El umbral de la no ficción en García Márquez

  • El colombiano merece el título del creador de la no-ficción en Latinoamérica.
  • Relato de un náufrago se adelantó una década a la novela de Truman Capote A sangre fría.
Fotografía: "Gabo - a life" por icultist @ Flickr

Fotografía: «Gabo – a life» por icultist @ Flickr

Por Maricarmen  Fernández  Chapou

Publicado originalmente en RMC 134

Si Truman Capote es el creador de la no-ficción en Estados Unidos, el escritor colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, 1928) merece el mismo título para Latinoamérica. De hecho, se adelantó al norteamericano al utilizar técnicas narrativas como el suspense en relatos periodísticos, así como a los nuevos periodistas en la renovación del reportaje. Periodista ante todo, García Márquez se valió de su talento literario para enriquecer su propio oficio, lo que lo convierte en prototipo del nuevo periodista latinoamericano.

Justo una década antes de que A sangre fría viera luz, Gabriel García Márquez publicaba en forma seriada la que sería una de sus grandes obras de no-ficción: Relato de un náufrago. El largo reportaje periodístico, editado en 14 capítulos en el diario El Espectador de Bogotá durante 1955, reconstruye la experiencia del náufrago Alejandro Velasco, “que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”.

El relato, “compacto y verídico”, fue el resultado de veinte sesiones de seis horas diarias de entrevistas en las cuales el periodista, como el propio García Márquez narra, “tomaba notas y soltaba preguntas tramposas para detectar sus contradicciones”. El reportaje reconstruía los diez días en el mar: “Era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera”. Pero además tuvo implicaciones políticas al revelar lo que se escondía tras el naufragio de la nave.

En su prólogo al libro, García Márquez narra cómo la historia, que había sido divulgada de una forma incompleta y sensacionalista, se convirtió en un gran tema para un reportaje literario de profundidad y denuncia que urgía ser divulgado:

Mi primera sorpresa fue que aquel muchacho de 20 años […] tenía un instinto excepcional del arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosas […]. La segunda sorpresa, que fue la mejor, la tuve al cuarto día de trabajo, cuando le pedí a Luis Alejandro Velasco que me describiera la tormenta que ocasionó el desastre. Consciente de que su declaración valía su peso en oro, me replicó, con una sonrisa: “Es que no había tormenta”. Así era. […] La verdad, nunca publicada hasta entonces, era que la nave dio un bandazo por el viento en la mar gruesa, se soltó la carga mal estibada en cubierta, y los ocho marineros cayeron al mar. Esa revelación implicaba tres faltas enormes: primero, estaba prohibido transportar carga en un destructor; segundo, fue a causa del sobrepeso que la nave no pudo maniobrar para rescatar a los náufragos, y tercero, era carga de contrabando. […] Estaba claro que el relato, como el destructor, llevaba también mal amarrada una carga política y moral que no habíamos previsto.

García Márquez, con su agudo sentido periodístico, su capacidad indagadora y su talento literario, contó la historia respetando hasta los más mínimos detalles, sin autocensuras, y ocasionó que la dictadura de Rojas Pinilla temblara. Cuenta el escritor:

Lo que no sabíamos ni el náufrago ni yo cuando tratábamos de reconstruir minuto a minuto su aventura, era que aquel rastreo agotador habría de conducirnos a una nueva aventura que causó un cierto revuelo en el país, que a él le costó su gloria y su carrera y que a mí pudo costarme el pellejo. Colombia estaba entonces bajo la dictadura militar y folclórica del general Gustavo Rojas Pinilla

Narrado en primera persona en la voz del propio náufrago, el relato trascendió el ámbito periodístico para adentrarse en la narrativa sin desvirtuar su concepción original. Por primera vez, García Márquez se servía de recursos del periodismo, principalmente de la entrevista y la crónica, a la vez que de procedimientos popularizados por la novela policíaca, como el suspense; del relato de viajes y del diario.

Por una parte, el relato se atenía a la descripción minuciosa de la realidad, pero entre un episodio y otro dejaba hilos sueltos y creaba tensión narrativa; en ese sentido se adelantó a Capote. Por otro, lo que después planteara Wolfe como el punto de vista en tercera persona, era utilizado con maestría por el escritor, dejando que el reportaje fuera contado por la propia voz del protagonista de los hechos según la subjetividad de sus recuerdos. Al mismo tiempo, otras técnicas, como la narración escena por escena o la descripción significativa, también eran ensayadas en esta obra.

Por ejemplo: En el siguiente fragmento del relato podemos ver que la narración es la voz misma de Alejandro Velasco, mientras que el periodista queda oculto tras el relato, como si fuera un mero transcriptor. Al mismo tiempo, crea tensión narrativa:

Mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mitad del mar. Sosteniéndome a flote vi que otra ola reventaba contra el destructor, y que éste, como a 200 metros del lugar en que me encontraba, se precipitaba en un abismo y desaparecía de mi vista. Pensé que se había hundido. Y un momento después, confirmando mi pensamiento, surgieron en torno a mí numerosas cajas de la mercancía con que el destructor había sido cargado en Mobile. Me sostuve a flote entre cajas de ropa, radios, neveras y toda clase de utensilios domésticos que saltaban confusamente, batidos por las olas. No tuve en ese instante ninguna idea precisa de lo que estaba sucediendo…

Esta obra de García Márquez, más que novela de no-ficción, constituye en realidad la semilla primigenia de lo que después tendría nombre y apellido en Estados Unidos: el Nuevo Periodismo. El relato fue editado y recibido por el público en su momento como un reportaje, pero un reportaje que ya tenía la que sería la principal seña novo-periodística: se leía igual que una novela, pero se atenía a la realidad, y denunciaba una verdad hasta entonces velada. Relato de un náufrago es, por tanto, un reportaje novo-periodístico en sentido estricto.

El propio García Márquez, que se ha considerado a sí mismo primero periodista que literato, en ningún momento ha calificado de novela a sus reportajes novelados. Pero gracias a la habilidad y constancia para arrancar a los protagonistas la descripción detallada, ordenar los hechos y exponerlos con una prosa directa y precisa, a la vez que dotar de significado e interés social a los hechos, reportajes como éste constituyen una pieza periodística que sólo por su calidad literaria han trascendido hasta nuestros días como novelas:

El esmero estético con que trabajó sus reportajes fue sin duda el gran caballo de Troya que le permitió llegar a sus lectores en medio de una censura creciente. En Relato de un náufrago alcanzó el punto paradigmático: una magistral síntesis de periodismo y literatura, de la investigación de la realidad y la comunicación de la misma mediante cánones estéticos perdurables.

Pero aún más: con su reportaje –y éste es otro rasgo novo-periodístico–, el colombiano desafiaba al poder, a la dictadura en este caso, mediante la sencilla exposición de cuestiones conflictivas y verdades veladas. El Relato de un náufrago, como dice Jacques Gilard, “era un enfrentamiento directo de El Espectador con el poder, y el ya prestigioso reportero se convertía en un connotado enemigo de la dictadura, capaz de llegar al fondo de lo que no debía decirse”.

De hecho, como bien cuenta el escritor, “la dictadura acusó el golpe con una serie de represalias drásticas que habían de culminar, meses después, con la clausura del periódico”. Este reportaje le costó el cierre a la publicación y a él mismo, que había sido enviado a Europa como corresponsal  –quizá para alejar al periodista non grato de las garras del poder–,  le supuso vivir en absoluta pobreza en París durante más de un año.

Pero lejos de ser, Relato de un náufrago, un ejemplo aislado en el conjunto de su obra, García Márquez vuelve a repetir las mismas técnicas y estrategias en diversos reportajes. Tal es el caso de La aventura de Miguel Littin, clandestino en Chile, que narra la experiencia del cineasta, contrario a la política dictatorial de Augusto Pinochet, al desafiar a la policía del régimen e introducirse subrepticiamente en el país para dirigir la filmación de una película que pondría de relieve la opresión.

En este reportaje también se vale el periodista de una larga entrevista –la versión magnetofónica duraría 18 horas–  para obtener la versión de los hechos, los cuales son relatados con una estructura sencilla. Como en el caso anterior, la narración en primera persona hace que parezca el relato del propio Littin, tan sólo transcrito por el autor, aunque, como aclara éste, “el estilo del texto es mío, desde luego, pues la voz de un escritor no es intercambiable”.  Una vez más, el escritor hace uso del artificio literario  –y nuevo periodístico–  en el que la voz del narrador y el protagonista se funden.

Para García Márquez, La aventura de Miguel Littin constituye un texto literario en el que “por el método de la investigación y el carácter del material es un reportaje”.

En ese sentido, mucho más complejo y elaborado es otro reportaje novelado del escritor: “Bateman: un misterio sin final”, en el que múltiples fuentes proporcionan a García Márquez una aproximación polifacética a la desaparición del líder de guerrilleros colombiano Jaime Bateman Cayón, comandante máximo del M-19, que desapareció inexplicablemente en la selva mientras se dirigía a Panamá para negociar la paz con un emisario del presidente Belisario Betancur. Aquí, destaca una narración de arquitectura compleja, con saltos en el tiempo adelante y hacia atrás, y tejida a partir de los testimonios de quienes conocieron las últimas horas de Bateman.

Premio Nobel en 1982, García Márquez comenzó su trayectoria en el periódico El Universal en 1948, y poco a poco fue haciendo compatible su vocación con la narrativa más imaginativa y fabuladora. En el diario El Espectador, en el cual ingresó en 1954, se curtió como un periodista desafiante colaborador con las causas sociales. En esta clave escribió artículos memorables como “Balance y reconstrucción de Antioquia”; “El Chocó que Colombia desconoce”; “De Corea a la realidad”, entre tantos otros. Y fue donde vio luz “El escándalo del siglo” (1955).

Este reportaje, ambientado en Italia, indaga sobre el llamado Caso Montesi, surgido a raíz de la aparición del cadáver de una joven de nombre Wilma Montesi, hija de un carpintero, en una playa cerca de Roma. El caso hubiera sido tan sólo uno más de las páginas rojas del periódico, de no ser porque se hallaba involucrado un hijo del ministro de Asuntos Exteriores, que finalmente resultó absuelto. García Márquez investigó y reconstruyó los hechos, y propició que el caso fuera reabierto.

Como narrador, en García Márquez los conceptos de realidad y ficción siempre han confluido de manera determinante. Autor de El coronel no tiene quien le escriba (1958) y Cien años de soledad (1967), es el principal exponente del llamado realismo mágico latinoamericano; sus relatos recrean el imaginario mítico de los pueblos y reflejan ese toque de magia que transforma la realidad, ya de por sí fantástica, del continente latinoamericano.  La literatura de García Márquez se adentra en el realismo de lo irreal a la vez que crea una irrealidad demasiado humana:

Los mitos y las leyendas, las creencias y supersticiones forman un entramado pararreal tan poderoso o más que la misma realidad objetiva, determinando comportamientos mentales y actuales de la gente. Así, el concepto de realidad se ampliaría y se haría más complejo en su obra, y, con ello, su compromiso de escritor con la misma realidad.

Según ha dicho el escritor, “lo que me ha interesado siempre es contar las cosas que le suceden a la gente. Crear es volver a crear la realidad. Nunca hay ficción”. En ese sentido, en sus reportajes ensaya una aproximación a la realidad poniendo la imaginación al servicio de sus fines periodísticos. Y los considera a la vez narrativa de ficción en el sentido de que lo que en ellos se cuenta, dice, “es verdad, y todo minuciosamente”. Como explica Pedro Sorela:

En el reportaje encontró Gabriel García Márquez la horma de su zapato […] encontró en él no sólo un mayor contacto con la calle […] sino un campo de experimentación narrativa, limitada por las exigencias de la comunicación de masas, que sin duda le había de servir para sus cuentos y novelas.

De esta forma nació, por ejemplo, Crónica de una muerte anunciada (1981) que García Márquez ha explicado de la siguiente manera:

Se trata de una narración de 120 páginas sobre un episodio, un crimen atroz que se cometió en un pueblo colombiano hace 30 años. Siempre tuve el tema en la cabeza para escribir una novela o un reportaje. Como siempre, he pensado mucho sobre las relaciones entre literatura y periodismo y he intentado hacer los dos; creo que esta vez lo he conseguido.

No obstante, esta obra, en opinión de Juan Cantavella, no es un reportaje en toda la extensión de la palabra, pues “no hay una investigación exhaustiva ni una reproducción literal de cuanto ha sucedido, sino más bien una recreación literaria cuya finalidad es reordenar lo hechos con una finalidad estética, lo cual es bien distinto”. Aun así, no deja de colocarse en la frontera entre el periodismo y la literatura; en el umbral de la no-ficción.

No es, en cambio, el caso de Noticia de un secuestro, obra en la que el escritor puso todo el empeño para hacer de ella un reportaje novelado prototípico. Con tres años de trabajo a sus espaldas, este libro es producto de un esfuerzo de investigación en la que el autor grabó más de cien cintas de conversaciones con los sobrevivientes del secuestro, así como familiares, policías, narcotraficantes y personas que le aportaran cualquier información o detalle. Al respecto, cuenta García Márquez:

Estoy seguro de que costará trabajo creerlo, porque parece más novela que cualquiera de mis novelas. Lo que yo quería era escribir un reportaje con todas sus leyes y en ellas no cabe la invención. Hoy me alegro: el libro no tiene una línea imaginaria ni un dato que no esté comprobado hasta donde es humanamente posible. Sin embargo parece más novela que cualquiera de mis novelas. Creo que ése es su mayor mérito.

En suma: Gabriel García Márquez, tanto en su faceta de novelista como de periodista, es siempre capaz de captar la enorme fuerza de que están dotados los hechos y de exponerlos a la vez de la forma más brillante y fidedigna.

 

Referencias

Cantavella, Juan. La novela sin ficción. Cuando el periodismo y la narrativa se dan la mano. Oviedo: Septem Ediciones. 2002.

García Márquez, Gabriel en El País. 9 de junio de 1996.

García Márquez, Gabriel en Cambio 16,. 27 de mayo de 1996. p. 80.

García Márquez, Gabriel. Relato de un náufrago. Bogotá: Editorial Oveja Negra. 1994.

Gilard, Jacques. Gabriel García Márquez. Obra periodística. Barcelona: Bruguera. 1983.

González, Aníbal. Journalism and the development of spanish american narrative. Cambridge: University Press. 1993.

Pindado, Juan J. ¿Periodismo o literatura? Texto híbrido: entre ficción e información. Estados Unidos: Scripta Humanística. S/F.

Saldívar, Dasso. García Márquez. El viaje a la semilla. Madrid: Alfaguara. 1997.

Sorela, Pedro. García Márquez, una aproximación a su vida y obra como periodista. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid: Facultad de Ciencias de la Información. 1985.

 

Profesora e investigadora del Tecnológico de Monterrey, Ciudad de México.

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Manuel Buendía y el estilo periodístico

  • Ponencia presentada en el Seminario sobre Periodismo SEP 1948.
  • «La primera falla de muchos alumnos universitarios es que no saben ortografía».
  • «El periodismo es un género literario que no cede en rango a cualquier otro».
Manuel Buendía - Foto: Archivo FMB

Manuel Buendía – Foto: Archivo FMB

El periodista Manuel Buendía Tellezgirón fue asesinado el 30 de mayo de 1984. Tres meses antes, el 21 de febrero, había participado en un Seminario sobre periodismo realizado por la Dirección General de Información y Relaciones Públicas de la SEP, cuyo titular era el sinaloense Ernesto Álvarez Nolasco y el secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles.

Esta es la versión estenográfica de su participación en memoria del aniversario 29 de su muerte. (NR).

México, D.F., 21 de febrero de 1984

Intervención del señor Manuel Buendía, sobre el tema “Estilo”.

Transcripción:  Jorge Luis Villa Acevedo

Publicado en  aquíEcatepec

-Sr. Antonio Rodríguez (presentación): No voy a tener la estulticia de decir quién es Manuel Buendía. Creo que todos lo conocen profundamente, de lo contrario no podrían estar interesados en el periodismo.

Pero me dijo Ernesto Álvarez Nolasco que dijera algunas palabras sobre él. Es lo que voy a hacer.

Baudelaire dijo que Daumier despertaba todos los días al pueblo de París con una sonrisa. Tenía razón el poeta de de Las Flores del Mal. El gran caricaturista francés provocaba todos los días, con talento, gracia y sarcasmo una sonrisa irónica, cargada de buen humor y, sobre todo, de sentido crítico.

Nuestro huésped de hoy despierta también, todos los días, a los lectores de la prensa nacional, ávidos de conocer lo que pasa en el país y en el mundo, con algo más tenso que una sonrisa: con un grito de alarma.

