Para documentar las letras monsivadianas

O introducción optimista a la obra de Carlos Monsiváis*

Tanius Karam Cárdenas

Investigador de la Coordinación del Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales
de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.


Con motivo del reciente fallecimiento del escritor, cinéfilo y ensayista Carlos Monsiváis, la Revista Mexicana de Comunicación presenta textos publicados que lo retratan con su propia voz, en su propia tinta, como escritor, cronista y pensador de nuestra sociedad, los medios y la cultura.

Figura controvertida y ubicua, Carlos Monsiváis (CM) es un signo de la cultura y la sociedad mexicana. Situadas en el centro de la vida cultural desde más de 30 años, la obra y personalidad de CM escapan al examen de la crítica y demandan la construcción de categorías específicas en su análisis. Parte del milagro de CM como fenómeno literario y periodístico radica en su multiformidad. No es casual que el caricaturista Naranjo lo dibuje como un malabarista rodeado de planetas. Diecisiete Monsiváis distintos se reúnen noche a noche en su casa de la calle San Simón en la colonia Portales (Ciudad de México) para decidir cómo se desdoblará el multifacético autor al día siguiente.

CM es un intelectual que ha acumulado una serie de atributos pocas veces agrupados en una persona. Su misma estructura como personaje público no acepta encasillamientos y es de lo más heterodoxa por su gran capacidad para comunicar mundos, esferas y ambientes distantes. Presencia imprescindible, voz lúcida que se ha caracterizado por las interpretaciones y manifestaciones más disímiles de la cultura y crítica a las formas simbólicas del poder, la historia de CM como intelectual tiene más de cuatro décadas (su primer artículo aparece en 1954) y la recolección de sus “Obras Completas” parecen hoy día una tarea imposible y delirante; quien deseara  emprender esa empresa, antes tendría que recorrer las más de 20 páginas dedicadas al registro de su trabajo en el Diccionario de Escritores de Aurora Ocampo y recorrerla lo mismo en centenas de artículos en los más diversos medios (suplementos culturales, periódicos marginales, gacetas, revistas especializadas de comunicación, sociología o antropología), cinco libros de relatos (crónicas no ficcionales), traducciones, infinidad de columnas políticas a no decir de reseñas lo mismo literarias que fílmicas, plástica que registros de vida cotidiana.

La obra monsivadiana es una de las más particulares; tras su aparente dispersión, innegable erudicionismo y característico estilo, el lector se encuentra con un ejercicio de la escritura periodístico-literaria inconfundible.

De sus rasgos, cabe decir, como en tantos otros casos que CM es más visto y citado que leído y estudiado. Por ello queremos resarcir este empacho sociocultural y ofrecer una mirada a algunos aspectos de su obra que pueden invitar al lector a sumergirse en un laberinto fascinante de mundos en colisión.

Para una biografía imposible

Monsiváis nació en la Ciudad de México el 4 de mayo de 1938, al final del sexenio cardenista (1938). Su niñez y juventud se dieron en el marco de una serie de cambios sociales y culturales que trajo la industrialización, el imperio de la radio (1930-1950) rápidamente sustituido por un sucesor aún más poderoso, la TV. La revisión de esos primeros años en la niñez y primera juventud de CM comprueban la tremenda importancia de los medios de información (en especial la radio y el cine) en la formación, visión y sensibilidad del autor.

Su excesiva afición por el estudio, la lectura, la observación de los fenómenos culturales, su amor-odio por la Ciudad de México, no pueden entenderse desligados de las industrias culturales como tales.
Por otra parte, la inmersión de Monsiváis al mercado de trabajo coincide con la consolidación y expansión de estas industrias; en sus primeros trabajos alternó la actividad periodística y la radio; en ambas ejerció la crítica literaria y cinematográfica; en Radio UNAM fue responsable de La hora de los niñosEl cine y la crítica; en sus artículos de la revista Siempre!, escribía sobre los medios, las telenovelas y otros formatos de la cultura de masas cuando era una actividad marginal y ejercida por muy pocos.

