Edición y derechos humanos

La construcción del discurso mediático

La edición es un proceso industrial que modifica y determina la elaboración del discurso mediático. La presente exposición tiene como propósito ofrecer elementos para la reflexión sobre el papel que juega este elemento en el ámbito periodístico y cómo contribuye en la definición de la percepción del público al que llega. Asimismo, se señalan los límites que se transgreden en materia de Derechos Humanos cuando la vocación informativa queda por debajo de los intereses comerciales.

Edición y derechos humanos - Foto: Sandra Perdomo / Cuartoscuro

Por Gabino Navarro Olguín

La actividad periodística cotidiana cumple la función de nutrir y formar la opinión de los lectores de las ediciones de los diarios o audiencias de los programas de radio o televisión. La información que conforman estas publicaciones o emisiones llega a los consumidores mediante un previo tratamiento de edición, basado en un conjunto de criterios editoriales que determinan la forma final en que estos serán presentados. Estos criterios no responden solamente a principios de veracidad, objetividad y transparencia informativas, sino también al carácter ideológico de la empresa periodística que proporciona el canal de salida, a los compromisos comerciales, así como a las convicciones éticas y estéticas de ésta (Bourdieu, 1997, p. 24). Es decir, la presentación de una información a través de un medio cobrará mayor o menor relevancia en función de la espectacularidad con que sea presentada y destacada, en contraste con el resto de los temas que aparecen en la publicación o la emisión.

El artífice de lo que llega a los consumidores es el editor, quien selecciona, jerarquiza, procesa, diseña y decide sobre la forma en que se presentarán los contenidos del producto mediático final. La toma de decisiones la hace bajo ciertas condiciones que le son impuestas desde la dirección del medio, en apego a los criterios editoriales del mismo –delineados en un manual de estilo–, el conocimiento del contexto político y social en que se genera (Martínez-Fresneda, 2008, p. 180) y, sobre todo, desde la formación académica y profesional con que éste cuente. Todo esto, además, contra reloj.

Las figuras estereotípicas del periodista corresponden a la del reportero y el editorialista. El reportero sale a la calle a indagar los hechos que, a su juicio y del medio en que labora, son relevantes para la sociedad con el fin de consignarlos lo más fielmente posible en las notas que entrega a su redacción; mientras que el editorialista, sumido en su computadora, analiza, opina o fija la postura de un medio. En ambos casos, la tarea está claramente definida. El primero da cuenta de hechos relevantes, de interés o de utilidad para el público, principalmente a través de la nota; el segundo redacta piezas periodísticas a partir de su interpretación de la realidad, habitualmente en consonancia con la línea editorial del medio para el que escribe. Sin embargo, existe un filtro entre la información que generan los reporteros o editorialistas y lo que llega a manos de los consumidores: el trabajo de edición.

La edición es el proceso por medio del cual los medios de comunicación ajustan los contenidos al tiempo o al número de páginas disponibles, dotan a la información de cierta notoriedad, o bien se la restan, mediante la incorporación de elementos y recursos gráficos o sonoros (Colombo, 1997, p. 179), en función del medio del que se trate.

La edición periodística

La edición periodística es el proceso a través del cual se define la propuesta de los temas que, a juicio de cada medio de comunicación, son los más relevantes. El grado de relevancia otorgada a cada tema presentado se da en función de la vocación informativa del medio –los diarios deportivos, por ejemplo, priorizarán de distinta manera que los diarios de información general– y el público al que está dirigido. El enfoque de la información estará también determinado por los compromisos políticos, sociales, éticos y estéticos, los cuales se encuentran consignados, en el mejor de los casos, en los códigos de ética y los manuales de estilo.

Otros factores que influyen en la manera en la que será presentada la información son el formato, la disponibilidad de espacio y el tiempo empleado en la elaboración, las posibilidades técnicas, las fuentes informativas disponibles y las habilidades profesionales y técnicas del personal encargado de la edición. Los editores son los encargados de verter los contenidos en las páginas, de jerarquizar las notas y de ajustar los contenidos al espacio disponible, cerciorándose que todo se ajuste al estilo y la línea periodística del medio para el que labora.