Él revela, denuncia, critica, pone al descubierto lo que corroe la vida de la nación y perjudica los intereses del pueblo; pero no lo hace con la voz agria del amargado, sino con la conciencia tranquila de quien está cumpliendo un deber, por eso la sonrisa forma parte de su lenguaje: es inherente a su personalidad y a su estilo. No comprenderíamos su columna sin el buen humor que la vuelve atractiva, de fácil lectura, elegante, aunque con cierta frecuencia hiriente.

Entre lo que asombra en el diario quehacer de este maestro del periodismo está la extraordinaria información de que su columna es constante testimonio. Para ello se necesita, como es obvio, un nutrido archivo que le ponga al alcance de la mano documentos, comprobaciones, fechas, lugares, testigos. Él posee ese archivo; pero su columna es de tal actualidad que sólo una información constante, diaria, casi diríamos al minuto, puede proporcionar. Eso lo debe el maestro Buendía a la red personal –Red Privada, le llamó él-, de informantes que por amistad o confianza en su periodismo le transmiten lo que el país debe conocer y también, y sobre todo, a su capacidad para investigar, conocer, reportear.

Justamente en la columna de hoy él hace la confesión de que para poder investigar a lo que él se refiere tuvo que recurrir al banco de datos del New York Times, a la revista alemana Der Spiegel, a la embajada de México en Bélgica y a las instituciones del Vaticano, justamente en la columna de hoy.

Por otro lado, la credibilidad de su columna hace que de todas partes del país y de todos los niveles de la población se dirijan a él en busca de una voz que sepa cómo hacerse oír.

La credibilidad de Manuel Buendía se debe, también, a su reconocida rectitud como periodista íntegro, que vive para servir a su causa, que es la causa de su país y de su pueblo.

Y no sólo a todo ello se debe que la columna de Manuel Buendía sea la más leída de México. Lo es porque no se limita a dar una información de interés general, veraz y difícil de obtener; lo es porque su columna -perdonen el plagio- es la más solida, es una columna que tiene ángel.

Aparte de escribir con un español impecable, como buen maestro que es, Buendía escribe, repetimos, con gracia. Es combativo cuando es necesario serlo, casi siempre, y la risa es con frecuencia un arma terrible de combate. No por casualidad es el miembro de número de la Academia, mejor dicho, de Angangueo, no sólo Ateneo.

Por eso repetimos que Manuel Buendía, como Daumier, el gran caricaturista francés, despierta diariamente al pueblo de México, -ayudándole a crear una conciencia cívica- con un lenguaje irradiado por la gracia que hace más contundente la verdad y la crítica.

-Sr. Manuel Buendía: Estas presentaciones y estos aplausos a veces son como las bienvenidas a los toreros de quienes se espera una gran faena y luego se convierten en cojines al final. Yo espero que no sea este el resultado.

Voy a hablar sobre el estilo periodístico.

Hablar del estilo podría convertirse en una experiencia desastrosa para mí, si no pusiera inmediatamente límites precisos al tema.

Voy a constreñirme a experiencias en el periodismo. Ustedes no podrán evitar -a menos que se marchen ahora mismo- que les endilgue recetas personales, probablemente sin ninguna aplicación a sus casos individuales. Pero todo esto llevará unos veinte minutos, y luego nos desaburriremos juntos, dialogando.

Esto es lo que me interesa. En realidad, cuando mi maestro Antonio Rodríguez me invitó a esta charla, acepté con la esperanza –o mejor dicho, la certidumbre- de obtener provecho personal.

Deseo confrontarme con ustedes; deseo escucharlos hablar sobre un oficio que no es común. El diálogo –tan abierto como ustedes quieran- va a resultarme enriquecedor. Escogí –escogimos- una actividad en la que el aprendizaje nunca termina. Un minuto antes de su muerte el verdadero periodista debiera estar preocupado por tener tiempo para comunicar lo que acaba de saber y aprender. Decía Chesterton que el periodista es el hombre que se quedó sin profesión. Traducido esto a nuestro lenguaje familiar, diríamos que somos “aprendices de todo y oficiales de nada”.

Justo en el instante de proclamarnos dueños del saber y la perfección, se inicia la decadencia. Como ya somos perfectos, descuidamos la lectura, silenciamos la autocrítica y desdeñamos la crítica externa… si es que alguna vez la admitimos sinceramente. Y entonces el lenguaje empieza a enmohecer; nos marginamos de las nuevas formas de expresión; nos quedamos a la zaga de los avances del periodismo que atañen a los redactores; dejamos que otros nos superen en aquellas especialidades en las que habíamos logrado destacar un poco; y, en fin, de pronto nos damos cuenta de que hemos perdido clientela, público, que ya casi nadie se acuerda de nosotros, y no importa si decimos o callamos. Para los fines prácticos del oficio habremos dejado de existir. Estaremos como las actrices pasadas de moda, patéticas en busca de un contrato que nadie les firma, porque no interesan ya. O como los toreros que olvidaron las duras exigencias de su oficio y se dejaron arrollar por las nuevas figuras.

Más les valiera retirarse definitivamente antes de aceptar la suprema humillación de ser incluidos como rellenos de un cartel para constatar cómo la indiferencia y hasta la burla del público barre con las últimas huellas de un antiguo prestigio.

Se dice que los médicos no se preocupan mucho de sus errores porque los entierran. Pero los periodistas publicamos los nuestros. Aunque lo intentemos, no es posible esconder nuestra ineficacia. Si hoy escribimos mal o siquiera un poco deficientemente, mañana se publicará tal cual o quizá peor, cuando a nuestra imperfecta redacción se agregan erratas de tipografía, para mayor vergüenza de nosotros.

Hay por supuesto unos periodistas mejores que otros. Pero sería más exacto decir que hay periodistas que estudian y trabajan más que otros. La diferencia no está, pues, en el vestir o el andar. Lo que hace la diferencia es el esfuerzo que se ponga para alcanzar estos dos objetivos: la posesión real del idioma y el desarrollo de un estilo.

Después de un cuarto de siglo en la docencia del periodismo puedo asegurar que hoy la primera falla de muchos alumnos universitarios es que no saben ortografía.

Se sorprenden cuando les digo que en esas condiciones sería un poco difícil que consigan empleo en alguna redacción, sobre todo ahora que tantos periódicos están despidiendo redactores, o de plano clausurándose, para bien de esta parte de la humanidad.

Y si les fallan los acentos y se les atragantan las comas; y si en una palabra de cinco letras son capaces de equivocar tres de ellas, o si piensan que el maestro en el uso de admiraciones e interrogaciones se llama Galindo Ochoa, imagínense ustedes -¡imagínense!-, la clase de atentados que cometen contra la sintaxis.

Jamás he podido –o tal vez no he querido- explicarme cómo fue que esos jóvenes llegaron a la Universidad sin que algún enérgico profesor de castellano los hubiera anclado en la secundaria, hasta haber demostrado que ya sabían escribir dos frases seguidas sin atropellar la gramática.

Escribir con una elemental corrección es lo menos que se le puede exigir a un redactor de periódicos. Hacerlo con estilo ya es otra cosa.

José Alvarado fue uno de los grandes periodistas de nuestra época y  de cualquier otra también. Era dueño de un estilo tan suyo –valga el pleonasmo-, que con él se fue, quizá para siempre. Otros creadores han tenido imitadores más o menos aptos, y aún continuadores capaces de la recreación estilística. Pero no Alvarado.

A su muerte, “El Día” publicó un suplemento en que varios colegas hicieron recuerdo de los méritos literarios de aquel periodista impar. Entre esos artículos hubo uno que me atrajo especialmente. Lo he vuelto a leer con renovado deleite. Permítanme que recuerde aquí los dos últimos párrafos de ese artículo:

Comienza la cita:

“Muchos son, a no dudarlo, los méritos de José Alvarado -la cultura, la integridad como hombre, la independencia como periodista- pero ninguno subyuga tanto como el de haber entregado al periodismo, que para muchos es cosa menor, el dominio magistral del verbo hasta convertirlo en medio y fin de una manifestación superior del espíritu. Y no es que él haya sabido escribir mal, como con tanto ingenio sugirió su compañero y amigo Ocampo Ramírez. Él escribió bien por vocación, pero también por un oficio al que consagró el mejor de sus desvelos y la más severa de sus disciplinas. Escribió bien por el alto respeto que le mereció el periodismo.

“Al magnificar con un estilo propio de los grandes géneros el ejercicio diario de escribir, Pepe Alvarado magnificó también a las cosas y a los hombres del mundo en el cual vivimos: los payasos, las actrices y las creadoras de perfumes exquisitos, que tanta falta hacen a quienes quieren vivir, sin asfixiarse, en el ambiente contaminado por las grandes poluciones del siglo”. Fin de la cita.

Tal vez ahora ustedes estarán de acuerdo conmigo en que ese es un artículo notable. Contiene una lección para todos los periodistas. Hace un elogio sustantivo de José Alvarado y al mismo tiempo el autor despliega un estilo excepcional. Ustedes habrán disfrutado la exactitud y la galanura del lenguaje. Hay una precisa construcción de las frases, pero no mecánica sino artística. Palabras de uso común aparecen aquí con una luz nueva. Este artículo magistral demuestra que el periodismo no es barata artesanía, sino un género literario cuyas exigencias, si cumplidas, crean belleza.

Nos emociona el remate. Una siempre difícil coronación de lo que ya estaba bien escrito pero carecía aún de la exaltación final.

Esto, en conjunto, no es sólo corrección gramatical; es plena posesión del idioma. Pero es también algo mejor y más alto. Esta magia se llama estilo.

Ustedes querrán saber quién fue el autor de este artículo sobre José Alvarado. Debo decirles que muchísimos más artículos, tan buenos como éste -o reportajes, crónicas y ensayos-, ha publicado en numerosos periódicos; él, como Alvarado, tampoco sabe escribir mal; él como los verdaderos maestros, no deja de dar una lección en cada tema que escribe; él como los auténticos periodistas, continúa estudiando, aprendiendo cosas nuevas, efectuando magníficos descubrimientos y paseando su vivo interés por lo cotidiano o lo excepcional. Debo decir, además, que está aquí y se llama Antonio Rodríguez.

Releamos, pues, a José Alvarado, busquemos otra vez las viejas crónicas y artículos de Renato Leduc, analicemos a Martínez de la Vega, a Granados Chapa, a Poniatowska, a Carreño Carlón, Aguilar Camín, Angeles Mastretta, Reyes Razo, García Soler, Luis Gutiérrez, Monsiváis, Cristina Pacheco… hagamos esto y sabremos lo que es estilo.

Nos estaríamos asomando a una variedad de formas personalísimas de escribir. Veríamos en unos la eficacia del razonamiento; la brillantez para rescatar la gracia del lenguaje coloquial, o para dar sonoridades nuevas a palabras a palabras que por el uso y el abuso de malos redactores, parecían desgastadas irremediablemente.

Fue Enrique Ramírez y Ramírez uno de los mejores articulistas que he conocido. Hombre de sobresaliente cultura -como éstos cuyo nombre he mencionado-, nunca hacía alardes de erudición y jamás empleaba términos que no fueran del dominio popular. Sus frases se desenvolvían con una sencillez fascinante, y de pronto se convertían en un arrebato de elocuencia. Se erguían las palabras comunes con una súbita recuperación de su dignidad; y la argumentación política, la denuncia o la crítica golpeaban como mandarrias, aunque bien es sabido que don Enrique disfrutaba más manejando el estoque florentino de la ironía.

Si ustedes estudian esos ejemplos de buen estilo periodístico, en medio de la diversidad hallarán características comunes.

Una de ellas es la antisolemnidad. Son solemnes los culteranos, los retóricos, los safios y los impotentes. La solemnidad es un refugio para quienes pretende esconder su incapacidad ante el desafío permanente del periodismo, que consiste en saber enfrentar las mayores complejidades -descripción o razonamiento- con un lenguaje fresco, ágil, sencillo, ameno, y además, perfectamente capaz de crear belleza literaria.

El periodismo no es ente menor, repiten sus defensores. Rigurosamente, el periodismo es un género literario que no cede en rango a cualquier otro.

Pero es un género literario que se practica bajo presión. La emociones presionan al periodista; las circunstancias lo agobian, sobre todo la monstruosa tiranía del reloj. De ahí la tremenda dificultad de crear con el lenguaje los valores de la exactitud, la brillantez, la eficacia y aún el disfrute estético.

Se acostumbra hacer la distinción entre escritor y periodista. Pero conozco respetables escritores que habiendo intentado el periodismo, se dieron por vencidos. Porque no es lo mismo tomarse semanas, meses y hasta años para terminar una obra, que vérselas todos los días con los apremios que estrujan al periodista. De ahí que constituya un mérito la redacción simplemente correcta de una noticia o un reportaje, y se alcance un estadio superior cuando al periodista, con la misteriosa alquimia de su estilo, crea arte literario, como en los ejemplos que me he permitido poner hoy ante ustedes.

Describiríamos así en varias partes la otra característica común: no incurren en solecismos, no abusan del hipérbaton, aplican las normas sobre el régimen de los verbos; cuidan de no ponerse trampas a sí mismos con las anfibologías. ¿Qué significa todo esto? Significa una sólida posesión del idioma castellano.

Cuando admiramos en un edificio la textura de los cristales, del bruñido acero o del aluminio aplicado a la fachada, es posible que nos olvidemos de que la arquitectura no es adorno y exterioridad, sino que el resultado final, si bello, se sustenta y predetermina por las formas y calidades de la armazón interior, la cual a su vez nace de planos cuidadosamente elaborados.

Lo mismo ocurre con el estilo periodístico. No se trata de adornos o encajes prendidos del aire con alfileres, sino de un producto del talento y la cultura, que requiere una base sustentante.

El sustento del estilo es la gramática. Así de simple.

Si no se aplican las reglas de la sintaxis a la construcción de cada frase, entonces no hay estructura sobre la cual pueda edificarse el estilo. Aún más: la estructura gramatical es parte del estilo. Este sin aquélla no es posible. El estilo recrea formas de la sintaxis pero en el fondo nada se inventa, y uno está permanentemente sujeto a las reglas básicas, que son fuente de armonía y florecimiento del lenguaje.

Sabemos que el estilo se desarrolla, se pule, se perfecciona. Alguna vez recomendaba a un grupo de estudiantes que fueran a un taller de lapidarios en San Juan del Río para que observaran cómo de pedazos de mineral de grosera apariencia iban surgiendo los ópalos, las amatistas, los granates y otras gemas.

Ahora bien, ¿es el estilo como una de esas piedras que podemos ir a comprar a San Juan del Río para luego pulirla en nuestras casas? ¿El estilo nace o se hace? ¿Algunos periodistas ya lo traían en los genes y otros definitivamente no? ¿Uno lo encuentra casualmente a la vuelta de la esquina?

Pienso que no es un factor hereditario; pero tampoco obra del azar. El estilo es resultado de una búsqueda personal, intencional completamente, e incesante. Como el brillo y la textura de ciertas gemas, se puede perder por descuido o indolencia. Una vez adquirido, pues, requiere de constante vigilancia, cuidado y pulimento.

¿Cómo adquirir estilo? Es la pregunta difícil a contestar en esta charla.

Creo que el paso más importante está dado cuando el periodista asume frente a sí mismo una gran decisión de rebeldía contra la mediocridad.

Decidirse a no ser del montón, es ya un avance en el camino hacia la singularidad. ¿Qué otra cosa es el estilo sino el logro de las formas de expresión singulares, personalísimas?

Pero habrá que estar muy consientes de lo que significa esta decisión. No son pocos los que se han quedado en la simple declaración inicial, porque sabiendo después de las responsabilidades y esfuerzos que aguardaban en el camino, se arredraron. Prefirieron retornar al plácido refugio de la mediocridad, para, desde ahí, por supuesto, volverse críticos acerbos de quienes sí pudieron sacer un pié adelante.

Me parece oportuno advertir a ustedes que en el periodismo no hay peligro mayor que provocar a los mediocres. En una redacción, éstos forman una secreta hermandad cuyo único fin consiste en hacer amarga la vida a los que destacan.

¿Por dónde iniciar nuestra búsqueda? Creo que, según lo que llevamos visto, debemos empezar a hacernos un honrado examen sobre conocimientos gramaticales. Tenemos que regresar a alguno de los textos que usamos en la primaria y luego retomar el libro de gramática superior, de la preparatoria. Es necesario que nos probemos a nosotros mismos si aún conservamos la capacidad para hacer un ejercicio de análisis sintáctico sobre un párrafo del Quijote, por ejemplo.

