¿El cuarto poder?

  • Edmund Burke fue quien, reconociendo el poder de los diarios de su época, acuñó una denominación del periodismo que algunos han malinterpretado, para aferrarse a privilegios fatuos.
  • «Vosotros sois el cuarto poder», les señalaba a los representantes de la prensa británica desde la Cámara de los Comunes.
  • «Sin embargo, con la aparición de internet y de las redes sociales, lo que estamos viviendo es que el verdadero ‘cuarto poder’ está en la opinión pública», dice Esquivel Hernández.
Foto: Tweet Up por MDGovpics @Flickr

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Por José Luis Esquivel Hernández

En 1689 el parlamento inglés, a través de Bill of Rights  impone definitivamente una monarquía constitucional en Inglaterra como consecuencia de su Revolución Gloriosa (1688–1689), y se asocia con Escocia en la Unión de 1707 para formar el Reino de Gran Bretaña.

Y es en esta época cuando se registra el nacimiento de Edmund Burke, escritor y político irlandés (1729-1797), quien, reconociendo el poder de los diarios de su época, acuñó una denominación del periodismo que algunos han malinterpretado, para aferrarse a privilegios fatuos.

Hijo de padre anglicano y de madre católica convertida al anglicanismo antes de su nacimiento, fue educado desde 1743 en el Trinity College de Dublín. Serio, estudioso y ambicioso, como atestiguan las cartas a su primer maestro, Shaket, conocía a los autores griegos y latinos y se interesaba ya en política, filosofía, ética y estética. Se graduó en 1748 y dos años después se dirigió a Londres para cursar leyes, sin abandonar por ello los estudios literarios.

Burke decía que de los tres estados del Parlamento, el importantístimo cuarto estado se sentaba en la galería reservada a los periodistas. «Vosotros sois el cuarto poder», les señalaba a los representantes de la prensa británica desde la Cámara de los Comunes.

El contexto de tal expresión ocurrió cuando por necesidades económicas se dedicó a la política, al ingresar en 1766 al Parlamento tras ser nombrado en 1765 secretario privado de Rockingham, primer lord del Tesoro, dando inicio a una afortunada carrera. Sus facultades oratorias y la profundidad de su pensamiento concentraron en él grandes esperanzas. Declaró que sus intervenciones estaban más bien guiadas por la humanidad, la razón y la justicia que por consideraciones legales.

Durante ese periodo se ocupó de las cuestiones coloniales norteamericanas (discursos Sobre la tasa americana, 1774, y Conciliación con las colonias, 1775); como liberal, era partidario de su independencia. Entre 1762 y 1765 se interesó por la cuestión de India.

Pero Burke seguramente se inspiró para su dicho del «cuarto poder» en Montesquieu (1689-1755) después de leer y releer De l’Esprit des Loix (El espíritu de las leyes),  originalmente publicada en forma anónima en 1748 pero que rápidamente se elevó a una posición de gran influencia. En Francia, tuvo una recepción fría tanto de los que apoyaban como de los que estaban en contra del régimen. La Iglesia Católica prohibió l’Esprit  —junto con muchos de los escritos del político francés— en 1751 y lo incluyó en el Index Librorum Prohibitorum. Sin embargo, recibió los mayores elogios del resto de Europa, especialmente de Gran Bretaña.

Donald Lutz ha descubierto que Montesquieu era la persona más comúnmente citada en temas de gobierno y política en la América británica colonial pre-revolucionaria, siendo citado por los fundadores norteamericanos más que ninguna otra fuente con excepción de la Biblia. La filosofía de Montesquieu en el sentido que «debe establecerse un gobierno de forma tal que ningún hombre tenga miedo de otro» fue un recordatorio entre algunos padres fundadores de los Estados Unidos  que reconocieron que para un cimiento libre y estable de su nuevo gobierno nacional se requería de poderes separados, claramente definidos y balanceados.

La preservación de la libertad individual va relacionada con la división de poderes, según Sartori, «[…] el concepto de libertad política tiene una connotación de resistencia. Es libertad de, porque es la libertad del y para el más débil […]. Lo que pedimos de la libertad política es la protección contra el poder arbitrario y despótico. Al señalar una situación de libertad nos referimos a una situación de protección que les permita a los gobernados oponerse al abuso de poder por parte de los gobernantes».

De acuerdo con la filosofía de Montesquieu, en todo Estado es posible encontrar tres clases de poderes: «[…] El poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil», a este ultimo también lo denomina judicial. Mediante el poder legislativo, el príncipe o el magistrado promulga leyes transitorias o definitivas y enmienda o deroga las leyes existentes. En el caso del poder ejecutivo, éste dispone de la guerra o la paz, se ocupa de las relaciones exteriores y de establecer la seguridad publica. El poder judicial castiga los delitos o juzga las diferencias entre particulares.

