La búsqueda del periodismo del siglo XXI

Fotografía: «iPad» por Sean MacEntee @ Flickr

Por Jorge  Tirzo

El periodismo debe volverse una conversación y dejar de ser el aburrido monólogo que era antes. La idea no es mía: la tomo de Francis Pisani y la repito como mantra cada que hace falta. Por eso me alegra que Víctor Roura considere mi último texto sobre él como algo superfluo. No por el adjetivo, sino por el resultado. Tras leerlo, el editor de Cultura de El Financiero  se tomó la molestia de escribir varias cuartillas para reflexionar sobre el periodismo y las redes sociales. Él tendrá sus ideas, yo las mías: encuentros y desencuentros. Quien gana es el lector en la conversación.

¿Pero qué hubiera pasado si yo no hubiera publicado el texto en la RMC  sino en mi blog personal? ¿Me hubiera contestado? ¿Lo habría leído? Sumo y sigo. La totalidad de las opiniones y citas a las que refiero en el texto, están disponibles en Internet. Ya lo estaban antes de escribirlas. Lo que hice fue “curarlas”. Sí: Internet está lleno de basura. Basura a favor y en contra de Víctor Roura o de otros periodistas. Basura a favor y en contra de casi cualquier tema. Pero también hay cosas interesantes. Es imposible generalizar. Si lo hiciéramos, la Wikipedia, la Enciclopedia Británica, El Financiero, la RMC y muchas obras mejores estarían en el mismo bote de basura. ¿Quién es periodista? ¿El que produce basura de lujo o el que encuentra cosas interesantes entre los desperdicios?

¿Cuál es la diferencia entre los tacos de la esquina y unos aclamados por la crítica gastronómica? El chef, probablemente. ¿Y la diferencia entre un texto publicado en un blog y uno poseedor de un premio de periodismo? Probablemente también el chef. Todos sabemos que muchas taquerías callejeras son basura, pero también que el canon gastronómico a veces no es justo con rincones a la salida del metro que superan en sazón al Pujol.

Acabo de estar en la redacción de El País becado porla Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. El diario llevó a cabo los últimos tres años una transformación radical: dejó atrás la separación digital/impreso e integró sus esfuerzos para hacer el mejor periodismo, así, sin adjetivos. Primero se piensa en digital: las piezas se van actualizando, la información se va construyendo conforme llega y el seguimiento noticioso de última hora brinda un servicio que el público demanda. Por la noche, cuando la mayoría de las noticias ya son viejas, se seleccionan las que valen la pena imprimirse, se entretejen las que estaban separadas y se enmiendan los errores para que el impreso sea, en palabras de Lizy Navarro, una “versión más del cibermedio”.

Ni es el único ni el último diario en hacerlo, pero merece un reconocimiento sustancial por atreverse al cambio sin perder la brújula que guía al periodismo de calidad. Aun así, la vieja guardia salta horrorizada cada que Juan Luis Cebrián afirma que en unos años se dejará de imprimir El País. A muchos nos tiene sin cuidado. En la redacción siempre hay ejemplares de papel, pero reposan en la mesa como una especie de naturaleza muerta de tinta.

Fui a El País  para conocer la dinámica de su redacción integrada. Fui elegido por su ex director adjunto, Gumersindo Lafuente, en conjunto con la periodista colombiana Olga Lozano. El primer día que estuve en la redacción, Sindo  –mi anfitrión–  llegó a despedirse de mí porque acababa de renunciar. Si fuera un divorcio, diríamos que hubo diferencias irreconciliables. Lafuente es un emprendedor digital y algunos sectores de Prisa no lo son. Algunos redactores tampoco lo son y preferirían volver al modelo de antes.

Recientemente en la revista Jot Down, Sindo aseguró para una entrevista que “por primera vez en la historia, las audiencias controlan a los periodistas”. Habrá quien saque de contexto la declaración y diga que Lafuente es un vendido que piensa más en el marketing y la publicidad que en el periodismo. Pero yo le creo. Antes, como los poetas modernistas, los periodistas aporreaban su máquina de escribir desde la comodidad de su redacción-torre-de-marfil. Lo que dijera la audiencia no importaba. Además, lo que dijera la audiencia no valía tanto porque nadie lo publicaba, ni en la radio, ni en la televisión, ni en los diarios. La sección de “cartas del lector” era más bien un simulacro de participación. Ahora no. Ahora, si uno lo desea, incluso se pueden escribir textos retomando las opiniones, imágenes y publicaciones de los lectores. La audiencia es productora y el periodista es audiencia.