Desde luego, no estoy hablando para los consagrados. Me dirijo a los jóvenes estudiantes de periodismo, a los redactores principalmente y hablo para mí mismo, porque después de 40 años de haber comenzado mi aprendizaje, todavía se me dificultan muchas cosas. No acabo de entender y sobre todo dominar ciertas complejidades de nuestro idioma que es el más hermoso, pero uno de los más difíciles.

No nos vendría mal, pues, meternos a un buen taller de redacción. Pero al mismo tiempo -y esta es otra de las claves importantes- debemos multiplicar extraordinariamente nuestras lecturas.

Leer poco -sólo un periódico al día, una revista a la semana y un libro allá cada dos o tres meses- sería una de las recetas más eficaces para nunca salir de la mediocridad.

En cambio, la lectura abundante suele dar tan generosos resultados que hasta cura la mala ortografía, causa de tanto desempleo de periodistas en la actualidad.

Ustedes (que trabajan en la Secretaría de Educación Pública) ¿qué excusa podrían tener para no lanzarse deleitosamente a la lectura -o relectura- de Rulfo, Arreola, Fuentes, Paz, Vasconcelos? (La espléndida tarea editorial del grupo que dirige Miguel López Azuara debe beneficiar, en primer término, a ustedes mismos).

Deleitosa pero también crítica lectura. Nada que llegue a nuestras manos debe salir de ellas sin un análisis, sin una reflexión. Tomemos cada texto para llenarlo de subrayados y de anotaciones al margen. Dejemos marcas múltiples en los libros para volver a páginas selectas. Recortemos y archivemos todo lo que nos llame la atención en periódicos y revistas.

Si hacemos esto -y aquí va la clave número tres- habremos emprendido un camino sesgado pero eficaz para construir el estilo: la imitación.

No sé si parezca herejía a algunos: pero se puede comenzar imitando. De hecho, aún los grandes escritores, en un momento de su obra, imitan consciente o inconscientemente. Luego los críticos literarios encuentran que fulano “tiene influencia” de mengano.

Para un redactor en busca de estilo puede resultar interesante esta experiencia de imitar a otro con deliberación.

Pero esta medicina es de aquéllas que deben tomarse bajo prescripción y vigilancia. Son claramente comprensibles los riesgos que se corren.

El más importante cuidado que debe de tenerse consiste en saber escoger los modelos para imitar. Si por ejemplo, ustedes leen a Sánchez Steinpreiss en Impacto, van a terminar escribiendo como él. Por ahí mismo sería fácil encontrar otros antimodelos. Como el de ese permanentemente iracundo señor que apenas iniciado la oración principal abre guiones, dentro de los guiones mete paréntesis, y dentro de éstos un buen número de frases incidentales, con negritas, cursivas y versales, en un frenético galope. Total: cuando por fin cierra los guiones, el lector ya no sabe dónde quedó el predicado de la oración principal. Esto, suponiendo que le hubiesen alcanzado el aliento y el interés para llegar hasta ahí. (Y veo que sí leen Impacto porque todos traen en la mente la persona que acabo de nombrar).

Así pues, hay lecturas que debieran estar prohibidas; no por represión política, sino por asepsia. Mientras se logra esta acción profiláctica, bueno es advertir que quien lea a estas personas lo hace bajo su más estricta responsabilidad.

Ocurre que los malos modos de escribir se pegan como los cardos a la ropa cuando uno va de paseo al campo, y luego casi no es posible quitárselos de encima. En cambio las cualidades de los buenos escritores son mucho más difíciles de desentrañar y aprender; más difíciles todavía de imitar.

Esto de la imitación puede esconder acechanzas como el consumo del alcohol. Comenzamos tomando una o dos copitas de lo que anuncian tan bonito en la televisión; unos días después se nos empieza a notar que solemos tomar bastante más de dos copitas, y luego ya no podemos prescindir del licor.

En efecto, hay quienes se quedan en la simple imitación. Tal vez nacieran sólo para eso. Pero inmediatamente se les nota y son orillados por la clientela que buscan originalidad. Siempre será preferible una gema modesta pero auténtica a un brillante falso.

En cambio, una dosis intencional pero controlada de imitación sobre un estilo excelente, no hace mal a nadie. Al contrario, pueden sacarse de ahí beneficios. Se dan casos en que el contacto tan directo con el lenguaje de los creadores, sirven de disparador al estilo propio. Es como si un buen ingeniero de minas nos llevara de la mano hasta donde está nuestro personal hallazgo; o como si al manejar sustancias en el laboratorio, de pronto diéramos con el descubrimiento que habremos de patentar como propio, para que nadie nos lo robe y si nos lo imitan que nos paguen regalías.

A partir de ese afortunado encuentro, vamos a ir disminuyendo rápidamente el componente extraño de nuestro estilo. Habremos cosechado nuestro propio vino y dejaremos en paz las barricas ajenas. No totalmente en paz, precisemos, porque siempre convendrá vigilar las cosechas de los competidores, para cerciorarnos de que nuestro vino no sólo conserva su calidad, sino la mejora.

La siguiente clave consiste en hacernos devotos cultivadores de la conversación, porque éste es un ejercicio magnífico cuyos resultados se reflejan en el estilo de escribir.

Ustedes habrán notado que los buenos escritores hablan casi también como escriben. La sencilla explicación está en la antigua sentencia: “De la abundancia del corazón habla la boca”. Nadie será capaz de plasmar belleza literaria en las páginas de un libro o de un periódico, si constantemente no está nutriendo su espíritu con tal riqueza. Nadie puede dar lo que no tiene.

Dejemos, pues, las conversaciones banales, y ocupemos el tiempo tan escaso en cultivar el arte de la conversación tanto para afinar y disciplinar nuestro propio léxico, cuanto para enriquecernos con los destellos del lenguaje oral de esos escritores y periodistas cuyo estilo nos interesa.

Y no olvidemos que el mejor conversador es aquél que sabe escuchar. Cuando tengo el privilegio de platicar con un personaje de la literatura contemporánea -y esto incluye, insisto, al periodismo- entonces me dedico casi exclusivamente a escuchar.

Todo aquello que me diga el personaje, habrá de ayudarme a ampliar conocimientos y a mejorar modos de expresión. Debemos ser tan enérgicos en este ejercicio que conviene anotar las locuciones particularmente felices, brillantes, ingeniosas, penetrantes, conmovedoras, etcétera. Nos van a servir después.

Quizá a estas alturas alguien en la sala estará pensando que yo trato de inducirlos al plagio. Tanto como eso, no; pero si alguna vez fuésemos acusados de tal, recordemos la frase de aquel poeta que, tildado de plagiario, se defendió diciendo: “Yo tomo lo mío donde lo encuentro”.

La última clave o receta que quisiera entregarles es ésta: Manténgase redactando todo el día. Se puede redactar en sueños, o durante las faenas del aseo personal. Cuando uno va prisionero en el taxi, el autobús o el Metro, se pueden hacer preciosos ejercicios de redacción. En la pizarra de la imaginación se intentan descripciones de objetos y personas que nos rodean; la gimnasia mental no tiene límites. En esos instantes, por ejemplo, es cuando vamos a resolver la estructura de una frase que se nos había estado negando, y que tan importante es para afinar el párrafo principal del artículo que ya tenemos avanzado.

James Thurber, un escritor norteamericano famoso por sus obras humorísticas, relataba lo siguiente:

“Yo nunca sé con seguridad cuándo no estoy escribiendo. Algunas veces mi mujer se me acerca en una fiesta y me dice: ‘Maldita sea, Thurber, para de escribir’. Por lo general, me agarra a la mitad de un párrafo. O bien mi hija levanta la vista de su plato, cuando está comiendo, y pregunta: ‘¿Papá está enfermo?’ y mi mujer le contesta: ‘No, está escribiendo algo’”.

Bien, aquí termina mi recetario. Si después de esto un redactor en busca de estilo no lo encuentra, será por cualquiera de estas dos causas: no servía ninguna de mis recetas, o él nació así, sin estilo. En este último caso, bastará que trate de redactar con básico respeto a las reglas de la gramática. Los lectores quedarían moderadamente agradecidos.

Gracias.

 

Memoria del Seminario sobre Periodismo

SEP

Dirección General de Información y Relaciones Públicas

Memoria del Seminario sobre Periodismo

20 – 28  de febrero de 1984

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Actualidad de Watergate: Una introducción al estudio de la fijación de agenda

  • Aunque los medios no son muy eficaces en decir a las audiencias cómo pensar, sí lo son en decirles en qué pensar.
  • Análisis de los personajes que protagonizaron uno de los mayores escándalos políticos en la historia.
Imagen: “Richard Nixon, Time cover April 30, 1973, “The Watergate Scandal“” por Cliff @ Flickr

Imagen: “Richard Nixon, Time cover April 30, 1973, “The Watergate Scandal“” por Cliff @ Flickr

“El estudio del pasado tanto reciente como distante

 no revela el futuro, pero sí ilumina el camino

 y es un remedio útil para la desesperación”.

Bárbara Tuchman

 Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

Presentación

La generación de jóvenes reporteros que arribó a los medios de la capital de la República entre mediados de los sesenta y mediados de los setenta del siglo pasado, fue en muchos sentidos privilegiada. Formada en las aulas a diferencia de aquélla que veló sus armas en las redacciones –en donde sobresalieron nombres como Buendía, Scherer, Borbolla, Valadés, Téllez y Ramírez de Aguilar, por citar sólo media docena- se nutrió en lo mejor de dos mundos: el periodismo heroico del México que transitaba a la modernidad después del 68 y los nuevos territorios de la democracia en los que la prensa dejaba de ser la comparsa del poder y se erigía como su contrapeso.

En 1971 la revelación del expediente secreto del Pentágono que documentaba las mentiras, errores, decepciones y carnicerías del gobierno de Estados Unidos en Vietnam, fue escuchada en las redacciones capitalinas cual clarín que llama a la batalla, la confirmación del quinto poder como realidad republicana. En 1972 el escándalo Watergate electrizó de nueva cuenta al periodismo mexicano y su culminación en la renuncia de Nixon el 9 de agosto de 1974, hizo de Ben Bradlee, el director de The Washington Post, un héroe de aquella generación. Cuando Todos los hombres del Presidente fue llevada a la pantalla, quizá no haya habido reportero que en su interior no estuviera convencido de que podría emular, así fuera un poquito, a Woodward y a Bernstein.

Esta visión idealista y romántica –compartida en términos generales por la prensa mexicana y en particular por los jóvenes reporteros con igual intensidad que sus similares estadounidenses- fue quizá el telón que impidió que en aquel momento se formularan con precisión las preguntas pertinentes sobre las causas profundas de Watergate y acerca del verdadero papel que la prensa jugó en el episodio. Flotaba en el ambiente la sensación de que la prensa era el verdadero motor de la democracia, el territorio de la justicia, el ariete de los buenos para derribar los muros de la corrupción.

En ese tiempo, los estudios de periodismo apenas cumplían 20 años y prevalecía la idea de que los reporteros se forman en la calle y no en los salones. Los jóvenes, en términos generales, no se esforzaron por ganarse el respeto de sus antecesores, a quienes consideraban, con excepciones, en lo mejor, superficiales, y en lo peor, corruptos. Su bagaje de lecturas de los teóricos de aquel tiempo, casi todos extranjeros (Schramm, Rogers, Lerner, Berlo, McLuhan, Moles, Packard, Mattelart, con algunas estrellas vernáculas como el yucateco Antonio Menéndez), con sus aldeas globales, microsociologías, propagandas ocultas, funcionalismos, formas, diseños, difusionismos, etcétera, los hacían más sensibles a las hazañas del periodismo norteamericano o europeo que al de su país.

Los años transcurridos, la mayor experiencia y los nuevos estudios y reflexiones, han revalorado aquella imagen del papel de la prensa en la construcción de las sociedades democráticas: la prensa -y por extensión los medios- es uno de los motores de la democracia, no el único y quizá tampoco el cardinal. En este trabajo se examinan los actores y el contexto histórico de Watergate en un intento por explicar cómo los medios, si bien no son muy eficaces en decir a las audiencias cómo pensar, sí lo son en decirles en qué pensar.

 

Introducción

Watergate no fue un accidente, como no lo es la supuración que se pone al descubierto por una incisión de rutina. Fue el resultado de una época turbulenta y de la participación de actores cuyas personalidades fueron como agentes reactivos que precipitaron y pusieron al descubierto la trama de una conspiración desde el poder.

Entre los años 1960 y 1974 se pueden ubicar tres antecedentes clave que dan contexto al episodio: la abortada invasión a Cuba en Playa Girón[1] en abril de 1961, la “crisis de los misiles” en Cuba en agosto de 1962, y la filtración de un expediente sobre el conflicto en Vietnam en junio de 1971 que pasaría a la historia con el sugerente título de “Los papeles del Pentágono”.

En aquella época varios grandes diarios norteamericanos, particularmente The New York Times, se habían enfrentado en los juzgados con un gobierno que veía en las revelaciones de la prensa no sólo un peligro para sus políticas domésticas e internacionales, sino el origen de la creciente inquietud social en el país.

Cuando el New York Times tuvo la información de que la cia organizaba el desembarco de fuerzas anticastristas en Cuba en 1961, el gobierno de Kennedy presionó al diario para detener la información y “no poner sobre aviso al dictador”. El diario acató y quedó una mancha en el honor de la casa. Un año después el episodio se repitió casi sobre las mismas líneas cuando el rotativo se aprestaba a publicar anticipadamente los pormenores de una posible operación militar contra las bases de misiles en Cuba, que finalmente no pasó de la mesa de escenarios posibles.

Kennedy era un maestro del medio electrónico y lo utilizaba para equilibrar las noticias de los medios impresos[2]. Su secretario de prensa, Pierre Salinger, pensaba que junto con las cadenas de televisión, las agencias noticiosas eran la herramienta más poderosa puesto que alimentaban a cientos de otros medios. Salinger incluyó a reporteros de estos medios en los pools[3] presidenciales.

Pierre Salinger

Pierre Salinger (Photo credit: Wikipedia)

Además de promover en los medios informaciones favorables a la política del régimen, esta mecánica tenía otro fin estratégico. En aquellos años de guerra fría y constantes crisis, las comunicaciones en general y las diplomáticas entre la URSS y los EUA en particular no tenían la agilidad que hoy conocemos. Los comunicados oficiales entre el Kremlin y la Casa Blanca podían tardar días mediante los canales diplomáticos normales, mientras que gracias a las cadenas y a las agencias el Presidente podía hacerse escuchar rápidamente en la nación y en el mundo. Esto fue de particular importancia durante la llamada “crisis de los misiles” cubanos, ya que los soviéticos monitoreaban la radio, televisión y prensa estadounidense y los norteamericanos Radio Moscú, Tass y Pravda. Así lo recordó Salinger:

Hubo momentos de desesperación durante la crisis de los misiles cubanos, cuando las comunicaciones entre JFK y Jruschev se demoraban horas debido a la total insuficiencia de los canales diplomáticos. Decidimos enviar las declaraciones de JFK directamente a las redes y los servicios de cables, sabiendo que Moscú estaba monitoreando nuestras frecuencias de radio y los cables informativos y recibiría los mensajes con horas de anticipación. Jruschev hizo lo mismo con Radio Moscú y Tass y la aceleración de las comunicaciones muy bien pudo ser un factor para impedir la escalada de la crisis. Esta necesidad de la comunicación instantánea fue la razón del rápido acuerdo tras la crisis cubana para instalar un sistema de comunicación directa vía teletipo entre Washington y Moscú.[4]

La administración Kennedy vivió la guerra fría y estuvo signada por constantes y delicadas crisis políticas en las que la prensa jugó un papel importante. Algunos de los actores clave de aquellos eventos reconocieron posteriormente que si el gobierno no hubiese estado preso en el pantano del secreto de Estado y la prensa hubiese tenido mayor acceso a la información y más capacidad de acción, operativos que sólo trajeron descrédito al gobierno de Kennedy, como la invasión de Playa Girón, se hubiesen evitado. Por otra parte muchos de aquellos medios consideraban que era un deber patriótico mantener en reserva informaciones sobre las crisis o bajarlas de tono para no perjudicar los operativos militares de su país.

