lo que nos dicen será cierto. Pero eso que nos narran los otros no siempre corresponde a la verdad. En el mejor de los casos es una parte de ella. En el peor, es una mentira. Las fuentes elaboran sus narraciones en función de sus propios intereses y no del interés público que es el que debe guiar el trabajo de los reporteros.
Sin embargo, lo que esperan los lectores de un periodista no es la verdad del dicho sino la verdad del hecho. Quien recibe la información de un medio de comunicación supone, en principio que es verdadera, que los periodistas la corroboraron.6
Por esta razón, afirma Restrepo:
Toda fuente tiene que ser sometida a crítica, no solamente sobre lo que dice, sino sobre la fuente misma. Ninguna de las partes que están en guerra está interesada en la verdad, cada una está interesada en utilizar la información como un arma. El periodista tiene que desarmar esa información, y la forma de hacerlo es comprobarla con comparación de fuentes y acudiendo, hasta donde sea posible, a la constatación personal y directa.7
Justamente por eso y ante la certeza de que la información que brindan las partes en un conflicto es interesada, los medios tendrían que tomar medidas para evitar la publicación en automático de nombres e imágenes de las personas involucradas en hechos de violencia. De esta manera se atenúa el daño que se les pueda causar acusándolas de delitos que no se ha comprobado que cometieron.
Presunción de inocencia
El problema de la verdad planteado en el apartado anterior se liga directamente con otro asunto ético que es el de la presunción de inocencia, un derecho que constantemente vulneran algunos medios. Basta con que la autoridad diga que alguien es narcotraficante para que medios de comunicación y periodistas lo asuman como cierto y se adhieran en automático a la condena sumaria.
El derecho a la presunción de inocencia aparece como un imperativo fundamental en los más diversos códigos de ética periodística. Si esto es importante en cualquier lugar, es básico en un país donde la corrupción y la negligencia son características del sistema de procuración e impartición de justicia.
Una vez más se plantea un asunto de equilibrio. La necesidad de plantearse en cada caso qué datos son publicables y cuáles no en función del servicio al lector y considerando al mismo tiempo los derechos de los inculpados. De preguntarse: ¿A quién le sirve ver la cara y conocer el nombre del detenido y para qué? ¿Cómo informar sin vulnerar otros derechos? Restrepo lo dice así:
El derecho a informar con fotografías o videos, sobre hechos públicos debe armonizarse con el derecho de las personas sobre su imagen. Son dos derechos que no tienen por qué excluirse, sino complementarse.8
Al respecto Marco Lara y Francesc Barata, señalan en el libro Nota[n] roja:
Una de las rutinas periodísticas más habituales en México es la de presentar a detenidos ante los medios de comunicación, algunas veces obligándolos a posar con un arma, incluso en posición de tiro, o con supuestas pruebas del delito en sus manos; y si se da el caso que tengan tatuajes, a mostrarse semidesnudos.
En todas las situaciones el ritual se repite con la misma intencionalidad: establecer ante los periodistas, y por consiguiente ante la opinión pública, una relación incriminatoria entre el delito y el detenido. Se busca exhibir el buen hacer policial, por si hubiera dudas; dar la imagen de eficacia ante una sociedad alarmada que ha perdido la confianza. Pocos se preguntan por los límites legales de aquel ritual, que más allá de tener como finalidad estimular la vergüenza pública, pretende marcar al inculpado con el signo de la culpabilidad cuando todavía no ha sido sentenciado, y en muchos casos, ni siquiera consignado ante la autoridad judicial.9
En sistemas democráticos sólidos no es válido exponer a los acusados ante los medios de comunicación tras su detención, ni facilitar su identificación, porque se asume plenamente que ello supone una violación a sus derechos.10
Mensajes criminales
La información que se genera desde el lado de los delincuentes también genera una serie de situaciones dilemáticas para los periodistas que tienen el deber de informar de lo que ocurre, pero que al hacerlo pueden al mismo tiempo favorecer las acciones de los criminales.