 

Tiempo de cambios y de experimentación

Ahora la redacción de El País  gira literalmente en torno a la mesa central de información de última hora. Ahí se actualiza la portada, se monitorean las agencias, se publica la información urgente y se canaliza la información a las secciones. El corazón del diario tiene un monitor que se actualiza cada cinco minutos con la información de la audiencia. Qué textos son los más leídos, dónde se están leyendo, quién los enlaza en Twitter, qué se dice al respecto. A veces el gran notición de los redactores pasa inadvertido para los lectores y también viceversa. Para tratar de remediarlo, El País  tiene un equipo específico que monitorea Twitter, Facebook y Google+ buscando retroalimentación en tiempo real: En qué se equivocaron, qué temas hace falta cubrir, cuáles textos fueron los más leídos. La torre de marfil se vuelve una plaza pública donde todos conversan. Como en cualquier plaza pública, a veces el ruido hace imposible las buenas charlas. ¿Pero qué es un buen periodista si no un “facilitador de conversaciones”, como diría Pisani?

El cambio es difícil. Algunos periodistas de antaño no dudan en blasfemar sobre la mesa central.

—¡Los de la mesa no saben nada! ¡Me importa un &%?$ç lo que digan los de Internet!

Son los mismos que al final del día se sorprenden cuando leen que sus notas tienen unos índices de audiencia muy bajos. Uno conecta con sus lectores cuando los lee, cuando los oye, cuando habla su mismo lenguaje.

La Internety las redes sociales, más que un bote de basura, son un inmenso lenguaje multimedia. Como en todo lenguaje hay blasfemias y barbarismos, pero también poesía y filosofía. El reto está en aprender el lenguaje, siempre en construcción, y usarlo para decir cosas que valgan la pena. Pero claro, aprender un nuevo lenguaje siempre es difícil.

El periodismo del siglo XXI es una revolución, no una sustitución ni una evolución. Como en toda revolución, hay aciertos, errores, huecos, logros y pérdidas. Pero ante todo hay principalmente transformaciones radicales. Quien no se transforma radicalmente se queda atrás, para bien y/o para mal.

Mi texto “Resultados de la búsqueda de Víctor Roura” era ante todo un experimento. Ni es mi mejor texto, ni creo que sea el peor. Quería encontrar el rostro digital de un periodista que no hace vida digital. Ante la limitación, opté por la experimentación. Si hubiera hecho una entrevista en persona y escrito un texto de esos que la prensa publica a montones, seguramente hubiera pasado inadvertido hasta para el mismo entrevistado. Si Víctor Roura fuera un asiduo tuitero, buscar en su perfil de Twitter no tendría tanto interés. ¿Pero qué se dice en la red de un periodista que frecuentemente critica a la red? Al menos yo considero que es una pregunta con un interés periodístico válido.

Quien nunca haya reporteado en Internet, probablemente creerá que simplemente se trata de entrar a Google y teclear un nombre. Luego seleccionar dos o tres textos, usar los comandos copiar y pegar, retocar un poco y ya está. No es así. O mejor dicho, no tiene por qué ser así. Probablemente muchas personas lo hagan así, pero yo no. Digamos que yo trato de tomarme tan en serio el reporteo digital como el analógico. Uno debe saber hacerlo para cada situación y sacar el mejor provecho.

Si algo “me conmovió con hondura” fue leer que reiteradas veces Víctor Roura confunde la palabra Internet con el término (ya de por sí bastante inexacto) “redes sociales”. No son lo mismo, ni se reportean igual. Mientras la Internetes un segmento de la red más o menos estático y público, las “páginas para construir y mantener redes sociales” (como Facebook o Twitter) son bastante más escurridizas. Para reportearlas hace falta usar  meta-buscadores de la web profunda, como Topsy, para indagar en fechas pasadas o específicas. Así fue como me percaté de que existen dos usuarios de Twitter llamados Víctor Roura. Son usuarios, no hashtags. Lo consigné irónicamente en el texto para remarcar uno de los principales  silencios del editor de cultura de El Financiero. ¿Se puede hablar a conciencia de las redes sociales sin ser partícipe de ellas? Parafraseando a Víctor Roura: Su texto me muestra justamente, acaso sin querer, la imperfección periodística a la que recurrimos si no tomamos en cuenta lo que ocurre en el mundo digital, además del mundo analógico (que ahora ya son uno mismo).