Hijo único nacido en el seno de una familia metodista en el centro de la ciudad (La Merced), CM acepta la autodefinición de “niño solitario”, aun cuando él no se haya sentido solo. A su madre atribuye su pasión por la lectura, en especial de La Biblia. Ante la inhabilidad para los deportes, CM se refugió en el único equipo del cual no fue rechazado: los libros. Monsiváis ha reconocido haberse formado en el protestantismo histórico de donde vienen algunas de las primeras figuras que admiró, así como el desarrollo de la sensibilidad por las formas de opresión de las que son objeto algunas minorías (como las religiosas).

De sus primeras influencias directas, CM señala la que ejerció Artemio del Valle Arizpe a quien después de su muerte en 1965 heredaría a Salvador Novo el titulo de “cronista de la ciudad” y a su vez éste de forma no oficial donaría al autor de A ustedes les consta. Casi adolescente CM tuvo oportunidad de conocer a Valle Arizpe de quien admira su biblioteca. En la facultad de leyes, Monsiváis recuerda la relación esporádica –no por ello menos intensa– que tuvo con Alfonso Reyes y José Vasconcelos, aunque también reconoce a dos maestros postateneístas (y sin que ellos lo sepan), que fueron Octavio Paz y Carlos Fuentes.

Los primeros dos textos publicados de CM datan de 1954. Asistió a una manifestación de apoyo al gobierno de Jacobo Arbenz que en ese momento fue víctima del golpe de Estado que orquestó la CIA para poner a Castillo Armas; en la manifestación para su sorpresa estuvo Frida Kahlo. Un año después asistió a un concierto del cantautor cubano Bola de Nieve. Su deseo de que esos dos actos no fueran material par el olvido lo hizo registrarlos en sendas crónicas; con ellas marcó el inicio de su quehacer literario y periodístico. Desde ellas CM sería el escritor atento a lo inmediato, aquél que vislumbró que lo fugitivo, bien escrito, permanece.

Diversidad temática

La biografía de CM está muy ligada al mundo cultural y periodístico en el México de mediados del siglo XX, así como a las luchas y expresiones de varios sectores de la sociedad organizada sobre la cual Monsiváis tiene gran devoción y gusto. Ha colaborado en las revistas Medio SigloEstaciones (como secretario de redacción); en el semanarioProceso, la revista Nexos y los diarios UnomásunoLa Jornada (fue cofundador); en el suplemento La Cultura en México fue igualmente cofundador y director; y en una pléyade más ha sido colaborador incisivo y recurrente como en la México en la CulturaEl Gallo IlustradoPersonas, entre muchas otras publicaciones periódicas. Hay quien parodia que lo difícil no es encontrar dónde ha escrito CM, sino donde no lo ha hecho, pues su presencia constante en los grandes medios y revistas nacionales es inconfundible, como en gacetas marginales, pequeños periódicos del interior del país, o en revistas académicas para élites universitarias.
Su dimensión original y única, se describe de manera inigualable en el siguiente extracto de Domínguez Michael:

Monsiváis del brazo de María Félix. Monsiváis escudriñando la química sentimental del sudor en el California Dancing Club. Monsiváis en una asamblea del CEU. Escuchando a Emmanuel en Metrópolis. Oteando los gestos de los licenciados en una convención de la CNOP. Monsiváis dando voz a los damnificados, a los perseguidos. Monsiváis-alter ego en la imposible aventura de convertir la cursilería de la prensa de izquierdas en seriedad cómica. Monsiváis repitiendo sus gags hasta la autoparodia: “Por mi padre bohemios”. Monsiváis negándose a ser diputado por la izquierda. Monsiváis con Borges, dando conferencias en Juchitán o en Austin. Monsiváis comprando conchas con figuras de plástico en algún puerto. El lector de Mailer, de Foucault, de Guillermo Prieto. Monsiváis escrutando genialmente el alma de Salvador Novo.