Quienes cometen estas acciones además de causar daños específicos buscan mostrar su poder, hacer publicidad para su causa y generar miedo. Estas acciones son claramente de interés público porque evidentemente afectan a la vida de la comunidad. Los crueles asesinatos entre delincuentes ponen en evidencia la escala de las pugnas entre los grupos criminales y dan cuenta de la incapacidad de las autoridades para contenerlos. Es claro que los medios tienen que informar sobre estos hechos, pero al hacerlo tendrán que preguntarse qué aspectos de ellos son relevantes y deberán tener cuidado para evitar servir a los intereses de los delincuentes.
Un caso muy común es el de los mensajes que dejan los asesinos junto a los cuerpos de sus víctimas. Algunos medios suelen reproducirlos sin preguntarse: ¿Esta información es de utilidad para el público?
Los criminales parten de la premisa de que entre más espectacular sea el asesinato, mayor cobertura tendrá por parte de los medios de comunicación y por tanto mayor será la posibilidad de que sus mensajes lleguen a sus destinatarios.
Si un medio da cuenta puntual de un mensaje en el que un grupo amenaza a otro se convierte en un portavoz de los delincuentes. Además ese tipo de mensajes no son de interés público puesto que se trata de comunicaciones que sólo atañen a ellos. En esos casos, el criterio es claro: los periodistas no tendrían que publicar esos contenidos. Al hacerlo no solamente sirven de correo a los criminales sino que indirectamente propician nuevos crímenes puesto que los delincuentes saben que asesinando a alguien su mensaje será difundido. Más complejo es el caso en el que el mensaje alude no a otros delincuentes sino a actores sociales o a la sociedad misma. En esos casos, los periodistas tendrían que hacer un análisis para encontrar la manera de publicar lo que resulte de interés público buscando la manera de evitar daños mayores y de no convertirse en voceros de los delincuentes.
El lenguaje de la violencia
Pareciera que, comparado con los otros temas, el uso del lenguaje sería un asunto menor. Sin embargo, tiene también implicaciones éticas. Recordemos que una noticia no es un hecho, sino el relato de un hecho. Toda narración está formada de palabras que no son neutrales, pues cada una de ellas lleva implícitas ciertas connotaciones y propicia ciertas interpretaciones del hecho relatado. No es lo mismo decir abatir que acribillar. Ambas palabras pueden utilizarse para referirse a un mismo hecho, pero elegir una u otra genera diferentes percepciones.
Es común que los periodistas digan que una persona fue ejecutada. Tal palabra, que remite a la muerte de un reo que ha sido juzgado y sentenciado por un Estado, connota un homicidio si no legítimo al menos legitimado. Por eso cuando los medios dicen que alguien fue ejecutado le restan fuerza al hecho del asesinato. Lo mismo ocurre cuando se informa que alguien fue levantado para decir que fue raptado, plagiado o privado de su libertad.
Además, cuando la prensa se refiere a un encobijado o a un levantado está dando por hecho, tácitamente, que esa persona era un narcotraficante porque es un lenguaje que se utiliza sólo en ese ámbito de tal manera que a la víctima, sin averiguación previa, se le condena con las palabras. En un contexto en el que el discurso oficial afirma que los asesinatos son resultado de pugnas internas entre narcotraficantes, el uso de ese lenguaje implícitamente propicia la interpretación de que las víctimas se lo “tenían merecido” y que, por tanto, sus crímenes no merecen ser investigados ni sancionados.
La palabra narco ha sido adoptada por los periodistas que la han convertido en un prefijo preferido por significativo, corto y llamativo: narcolimosna, narcomanta, narcotúnel, narcobloqueo, narcomensaje, narcozoológico, etcétera. Al sumar la palabra narco a una situación, se asume que efectivamente pertenece a ese ámbito sin que en muchos casos haya constancia de que así es.