Algunos momentos del rol “patriótico” de la prensa en aquellos años:

  • El 19 de noviembre de 1960 The Nation publicó un editorial titulado “¿Estamos entrenando a guerrilleros cubanos?” en donde se hablaba de una invasión a la isla. En enero siguiente el New York Times confirmó el entrenamiento, mas dijo que las autoridades explicaron que no era para invadir la isla, sino para preparar una fuerza de defensa en caso de que los castristas decidieran atacar.
  • En abril, el New Republic hizo llegar al asesor presidencial Arthur Schlesinger las galeras de un artículo titulado “Nuestros hombres en Miami” que el mismo Schlesinger llamó “un relato cuidadoso, exacto y devastador de las actividades de la cia entre los refugiados (cubanos)”. Schlesinger le llevó el artículo a Kennedy, quien expresó la esperanza de que se le pudiera retener. La revista aceptó, escribió Schlesinger, “en un acto patriótico que me dejó extrañamente incómodo”.
  • Tad Szulc, del New York Times, tuvo la nota del entrenamiento de cubanos para una invasión, misma que se publicaría en primera plana. El director del diario consultó con James Reston, quien sugirió que no se incluyera la fecha del desembarco; también se expurgó toda mención a la cia. Los editores protestaron. Nunca antes se había cambiado la primera plana del Times por razones políticas. Hablaron con el propietario, Orvil Dryfoos. Éste dijo que estaban de por medio la seguridad nacional y la protección de las vidas de los invasores.[5]

Pese a la autocensura y restricciones voluntarias, Kennedy enfureció por lo poco que se publicó y dijo a Salinger:

“¡No puedo creer lo que estoy leyendo! Castro no necesita agentes aquí. Todo lo que tiene que hacer es leer nuestros periódicos. Ahí está todo detallado”.[6]

El desembarco en Playa Girón el 17 de abril de 1961 fue un rotundo fracaso y un severo golpe a la imagen del gobierno de Kennedy. Los invasores no pudieron avanzar más que algunos cientos de metros antes de ser sometidos por fuerzas cubanas bien pertrechadas, entrenadas y conocedoras del terreno. El alzamiento popular vaticinado por los anticastristas nunca se dio. Al comprender las dimensiones del fracaso y las consecuencias de una participación abierta del ejército estadounidense, Kennedy se negó a autorizar la intervención de la Fuerza Aérea en apoyo a los invasores (Donaldson, 2000).

La reacción de la prensa no se hizo esperar. Los grandes diarios se sintieron utilizados, como también el embajador ante la ONU Adlai Stevenson, quien se presentó a la asamblea para negar los planes de invasión, de los que no había sido informado.

El Presidente fue criticado por su negativa a hablar sobre la cuestión cubana en su primera conferencia de prensa posterior (‘No creo que sirva a ningún propósito nacional útil que me explaye más sobre la cuestión cubana esta mañana’). Le dijo con amargura a Salinger: ‘¿Qué hubiese podido decir que ayudara a la situación? ¿Que hicimos el papelón de nuestra vida? ¿Que la cia y el Pentágono son estúpidos? ¿A qué fin creen ellos que serviría que se registrara eso? Vamos componer esto muy pronto. Los editores tienen que entender que estamos siempre al borde de la guerra y que hay cosas que estamos haciendo de las que no podemos hablar.[7]

Kennedy era de los persuadidos de que son los medios y no los hechos que los medios reportan, los causantes de los descalabros políticos. Dos semanas después del frustrado operativo contra la isla, en reuniones de dos agrupaciones periodísticas, dijo que Playa Girón había dado una importante lección que aprender y que en el manejo de informaciones delicadas los editores debieran preguntarse si se afectaba la seguridad nacional antes de publicarlas. El llamado no cayó en oídos amables.

Los presentes entendieron que eso era un pedido de cierta forma de autocensura. El Post-Dispatch de St. Louis advirtió que eso podía “hacer de la prensa un arma oficial en los países totalitarios”. El Star de Indianápolis dijo que Kennedy estaba tratando de intimidar a la prensa. El Times de Los Ángeles dijo que era un Kennedy “rumiando la adversidad” el que con enojo trataba de convertir a la prensa en chivo expiatorio. Advirtiendo que la prensa había aceptado las reglas de la administración, el Times escribió que en lugar de que el Presidente reprendiera a la prensa, “se debió amonestar a la prensa por dejarse engañar.[8]

En 1966 se supo que durante una reunión en la Casa Blanca Kennedy dijo en un aparte al director ejecutivo de The New York Times, Turner Catledge que si se hubiese publicado más sobre la operación se habría evitado un error colosal. Un año más tarde el Presidente le confió algo parecido al propietario del Times, Orvil Dryfoos. (Small, 1977).

En 1967 el senador Robert Kennedy expresó ante editores de diarios:

Obviamente, la publicación de los planes de batalla norteamericanos en época de guerra pondría irresponsablemente en peligro el éxito y arriesgaría vidas [pero] la más amplia difusión en la prensa de los planes para invadir Cuba  -conocidos por muchos periodistas y patrióticamente mantenidos en secreto- hubiese podido evitar Bahía de Cochinos. Al apreciar retrospectivamente las crisis, desde Berlín y Bahía de Cochinos hasta el Golfo de Tonkin, o incluso los últimos quince años, puedo recordar pocos casos en que la revelación de grandes consideraciones políticas hubiese perjudicado al país y muchas instancias en que la discusión y el debate públicos condujeron a decisiones más meditadas e informadas.[9]

¿Playa Girón marcó el fin de la luna de miel de Kennedy con la prensa? Es una suposición. En todo caso es de destacarse que fue durante esa administración cuando se sentaron las bases del “manejo de la prensa”, es decir, de los medios, que con distintos grados de refinamiento es hoy el distintivo de las unidades de comunicación social públicas y privadas.

 

Medios de comunicación y democracia

La discusión sobre el papel que juegan los medios en la promoción y fijación de los valores democráticos es antigua. Sin embargo, de una percepción de que los medios son el motor de la democracia en las sociedades representativas, se ha derivado a un análisis más acotado: los medios generan ambientes de reflexión. No le dicen a la sociedad cómo pensar, pero sí en qué pensar. Son una de las principales fuentes de los temas para las agendas políticas y sociales.

Richard Milhous Nixon, 37th President of the U...

Richard Milhous Nixon, 37th President of the United States (Photo credit: Wikipedia)

Un ejemplo de libro de texto para el estudio de esa relación es el papel que el diario estadounidense The Washington Post tuvo en el “caso Watergate” entre 1971 y 1974, escándalo político que culminó con la primera renuncia de un Presidente de los Estados Unidos, el enjuiciamiento de 40 altos funcionarios del gobierno y la condena a prisión de 13 de ellos.

Veremos aquel episodio como una aproximación para deslindar y acotar los espacios en que se movieron los actores principales -el Post, otros medios, el electorado y el gobierno- y valorar el peso de cada uno de ellos en la conformación de la agenda social y política, es decir, el conjunto de temas que son motivo de reflexión en una sociedad.

Bárbara Tuchman[10] sostiene que el historiador ha de insertarse en la época que estudia y mantenerse dentro de los límites de lo conocido en ese tiempo. Hace cuatro décadas era “la prensa” y no “los medios” el objeto de estudio en materia de opinión pública y movilización social. Adicionalmente, Jay Rosen[11] plantea que el término “prensa” tiene un timbre republicano que resulta ajeno a los medios electrónicos. Por tales razones y puesto que el presente trabajo se circunscribe a la participación de un medio impreso en un hecho político, salvo algunas referencias necesarias a la televisión y su escasa participación en aquel episodio, ésta no es materia del presente estudio.

Se admite de manera casi automática la relación entre medios masivos y democracia, y se asigna a esta conexión un papel decisivo para el ensanchamiento y profundización de este valor social. Sin embargo, la comunicación tiene una vida concreta que se desarrolla día con día en distintos medios y particularmente en sus segmentos informativos, suele acusar problemas de audiencia: la prensa tiene escasos lectores y los noticieros de radio y t.v. difícilmente superan en rating a los programas de entretenimiento.

Lo que resulta de esta situación es la paradoja de la importancia que atribuimos a los medios en la democratización de las sociedades y la importancia relativa que éstas dan a aquéllos. Parece no haber reciprocidad. Esto lleva a la reflexión de que, en tal contexto, el valor de los medios estriba quizá más en su carácter político que en su naturaleza comunicadora o de difusión.

En la gran mayoría de los ejemplos de penetración e influencia de los medios en los procesos sociales -de casi cualquier sociedad- se puede identificar una actuación política de los medios.

Pensemos en el papel cada vez más ritualizado de la importancia de la comunicación. Esto es, cómo en las sociedades modernas o las más desarrolladas, se le está dejando cada vez más a los medios la responsabilidad de decidir sobre aquello que afecta la vida social y la vida política.

El hombre medio parece haber decidido que la importancia y la credibilidad de los medios puede llegar a reemplazar su opinión y actuación, reemplazo que se antoja muchas veces como letargo, como alejamiento de los hombres de la actividad que a lo largo de su historia le ha caracterizado: la política.

No parece extraño entonces que algunos consideren el quehacer político como patrimonio casi exclusivo de los medios. Una realidad que se puede constatar cada vez con mayor frecuencia es la extendida percepción de la existencia de los hechos merced a su inclusión en los medios. Y como consecuencia la sensación de que lo que no nos es servido por los medios no existe, o corresponde a una dimensión ajena.

En la discusión sobre el papel de la prensa en la construcción de las sociedades democráticas, ha habido momentos en que su participación se ha exaltado y otros en las que se ha desdeñado. Por citar de memoria dos ejemplos extremos: la declaración de Tomás Jefferson de que “es preferible un país sin gobierno a uno sin periódicos”, y la de Voltaire, quien consideraba que “los periódicos son el archivo de las bagatelas”.

Que prensa y democracia se encauzan y determinan recíprocamente ha sido una creencia ampliamente extendida. También que todos los actores sociales, incluida la prensa, son en última instancia los protagonistas de una puesta en escena que es el perfeccionamiento de la democracia.

¿Hasta qué punto la prensa reconoce y se beneficia de este rol? ¿Tiene realmente la llamada sociedad civil alguna posibilidad de inhibir la pretensión de los periódicos de ser los paladines de la democracia cuando manifiestamente están lejos de serlo, al menos como continuidad? ¿Existe la posibilidad de configurar mecanismos de comunicación que permitan avanzar hacia el ideal de democracia que cada sociedad tiene?

Esta visión pudiese parecer exagerada, pero no lo es si aquilatamos la extensión y profundidad que los medios alcanzan en el tejido social. Quizá un camino inicial pase por desconfiar de afirmaciones complacientes y tranquilizadoras, de la especie: “prensa y democracia se encauzan y determinan recíprocamente”. No hace bien a uno ni a otro concepto. No es posible entronizar a la prensa como defensora de la democracia, sino la responsable de informar a la sociedad. Sólo en la medida en que se logre la confesión de una responsabilidad (Canetti, 1981), esto es, que la prensa asuma que ésa es la tarea que le toca y que corresponde al resto de la sociedad evaluarla y actuar en consecuencia, incluso políticamente si se requiere, se estará encontrando el punto de convergencia entre prensa y democracia.

¿Hasta qué punto fue crucial para la democracia la aparición de la prensa moderna? ¿Una sociedad democrática impulsa a la prensa o es ésta la que ensancha los cauces democráticos? Y más importante, podría existir una sociedad democrática -como expresión de pluralidad social y política- sin la prensa?

Reconociendo que el papel mediatizador de la prensa está quizá enunciado teóricamente, no está suficientemente explorado en la práctica ni puesto en tela de juicio. El riesgo social que ello conlleva es la despolitización, el imperio de la falsa comunicación, es decir, la ausencia absoluta de la interacción, la prevalencia de la no-comunicación.

 

Nota bene

El presente es un estudio descriptivo y se limita a una reflexión sobre la prensa escrita como promotora -o no- de la democracia en una sociedad con un régimen electoral representativo y su capacidad para insertar temas en la agenda pública. Como caso de estudio aborda los hechos genéricamente conocidos como “Watergate” (1972 – 1974) y la participación que en ellos tuvo el periódico The Washington Post.

Como antecedente se citará otro asunto directamente relacionado, el de “los documentos del Pentágono” (1971), pues la batalla legal que el gobierno norteamericano desató, y perdió, contra el Washington Post y el New York Times para impedir la publicación de ese expediente secreto, contribuyó a crear un clima propicio para que primero un periódico, The Washington Post, y después un conjunto de medios, se enfrentaran al gobierno federal en la cobertura de Watergate.

En este caso, la televisión fue una invitada que llegó tarde, y aunque al involucrarse difundió las revelaciones del complot entre audiencias numérica y geográficamente fuera del alcance de la prensa escrita, en sentido estricto tuvo el papel de una caja de resonancia más que de una instancia de periodismo de investigación, al contrario del papel que desempeñó durante la guerra de Vietnam, en donde aparece como la gran transformadora de la agenda pública respecto a ese conflicto.

Las consecuencias de Watergate se transfundieron a toda la prensa occidental, sin excluir a la mexicana. Sin embargo, este trabajo se limitará al caso mismo y al diario que supo reconocerlo y mantenerlo en la conciencia pública hasta su desenlace.

Como recuerda uno de los actores principales del caso Watergate, después de la renuncia de Nixon los delitos de servidores públicos federales no sólo no disminuyeron, sino que se multiplicaron por diez en la siguiente década. Es probable que hayan habido otras causas para ello, mas no deja de llamar la atención el hecho de que aparentemente la gran lección de Watergate se haya reducido a: “No te dejes atrapar” (Bradlee, 1996).

Un fenómeno notable a lo largo de la historia, independientemente de lugar o época, es la inclinación de los gobiernos a seguir políticas contrarias a su propio interés. Una perspicaz investigadora, después de un detallado y cuidadoso repaso de pasajes históricos en que estadistas reputadamente hábiles e inteligentes se fueron al despeñadero con los ojos bien abiertos, concluye que desde su punto de vista la humanidad ha hecho del arte de gobernar la más ineficaz de todas las actividades. ¿A qué se debe que con tanta frecuencia políticos y estadistas experimentados actúen en sentido contrario a la razón y al propio interés personal? ¿Por qué con tanta frecuencia la inteligencia y el sentido común parecen ausentes en estos personajes? (Tuchman, 1984). Estas preguntas son inevitables al analizar Watergate. ¿Por qué un Presidente en la cúspide de la popularidad y poseedor de habilidades políticas poco comunes como fue Nixon, rodeado de hombres de talento excepcional, se coloca a sí mismo en situaciones que lo llevarán a la ruina? ¿Qué fue lo que cegó a ese grupo y le impidió ver lo que cualquier observador externo apreciaba: las huellas en lodo fresco, los errores monumentales, las armas humeantes en la mano?

No es la intención de este trabajo dar respuesta a tales interrogantes, sino presentar el caso Watergate a través de los ojos de los actores principales de manera cronológica de tal suerte que las lecciones vayan apareciendo a consecuencia de la suma de los detalles. El allanamiento de unas oficinas por un grupo de singulares ladrones y los sorprendentes errores que tanto ellos como sus patrocinadores cometieron en las semanas siguientes pusieron al descubierto el hilo de la madeja que culminó en la primera renuncia de un Presidente de los Estados Unidos en la historia. Un examen a vuelapluma de la personalidad de los dos grupos, el que estuvo del lado del periodismo, y el que operó en el terreno político, deja entrever las fuerzas que estuvieron en juego.

 

Fijación de agenda

Maxwell McCombs y Donald Shaw fueron los primeros en utilizar el término “fijación de la agenda” (fa)[12] a raíz de un estudio de 1972 durante el cual entrevistaron a un grupo de votantes en una población de Carolina de Norte, Estados Unidos, acerca de los temas relevantes a decidirse en una siguiente elección. Encontraron que había una relación entre la agenda de los medios y la agenda de los ciudadanos o pública. A partir del estudio, McCombs y Shaw sugirieron la idea de que si bien la prensa tenía la capacidad de colocar en el ambiente social ciertos temas, son los individuos quienes los eligen y eventualmente procesan.

El concepto de que la sociedad busca referencias para entender los acontecimientos del momento no era nuevo. Ya Lippmann[13] había concluido que las audiencias son condicionadas en sus actitudes no sólo por lo que se inclinan a creer, sino por los temas que están en el inconsciente colectivo. En ese sentido, la prensa quizá pueda no ser muy eficaz en decir a los lectores qué pensar, pero sí lo es en proponer los temas para la reflexión. Es decir, la fa es una correa de transmisión de significados de los medios a los consumidores de medios y evidencia una relación entre lo que los medios consideran relevante y la percepción pública de ciertos hechos cotidianos. La hipótesis de Lippmann, de acuerdo con Murano[14], prometió ser un atajo para volver a atribuir a los medios un papel relevante en la conformación de las decisiones políticas sin incurrir en las exageraciones del modelo de la aguja hipodérmica. A juicio de esos autores, la prensa no podía imponer al público una determinada interpretación de un problema político -por ejemplo, que la participación de su país en la guerra de Vietnam resultaba imprescindible para defender la democracia de los avances del comunismo- pero resultaba eficaz para fijar qué temas debían ser de interés colectivo. En otras palabras: aunque los medios no tuvieran efectos persuasivos determinaban la composición de la agenda pública. Naturalmente, cuando esa hipótesis sencilla y elegante fue posteriormente sometida a pruebas empíricas resultó que no siempre era válida, dando así lugar a extensiones y “emparches” que derivaron en la construcción de un modelo más complejo pero menos determinístico.