Los editores son la parte más anónima del trabajo periodístico. Sin embargo, son los encargados de crear el diario que cada mañana sale a la circulación. Su trabajo consiste en diseñar las páginas a través de las cuales los lectores se enterarán de los acontecimientos que la redacción del diario decidió publicar.

Las fuentes y el manejo industrial de la información

La edición cotidiana de los diarios tiene como fuentes la cobertura cotidiana a través de reporteros asignados a una fuente o a un tema específico y que eventualmente son enviados a cubrir algún acontecimiento (Lara, 2009, p. 339); los corresponsales, que son periodistas o reporteros que trabajan y viven en la ciudad desde la cual reportan –con la ventaja de que conocen más a profundidad la vida política, social y cultural de esa sociedad en específico-; los colaboradores y plumas invitadas; la información que generan las agencias nacionales o internacionales de noticias y que se distribuyen mediante un servicio sindicado para uso de las redacciones de los diarios que pagan una cuota; y los despachos de información y boletines que generan las instituciones públicas y privadas, los gobiernos, las empresas, los sindicatos, las organizaciones civiles y ciudadanas a través de sus oficinas de prensa o de comunicación social.

La información, una vez que ingresa a las redacciones es sometida a un proceso industrial y, en ese sentido, es tratada como “materia prima”, la cual será procesada y convertida en contenidos que el medio presentará de acuerdo con sus lineamientos de estilo, los cuales son definiciones editoriales que, más allá de simples disposiciones de diseño y de ajuste a un formato y cantidad de espacio, responden a un posicionamiento ideológico, compromisos sociales y comerciales, posturas políticas, culturales y estéticas con las cuales comulga la empresa.

Los diarios responden al factor comercial, por lo que tienen que convertir su edición en un producto que saldrá a competir con otros diarios. La decisión de qué se publica, qué sale por las páginas de los diarios se toma en las mesas editoriales, que reúnen a jefes de las distintas secciones, de redacción, y a la dirección del medio. El trabajo de la mesa es definir, de entre todo el abanico informativo con que cuenta, a qué temas se les dará mayor relevancia. Ahí se define qué temas constituirán la “apuesta de venta” del medio, los cuales serán desplegados en la portada. Es decir, el medio, en su papel de empresa, elabora su producto para que sea comercializado cotidianamente.

La edición, una “apuesta de venta”

El trabajo que se realiza en las salas de edición de los distintos medios de comunicación es una actividad que, más allá de cumplir con la simple función de ajuste a un formato, constituye una propuesta de enfoque, una apuesta de venta, sobre lo que cada medio decide incluir. El ejemplo más claro para definir el alcance de esta actividad podría ser el momento en que un fotógrafo toma una cámara, encuadra y dispara. En el instante en que decide a qué tomarle la fotografía también determina qué es lo que no quedará plasmado en la imagen, así también el emplazamiento, la amplitud y detalle del motivo fotografiado.

El legítimo interés de que el diario se comercialice, circule y genere una cartera de anunciantes es, en principio, una forma de mantener finanzas sanas, que aseguran la existencia del medio y que busca mantener su presencia. Sin embargo, sucede con frecuencia que cuando el propósito comercial es colocado por encima de la vocación informativa se rebasan los límites éticos y deontológicos del periodismo. La necesidad de presentar la información de manera atractiva, con la finalidad de atrapar la atención de los lectores habituales y de ganar la mirada de los apresurados transeúntes que pasan por los expendios de periódicos es un factor decisivo del producto final de los diarios y del discurso que ofrecen. En las mesas de los editores se libra una suerte de equilibrismo, un ejercicio de ponderación constante, entre la labor periodística y los intereses comerciales del medio.