Estos distintos poderes, dentro del esquema citado, pueden ser ejercidos por la misma persona o cuerpo, o no. En el caso de darse la primera posibilidad, no hay libertad. Para que la libertad impregne el proceso político es necesario un gobierno tal, que ningún ciudadano pueda temer a otro. Y para ello han de atribuirse los distintos poderes a distintos órganos.

«Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, los hombres o el pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre los particulares».

Para Locke, la división de poderes es un sistema contra la opresión del poder tiránico, pero asimismo la división entre los poderes legislativo y ejecutivo se basa fundamentalmente en la necesidad de aplicación permanente de normas generales. La nota claramente distintiva de ese enfoque es la supremacía que Locke otorga al poder legislativo, al cual el poder ejecutivo, que se deposita en una persona que no es parte de la legislatura, le está claramente subordinado.

Locke y Montesquieu no han sido los únicos exponentes de la doctrina de la división o separación de poderes, aunque quizás los que mayor influencia han ejercido.

 

El poder de la prensa

Frente a estas consideraciones, la sociedad ha visto a lo largo de la historia el poder de la prensa como contrapeso de los poderss políticos y ha validado su papel en el proceso de liberación del pueblo de las garras de las monarquías absolutas y hereditarias así como en la conquista de los derechos más elementales de toda democracia, sobre todo después de estudiar la Independencia de los Estados Unidos en 1776 y la Revolución Francesa de 1789.

Así es como se ha difundido el eslogan de «cuarto poder», cuya aplicación original, en boca de Edmund Burke, era solamente al cuarto espacio de quienes ocupaban los escaños en el Parlamento inglés, al lado de quienes ocupaban los otros tres. Pero su significado ha rebasado la analogía y todavía abundan los que creen gozar de un fuero especial en el ejercicio de su profesión informativa.

Pero también el debate ha llevado a periodistas e intelectuales en todo el mundo a señalar que en nuestro tiempos los medios masivos de información constituyen ahora el primer poder, habida cuenta de la fuerza que obtuvo la prensa de finales del siglo XIX y principios del XX en Estados Unidos, además de que la televisión se impuso a las masas a partir de 1960 rebasando los favores que la radio prestó a gobernantes y líderes políticos como Franklin Delano Roosevelt y Adolfo Hitler, entre otros.

Más tarde, al triunfo del capitalismo feroz y la libertad de mercado,  la concentración de los medios en unos cuantos magnates disparó la duda de si el periodismo, asociado plenamente con el poder financiero, al someter a los otros tres poderes, era ya el número uno.

Por lo menos en México la discusión se centra en el malestar que causa el abuso de Televisa, con su aliada Televisión Azteca, en la producción de leyes a modo, a través de la coacción de sus directivos o de lo que se conoce como su «Telebancada» en el Congreso de la Unión, y no se diga en la docilidad a sus dictados de los otros tres poderes y del resto de los funcionarios públicos. Y más se habla del asunto en estas fechas de la Reforma a la Ley de Telecomunicaciones como anuncio de nuevas opciones de televisión abierta.

Sin embargo, con la aparición de internet y de las redes sociales, lo que estamos viviendo a siete años de la aparición de Facebook y luego de Twitter, es que el verdadero «cuarto poder» está en la opinión pública, como lo ha estado siempre en una sociedad democráctica merced al fervor sobre los asuntos importantes que los medios masivos tienen como deber provocar en las audiencias.

Los medios han sido y son –como su nombre lo indica– solamente intermediarios para tender puentes comunes entre la realidad y los receptores, quienes confían en la interpretación de esa realidad y en la calidad moral de los periodistas al traducir técnicamente dicha realidad en historias y relatos de alta credibilidad.

Hoy más que nunca se pone de manifiesto que es la opinión pública el contrapeso de los poderes constituidos, porque de nada sirve el clamor y el escándalo de los medios si no encuentra el eco requerido en la conjunción de voluntades de los destinatarios de los mensajes para proceder a una acción. Y como sin medios de comunicación no hay opinión pública, aquéllos  se apropiaron lo de «cuarto poder» al tergiversar el auténtico significado que le daba Edmund Burke en 1766, derivado de la propuesta de Montesquieu en El Espíritu de las Leyes.

Hoy internet y las redes sociales nos están ubicando al poner como contrapeso  al poder de la comunicación mediática, el poder de la comunicación directa, muchas veces interpersonal y cálida. Y por eso vemos que es un poco menos decisivo lo que los medios dicen y más, mucho más, lo que nos dicen otras fuentes, sean fidedignas o no, pero crean opinión pública y convocan a determinadas movilizaciones.

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