La fa es una teoría que se instrumenta a partir de investigación cuantitativa y plantea hipótesis en dos niveles: primero, respecto a los temas que son relevantes y segundo, sobre aquellos segmentos de la información que tendrán mayor penetración en las audiencias.

En otras palabras, la primera parte del proceso comprende los temas que los medios proponen a la sociedad y en la segunda se aprecia la influencia que esos temas realmente tuvieron en términos de la fijación de una agenda pública. En un tercer momento la fa analiza la influencia que la agenda pública tiene sobre la agenda política.

La teoría de la fa establece que cuando hay una alerta social sobre un tema en particular, los medios influirán sobre las audiencias respecto a ese tema. McCombs y Shaw también confirmaron el hallazgo de Lippmann de que las audiencias asimilan mejor aquellas informaciones y opiniones que no amenazan sus convicciones preexistentes. Esto refuerza el poder de los medios para sugerir temas para la agenda en los segmentos de audiencia sobre los que tienen influencia. Así, la fa está relacionada con los patrones de consumo de medios. La fa toma en cuenta la capacidad de los medios para colocar en el ambiente los temas de reflexión, y reconoce que los individuos conservan su capacidad de elección. Esto se comprueba a diario en la elección de un noticiario de radio y televisión o de un determinado periódico. Los medios por su parte, están atentos a las demandas de información de sus consumidores y les sirven noticias que convaliden sus expectativas.

En este sentido, las audiencias vulnerables serían aquellos más necesitados de una orientación. La fa explica por qué los individuos creen en lo que creen. La gente es influenciada por los medios porque éstos tienen la posibilidad de difundir masivamente informaciones. La fa cumple con explicar por qué la gente cree en lo que cree.

Nótese que el meollo empírico de dicha hipótesis reside en la comparación longitudinal (diacrónica) o transversal (sincrónica) entre alguna evaluación cuantitativa de la importancia asignada por los medios a un tema -denominado por los investigadores norteamericanos como la media coverage– y el grado de importancia asignado por los ciudadanos -o una porción de ellos- a dicho tema. Es decir, toda la discusión teórica acerca de la agenda gira, en realidad, en torno a dos agendas: la de los medios y la de los ciudadanos. La primera de ellas se investiga mediante el análisis de contenido de los mensajes y la segunda se explora, normalmente, a través de las encuestas de opinión pública. Si ambas variables no guardan entre sí ninguna asociación estadísticamente significativa, por ejemplo, si la importancia atribuida a un tema por los individuos es independiente de la agenda mediática, o si la relevancia de éste es similar entre las personas expuestas y no expuestas a los medios, la teoría es inviable. Además, la formulación original de dicha teoría supone que a) el ingreso de un tema en los medios precederá a su incorporación a la agenda de los ciudadanos y, b) que el público no inventa temas propios con independencia de los medios. En caso de no cumplirse la cláusula a) cabría sospechar que son los ciudadanos, es decir la opinión pública, quienes lideran al periodismo y no a la inversa.[15]

 

Las imágenes en la mente

Walter Lippmann

Walter Lippmann (Photo credit: Wikipedia)

En 1922, a los 32 años de edad, Walter Lippmann publicó Opinión Pública, uno de las más sugerentes reflexiones sobre el papel que juega la prensa en la sociedad moderna.

En esta obra Lippmann sostiene que cada individuo construye una realidad en la que se siente seguro, pues como especie somos criaturas no sólo de razón, sino de emociones, hábitos y prejuicios. Así, donde una persona ve una selva virgen, otra puede distinguir una reserva de madera lista para su comercialización. A esto llamó el pseudo – ambiente (Lippmann, 1922) que se construye a partir de informaciones y datos que se asimilan de otras personas, del cine, de los medios y de fuentes diversas, para conformar un sistema de creencias y valores. Así, sin un conocimiento personal de los acontecimientos, los integrantes de una audiencia contrastan las informaciones que les sirven los medios y asimilan aquellas que no entran en conflicto con los valores y creencias de su pseudo –ambiente.

Esta propuesta fue como una carga explosiva en la línea de flotación de las teorías en boga en la época, que sostenían que los miembros de una sociedad eran individuos maduros y responsables, ciudadanos “omnicompetentes” capaces de asumir posturas y actuar en consecuencia (en las urnas, por ejemplo) a partir de la información que les era servida por los medios: la teoría de la “aguja hipodérmica”. La noción de que hay un público que se moviliza a partir de ciertos hechos es una abstracción. El único público significativo es aquel directamente en contacto con los hechos.

Lippmann llegó a la conclusión de que la cultura impone estereotipos que los individuos asimilan puesto que dan seguridad en un mundo que de otra manera sería amenazante. Y de ahí dedujo que en lo que respecta al proceso de toma de decisiones, estos estereotipos determinan nuestro juicio del mundo, de tal suerte que las percepciones del ciudadano medio sobre los hechos que afectan a la sociedad pueden en realidad ser verdades a medias, y lo que cree datos duros no más que juicios que pasan por el tamiz de sus estereotipos y prejuicios, lo que explicaría que mientras que casi todos están dispuestos a aceptar que hay más de un punto de vista ante ciertos asuntos, casi nadie piensa que haya dos versiones de lo que asume como la realidad.

En el ejemplo de un conflicto social (una movilización violenta para destituir a los poderes establecidos, por ejemplo) el público real estaría integrado por los militantes de las diversas organizaciones en movilización, los miembros de los gobiernos local y nacional responsables de la solución del conflicto y eventualmente las fuerzas del orden. El resto de la población, informada a través de los medios, fija una postura ante los eventos a partir de su propio conjunto de creencias y valores reforzada por los medios que no entran en conflicto con su visión particular del mundo, pero no necesariamente se moviliza en un “movimiento de opinión pública” que sea el motor de las acciones que los actores involucrados tomen en el movimiento. A este público externo Lippman llamó “El público fantasma”. Es equivocado creer que esta es una fuerza real en materia de asuntos públicos. Y si esto es cierto, entonces los problemas de la democracia no se corrigen con “más democracia” (p.ej. más participación electoral), sino con la transformación de las instituciones públicas.

 

De las imágenes a las agendas

En aquel  momento de entreguerras el libro de Lippmann fue recibido con ambivalencia. Los estudios -y por lo tanto el conocimiento de los procesos sociales- tenían como principal referente el ideal democrático de los clásicos de la antigüedad. Se presuponía que el ciudadano, el individuo integrante de la polis, tendría un conocimiento de primera mano de los asuntos sobre los cuales debería tomar una decisión a través del voto. El problema ya entonces es que la máxima aristotélica de que el hombre es por naturaleza un animal político y por lo tanto los asuntos públicos, los de la polis, son consustanciales a la existencia humana, tiene una aplicabilidad sólo teórica en las poblaciones modernas, muy alejadas de la sociedad pequeña y homogénea -en lo cultural, en lo económico y en lo ético- de las ciudades de la Grecia antigua. En nuestras sociedades, con la posible excepción de algún cantón suizo, la mayoría de la gente es convocada a pronunciarse sobre asuntos de los que tiene un conocimiento de segunda mano y acerca de los cuales, por añadidura, aplica el tamiz de su condición étnica, económica, racial y social.

Otro ejemplo servirá para ilustrar el punto. ¿Cuál podría ser la postura de una ciudadanía responsable y consciente pero heterogénea llamada a un referéndum sobre el camino a seguir, por ejemplo, para participar o no en una alianza militar regional? Necesariamente la que no entre en conflicto con los valores, creencias y prejuicios previos de cada quien. El mundo se ha vuelto demasiado complejo para que un individuo pueda tener a mano toda la información relevante para tomar decisiones informadas. En esto somos como los habitantes de la cueva de Platón, testigos de sombras y perfiles e ignorantes de la realidad más allá de nuestro campo de visión.

Lippmann llegó a la única conclusión posible: la prensa no puede suplir a las instituciones políticas. Mejorar los sistemas de recolección y presentación de las noticias no es suficiente, pues verdad y noticia no son sinónimos. La función de la noticia es resaltar un hecho o un evento. La de la verdad, sacar a luz datos ocultos. La prensa, en una de las más afortunadas metáforas de Lippmann, es como un faro cuyo haz de luz recorre incesantemente una sociedad e ilumina momentáneamente, aquí y allá, diversos episodios. Y si bien éste es un trabajo socialmente necesario y meritorio, es insuficiente, pues los ciudadanos no pueden involucrarse en el gobierno de sus sociedades conociendo sólo hechos aislados.

Desde la aparición de Opinión pública, el papel que juega la prensa al interior de las sociedades y frente a las instituciones ha sido analizado por numerosas escuelas, entre ellas la de los “efectos limitados”, según la cual el poder persuasivo de los medios está condicionado por factores sociales, culturales o psicológicos; la de la cultura de masas que supone una adecuación de los medios a los fines; la de la manipulación comunicacional; otras basadas en la cultura del imperialismo o en la cultura popular; las que pretenden explicar cómo el individuo procesa los mensajes masivos; la teoría de la recepción, etcétera.

En el 2004 apareció Setting the Agenda (Fijar la agenda)[16], la continuación de la investigación de McCombs y Shaw de 1972, en donde McCombs sintetiza cientos de investigaciones llevadas a cabo en diversas partes del mundo sobre esta vertiente teórica.

Tanto la influencia de los medios de comunicación en el establecimiento de los tópicos acerca de los cuales pensar como también las posteriores consecuencias sobre las actitudes, opiniones e incluso conductas, constituyen las preocupaciones básicas que atañen a la teoría de la fijación de agendas y son analizadas a lo largo de la obra. Con todo su atractivo y novedad, sin embargo, la teoría ha sido sometida a críticas y revisiones, como las que Murano recoge en un artículo:

Russell Neuman señala que la teoría de los efectos de agenda fue sometida a seis grandes revisiones críticas:

  1. Algunos autores consideraron que la evaluación efectuada por McCombs y Shaw de la asociación existente entre los contenidos de la prensa y la importancia atribuida por los electores a los temas políticos no dirimiría la cuestión central de si los medios conducen a la opinión pública o, por el contrario, es la opinión pública la que lidera la agenda de los medios. Esos críticos insisten en que se requería de datos históricos, de series cronológicas que cubran grandes períodos, para resolver ese problema causal;
  2. En segundo lugar, se argumentó que tanto los medios como el público actúan frecuentemente respondiendo a causas exógenas, generadas por el mundo “real”, que afecta tanto a los medios como al público;
  3. Se planteó también qué medios – especialmente la tv y la prensa escrita- son más significativos en la determinación de la agenda pública;
  4. Otros autores examinaron el problema de qué tipos de receptores son más influenciables por el efecto de determinación de la agenda;
  5. También se estableció una distinción entre los hechos “obstrusivos”, aquellos acerca de los cuales los sujetos pueden tener una experiencia personal, “de primera mano” -como el incremento de precios minoristas- y los “no obstrusivos”, cuyo conocimiento dependería exclusivamente de los medios -como una crisis de gabinete y
  6. Otro tema de relevancia fue la identificación de ciclos de interés por parte del público (no de la prensa) formulada por Downs, quien formuló la hipótesis de que la popularidad de los issues atraviesa generalmente cuatro etapas:
  • a) una etapa preproblemática, es decir cuando el tema de referencia sólo interesa a un puñado de individuos y no tiene cabida en la prensa;
  • b) la etapa de descubrimiento del problema;
  • c) una meseta o plateau, que corresponde a un período de declinación del interés y, por último,
  • d) una etapa postproblemática: el problema desaparece del centro de atención del público y de la prensa quedando en estado latente, relegado a un segundo plano, a la espera de ingresar en un nuevo ciclo.[17]

Una de las funciones de los medios consiste en socializar a las audiencias para que acepten la legitimidad del sistema político de su país. Conducirlos a aceptar los valores sociales predominantes, dirigir sus opiniones para que no socaven sino que apoyen las metas oficiales de política interior y exterior, y disuadirlos de una participación activa en política mediante la persuasión de que ésta, la política, es el terreno de especialistas y líderes comprometidos con el bien común.

En este contexto, los medios operan cual correas transmisoras de los valores del establishment para profundizar la creencia compartida de que el sistema político es bueno para la sociedad y que las instituciones gobernantes y los funcionarios poseen y ejercen correctamente el poder. La socialización política es el proceso por el cual los miembros de la sociedad adquieren normas, actitudes, valores y creencia políticas.[18]

En esta labor de pedagogía política el uso de los símbolos es imprescindible. Los símbolos permiten lograr la unidad y la flexibilidad del electorado alrededor de una propuesta sin el requisito necesario del consenso.[19] La lucha entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, nosotros y ellos, la democracia y la dictadura, se encauza mediante símbolos fácilmente reconocidos y digeridos por las masas. En una campaña electoral el tema del aumento al transporte urbano se coloca a la altura de los valores que Juárez defendió en su gobierno itinerante y por cuya vigencia mucha sangre se derramó durante la Revolución.

Al mantener en la conciencia colectiva ciertos temas, los medios les dan vigencia y orientan la discusión y la reflexión del electorado. Pero esta socialización funciona en dos sentidos y está vinculada al conjunto de valores, creencias y prejuicios de las audiencias.[20] Cuando a mediados de 1972 la prensa introdujo y mantuvo Watergate en las noticias, la agenda pública no incorporó el tema de manera inmediata o significativa. En el caso de Vietnam, al comienzo del conflicto la opinión pública no sólo no estaba en contra, sino que parecía muy complacida por la firmeza del gobierno frente a la intransigencia norvietnamita.[21] Cuando las circunstancias sociales y políticas de Estados Unidos cambiaron y se extendió por el país la noción de que el gobierno de Nixon había mentido sistemáticamente, la opinión pública fue más receptiva y entonces la prensa sí pudo introducir en la agenda pública tanto Watergate como Vietnam.

 

¿Quién fija la agenda?

En 1968 Nixon logró resucitar de la muerte política y ganó la elección presidencial. Hubo quien habló de un “nuevo Nixon”, pero el periodista Joe McGinnes entendió que se trataba de un Nixon más capaz de entender y usar a la prensa.[22]

En 1972 Nixon demostró nuevamente sus habilidades mediáticas con una campaña en donde los temas fueron cuidadosamente seleccionados de acuerdo a su potencial impacto a través de los medios, pues el californiano y sus asesores, aunque lejos de tener simpatías por la prensa, entendieron que la comunicación masiva desempeña un rol político. Nixon había comprobado esto en carne propia durante otro de sus escándalos políticos, el llamado “asunto checkers” a principios de los cincuenta, cuando una presentación en cadena nacional de televisión movió al electorado e hizo que una supuesta malversación de fondos que un diario puso al descubierto se convirtiera en algo trivial e insulso.

Ya en 1972 en su clásico estudio La construcción de un Presidente, Theodore White había establecido que:

“El poder de la prensa en Norteamérica es primordial. Establece la agenda de la discusión pública; y este extendido poder político no está restringido por ninguna ley. Determina lo que la gente hablará y pensará, una autoridad que en otras naciones se reserva a los tiranos, los sacerdotes, los partidos y los mandarines”.[23]

Pero el conocimiento que las audiencias tienen de la realidad a través de los medios siempre es fraccionado. Las noticias en la televisión se seleccionan de acuerdo a criterios editoriales que muchas veces no resistirían un análisis, lo mismo que la elección y jerarquización de las informaciones en los diarios. La duración de las notas (o el espacio, en el caso de los medios impresos), la agenda editorial, los intereses de la empresa, lo que los editores perciben como las demandas de las audiencias, la elección de los temas políticos y sociales a cubrir, y otros factores, constriñen el conocimiento de los asuntos políticos de las masas a una pequeña muestra del mundo político real.

Por ello no deja de ser con cierta dosis de ingenuidad que en algunos círculos se esgrima el ejemplo de Watergate como prueba irrefutable de que los medios son en efecto el motor de la democracia. Según esta apreciación, el Washington Post descubrió la confabulación, la hizo del conocimiento de la audiencia -ente también conocido como opinión pública– y se desataron mecanismos sociales que llevaron a la primera renuncia de un Presidente en la historia de los Estados Unidos.