Edición periodística versus derechos humanos

La edición hace que el producto final no siempre sea presentado con mesura y con apego a criterios de veracidad y objetividad. Esto se debe a que dicha edición es determinada por los criterios editoriales internos y alternos a la labor meramente informativa del medio, entre ellos la competencia con otros medios. En este proceso, a veces, la búsqueda de notoriedad o de mostrar un enfoque particular destaca algunos aspectos e ignora otros que podrían ser útiles para la comprensión del hecho noticioso.

Una revisión somera del ejercicio editorial de algunos diarios da cuenta pronto de cómo en los tratamientos de la información se pasa por encima de la dignidad de las personas y sus realidades particulares. Se cosifican, se vuelven material periodístico, se transmuta su condición de personas en personajes y se le da trato de material escrito o gráfico para uso periodístico, se convierte en “materia prima”. En el mejor de los casos esto es producto de la ignorancia supina en el mejor de los casos.

También sucede que, en plena consciencia de las implicaciones que la exposición de ciertos materiales podría tener sobre las personas exhibidas, se ignoran deliberadamente las nociones más básicas para la convivencia humana. Se atenta contra nociones fundamentales de derechos humanos de quienes protagonizan algún episodio de interés periodístico, por ejemplo el derecho a no ser objeto de injerencias en la vida privada (Declaración Universal de Derechos Humanos, 1948, art. 12; Convención Americana sobre Derechos Humanos, 1962, art. 11).

El tratamiento periodístico inescrupuloso de ciertos medios constituye un contrasentido a las nociones de derechos humanos, que agrede a quienes aparecen en sus páginas. El asunto no es menor considerando que los medios de comunicación contribuyen en la conformación de la opinión del público al que llegan. Su presencia cotidiana supone un alto grado de difusión de su manera particular de entender el mundo, por definición parcial y acotada por el formato y los criterios editoriales.

Los medios de comunicación realizan una actividad de interés público que cuenta con una enorme posibilidad de penetración en la población a la que llega. Su labor contribuye a formar, en lo inmediato, la opinión y el criterio de los lectores, que asumen y comulgan, de manera voluntaria con los bienes culturales que estos medios les presentan. Una forma de entender el mundo que es asumida amablemente y sin disenso por parte del consumidor (Eco, 2009, p. 28).

Es importante aclarar que la violación de los derechos humanos se circunscribe a la esfera de los servidores públicos. Es decir, son sólo los agentes y funcionarios de una entidad gubernamental, en ejercicio de sus funciones, quienes pueden incurrir en responsabilidades en materia de derechos humanos, no así las empresas privadas ni los particulares. No obstante, para fines de esta exposición se señala el ejercicio editorial de algunos medios de comunicación como una acción en contrario de los conceptos de derechos humanos. Tal es el caso de los contenidos de algunas publicaciones periódicas, particularmente los diarios que cubren la fuente policiaca y de las tragedias humanas, de la mal llamada “nota roja” (Lara, 2009, p. 53), por ejemplo, La Prensa, Gráfico y Metro en la Ciudad de México.

Un ejemplo reciente

La edición del 23 de marzo de 2016 del periódico Metro consigna en portada los atentados con bombas en el aeropuerto y en una estación del metro de la ciudad de Bruselas. La   fotografía utilizada se dio a conocer ampliamente a través de agencias informativas, medios y redes sociales. En ella aparecen dos mujeres jóvenes, sobrevivientes de las explosiones, una hablando por teléfono celular y la otra sentada en una banca, con la ropa desgarrada, con rastros de sangre desde la cabeza hasta los pies y notablemente más afectada por los acontecimientos y por las lesiones que la primera.

El Metro publica casi a plana completa la fotografía acompañada de la cabeza “La cosa está… De la Belga”, con un llamado a páginas interiores que dice “Bombazos del Estado Islámico dejan 34 muertos en Bruselas”. En el texto de cabeza se vale de un juego de palabras para hacer un abordaje que hace sorna del hecho, atropellando la dignidad de las sobrevivientes. No sólo eso, también del resto de los afectados –vivos o muertos- y de sus familias y compatriotas. En el texto de llamado a interiores da por hecho y atribuye el atentado a una figura que desde un tratamiento periodístico más responsable debió mencionarse como un grupo autodenominado Estado Islámico, no simplemente “Estado Islámico”.