La diversidad temática y social se trasvasa a un laberinto de géneros y especies que mueve la obra monsivaita en el espacio fronterizo de la ficción y la historia, la literatura y el periodismo y que junto con el horizonte temático, el abordamiento múltiple de aspectos de la vida cultural, social y política mexicana, confieren una característica muy especial a su obra, hecha como un laberinto que puede realizarse gracias a la extraordinaria memoria y bagaje bibliófilo-icónico, a la inusitada capacidad para hilar a propósito de los más diversos horizontes referenciales (tradición literaria y periodística, anglosajona y poética, decimonónica e histórica).

La crónica es el género que más claramente ha permitido la formación de ese laberinto mágico o milagroso. Por tal motivo CM ha sido de quienes más lo han defendido como instrumento para conocer la realidad, medio literario para la expresión y experimentación del lenguaje, o visor para escudriñar la metafísica de las costumbres y hábitos de consumo.

Uno de los rasgos más prototípicos de la vida-obra monsivaita es su celebrada ocurrencia, humor e ironía. El narrador irónico finge ignorar la contradicción entre lo que muestra y sabe; con ella, juega literalmente con el lenguaje y con el contrato comunicativo establecido con el lector. La ironía es en el caso de nuestro autor una estrategia discursiva y un componente en la representación pública del personaje y que coadyuva en la descripción “como alguien irónico” que realizan sus entrevistadores y no pocos lectores. Pero la ironía es más que eso: constituye un recurso que a CM le permite hacer dialogables temáticas y horizontes distintos; por la ironía este recorrido no sólo es posible sino que se realiza con economía de recursos lingüísticos además de que posee un alto valor pragmático y retórico.
“Estar en todos lados” no es un medio para la autopublicidad. El milagro de la ubicuidad es doble: el hecho mismo de su multiplicación y el de aquellas condiciones que lo posibilitan. No es que CM esté en todos lados movido por el ansioso impulso de algún asesor de imagen; es el hecho que su discurso y amplitud enunciativa lo hacen demandable en los más diversos contextos. Al invitarlo a las exequias del poeta Sabines o a los homenajes en el Teatro Blanquita (¡el mismo día, 20 de marzo 1999!), actualizan su pertinencia de intelectual ubicuo que “está en todos lados” y “pueda hablar de todo”; el personaje a quien se convoca en los más diversos contextos por el extraño conjuro de su formación y sus cualidades, por la trayectoria de una obra que renuncia a clasificaciones y etiquetas.

Sus crónicas-ensayos

Ante la imposibilidad de agrupar toda su obra, cualquier lector de sus crónicas se puede conformar con cinco libros donde podemos reconocer (a regañadientes) el centro de su trabajo como cronista y periodista.

Su primer libro de crónicas es Días de Guardar (1970): apareció dos años después de los trágicos acontecimientos de octubre de 1968. Realiza la descripción de prácticas cobijadas bajo el amparo del calendario cívico de los feriados nacionales y otras fechas claves para mostrar cómo es la vida social y cultural mexicana. Así, los capítulos recuerdan esos días que forman un calendario propio ya que existen consideraciones sobre el “día del amor”, “el día de las madres”, las fiestas de independencia o el día de muertos. De principio a fin, Días… demuestra el uso moral y político del tiempo; las 18 crónicas actúan como imágenes vivas de los 18 meses del calendario solar azteca. En ese libro, las tradiciones no se reducen a los relatos anecdóticos del tiempo libre en la vida cotidiana de la población; las crónicas son un marco para conectar los tiempos simbólicos que comunican al ayer con su caminar en el hoy; y a éste, con el dolor del mañana.