Los medios han sido muy rápidos para adecuar el lenguaje y nombrar con él a esta nueva realidad, sin embargo no ha habido una reflexión suficiente en torno a las implicaciones del uso de las palabras y a establecer criterios al respecto.
¿Contar muertos?
El tema de la violencia y la “guerra contra el narcotráfico” se ha cubierto principalmente desde una perspectiva policial. Los medios dan cuenta de los enfrentamientos, los muertos, los detenidos y las acciones militares. Cuando la cifra de asesinados creció de tal manera que resultaba difícil hacer una noticia para cada uno, algunos medios instituyeron el ejecutómetro en el que publicaban el número de muertos del día.
El periodismo de investigación que permitiría dar cuenta no sólo de la expresión de la violencia sino también de la forma en que se articulan y operan los delincuentes, de sus vínculos con el poder, de su imbricación con la economía y la sociedad es muy escaso. El nivel de riesgo es muy alto. La seguridad y la vida de los periodistas corren un riesgo real. Los medios se han replegado puesto que no hay condiciones que garanticen la libertad de expresión en este ámbito.
La realidad nos ha mostrado también que no hay capacitación suficiente a los reporteros para que aborden con mayor seguridad el tema. Este es también un asunto de ética: de qué manera los medios toman medidas para ejercer la libertad de expresión cuidando a sus periodistas. En el país empieza a haber cursos y protocolos para reporteros, pero son todavía insuficientes.
El otro ámbito de la cobertura del tema es el político. La prensa nos cuenta qué dicen los funcionarios y algunos otros actores sociales, pero tanto en el terreno policial como en el político la información suele ser de tipo notarial. Pasó tal cosa, dijeron tal otra.
Hay otro aspectos de la cobertura del tema que no están suficientemente atendidos y que sin ser tan riesgosos permitirían a los periodistas presentar información relevante. Se trata del ámbito social del problema y también de lo que Restrepo llama periodismo de futuro.
En el primer caso se trata de abordar el tema desde una perspectiva más amplia que la meramente policial. Además de dar cuenta a diario del “parte de guerra”, los medios pueden contar las historias de las víctimas, la manera en que el tema se vincula con la vida cotidiana y con la forma en que afecta entornos económicos, educativos, sanitarios, culturales… Ya no se trataría solamente de cubrir el tema de la “guerra”, sino además vincularlo con las causas y las consecuencias sociales, con la vida cotidiana de las personas y las comunidades cuya vida se ve trastocada. Cada vez son más los esfuerzos que se hacen para abordar periodísticamente el tema desde su complejidad, pero aún son escasos.
Hay también otra forma de cobertura periodística que vale la pena explorar y es lo que Restrepo ha llamado el periodismo de futuro. Si bien la prensa tiene como función primordial contarnos qué pasó, también puede explorar el qué pasará o qué pasaría si. No en un ejercicio meramente especulativo, sino en un trabajo de indagación seria basada en fuentes que a partir de datos e información fidedigna puedan delinear algunas salidas al problema y alertar sobre sus consecuencias. Se trataría de que, como ágora pública que es, la prensa genere debates y explore alternativas.
Las reflexiones presentadas a lo largo de este texto no son, como se señalaba al principio, propuestas acabadas para abordar un tema tan complejo. No es fácil establecer reglas adecuadas a todos y cada uno de los casos, pero justamente por eso vale la pena insistir en la necesidad de reconocer que la realidad impele a reflexionar sobre la manera en que, como periodistas, hacemos nuestro trabajo, en que vale la pena problematizar las decisiones y no tomarlas en automático.