Aunque se podría argumentar que la edición del diario es de circulación local en el área metropolitana de la Ciudad de México, en Puebla, Querétaro y el Estado de México, principalmente, el acontecimiento es de relevancia mundial, por lo que el diario, con una edición así, transgrede la ética periodística y rebasa los límites de la libertad de expresión.

Este tipo de manejo editorial se lleva a cabo de manera regular en el diario Metro y en otros con los que comparte mercado. La distribución de estos medios impresos rebasa cotidianamente el medio millón de ejemplares. Dado el tratamiento de los contenidos de éstos, cada ejemplar constituye un contrasentido de los derechos fundamentales de las personas, normaliza la violencia, banaliza las tragedias humanas. Esto hace que la tarea de las organizaciones civiles, de las instituciones educativas y gubernamentales de conseguir una población formada e informada en materia de Derechos Humanos esté cada vez más lejos de conseguirse.

La necesidad de códigos de ética y deontológicos

Los derechos humanos y el ejercicio periodístico tienen su entrecruce más evidente en el derecho a la libertad de expresión. Sin embargo, en el ejercicio de la libertad se ven involucrados también los derechos de las personas que aparecen como protagonistas de la información publicada. Estas tienen el derecho a ser tratadas con dignidad y respeto, veraz y equilibradamente, y en caso de considerar que no se cumplen estos principios, se cuenta con el derecho de réplica, que obliga a los medios a dar espacio para rectificaciones o reivindicaciones (Convención Americana sobre Derechos Humanos, 1962, art. 14; Ley de imprenta, art. 27). Habitualmente, esta figura está prevista en los códigos de autorregulación de la mayoría de los medios de comunicación impresos y audiovisuales.

El ejercicio del oficio periodístico se sustenta en el derecho de todo individuo a la libertad de opinión y de expresión, amparado en la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 19), vigente desde 1948, firmada por México en el momento de su proclamación, y hoy, -a partir de las recientes reformas constitucionales en materia de derechos humanos de 2011- (DOF: 10/06/2011), elevada a rango constitucional.

Derivado de esta declaración se han generado otros instrumentos internacionales, regionales y nacionales en que se amplía y especifica la protección sobre ciertos derechos en particular. Uno de ellos es la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión, adoptada por la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos en 2000, la cual, en apego a los instrumentos internacionales en la materia, declara que “Toda persona tiene el derecho a buscar, recibir y difundir información y opiniones libremente en los términos que estipula el artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos…” sin distinción ni restricción de ningún tipo.

Con este marco normativo de carácter nacional e internacional como base es necesario que los medios de comunicación se encaminen seriamente a la figura de autorregulación, conscientes de los alcances de su trabajo y de las implicaciones que la lectura de las páginas de sus diarios tiene en el gran público, así como en la conformación de sus opiniones sobre los temas que aborda, asimismo que el tratamiento y perspectiva ofrecidos promueven valores políticos y sociales (Conapred, 2011, p.81).

Los medios de comunicación deben asumir el reto de buscar un modelo empresarial en el que puedan convivir los intereses comerciales con la vocación periodística. Los periodistas deben buscar el equilibrio en cada una de las fases del trabajo, sin que la autorregulación suponga un obstáculo a la libertad de expresión.

Referencias

Bourdieu, P. (1997). Sobre la televisión. Anagrama: México.

Colombo, F. (1997). “Los límites de la televisión”, en Últimas noticias sobre el periodismo.

Lara, M. (2009). Nota (n) roja. Debate: México.

Martínez, H. (2008). Revista Comunicar. ILCE: México.

Sartori, G. (2001). La sociedad multiétnica. Taurus: México.

Conapred (2001). Escrito sin D, sugerencias para un periodismo sin etiquetas. Conapred: México.

Deja una respuesta