Días de guardar está compuesto de tres centros temáticos: el primero, un gran collage satírico del México oficial y burgués de mediados del siglo pasado; la nación vuelta una abrumadora caricatura de sí misma, con sus priístas ricos neoporfirianos; segundo, la gran promesa del 68, con todo lo que había de promesa y mito, con la esperanza de convertir al país en algo más que una desigual unidad habitacional con vistas a Estados Unidos; y finalmente una educación sentimental, una autobiografía ensayística en la que un yo se pasa todas las páginas del grueso volumen en busca de un nosotros, el que a su vez vivió los años sesenta buscando variadas y dudosas salidas en el rock, la droga, la Zona Rosa, la contracultura, el turismo zen, la onda, el jipismo; la snob-camp-pop-op-cultura, el folclore mariguanhoguero, etcétera, asqueado de la atmósfera de una país conformista y complaciente y en bancarrota moral general, hasta que el 68 trajo un reencuentro o una esperanza de reencuentro con la dignidad humana intima y colectiva.
Seis años después aparece Amor Perdido (1976) que reúne 23 crónicas escritas entre 1972 y 1977. El autor no renuncia a la égida del 68 y sus heridas en un país vuelto al autoritarismo y la complacencia. Los títulos de varios textos no pueden ser más sugerentes, aun cuando su sola lectura no deja claro cuál será el tópico central del texto: “Alto contrates”, “Yo te bendigo vida…”, “Señores, a orgullo tengo de ser antiimperialista”, “La creme de la crema”, “Mi personaje inolvidable”, “La naturaleza de la Onda”, “Que si esto es escandaloso”. Acompaña la portada una serie de figuras de la farándula y la vida del espectáculo mexicano que remiten a distintos textos que versan a partir de algún hecho concreto, algo más que el espectáculo en sí sobre la geografía del gusto y el deseo. El mismo nombre del título –que es la de una de las canciones del flaco de oro, Agustín Lara–  nos da ya una primera pista; claro, como en toda su obra, es necesario tener buena información del contexto sociocultural mexicano para identificar (y disfrutar) todas las inflexiones de sentido, el origen de las citas, disfrutar la ironía y poder así ponderar los juicios implícitos en los abigarrados textos. Eso hace que sus obras tengan un grado de dificultad, pero en cambio se observa una rica y exquisita interdiscursividad en el que los aspectos aparentemente pueriles y mundanos de la vida nocturna, se dan la mano con los sentimientos de decepción y frustración por la vida sociopolítico mexicana. Cercano a la crítica contra el discurso oficialista de la política en el país, la modernidad neobarroca de Monsiváis instala la metáfora del alto contraste, para explicar desde un narrador psicoanalizado por qué México tolera las situaciones de injusticia y desigualdad; por qué tras la violencia y la masacre, el autoritarismo y la mentira, el país sigue cual si no pasara nada.

Poco más de 10 años después (1988) aparecen casi simultáneamente la reedición a su libro Escenas de pudor y liviandad (la primera edición es de 1982) y Entrada libre (1988). Monsiváis se mueve en dos registros (que como hemos señalado es una constante en su producción prácticamente desde sus inicios): el libro frívolo (Escenas…), junto a su libro “comprometido” (Entrada…). Para los años ochenta CM ya no es ese outsider de la cultura, con 50 años de edad al momento de la publicación de estas obras. Monsiváis es una figura identificada con las causas de la emergente sociedad civil que lo proclama como sacerdote de una iglesia laica. En Escenas… CM recorre el mundo del espectáculo (once again) –las mujeres de los años veinte, el Salón México, el California Dancing Club, las cenas efímeras de los fans con sus artistas como el cantautor Juan Gabriel– para establecer un termómetro sociológico de las costumbres antes reducidas unánimemente al folclore del peladaje. Si alguien ha escrito una historia crítica de nuestras pasiones, de las formas sociales del desear y su institucionalización en el mundo de la farándula y la vida nocturna es Monsiváis. Las pulsiones eróticas, definen a Escenas… como “intimidades colectivas” que no renuncian a la dimensión ética y ofrecen en cambio una manera para entender con nuevos ojos las intersecciones entre cultura de masas y cultura popular.

Entrada libre es un recuento de luchas y formas de manifestación que ha asumido la entonces naciente sociedad civil. Monsiváis evade las trampas de la izquierda ideológica. De cara a los damnificados por los terremotos de 1985 en Ciudad de México, los militantes juchitecos, los maestros oaxaqueños o los estudiantes del Consejo Estudiantil Universitario, Monsiváis vive la tensión entre su amor a estas causas, sus actores y la ironía que le acompaña a cualquier sitio que lo lleva en ocasiones a desolemnizar a los grandes hechos. A diferencia de sus dos primeros libros, no aparecen ya las parodias de los aburridos rituales de la clase política; en cambio atestiguamos nuevos rostros y temáticas, ambientaciones distintas y recuento de una sociedad que se redescubre y organiza. El tema central son las causas civiles, sus actores y retos, sus manifestaciones y obstáculos. CM quiere mostrarlos sobre todo en clave histórica para leer su importancia y valer, pero se cuida e insiste de cualquier intento desmitificador en una época en la que la expresión sociedad civil comienza a generalizarse; en sus crónicas encontramos aproximaciones para caracterizar estos nuevos actos e introducirnos a sus dinámicas como mundos que renuncian a cualquier simplificación.