Un ejercicio de reflexión ética comienza por considerar que si nos relacionamos con los otros no hay manera de evadir esta dimensión. Implica también el reconocimiento de que no hay respuestas únicas y definitivas y que justamente por ello es un ejercicio cotidiano que reconoce problemas, los analiza, pondera opciones y busca alternativas razonadas y razonables. En la medida en que las Redacciones procuren este ejercicio estarán en posibilidades de ejercer un mejor periodismo: un periodismo que le permita a la gente entender mejor lo que ocurre en su entorno, asumir postura y tomar decisiones.
Notas
1)Vicente Leñero y Carlos Marín, Manual de Periodismo, Grijalbo, México, 1988, p.17
2) Javier Darío Restrepo, Medios de Comunicación y Violencia, en Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano http://www.fnpi.org/consultorio-etico/consultorio/?tx_wecdiscussion %5Bsingle%5D=32013, vi: 13 septiembre 2011.
3) Juan Carlos Núñez, “En periodismo podemos ser imparciales, pero no objetivos”. Entrevista a Miguel Ángel Bastenier en Público, Guadalajara, 15 de agosto de 2001, Arte y Gente, p. 3.
4) Juan Carlos Núñez, “La información en tiempos de guerra. Entrevista a Javier Darío Restrepo, en Público, Guadalajara, 9 de diciembre de 2001, Tendencias, p. 14.
5) Loc. cit.
6) Juan Carlos Núñez Bustillos, De la verdad del hecho a la verdad del dicho en Público Milenio, Guadalajara, 15 de octubre de 2009, Defensor del Lector, p. 3
7) Juan Carlos Núñez, “La información en tiempos de guerra. Entrevista a Javier Darío Restrepo, en Público, Guadalajara, 9 de diciembre de 2001, Tendencias, p. 14.
8) Javier Darío Restrepo, Videos públicos y cámaras escondidas, en Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano http://www.fnpi.org/consultorio-etico/consultorio/?tx_wecdiscussion %5Bsingle%5D=70 vi 16 de septiembre 2011.
9) Marco Lara y Francesc Barata, Nota[n] Roja, Debate, México, 2009, p.
10) Op. cit. p. 99.
Periodista y académico del ITESO. Fue Defensor del Lector del periódico Público Milenio.
Información Bitacoras.com…
Valora en Bitacoras.com: ¿Cómo informar sobre los horrores de la violencia sin ser amarillistas? La noción misma de periodismo se pone a prueba en condiciones extremas. “En la medida en que las Redacciones procuren este ejercicio estarán en pos……
Mientras el periodismo tenga relación con los medios de comunicación, pasará lo que esta sucediendo. Las noticias se vuelven producto de consumo. Comprar y vender (rating). No es posible concebir un noticiero, un diario o un programa de radio sin anunciantes. Si tocamos el tema de la ética periodística, ésa misma ética la tendrán los dueños de las grande empresas que permiten todo lo que han permitido hasta ahora??? Y me refiero a las noticias escándalosas, llenas de sangre, de escándalo. A las notas en los periódicos teñidas de rojo y amarillo. Me pregunto: Quién necesita tener ética, los medios o los periodistas??? Creo que algunos medios no contratan a gente con ética!!!!!!??????
Mientras el periodismo tenga relación con los medios de comunicación, pasará lo que esta sucediendo. Las noticias se vuelven producto de consumo. Comprar y vender (rating). No es posible concebir un noticiero, un diario o un programa de radio sin anunciantes. Si tocamos el tema de la ética periodística, ésa misma ética la tendrán los dueños de las grande empresas que permiten todo lo que han permitido hasta ahora??? Y me refiero a las noticias escándalosas, llenas de sangre, de escándalo. A las notas en los periódicos teñidas de rojo y amarillo. Me pregunto: Quién necesita tener ética, los medios o los periodistas??? Creo que algunos medios no contratan a gente con ética!!!!!!??????
Creo que los medios de comunicacíon tiene gran importancia en el medio periodistico pero en algo negativo ya que alos medios de publicidad no les favoreceria que saquemos una nota tal cual así como deve de ser ya tendriamos unos conflictos con los medio de comnicacíon