Esto no suena nada mal. Tiene incluso un tinte heroico que remite a las escenas en donde Woodward (Robert Redford) y Bernstein (Dustin Hofmann) sudan la gota gorda para convencer a Deep Throat (Hal Holbrook) de que les proporcione la séptima confirmación necesaria para que su director, Bradlee (Jason Robards), autorice publicar la información de que personeros de Nixon operaban un fondo secreto para sobornos y operaciones encubiertas, bajo la mirada de orgullo paternal del jefe de redacción Rosenfeld (Jack Warden).[24] Nada mal, pero fantasioso. No explica por qué Richard Nixon ganó la reelección con el mayor margen de votos hasta entonces conocido, pese a que Watergate tenía seis meses en las páginas del Post y el más influyente noticiario de televisión, Evening News de la cadena cbs con Walter Cronkite, “el hombre con mayor credibilidad en los Estados Unidos” había hecho suyo el caso.

El propio Bradlee admite en sus memorias que fue Nixon, y no el Post, quien puso a descubierto el escándalo. Al igual que durante el affaire de los documentos del Pentágono, la meta y propósito único del diario era seguir el olor de sangre fresca de una historia periodística que prometía primera plana. Sin embargo, Bradlee intuitivamente percibió que la importancia de su labor periodística fue introducir el tema en la agenda nacional y después mantenerlo hasta que el mundo comprendió con cuánta saña se estaba debilitando a la Constitución. [25]

Michels[26] planteó que la prensa no puede ejercer una influencia inmediata sobre la audiencia, como la que sí tienen los agitadores populares. En compensación, no obstante, el círculo de influencia de la palabra escrita es mucho más amplio. La prensa puede ser eficaz para influir la opinión pública mediante el culto de una “sensación”. Esta penetrante observación, que anticipa el trabajo de Lippmann sobre las “imágenes en nuestras mentes”[27], nos coloca en el camino correcto.

Una “sensación”, término aparentemente[28] tomado a la vez por Michels de la reflexión sobre el ambiente social propicio externada por Hamilton en El Federalista[29] y con el tiempo modernizado en terminología pero conservado en el adn de la teoría de las agendas.

Aunque la investigación de McCombs se originó en la metáfora de que “los medios de masas no dicen a la gente ‘qué pensar’ sino ‘sobre qué pensar’, los investigadores todavía tienen que definir conceptualmente qué se entiende por “pensar sobre”, y operativizarlo en términos cognitivos como una variable de criterio.[30]

En el caso Watergate, evidentemente el electorado tenía una agenda distinta. Bradlee lo reconoce con un aire de enternecedor candor:

“[Cuando la televisión] difundió [los dos primeros] reportajes, tuvieron un poderoso impacto en todos los ámbitos […] menos en el electorado”.[31]

 

Evolución de la fijación de agenda

Valbuena identifica las cuatro fases a través de las cuales McCombs llega a su teoría de la fijación de agendas:

Investigaron a 100 votantes indecisos durante la campaña electoral de 1968 en Chapel Hill; demostraron que el orden del día o agenda de campaña en los medios influía en la opinión pública; por tanto, eran los medios quienes dirigían ese producto llamado agenda – setting.

Como había que buscar una explicación a ese poder de los medios sobre la opinión pública, la encontraron en el concepto psicológico de necesidad de orientación que las audiencias tienen. Claro está, una persona puede encontrar esa orientación en otras personas o en los medios. Por eso, se plantearon las relaciones entre la comunicación interpersonal con la de masas. Finalmente, no sólo hay un medio, sino varios. Es lógico que empezaran a comparar el papel específico que juegan los periódicos y la tv.

Habían partido de estudiar una campaña electoral. Pero como los medios no fijan temas en abstracto sino que también cuentan quienes defiende o atacan esos temas, empezaron a estudiar las imágenes de los candidatos y el interés político como agendas alternativas.

El gran paso estuvo en transformar la fa de variable independiente en variable dependiente. En lugar de «¿Quién establece la agenda pública?», «¿Quién establece la agenda informativa?». Así es como extendieron la agenda a todo el procesos de la comunicación.[32]

 

Las diversas agendas

Como otros modelos de análisis de medios, la fa ha sido interpretada y reinterpretada por diversos investigadores, y como suele suceder, han aparecido inconsistencias y debilidades en casos particulares, producto de la creciente complejidad que con el paso del tiempo la misma teoría ha adquirido. Hay veces que un buen sistematizador explica más claramente una teoría que el mismo autor. Quizá por ello un regreso al origen o la aplicación de una síntesis permita la mejor utilización de la herramienta para los fines de este trabajo.[33]

El modelo de cinco componentes de la agenda pública propuesto por Zhu[34] en el contexto de un escenario de suma cero en donde si un grupo de interés sube es a costa de otro, es de utilidad para el análisis del caso que ocupa a este trabajo:

  • 1. Agenda de los grupos de interés: los asuntos que varios grupos de interés promueven.
  • 2. Agenda de los medios: la prominencia de estos temas en la cobertura de las noticias.
  • 3. Agenda de los integrantes de la audiencia: el relieve que éstos dan a los asuntos.
  • 4. Agenda de los legisladores: la preferencia que les otorga cada legislador.
  • 5. Agenda de política: la prioridad que la mayoría o todos los legisladores acuerdan conceder a los temas.[35]

Una vez definidos así los términos, Zhu se aparta de las tinieblas de otros autores y centra el estado de la cuestión directamente: Mientas la fa se interesa fundamentalmente por la atención al tema, el modelo de la arena pública trata no sólo de la atención, sino también de la definición del tema que está más en línea con el enmarcar que realizan los medios.[36]

El mérito de Zhu es haberse dado cuenta de que la idea del juego de suma-cero estaba comprendida en los diseños de investigación sobre fa, pero nunca se había enunciado explícitamente (…) Como en el mundo biológico, puede haber otras dos relaciones aparte de la suma cero: no interacción y simbiosis. Pero la relación competitiva, basada en la suma cero, es la norma predominante. Puestas así las cosas, tenemos varias agendas compitiendo por la atención de la gente. No sólo luchan los interesados dentro de cada agenda, sino las diversas agendas entre sí (Valbuena, s/f).

 

Agenda de los grupos de interés

En el caso Watergate se pueden identificar varios grupos de interés:

  • La prensa.
  • Actores políticos.
  • “Garganta profunda” (representación de la comunidad de inteligencia o seguridad nacional).
  • El primer círculo de la Casa Blanca.
  • El Comité para la Reelección del Presidente (creep).
  • El electorado.

Quizá con la excepción del electorado, los medios, la Casa Blanca y el creep presentaron a lo largo del Watergate el “síndrome de Vietnam” también conocido como “síndrome de los documentos del Pentágono”, que se traduce como un estado de zozobra y desconfianza frente a hechos políticos y sociales que anteriormente eran aceptados casi sin cuestionamiento. La polarización social que la guerra en el sudeste asiático provocó en Estados Unidos tuvo consecuencias políticas profundas que eventualmente alimentaron las oleadas de descontento social que marcaron la mitad de la década de los setenta[37].

 

Watergate, creep, Casa Blanca, Garganta profunda y otros actores

16/365: All The President's Men with Redford &...

16/365: All The President’s Men with Redford & Hoffman (Photo credit: kalebdf)

Si se comienza en sentido inverso, Watergate no estuvo en la agenda de los electores en particular ni en la de la ciudadanía en general durante 1972. Ello explica que Nixon hubiese sido reelegido por el más alto porcentaje de votos en la historia del país. Los estadounidenses en aquel momento tenían en la mente, para citar a Lippmann, imágenes distintas. Watergate se hizo parte de la agenda social y comenzó a presionar a la agenda política cuando los medios comprobaron que Nixon y sus colaboradores mintieron deliberadamente[38].

En el creep conforme fueron avanzando las revelaciones de Watergate la agenda fue encubrir a toda costa los orígenes, montos y mecanismos de distribución de fondos, y la relación de sus directivos con el grupo de “los plomeros”.

En la Casa Blanca, la agenda fue ocultar la verdad, mentir sin consideración alguna y utilizar las herramientas que fuesen necesarias, independientemente de su legalidad, para evitar que se hiciera pública la conspiración organizada para dañar a los enemigos políticos. Parece que la destrucción de pruebas -como las grabaciones en el Despacho Oval, que finalmente hicieron posible el arranque del procedimiento de desafuero-, fue una medida inconsulta de Nixon que pudiera catalogarse, parafraseando a Lippmann, como una “meta-agenda”.

De junio de 1972 cuando se descubrió el allanamiento, a mediados de 1974, la agenda de los legisladores republicanos se centró en la defensa de Nixon y la descalificación del Post y los medios que crecientemente abordaban temas de Watergate. Los demócratas, por su parte, utilizaron las informaciones de los medios para desgastar a la administración Nixon y, en el 74, para sustentar el inicio de los procedimientos legislativos para defenestrar al Presidente.

Respecto a “otros grupos políticos”, si bien Tuchman[39] advierte que para el historiador no es legítimo caer en la tentación de la retrospectiva, sirve a nuestro propósito señalar la inexactitud en que se tuvo el papel de Garganta profunda como proveedor desinteresado de información para los reporteros Woodward y Bernstein a lo largo de su trajinar tras la noticia en el caso Watergate.

Hoy sabemos que Mark W. Felt, el segundo de a bordo del Buró Federal de Investigaciones (fbi por sus siglas en inglés) fue la conspicua fuente del Post y que operó no por amor a la verdad y para preservar los valores de la gran nación, sino en beneficio de su propia agenda, que era ser nombrado director general de la agencia a la muerte de J. Edgar Hoover. Cuando Nixon designó a un director ajeno a la comunidad de inteligencia y los mandos de carrera clamaron que ello dañaría al aparato de seguridad interna del gobierno, Felt utilizó su contacto con los reporteros del Post en este contexto con el aparente propósito, según se desprende de la recapitulación de Woodward[40], de empatar con la suya la agenda de un medio que a su vez estaba modelando la agenda social. Con el tiempo, Watergate se convirtió en un tema tan poderoso, tan conocido, que, como planteó Semetko[41], quienes no lo empleaban podían pasar como personas sin credibilidad.

La orden ejecutiva que puso a Patrick Gray en la silla de J. Edgar Hoover, fue el acta de nacimiento de Garganta Profunda. Si Nixon hubiese sido sensible a las señales de los funcionarios de la agencia, habría respetado el status quo y nombrado al segundo de a bordo, W. Mark Felt; entonces Watergate no habría pasado de ser, oficialmente, un “robo de tercera”.

 

La prensa

Watergate en sus inicios, por lo menos de junio a octubre de 1972, casi exclusivamente estuvo en la agenda del Washington Post. A Katharine Graham, la dueña y editora, le advertían desde diversos ambientes que su empresa corría el peligro del ridículo y del escándalo al sobredimensionar la importancia de un “robo de tercera”.

Por lo menos hasta el tercer cuatrimestre de 1973 no hubo en otros diarios de gran circulación una reacción en cadena respecto a las informaciones de Watergate publicadas por el Post [42]. En este sentido se confirma el precepto de que no basta que un tema aparezca frecuentemente en las noticias para hacerlo parte de la agenda. Si no aparece resaltando algún aspecto de un problema, o si sólo se resaltan sus aspectos positivos, el asunto pierde urgencia y, por lo tanto, la agenda se colapsa. Si, por el contrario, el tema muestra cada vez una cara distinta, la agenda se refuerza.[43]

El senador por Kansas Robert Dole, a la sazón presidente del Partido Republicano acusó al Post de estar a sueldo de la campaña presidencial del Partido Demócrata, mientras que a diario el vocero de la Casa Blanca, Ron Ziegler, aparecía en las noticias para expresar su “horror” por el “periodismo execrable” del Washington Post.[44]

El peso de la personalidad y los rasgos de carácter tanto de Nixon como de Bradlee no pueden dejarse de lado al estudiar Watergate. Otro elemento que debe considerarse a la hora de analizar las agendas tiene que ver con la cultura empresarial (Washington Post Co.) y con la cultura política (la Casa Blanca de Nixon).

Es muy fácil subestimar el impacto de la cultura interna de un medio en el procesamiento de las noticias. Si entre los reporteros los rasgos dominantes son raza blanca, anglosajones, protestantes y clase media, eso determinará el tratamiento que se de a un reportaje sobre los corredores matutinos en el Parque Central de Nueva York o a la de un asesinato racial en el barrio pobre de Harlem.[45]

Al interior del Washington Post Watergate no era popular con todo mundo. Varios jefes de sección opinaban en las juntas editoriales que el asunto estaba colocando en riesgos innecesarios al periódico. Para Richard Harwood, responsable de la sección nacional, la cobertura del asunto estaba al borde de la fantasía, una investigación carente de ilógica que bordeaba en la paranoia. A eso se añadían las crecientes descalificaciones políticas del diario por parte de políticos respetados. No menos inquietante era la noción que el Post también tenía un problema de “gargantas profundas” al interior al servicio del gobierno.[46]

Este ambiente fue descrito años después por Leonard Downie, uno de los editores durante el caso, en una entrevista:

“Nos sentíamos pequeños, no grandes o poderosos […]. Sentíamos una enorme responsabilidad. No creíamos que el Presidente fuera a renunciar y la noche que eso sucedió casi todos enfermamos. Era un grupo pequeño el involucrado. De eso se trata este negocio. Eso todavía es lo que hace la diferencia. Fueron tiempos duros, nada brillantes. Muchos le advertían a Katherine Graham que arruinaríamos su periódico”.[47]

Pero una vez metidos en el tema, los reporteros y editores del Post lo siguieron con el instinto de la manada que ventea sangre fresca en la brisa cuando aún tiene fresco el sabor de una presa anterior (los archivos del Pentágono).

Cuando en octubre de 1972 Watergate fue tomado por la televisión, el caso llegó a audiencias nacionales. Después de la reelección de Nixon y durante todo 1973, poco a poco se fueron sumando otros medios impresos, cuando el reporteo del Post comenzó a desvelar que Watergate podría en efecto representar una conspiración.

La agenda de la prensa fue periodística y azuzada por una Casa Blanca y una clase política republicana cada vez más reactiva y más hostil. Al inicio de su segundo periodo, Nixon ordenó tomar acciones de venganza contra el diario que comenzaron por la virtual puesta en subasta de las licencias de televisión propiedad de la empresa editora. Esto, combinado con una gracejada sexista de un alto funcionario contra la señora Graham[48], y la creciente convicción de que la Casa Blanca mentía para encubrir acciones ilegales, endurecieron la agenda noticiosa de la prensa.

Watergate tuvo consecuencias importantes en la relación de los medios con el poder público, y su estudio ayuda a comprender con mayor claridad el papel de la prensa en la fijación de la agenda política. La batalla que se libró en los tribunales, en mucho continuación de la que suscitó el caso del expediente secreto del Pentágono un año antes, en 1970, tuvo efectos profundos en la relación de la prensa con el gobierno en aquel país y, como las ondas de agua que levanta la caída de una piedra en un estanque, en otras partes del mundo.

Watergate no se puede entender a cabalidad si no se analizan en paralelo las personalidades de sus dos personajes protagónicos: Richard Nixon y Ben Bradlee, respectivamente Presidente de los Estados Unidos y director ejecutivo del Washington Post.

No es un reduccionismo lo que se propone. En la Casa Blanca hombres como Nixon, Kissinger y Haig propiciaron las condiciones para Watergate cuando la paranoia y la obsesión por el poder los llevaron a organizar un grupo de choque y sabotaje dispuesto a pasar por encima de Ley, para conservar ese poder. En el Washington Post, un periodista, obsesionado por mantener los valores de su profesión, pudo convencer a la propietaria de que ignorara los altísimos riesgos económicos y políticos de una cruzada a primera vista sin sentido y organizó un grupo dispuesto a todo, incluso romper la Ley, para investigar y dar a conocer las desviaciones del poder político[49].

Se puede proponer que hubo fundamentalismo de ambas partes. Quizá también los tiempos políticos y sociales de los Estados Unidos eran propicios para un enfrentamiento de esa naturaleza (guerra fría, Vietnam, Camboya y China, Medio Oriente, desempleo, discriminación, movilizaciones sociales). En retrospectiva queda claro que ninguno de los dos pudo haber anticipado el desenlace del acontecimiento que se puso en marcha cuando el primero autorizó una conspiración que violaba su juramento de cumplir y hacer cumplir las leyes y el segundo dio el visto bueno a dos jóvenes reporteros que acometieron una empresa, a primera vista, sin sentido.[50]

 

El caso Watergate

Hay una extendida creencia de que el presidente Nixon renunció al puesto como consecuencia directa de las publicaciones del diario The Washington Post sobre el caso Watergate. Sin embargo, pese a que el rotativo fue el primer medio en dar a conocer el asunto y lo mantuvo en sus páginas desde junio de 1972, no influyó determinantemente en la agenda ciudadana. Tuvieron que darse una serie de acontecimientos sociales, de política interna y externa, y económicos, para que Watergate fuera percibido como el tema clave en la agenda social y fuese retomado en la agenda política.