Para cuando Víctor Roura me dijo que le hablara por teléfono a su casa, yo ya tenía la idea de que el texto girara en torno a su relación con la red. Si hubiera tenido que escribir sobre Philip Roth, hubiera buscado una estructura narrativa y unas técnicas de investigación acordes a la necesidad de descubrir claroscuros de Philip Roth. Como tenía que escribir sobre Víctor Roura, decidí que tomar prestada la narrativa de las búsquedas de Google y las técnicas de reporteo digital me arrojarían claroscuros sobre él. El día en que acordamos la llamada telefónica, ocurrió uno de esos sucesos inoportunos. El teléfono (un Sony inalámbrico por si hay que culpar a alguien) se quedó trabado. Cuando repetí la llamada, ocurrió exactamente lo mismo. Supuse que la tercera vez era la vencida, así que decidí usar mi iPhone, pero esta vez ya nadie contestó. No sé los motivos, pero la cuarta, la quinta y la sexta vez tampoco fueron contestadas.

De cualquier forma yo quería hablar sobre el fantasma de Víctor Roura en la red. Lo mejor de las fantasmagorías son los efectos que producen en la gente, léase a Rulfo. Ahora se me ocurre que un mejor arranque para ese texto hubiera sido: “Vine a Google porque me dijeron que aquí podría encontrar a un tal Víctor Roura”. Y encontré a un periodista sin vida digital, con amigos y enemigos, con obras publicadas y críticas de obras, con premios ganados y perdidos. Un ser humano, vaya. No estoy diciendo que ahí se encuentre todo. Pero tampoco se encuentra todo en ninguna parte. Ni entrevistando presencialmente a todas sus ex amigas o amigos, ni leyendo 58 mil páginas de Internet, ni leyendo su obra completa (ya sea en papel o en un Kindle, juro que no muerden).

¿Mi técnica? Collage polifónico con fuentes digitales reporteadas a través de operadores lógicos en algoritmos de búsqueda. Dicho sea de paso, hasta para buscar en Google se requiere cierta técnica. No es lo mismo buscar Víctor Roura que “Víctor Roura” o Victor+Roura o Víctor NEAR Roura. No es lo mismo una búsqueda “Voy a tener suerte” que filtrar por fechas, idioma o lugar de publicación. Tampoco es lo mismo un tuit tipo “Mala onda del cuatro ojos que se cree Einstein” que la cobertura tuitera de Jon Lee Anderson en Siria.

 

Ni generalizar ni menospreciar

Un periodista que no está sumergido en las redes sociales se está perdiendo de mucho. Sin ir más lejos, de la lista de participantes del encuentro “Nuevos Cronistas de Indias”, convocado porla FNPIy el Conaculta, puedo encontrar grandes periodistas tuiteros como Martín Caparrós, Hernán Casciari, Guillermo Osorno y Alberto Salcedo Ramos, por poner un ejemplo. Afirmar de un plumazo que “las fuentes periodísticas confiables aún no están en Internet” es ignorar, por ejemplo, que un grupo de jóvenes  –menores que yo– organizaron el primer debate presidencial mexicano totalmente en Internet y sin la intervención del IFE.

Tampoco es cosa de juventud o vejez. He impartido algunos talleres a alumnos de licenciatura y preparatoria, pero también he sido alumno en talleres junto a periodistas de mayor edad. Es un mito que los jóvenes traigan el famoso chip digital y que los veteranos no puedan comprender Internet. Es una cuestión de práctica del lenguaje multimediático. Igual que aprender chino mandarín o alemán o nahuatl. Quien no es políglota, corre el riesgo de llamar barbaros a todos los que viven fuera de su muralla.

