Más allá de las marchas: la justa exigencia de los periodistas
- El domingo 28 de abril los periodistas volvieron a marchar.
- Es inevitable el escenario de la práctica profesional alejada de los principios que orientan los principios fundamentales de la cobertura informativa.
- El tema se discute en diversos foros; las estadísticas generadas año con año se quedan ahí.
Por Claudia Benassini
El domingo 28 de abril los periodistas volvieron a marchar. En esta ocasión hubo una sola constante: exigir seguridad para el ejercicio de su profesión y el esclarecimiento de asesinatos y desapariciones de los colegas cuya lista se engrosa periódicamente. La variable: la marcha se reprodujo en Xalapa, Coatzacoalcos, San Cristóbal Las Casas, Tuxtla Gutiérrez, Tijuana, Querétaro, Chihuahua y Ciudad Juárez entre otras ciudades. En todos los casos se destacó el caso de Regina Martínez Pérez, corresponsal de la revista Proceso en Xalapa, asesinada un año antes. Su caso no es el más reciente, aunque habría sido esclarecido hace un par de meses de manera insatisfactoria para familiares y colegas de la periodista. De hecho, los resultados de la indagatoria recordaron la frase pronunciada por Julio Scherer -fundador de Proceso– al día siguiente de su muerte y tras una explicación por parte del gobernador Javier Duarte: “No les creemos”.
Ésa es una parte de la exigencia. Año con año se incrementa la lista de periodistas desaparecidos y/o asesinados sin que las indagatorias sobres las causas tengan relación con su cotidianeidad. Los más importantes móviles argumentados son el asalto o la eventual confusión con otro, sin faltar el ingrediente pasional en algunos casos. En este listado quizá podemos incluir casos aislados cuyos asesinatos fueron resueltos satisfactoriamente para familiares y colegas. El hecho en que en uno y otro escenario no debieron ocurrir. Como tampoco los levantones y desapariciones que también van engrosando las listas de los colegas que demandan su aparición vivos o muertos. En la mayoría de los casos la respuesta tampoco es satisfactoria. Y a lo más que llegan los periódicos en que colaboraban es a contar los días que el compañero desapareció son mediar explicación. El más recordado, el joven Alfredo Jiménez Mota –reportero de El Imparcial de Sonora- desaparecido el 2 de abril de 2005 sin que se sepa de su paradero desde entonces. Eso sí, al menos durante tres años el periódico recordaba cotidianamente el número de días en que se había desaparecido del mapa.
En los hechos, ni los asesinatos ni las desapariciones de los periodistas debieran presentarse, y menos con la frecuencia con que sucede en México. Anualmente, organizaciones como Artículo 19 presentan informes que dan cuenta de las estadísticas al respecto, acompañadas de los estados del país con mayor inseguridad para ejercer el periodismo. Y en un contexto más amplio, México está ubicado como uno de los países más peligrosos para esta actividad. Adicionalmente, junto a Artículo 19, organizaciones preocupadas por esta situación han preparado cursos y talleres para capacitar a estos profesionales en la cobertura de acontecimiento en lugares de riesgo. Es difícil aventurar si esta capacitación ha ayudado a algún periodista a librar los escollos para cumplir con su trabajo. Pero las estadísticas y las demandas del gremio van en aumento.
En este repaso cabe recordar que más o menos recientemente el Congreso aprobó una iniciativa para proteger a los periodistas. Una iniciativa que, a juzgar por los últimos resultados, no ha surtido efecto pues a lo más que se ha llegado es a la posibilidad de recurrir al apoyo de la Procuraduría General de la República. ¿Y qué decir de la iniciativa del mandatario veracruzano Javier Duarte de crear la Comisión de Atención y Protección a Periodistas en un estado considerado como de los más inseguros para ejercer la profesión? Un recurso para tapar el ojo al macho que lo hizo acreedor al ya famoso chayopremio que le fue otorgado hace unas semanas por la Asociación Mexicana de Editores de Periódicos (AME). Sea como sea, la situación no mejora: los periodistas se sienten amenazados en su práctica profesional; el número de asesinatos y desapariciones se incrementa y las soluciones propuestas parecen no estar a la medida del problema.
En estos escenarios, cabe destacar un fenómeno adicional del que ya hemos dado cuenta en espacios anteriores. Las amenazas y consecuencias del ejercicio profesional del periodismo tampoco son un tema de interés para los medios. En radio y televisión se asoman esporádicamente; la prensa incluye el tema en sus agendas aunque rara vez le da seguimiento, sobre todo porque la información termina por agotarse. Y en caso de que una denuncia sea resuelta satisfactoriamente o no, los periódicos le dan espacio de manera excepcional. Se privilegia el nombre y/o el medio en el que colabora el periodista y suelen hacerse a un lado las otras condiciones del ejercicio de la profesión, sobre todo la inseguridad y el trato/cobertura con fuentes –como el crimen organizado- consideradas de alta peligrosidad.
Llegados a este punto, es inevitable el escenario de la práctica profesional alejada de los principios que orientan los principios fundamentales de la cobertura informativa. Es probable que, más que organizaciones nacionales e internacionales, el gremio tenga conocimiento de casos en que la desaparición y/o asesinato se enmarque en este escenario. Pero se trata de asuntos que rara vez salen del gremio, mucho menos se socializan. Personalmente, tuve la oportunidad de escuchar dos relatos enmarcados en estos escenarios sin relación uno con el otro. Sin embargo, la conclusión era similar y podemos estar de acuerdo con ella. Aún así, no debieron haber sido asesinados.
Los escenarios arriba descritos debieran llevarnos a una conclusión. Lamentablemente no la hay. El tema se discute en diversos foros; las estadísticas generadas año con año se quedan ahí. En el mejor de los casos, constituyen fuentes informativas para la cobertura del tema en espacios profesionales y académicos. Las iniciativas hasta ahora propuestas por el Congreso son insuficientes -¿realmente protegen a los periodistas?- y habría que preguntarse si el gremio es tomado en cuenta para su elaboración, si se trata de llegar a fondo o sin son meros paliativos. Y es aquí donde me llega la reflexión final, que no conclusión.
Las manifestaciones de protesta tienen su razón de ser; digan lo que digan sobre el tema, en el caso de los periodistas la convocatoria no se agota, como tampoco se agotan la impotencia frente a los hechos y la rabia ante la respuesta de las autoridades. Pero este apoyo no es suficiente. Organismos no gubernamentales, activistas, académicos y los mismos profesionales del periodismo han comenzado a caminar en paralelo en busca de propuestas viables que mejoren estos escenarios. Contribuyamos a estas propuestas se entrelacen y busquemos espacios para su socialización. Y dejo al gremio la reflexión final de este recorrido con el compromiso de apoyarlo en la medida de mis posibilidades: quizá no son muchas, pero tengo algunas aportaciones para caminar en el mismo sentido.