Lo anterior supone que la prensa escrita no tiene la capacidad para llevar a las audiencias de la mano y decirles cómo pensar, pero sí tiene la capacidad de colocar en la agenda los temas en los que la sociedad piensa.

 

Contexto histórico

A finales de la década de los sesenta Estados Unidos era un país que se debatía en la paradoja. Por una parte se convulsionaba con la ola de protestas que recorrió el al mundo en el 68, y por un gran descontento interno. Los asesinatos de los hermanos Kennedy y de los dirigentes civiles Martin Luther King y Malcom X; la guerra en Vietnam, el Muro de Berlín, la Guerra Fría, las tensiones con Cuba y la proliferación nuclear; los movimientos pro derechos civiles; la creciente inquietud en las universidades derivada de una juventud desencantada que no veía en su futuro demasiadas esperanzas, fueron los rostros de aquellos años que hicieron a muchos pensar que la nación había extraviado el rumbo.

Mas por otra parte en el imaginario colectivo estaba también impresa la noción de que el país era en todos los sentidos la potencia sin par. Al desatarse la carrera espacial entre la URSS y los Estados Unidos en 1957 con el lanzamiento del primer satélite artificial de la tierra, el Sputnik, los norteamericanos pudieron responder golpe a golpe en el mismo terreno hasta confirmar su predominio científico y tecnológico.

Los soviéticos pusieron en órbita a las perras Laika[51], Belka y Strelka (1960) y Yuri Gagarin fue el primer cosmonauta en abril de 1961 en la nave Vostok I. Veintitrés días después Estados Unidos envió a Alan Shepard en la misión Freedom 7. En 1962, John Glenn en la Friendship 7 orbitó la tierra. La Unión Soviética realizó el primer vuelo espacial con dos tripulantes en 1962 y en 1963 Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer cosmonauta. En abril de 1964 los EU pusieron en órbita el Early Bird, primer satélite de telecomunicaciones y el programa espacial tuvo una luminosa culminación en 1969 con el viaje a la luna de Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin en el Apollo XI. El 20 de julio, desde el satélite de la Tierra, Armstrong y Aldrin se comunicaron en vivo con el presidente Nixon.

Aquellos fueron los años del primer transplante de corazón, de la expedición de la ley que dio a los negros el derecho al voto, del comienzo del retiro de las tropas en Vietnam, de la normalización de las relaciones con la República Popular China y con la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas y el inicio de pláticas para la restricción nuclear.

Nixon, el Presidente, gozaba de una enorme popularidad. Durante la campaña acuñó el término “la mayoría silenciosa” –los indecisos, se diría hoy- y ensanchó su base de apoyo con promesas inequívocas de paz en Vietnam que llegaron al corazón de aquella “mayoría”.

Desde el inicio de su gobierno privilegió las relaciones exteriores. En febrero de 1969 visitó Bélgica, Inglaterra, Alemania Occidental, Italia y Francia, para fortalecer a la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (otan). En junio anunció que se comenzaría el retiro de las tropas de Vietnam y un primer contingente de 25 mil hombres volvió a casa (aunque secretamente el conflicto se expandió a Camboya). En julio viajó a Filipinas, Indonesia, Tailandia, India, Pakistán, Vietnam del Sur y, con una visita a Rumania, se convirtió en el primer Presidente norteamericano en poner pie en una nación del bloque soviético desde la Segunda Guerra. En una nueva gira en el otoño de 1970, el Presidente estuvo en Italia, España, Yugoslavia, Inglaterra e Irlanda. Se entrevistó con el Papa Paulo VI, con el personal de la Sexta Flota, los comandantes de la otan y jefes de Estado, con el propósito de fomentar nuevos mecanismos para la paz en la región.

En 1972 su popularidad alcanzó nuevas cimas. En febrero de ese año se reunió en Pekín con el premier Mao Tse Tung[52] para formalizar relaciones diplomáticas y en mayo con el premier Nikita Kruschev en Moscú[53] para firmar los acuerdos para limitar la proliferación de armas nucleares. Desde un Kremlin adornado con las barras y las estrellas, Nixon se dirigió al pueblo soviético a través de la televisión estatal.

En política doméstica, durante su primer periodo promovió legislación para mejorar el transporte, elevar los beneficios de la seguridad social, combatir el crimen, reorganizar el servicio postal, bajar la edad electoral de los 21 a los 18 años, aumentar la participación fiscal de los estados, proteger los recursos naturales y fortalecer la economía. En enero del 72 autorizó el inicio del Programa Trasbordador, que habría de ser el eje de todos los esfuerzos norteamericanos en la conquista futura del espacio exterior.

Nixon era aclamado como el autor del fin de la guerra en Vietnam y artífice de políticas nacionales e internacionales que estaban haciendo del mundo un lugar más seguro.

No fue una gran sorpresa, así, que el 7 de noviembre de 1972 el electorado le diera el más amplio margen de votos en la historia para un segundo periodo presidencial.

La primera plana del New York Times del día siguiente rezaba:

“nixon gana por abrumadora mayoría; m’govern pierde en el estado; los demócratas conserva el congreso”

La Presidencia Imperial navegaba con el velamen desplegado y el viento a favor. Después de seis meses de machacón seguimiento del “caso Watergate” en las páginas del Washington Post y a pesar de que la televisión comenzaba a convertirlo en parte de la agenda noticiosa nacional, a la hora de votar los electores tenían una agenda en la que, obviamente, no figuraba Watergate.

Contexto político

No es un secreto de Estado que los presidentes norteamericanos graban sus conversaciones con fines de seguimiento e historiográficos (o por seguridad nacional), pero en la primavera de 1971 Nixon tomó la extraña e inexplicable medida de colocar un sistema secreto de grabación de voz en el Despacho Oval y otras zonas de la Casa Blanca que funcionaba sin que sus interlocutores fueran advertidos.[54] Un año antes, en otro hecho que hoy se antoja irracional, había autorizado la integración de un grupo de infiltración y sabotaje al servicio de la Casa Blanca conocido como “Los Plomeros” cuya principal encomienda era localizar y tapar “fugas de información” en las “cañerías” del sistema político.

En perspectiva, la existencia de los “plomeros” no tiene una explicación políticamente racional. Nixon se encontraba en la cúspide de su popularidad y se encaminaba a una reelección casi sin obstáculos. Organizar un grupo criminal de sabotaje e infiltración, ponerlo al mando de un alto funcionario del despacho presidencial y financiarlo con recursos fácilmente rastreables, es decir, dejar pistas y huellas de culpabilidad a diestra y siniestra, es algo que corresponde a los profesionales del comportamiento analizar. Con recursos desviados de la campaña para la reelección los plomeros intervinieron teléfonos, llevaron a cabo allanamientos de archivos, plantaron informaciones calumniosas, vigilaron a opositores y en suma, recurrieron a todos los trucos del hampa para lograr su cometido.[55]

Quizá la explicación radique en la sospecha de Henry Kissinger de que el filtrador del expediente del Pentágono, Daniel Ellsberg, también estaba en posesión de documentos sobre los arsenales nucleares estadounidenses y debía ser detenido al precio que fuera.[56]

En su lucha por el poder, la camarilla de Nixon recurrió a las auditorias, al soborno, a la compra de expedientes personales, a la intervención de teléfonos y a la implantación de noticias calumniosas para debilitar a sus enemigos políticos, fuesen funcionarios, periodistas o dirigentes sociales.

 

El expediente del Pentágono

¿Qué fueron -son- los “Documentos del Pentágono”? Se trata de un expediente de siete mil páginas en 47 volúmenes oficialmente titulado Historia del Proceso Estadounidense de Toma de Decisiones de Política sobre Vietnam: 1945 – 1967. Fue comisionado en 1967 por Robert S. McNamara, secretario de la Defensa de Kennedy, en un esfuerzo por sacar a luz y comprender los orígenes del involucramiento norteamericano en Vietnam. Lyndon Johnson, quien asumió la Presidencia al asesinato de Kennedy y luego ejerció un periodo como Mandatario electo, no conoció el estudio. A la asunción de Nixon en 1969, el nuevo Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, recibió una copia.[57]

McNamara era un muchacho prodigio de Harvard que había sido presidente de la Ford Corporation antes de que Kennedy lo hiciera Secretario de la Defensa. Era especialista en control estadístico y no creía en –ni respetaba- lo impredecible. El suyo era el reino de lo cuantificable y lo medible. No es de extrañar, pues, que hubiese convocado a un equipo de brillantes académicos de todas las disciplinas para desentrañar las causas de un conflicto que desde sus comienzos parecía destinado a ser el Waterloo norteamericano en el sudeste asiático, en lugar de atender a las advertencias y las enseñanzas históricas y abrir los ojos a lo que realmente quería el pueblo vietnamita[58]. De no ser por este rasgo de carácter -¿que hoy llamaríamos “tecnócrata”?- es difícil entender cómo este hombre –de quien se decía que era sincero cual profeta bíblico-, lo mismo que el equipo de “The best and the brightest” (“los mejores y más inteligentes”) que acompañó a John F. Kennedy en su gobierno, creyera que “la democracia” (como la entendían ellos) se puede imponer mediante las armas. Fue, en palabras de una historiadora, un caso rotundo de ceguera por soberbia y desprecio por las imperceptibles motivaciones que mueven a los humanos.[59]

Uno de los expertos convocados era un egresado de Harvard que se había enlistado voluntariamente en la infantería de marina y servido en Vietnam de 1965 a 1966 llamado Daniel Ellsberg. Tuvo a su cargo la redacción de una sección del informe. Cuando conoció la totalidad del documento pensó de que era su deber hacer público ese testimonio de décadas de mentiras, errores, decepciones y carnicerías del gobierno de su país. A finales de marzo de 1971, entregó una copia a un periodista del New York Times a quien había conocido en Vietnam.[60]

Así comenzó la publicación del expediente del Departamento de la Defensa que hurgó en las causales históricas en un intento por comprender por qué Estados Unidos estaba empantanado en Vietnam, bautizado popularmente como los “Papeles del Pentágono”. La primera entrega apareció el domingo 13 de junio de 1971, bajo un encabezado calculado para ser lo menos provocador posible:

Archivo Vietnam: un estudio del Pentágono documenta 3 décadas de creciente compromiso de los EU

Seguía un pase a seis planas completas de información. William Manchester la calificaría como “la más extraordinaria filtración de documentos secretos en la historia de los gobiernos”.[61] La otra noticia principal era la boda en la Casa Blanca de la hija menor de Nixon, Tricia, con Edward Cox.[62]

El acontecimiento no estuvo exento de cierta dosis de ironía. En el Times se prepararon para la tormenta, pero lo que siguió fue una calma chicha. Como sucedería meses después con Watergate, las primeras reacciones del público fueron casi de indiferencia. Los grandes diarios y las cadenas de televisión trataron marginalmente la noticia. La Casa Blanca no reaccionó de inmediato. Después de tanta preocupación, de tanto análisis sobre posibles escenarios adversos, difíciles negociaciones con los abogados y preparativos para una batalla legal, el anticlímax fue tal que algunos editores del Times a la callada pidieron a familiares y amigos que mandaran cartas de felicitación al diario.[63]

Fueron Richard Nixon y Henry Kissinger los responsables de alertar al país sobre la importancia de los documentos. Nixon al principio tomó las cosas con calma, calculando que el daño que la información pudiera causar a los intereses militares y diplomáticos de Estados Unidos, se compensaba sobradamente con la mancha de desprestigio que arrojaba sobre las anteriores administraciones demócratas. Pero Kissinger le hizo cambiar de parecer. Presionó para que se denunciara el “robo descarado” y la “revelación no autorizada” pues de lo contrario el Presidente daría la imagen de “un debilucho”, además de que la filtración podría “destruir” la capacidad de conducir la política exterior.[64]

Kissinger estaba convencido de que Ellsberg era una amenaza a la seguridad nacional por razones adicionales a la filtración del expediente del Pentágono: creía que el antiguo empleado del Pentágono tenía en su poder documentos sobre los planes de contingencia nuclear de Estados Unidos.[65]

Dice mucho del carácter de Nixon este cambio de opinión. Al parecer la conversación con Kissinger también le despertó la paranoia, pues cuando la segunda entrega apareció en el Times, la Casa Blanca ya preparaba su ofensiva. Por la noche del lunes 14 el Procurador General Adjunto se comunicó al diario para advertir que el estudio del Pentágono sobre Vietnam era un secreto de Estado según lo dispuesto en la Ley contra el espionaje, y su divulgación ocasionaría daños irreparables a los intereses militares de los Estados Unidos. “Respetuosamente” pidió a los editores suspender la publicación.[66]

Al darse la filtración de los documentos del Pentágono, ya no era el carismático y seductor Kennedy el que tomaba personalmente el teléfono para hablar con “sus amigos” los editores, sino un tortuoso Nixon y un arrogante Kissinger para quienes el escenario no era recurrir al cabildeo con la prensa, sino detener la divulgación de informes secretos y potencialmente dañinos al costo que fuera.

El Times se vio en un dilema. Si cedía a las demandas del gobierno se confirmaría el precedente de que el interés periodístico se subordina a la exigencia política, lo cual –se pensó en el diario- acarrearía devastadoras consecuencias no sólo para el Times, sino para el periodismo norteamericano en su conjunto.[67]

Aunque con el tiempo el valor estratégico de ese fichero fue puesto en duda, su filtración cimbró a la administración y ocasionó que por primera vez en la historia el gobierno pidiera a un Juez Federal una orden de embargo precautorio de información contra un diario por consideraciones de “seguridad nacional”, el martes 15 de junio de 1971[68]. Como en la demanda sólo se nombraba al Times, en la capital del país The Washington Post, que había obtenido también una copia del expediente, comenzó a serializarlo el viernes 18, seguido por el Boston Globe. A la espera de la determinación del tribunal superior sobre la demanda al Times, el gobierno no emprendió acciones legales inmediatas contra estos dos últimos diarios, aunque advirtió a sus directores que estaban en violación de la ley y les solicitó, “respetuosamente”, cancelar la serie. Los directores, “respetuosamente”, declinaron la invitación.[69]

Durante 17 días -del domingo 13 al miércoles 30 de junio de 1971- el futuro de las relaciones entre la prensa y el Estado se mantuvo en la incertidumbre. Por la tarde de esta última fecha la Suprema Corte de Justicia desestimó, en votación de 6 a 3, los alegatos del gobierno de que la publicación del expediente fuera perjudicial para la seguridad nacional del país, declaró injustificado el embargo precautorio y autorizó al Times a reanudar la serie. Esta decisión sería pivotal para el equilibrio futuro entre la legítima necesidad del gobierno de recurrir al secreto en tiempos de guerra y la legítima necesidad de la comunidad de enterarse de las acciones de su gobierno.

La cabeza principal de The New York Times del viernes primero de julio de 1972, a ocho columnas, rezaba:

“la suprema corte, 6-3, falla a favor de los periodicos en la publicación del informe del pentagono; el times reanuda su serie detenida durante 15 dias”.

El gobierno no apeló la decisión de la Suprema Corte, pese a que pudo haber invocado otros artículos de la Ley contra el Espionaje. Entendió que el Poder Judicial no fallaría a su favor en un juicio concerniente a una libertad protegida por la Primera enmienda, la disposición constitucional que ampara la libertad de expresión en los Estados Unidos.

