Más allá de Google

Los desafíos de un buscador


El 2005 se perfila  como el año en el que la infoestructura empieza a quedar en el centro del debate. Durante las últimas semanas Google ha dado verdaderas sorpresas al lanzar una serie de innovaciones que nos ayudan a dar mayor estructura a la información que fluye por nuestras computadoras.

Carmen Gómez Mont

La revolución en el ordenamiento, la jerarquización y legitimización de la información digitalizada es un ejemplo más de la necesaria evolución que deben asumir las bibliotecas en el umbral del siglo XXI. No hay duda de que sus responsabilidades sufren una transformación radical ante un saber ya clásico (la clasificación y administración de documentos), ante un reto que se perfila como desafiante: la consulta y creación de conocimiento, y ante millones de obras en formato digital que están por subirse en línea.

Durante las últimas semanas Google ha dado verdaderas sorpresas al lanzar una serie de innovaciones que nos ayudan a dar mayor estructura a la información que fluye por nuestras computadoras.

Este motor de búsqueda, considerado como uno de los mejores, ha lanzado desde finales de diciembre de 2004 una nueva iniciativa conocida como Print Google, que pretende llevar al ciberespacio todas las obras públicas y con derechos de autor. Una labor noble, no hay duda; sin embargo, además de la fascinación que ello puede despertar, hace falta ver más allá de Google, es decir, redimensionar las implicaciones que toda infoestructura  representa.

Empecemos por preguntarnos si tal avance de Google –que lo llevará a contar en pocos meses con más de 15 millones de libros en línea– podría transformarse en una hegemonía ante la organización de la información; si podría convertirse con el tiempo en un monopolio de contenidos informativos similar al de programas que ya posee Microsoft. Esta vertiente es mucho más sutil y por eso mismo menos evidente.

La tecnología de la información resulta realmente revolucionaria a partir del momento en que sus cánones de calidad parten de la descentralización, de la pluralidad de actores, de la participación de múltiples mentes en la organización de datos, informaciones y modelos de comunicación. En la red se cuentan más de tres mil motores de búsqueda: cada uno de ellos representa una estructura singular que revela diferentes formas de administrar la información y de difundirla. A pesar de esa pluralidad de motores, gran parte de los usuarios se ha limitado a realizar sus búsquedas en Google, porque para ellos no hay nada mejor en Internet. Hasta cierto punto estamos de acuerdo; sin embargo, esa inclinación parece obedecer más a la ley del menor esfuerzo que a la de una lucha que se emprende por alcanzar una verdadera maestría del know how informativo.

Hacia finales del 2004, Sergey Brin y Larry Page, cofundadores de Google, anunciaron que lanzarán un programa de digitalización de millones de páginas a fin de subir en línea miles y miles de libros que hasta ahora no estaban en la gran red. Por ahora, tres universidades colaboran con ellos y les cedieron sus acervos: Harvard, Michigan y Stanford, al igual que dos bibliotecas: la Pública de Nueva York y la de Oxford (Bodlein) en Gran Bretaña. Esta última, según señala Claudine Mulard, corresponsal de Le Monde en Los Angeles, lanza al ciberespacio publicaciones del siglo XIX que no estaban abiertas a la consulta pública. No hay duda de que se trata de una verdadera hazaña; sin embargo, y a pesar de tan noble labor, surgen  algunas interrogantes que no podemos dejar de formularnos.

Esas instituciones por ahora se ocupan de escanear sus publicaciones a la velocidad que el tiempo les permite. Se trata de millones de volúmenes que forman parte de sus acervos bibliográficos y que ahora estarán a la vista del público sin tener que pagar ni desplazarse por ello. Si esos documentos son públicos se podrán consultar íntegramente en línea, mientras que si son privados, es decir, si poseen derechos de autor, se podrá consultar una síntesis de los mismos. Al parecer existe una innovación tecnológica –que hasta la fecha no quiere dar a conocer Google– para escanear a gran velocidad sin maltratar los libros y con una gran fidelidad en la lectura, incluso de caracteres antiguos. Un verdadero misterio, sobre todo, cuando nos llegamos a enterar que Google no permitirá el despliegue de ventanas comerciales en ese sitio, y los libros mostrarán con un logo su respectiva casa editorial.

Lo realmente novedoso radica en la posibilidad de consultar de manera íntegra tales obras pero, a cambio, no se podrán ni copiar ni imprimir. Su función será únicamente la de consulta. ¿Qué beneficio se lleva la empresa con todo ello? Su personal señala que con tal iniciativa, al pasar de un millón de páginas por Internet a ocho mil millones, se podrán perfeccionar sus motores de búsqueda siendo ésa su principal ganancia.

Nuevamente nos asaltan algunas interrogantes: ¿Esa noble iniciativa cumple realmente con los estándares de calidad que debe derivar de la revolución informativa, es decir, con una amplia representación de actores y autores a nivel mundial?

Hay quienes dicen que Google va a privilegiar la difusión de la cultura anglosajona, y que no todas las culturas tendrán la misma posibilidad de representatividad, de situarse entre las primeras referencias de Google.

Hay bibliotecas en Europa que corren tras la digitalización para tratar de alcanzar al gigante de los contenidos.

Lo que realmente nos preocupa, sin dejar de pensar en la enorme labor que representa la puesta en línea de acervos bibliográficos de gran valor, es el criterio de clasificación y organización de la información. Y no sólo eso, más allá de Google, ¿no estaríamos cayendo en los inicios de un monopolio en la administración del conocimiento?

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