Miguel Ángel Bastenier es ejemplo de un periodista que pasó de criticar abiertamente las redes sociales a ser un tuitero empedernido. El columnista de El País  incluso cambió el título de su célebre taller “Cómo se escribe un periódico” a “Cómo se escribe en periodismo” para adaptarse al entorno digital, donde él mismo reconoce que los periódicos impresos ya no son indispensables. Me quedo con uno de sus tuits: “Todo el periodismo de letra impresa, todo, es trasladable al soporte digital, que le añade, pero no resta, conocimientos valiosísimos”. Amén.

La cosa es atreverse. Recuerdo con alegría el día que tuve que moderar una Twitcam con Leila Guerrero organizada porla FNPI. Lacronista argentina, a la que admiro profundamente, no es usuaria de las redes sociales, pero se atrevió a una entrevista en vivo con la comunidad de Twitter. Yo, más que un entrevistador, estaba en un papel de moderador, de “facilitador de conversaciones”. Hay de todo. Desde quienes critican el aspecto físico, hasta los que hacen preguntas dignas de un examen de posgrado. La tuitcam fue bien a pesar de las dificultades técnicas. Al final hasta estuvimos charlando más tiempo del programado y hablamos del futuro de la crónica digital, de la hibridación de géneros y muchas otras cosas. El lector es el que gana más. Sirva este texto para invitar a Víctor Roura a tener una entrevista colectiva con tales características.

¿Que las redes sociales deben tomarse con cautela? Concuerdo con Roura. ¿Qué es más fácil leer un libro completo que buscar enla Internet? No necesariamente, depende de la profundidad de la búsqueda. ¿Qué las fuentes digitales no sustituyen a las análogas? Concuerdo, pero también es válido al revés: lo análogo no es mejor que lo digital. ¿Que Madonna no es el futuro de la humanidad? Concuerdo, quien así lo crea se quedó atrapado en los ochenta. Lo mismo pasa con Internet y las redes sociales. Quien crea que son el futuro, se quedó atrapado en los noventa.

Agradezco los comentarios sobre las debilidades de mi texto. Es cierto que puede pecar de parcial al mostrar sólo la cara digital y no la análoga, pero creo que la primera tiene valor por sí misma. Lamento haber dado la impresión de solamente haber hecho una búsqueda superficial en Google, no fue así y dicho sea de paso, al sistema de gestión de contenidos de El Financiero  le vendría bien una manita de gato de optimización para buscadores. Son aprendizajes de esos que los jóvenes como yo no nos cansamos de hacer. Tenemos tanto que aprender de los más veteranos, como al revés.

Lo que no es bueno para el periodismo es descalificar lo digital simplemente por ser digital. Si Víctor Roura considera que un mejor perfil hubiera sido extraer citas de ensayos o de sus artículos publicados, ¿qué pasa si los busco en Google Scholar y los leo en mi iPad? Tampoco creo que descalificar a priori  las técnicas de investigación sea lo más saludable para el periodismo. Sí. Una búsqueda superficial en Google puede tardar unos segundos, pero una a profundidad, no.

Si hay una idea de Víctor Roura que recordaré para siempre, es la de darle a cualquier tema o entrevistado la mayor importancia. No menospreciarlo ni considerarlo como algo superfluo. Entrevistar a Paulina Rubio puede dar un texto de la misma valía que charlar con el Dalai Lama. El chef es lo importante. Habría que aplicar la misma idea cuando se habla de Internet y las redes sociales. Ni generalizar, ni menospreciar. Sí. Hay algo de superfluo en ellas (Igual que en Paulina Rubio y en el Dalai Lama). ¿Y?

El periodismo debe volverse una conversación y dejar de ser el aburrido monólogo que era antes.

 

Coordinador editorial de la RMC. Académico del ITESM.

2 comentarios a este texto
  1. Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: Dejar el aburrido monólogo de antaño Este texto es una contestación al texto “La era de las filtraciones” de Víctor Roura. También puede leerse el texto “Resultados de la búsqueda de Víctor Roura” de Jorge Tirz……

  2. A veces los mayores no queremos reconocer lo bueno de lo nuevo, porque nos cuesta trabajo o es difícil acceder y perder nuestros dominios de confort. esas zonas por las que nos reconocen y es mejor atacar lo desconocido. El reto es muy claro como un duelo entre periodistas yo soy tu madrina y dejemos que escoja su arma.

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