Fuerza liberadora

Para Michael Domínguez Entrada Libre es la crónica de una militancia moral cuya amplitud de miras no impide las seguridades electivas de lo concreto. La universalidad de Monsiváis es lo exhaustivo en los colores específicos de la tragicomedia mexicana. Ser colono, ser maestro humillado, ser Juan Gabriel, ser un nostálgico de los boleros, ser chavo banda es más que simples personajes de un texto; devienen arquetipos, avenidas de una cosmovisión, lugares de tensión y encuentro, formas de pensar, amar y querer. En cada uno de sus retratos CM apuesta por el rostro individual que nos formamos en la historia y contra la historia.

El último libro de crónicas-ensayos es Los rituales del caos (1995): es el libro más urbano y citadino (aunque cuando hay en todo una dosis de amor y odio por la Ciudad de México); tiene el contexto inmediato de 1994, año de sorpresas y magnicidios, y hurga por las formas de constitución de lo urbano. En este libro, el espectáculo aparece como un horizonte en la tarea de describir los cambios y las manifestaciones de la sociedad; los valores de la diversión son una categoría que ayuda a dar cuenta de los rituales del desorden. Para el autor, la diversión genuina (ironía, humor, relajo) es la demostración de que, pese a todo, algunos de los rituales del caos pueden ser una fuerza liberadora. También como en otros textos, aparece una sección de fotografías que parafrasean el sentido de las crónicas y devuelven a su significado primario: la foto de la Doña (María Felix) en su visita a la Ciudad de México, las redadas contra jóvenes, la fanaticada adorando a Luis Miguel, la vida imposible del  Metro, las mitologías sobre el Niño Fidencio… ¿Qué es esta diversidad? Es la comprobación que sólo en el caos todo se reconcilia.

En el cronista Salvador Novo, la Ciudad de México es descrita en los cuarenta y cincuenta como portentosa y brillante, prometedora y llena de ilusiones en medio del desarrollismo del presidente Alemán. Esta imagen va ser radicalmente sustituida por una mirada posapocalíptica que se antepone al orgullo y la seguridad de la ciudad pasada y nostálgica.

En Los rituales… la ciudad es un Apocalipsis, o mejor dicho, aparece como el milagro cotidiano de su  propia sobre vivencia, la cual a pesar del caos vial, la tumultuosidad y un largo etcétera, funciona. Sus habitantes no viven la ciudad como quien está ante la inminencia del desastre; son ya sobrevivientes de unas ruinas, actores de un mundo en el que lo peor “ya ocurrió” (y lo peor es la población monstruosa cuyo crecimiento nada detiene). Y es que Monsiváis nos muestra mediante juegos de tensiones, cómo la ciudad funciona de un modo que a la mayoría le parece inexplicable.

En un efusivo discurso por el premio Jorge Cuesta de literatura que se ofrece a Monsiváis hace casi 20 años, dice Elena Poniatowska:

Monsiváis no se ha distraído un segundo, no ha dejado de ser el escritor que quería ser. No ha apartado su voluntad de su objetivo salvo cuando suena su delicioso tormento, el teléfono y levanta la bocina, hace la voz de abuelita o de Arturo de Córdova y se niega a sí mismo para entregarse en una risa limpia, vital, jovial, del intelectual que no pretende tomarse demasiado en serio.



Esta artículo debe de citarse de la siguiente forma:

Karam Cárdena, Tanius, «Para documentar las letras monsivadianas», en
Revista Mexicana de Comunicación, Num 111, México, jun / jul, 2008.

Fecha de publicación: 21 de junio de 2010

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