Años después, quien fuera asesor jurídico del New York Times cuando el episodio de los documentos del Pentágono, escribiría:

La Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos dispone: “El Congreso no aprobará ley alguna … que coarte la libertad de expresión o de prensa”. Aunque esta Enmienda menciona específicamente sólo al Congreso federal, la disposición actualmente protege a la prensa frente a todo el gobierno, bien sea local, estatal o federal. Los fundadores de la nación norteamericana aprobaron la Primera Enmienda para hacer una distinción entre su nuevo gobierno y el de Inglaterra, que por mucho tiempo había censurado la prensa y enjuiciado a quienes se atrevieron a criticar a la corona británica. Como lo explicara el juez de la Corte Suprema Potter Stewart, en un discurso en 1974, el “propósito básico” de la Primera Enmienda es el de “crear una cuarta institución, fuera del gobierno, a manera de control adicional sobre las tres ramas oficiales” (ejecutiva, legislativa y judicial). El juez Stewart citó varios casos históricos en los cuales la Corte Suprema, árbitro final en cuanto a la interpretación de la Primera Enmienda, confirmó el derecho de la prensa de desempeñar su función de control del poder oficial. Uno de dichos casos, el de los Documentos del Pentágono […] es decir la historia, con clasificación de secreto máximo, del proceso de toma de decisiones del gobierno de Estados Unidos sobre la guerra de Vietnam. Luego de un análisis cuidadoso de los documentos, comenzamos a publicar una serie de artículos sobre esta historia, a menudo poco halagadora, que insinuaba que el gobierno había engañado al pueblo estadounidense con respecto a la guerra. El día siguiente al comienzo de nuestra serie, recibimos un telegrama del secretario de Justicia de Estados Unidos que nos advertía que nuestra publicación de la información violaba la ley sobre espionaje. Afirmaba también el secretario que la publicación ulterior de este material causaría “perjuicio irreparable a los intereses de la defensa de Estados Unidos”. El gobierno procedió a entablar demanda contra nosotros y convenció al juez de que emitiera una orden judicial temporal que prohibiera al Times continuar con la publicación de la serie. Luego de un torbellino de audiencias y apelaciones judiciales adicionales, terminamos dos semanas después ante la Corte Suprema. La Corte falló que podíamos continuar nuestra publicación de los Documentos del Pentágono. La Corte consideró que cualquier prohibición previa a la publicación “comporta una fuerte presunción contra su validez constitucional” y afirmó que el gobierno no había cumplido con su grave responsabilidad de mostrar una justificación para la prohibición.[70]

En los casos de Playa Girón y de la crisis de los misiles, fue el dueño y editor del Times quien acató las peticiones de la Casa Blanca para no publicar informaciones anticipadas, y obró así convencido de que era un asunto de patriotismo y seguridad nacional[71].

El asunto del expediente del Pentágono, sin embargo, fue distinto. En primer lugar era otro el dueño y editor, y en segundo, el Times comenzó a publicar la serie sin que el gobierno sospechara que el expediente había sido puesto en circulación, y por sobre las objeciones de los abogados y altos funcionarios del periódico que temían una catástrofe legal y económica para la compañía; por su parte el gobierno de Nixon, ante un hecho consumado, no tuvo más remedio que recurrir a la intimidación legal (el Washington Post también desestimó las advertencias de sus abogados y los consejos de algunos editores que estaban seguros de que se incurriría en un delito).

Al parecer, los antecedentes del silencio de la prensa sobre Playa Girón y las bases de misiles tuvieron una consecuencia no prevista en términos de una nueva reflexión sobre los valores y deberes de servicio público que deben guiar a la prensa según los definió Benjamín Franklin en su “Elogio de los editores”[72] que cuelga enmarcada en casi todas las redacciones como un Decálogo del Periodismo.

Arthur Ochs Sulzberger, apodado Punch, dueño del New York Times, no permitió al Consejo de Administración intervenir en la decisión de publicar o no, y despidió a quien había sido su abogado durante 23 años cuando éste rehusó defender en los tribunales el derecho del diario a divulgar documentos secretos que los editores juzgaban de claro interés público.[73] En el Washington Post los periodistas libraron una batalla campal para convencer a los abogados y a los administradores de que tenían la obligación de dar a conocer esos materiales a la ciudadanía.

Durante aquellos 17 días de junio, ambos diarios se enfrentaron al gobierno de su país en un ríspido proceso legal. Éste se empeñaba en demostrar que en tiempos de guerra la libertad de expresión es una amenaza a la seguridad nacional y por lo tanto a las libertades fundamentales, y aquéllos en que precisamente la libertad de expresión es la que fortalece a la nación, particularmente cuando se trata de una guerra no declarada[74] .

Dado que para este trabajo lo relevante es el resultado del juicio y no sus pormenores, sólo se apunta, a manera de anécdota, que a lo largo de las audiencias los periodistas demostraron una y otra vez más y mejor conocimiento del expediente que los mismos abogados del Pentágono e incluso que los altos mando gubernamentales. Cuando a uno de ellos el Juez pidió que señalara la revelación específica que más dañaría la seguridad nacional de los EU y éste respondió que la “operación Marigold”, los periodistas presentaron publicaciones, entre ellas una revista Life, en donde se detallaban los pormenores de la misma; cuando un almirante insistió en que la revelación de ciertos mensajes secretos radiados desde Hanoi desencadenaría graves peligros para la Armada, un reportero puso en manos del juez la transcripción de los mensajes publicada por el Departamento de la Defensa.[75]

Estas anécdotas confirman que, en ausencia de contrapesos, la burocracia encontrará la forma de clasificar como “secretos” los boletines meteorológicos.

Lo que los documentos del Pentágono no lograron inicialmente, Nixon y sus estrategas sí: los medios nacionales se agruparon como uno en defensa del Times y el expediente sobre Vietnam se hizo noticia nacional. Los más respetados diarios encabezaron la defensa y pronto entraron al verdadero fondo del asunto: la relación de los medios con el gobierno y el papel que juegan en una sociedad democrática.

Punch y su equipo de pronto se convirtieron en los héroes del momento. En el diario los colaboradores comenzaron a usar distintivos que rezaban: “Libertad para los xxii del Times” en alusión a los 22 ejecutivos y funcionarios que el gobierno federal había acusado en el juicio. Cuando un grupo de empleados se presentó en un conocido restaurante neoyorquino, la clientela los aplaudió de pie. Un cartón de Bill Mauldin en el Chicago Sun–Times presentó a una persona leyendo en un diario “La verdad sobre Vietnam” bajo un haz de luz con el logotipo del Times).[76]

El caso del “expediente del Pentágono” fue un hito en la historia de la libertad de prensa estadounidense y causa importante para entender qué fue lo que hizo posible que dos años más tarde el Washington Post se mantuviera firme en una empresa periodística tan aparentemente fútil como fue en sus inicios Watergate.

Así lo recuerda uno de los principales protagonistas:

Creo que ninguno de nosotros realmente comprendió la importancia que tuvo para la gestación de un nuevo Washington Post la decisión de publicar [los documentos]. Sé que yo no. Yo quería ir a prensas porque estaba en posesión de […] la mayor historia periodística en diez años. Eso es lo que hacen los periódicos: se enteran, reportean, verifican, escriben y publican. Lo que no comprendí […] fue la dimensión del cambio en el Washington Post y cómo impactó a reporteros y editores en todo el mundo atestiguar la independencia, determinación y confianza que había adquirido en el cumplimiento de su misión. En los días siguientes esos sentimientos se exacerbaron: un periódico que se mantuvo firme ante cargos de traición. Un periódico que no vaciló al ser acusado por el Presidente, por la Suprema Corte, por el Procurador General y por un insignificante Subprocurador. Un periódico que mantuvo la frente en alto, comprometido firmemente con sus principios.[77]

La Suprema Corte concedió que la publicación de los documentos podría causar serio daño a la política exterior e interior de la nación, pero una mayoría de los jueces consideró que era más dañina la censura previa.

El voto de 6 a favor y 3 en contra estableció jurisprudencia que acota seriamente la capacidad del Presidente y de los altos funcionarios del gobierno para impedir la divulgación de informaciones potencialmente perjudiciales a la seguridad nacional.

Los votos en contra consideraron, en términos generales, que la Primera enmienda[78] no puede ser absoluta y que bajo determinadas circunstancias el gobierno está en su derecho para mantener fuera del conocimiento de la opinión pública informaciones relativas a la política exterior y a conflictos bélicos.

De los votos a favor, destacan las siguientes consideraciones de la sentencia:

  • La palabra “seguridad” es una generalidad amplia y vaga cuyos contornos no deberían invocarse para abrogar la ley fundamental corporizada en la Primera enmienda. Guardar secretos militares y diplomáticos a expensas del gobierno representativo informado no brinda ninguna seguridad real para nuestra República. Los promotores de la Primera enmienda, plenamente conscientes de la necesidad de defender una nueva nación y de los abusos del gobierno inglés y colonial, trataron de darle a esta nueva sociedad fuerza y seguridad disponiendo que no se reduzca la libertad de palabra, de prensa, de religión y de reunión.
  • Estas revelaciones [el archivo del Pentágono]… pueden tener un serio impacto. Pero esa no es ninguna base para una restricción previa a la prensa.
  • El secreto en el gobierno es fundamentalmente antidemocrático, perpetuador de errores burocráticos. El debate abierto y la discusión de las cuestiones públicas son vitales para nuestra salud nacional. Sobre cuestiones públicas debería haber debate “no inhibido, robusto y bien abierto”.
  • La Primera enmienda no tolera absolutamente ninguna restricción judicial previa de la prensa fundada en la presunción o la conjetura de que podrían resultar consecuencias desfavorables.
  • En ausencia de controles y balances gubernamentales presentes en otras áreas de nuestra vida nacional, la única restricción efectiva a la política y al poder del Ejecutivo en materia de la defensa nacional y los asuntos internacionales puede residir en una ciudadanía esclarecida, en una opinión pública informada y crítica que por sí sola pueda proteger los valores del gobierno democrático […] Sin una prensa informada y libre no puede haber un pueblo esclarecido.
  • Un primer principio […] sería la insistencia en evitar el secreto por el secreto mismo. Porque cuando todo es clasificado, entonces nada es clasificado y el sistema se convierte en tal que es desatendido por los cínicos y los despreocupados y es manipulado por aquéllos que se interesan en la autoprotección y la autopromoción.[79]

Quizá sea en particular un punto de la opinión del juez Potter Stewart el que va al fondo del asunto, al desvelar, con cuidado y en el más puro lenguaje jurídico, la verdadera intención del gobierno de Nixon para impedir a toda costa la publicación del archivo del Pentágono (sin desconocer la validez del argumento sobre la seguridad nacional):

“En los casos que tenemos ante nosotros no se nos pide ni que interpretemos regulaciones específicas ni que apliquemos leyes específicas. En cambio, se nos pide que realicemos una función que la Constitución le dio al ejecutivo, no al poder judicial. Se nos pide, muy simplemente, que impidamos la publicación por parte de dos periódicos, de material que la rama ejecutiva cree que, en el interés nacional, no debería publicarse. Estoy convencido de que el ejecutivo está en lo correcto en cuanto a algunos de los documentos implicados. Pero no puedo decir que la revelación de alguno de ellos resulte con seguridad en un daño directo, inmediato e irreparable para nuestra nación o para su pueblo. Siendo eso así, según la Primera enmienda sólo puede haber una resolución judicial de las cuestiones que tenemos frente a nosotros”.[80]

En el reino de la imaginación siempre quedará la posibilidad de que otro pudo haber sido el desenlace de este episodio. Una variante de la sentencia de Pascal acerca de las dimensiones de la nariz de Cleopatra  que nos previene contra la humana inclinación a las suposiciones más o menos ilustradas[81], en el modelo que compete a este trabajo, sería: ¿si la responsabilidad editorial tanto en el Times como en el Post hubiese estado en manos de administradores profesionales y no de periodistas[82], el desenlace hubiera sido el que conocemos?

Las familias propietarias de los diarios, respectivamente los Sulzberger y los Graham, históricamente se vieron a sí mismas como depositarias de un bien público.[83] Entre sus integrantes había consenso de que la familia se reservaba la última palabra cuando había que decidir en asuntos concernientes al papel de los diarios en la defensa de las libertades ciudadanas.

En el caso del Times, estaban convencidos de que no sólo el periódico, sino el país, perderían estabilidad y continuidad si la familia abdicaba del derecho a tomar decisiones contrarias al mercado. ¿Qué sucedería -se preguntaban- si al frente de la compañía estuviera un administrador que considerara que su principal responsabilidad era con los accionistas y no con la comunidad? ¿Cómo se habría alterado la historia si la decisión de publicar el expediente del Pentágono hubiese recaído en un administrador profesional y no en Punch?[84]

 

El allanamiento en Watergate

Watergate es el nombre de un complejo de edificios a orillas de río Potomac en Washington, D.C., diseñado en 1967 por Luigi Moretti en cuatro hectáreas que la Società Generale Immobiliarie[85] compró por diez millones de dólares a la operadora del canal Chesapeake & Ohio en 1960. Consta de un hotel, dos torres de oficinas, tres de departamentos y un centro comercial. El nombre viene de la esclusa (water gate) que aliviaba el nivel de las aguas en marea alta cuando el canal estuvo en operación.

Las oficinas del Comité Nacional del Partido Demócrata (cnpd) estaban ubicadas en el sexto piso de la segunda torre. En la noche del 28 de mayo de 1972, personas no identificadas colocaron aparatos de escucha en el despacho del director del cnpd e instalaron un puesto de vigilancia remota en la habitación 723 del hotel Howard Johnson ubicado frente al conjunto, sobre la Avenida Virginia.

En la madrugada del sábado 17 de junio siguiente –seis semanas después de la muerte del mítico y siniestro director vitalicio del fbi, J. Edgar Hoover- las oficinas fueron de nuevo forzadas, aparentemente para reemplazar micrófonos defectuosos. El guardia de seguridad Frank Wills[86] detectó la intrusión y dio aviso. La policía arrestó a cinco hombres. A primera vista era otro caso de robo en “la capital del crimen”, con la peculiaridad de que los presuntos ladrones vestían como agentes de ventas y llevaban guantes quirúrgicos, lentes oscuros, aparatos de radiocomunicación, gas lacrimógeno, cámaras, linternas y fajos de billetes nuevos de cien dólares.

El incidente pudo haber pasado desapercibido, pero uno de los abogados del Partido Demócrata lo era también del Washington Post y alertó al diario, con lo que se puso en marcha la maquinaria de recopilación de noticias. Un reportero fue enviado al Watergate y otro al juzgado en donde los acusados rendían su declaración preparatoria. Uno de ellos dijo ser de profesión “anticomunista”. Y otro, de nombre James McCord Jr., se identificó como “servidor público jubilado”. “¿De qué rama del gobierno?” “De la Agencia Central de Inteligencia, su Señoría”. Eso fue como acercar un cerillo a la mecha de un explosivo que detonaría dos años después. Esa tarde diez reporteros del Post trabajaban en el caso[87].

¿Qué hacían cinco tipos con más facha de promotores médicos que de ladrones en las oficinas del Partido Demócrata en la madrugada del 17 de junio de 1972? Aunque la respuesta hoy es obvia, no lo fue en su momento y quedó en blanco en la primera relatoría de los hechos.

El principio de la navaja de Occam[88] y la retrospectiva, lo explican: la banda cumplía un trabajo de rutina ordenado y pagado por un gobierno que se colocó por encima de la ley, que sistemáticamente mintió y que utilizó todas las artimañas y trampas posibles para destruir a sus enemigos. Ya se dijo que al frente de la pandilla iba James McCord, jefe de seguridad del Comité para la Reelección, pero el jefe real de la banda era nada más y nada menos que el Presidente de los Estados Unidos.

¿Una propuesta demasiado aventurada? No, si se toman en cuenta la personalidad de Richard Nixon y las peculiaridades de la década de los setenta. Se han consignado algunos rasgos de carácter de este personaje. Habría que añadir que durante toda su vida, a la par de extraordinarias tozudez y resistencia políticas y total entrega al principio de que el fin justifica los medios, padeció un complejo de inferioridad, problemas de autoestima e inseguridad frente a “los más afortunados”. Como estudiante, Nixon sobresalió en el estudio de Shakespeare. ¿Habrá encontrado en los héroes trágicos del bardo la inspiración para superar el complejo de niño pizcador de limones de Yorba Linda que vio morir de tuberculosis a dos hermanos y creció en la pobreza?[89] Nuevamente la nariz de Cleopatra

Poco a poco aparecieron evidencias de que se estaba ante algo mucho más grave que un supuesto intento de robo. El nombre y teléfono de un asesor de la Casa Blanca, Howard Hunt, se encontró en la agenda de un acusado y se le pudo relacionar con Charles Colson, auxiliar del presidente Nixon. Después se estableció que el detenido James McCord, “hombre de familia, religioso, teniente coronel en las reservas de la Fuerza Aérea, servidor público ejemplar, disciplinado al extremo”, estaba además en la nómina del Comité para la Reelección del Presidente (Nixon), agrupación mejor conocida por el acrónimo de su nombre en inglés, creep[90], como jefe de seguridad.[91]

Dos días después del allanamiento el Post había logrado establecer un vínculo entre el “robo de tercera” -como se apresuraron a calificarlo los voceros del Partido Republicano- y una conspiración operada desde la Casa Blanca para espiar y sabotear a enemigos políticos del presidente Nixon en la campaña electoral. Es evidente, pero vale la pena subrayar que los métodos utilizados no guardaban ni consideraciones ni respeto por el marco legal, las reglas del juego electoral o los derechos de los adversarios.

En las siguientes semanas el diario pudo armar una parte del rompecabezas, aunque debieron transcurrir algunos meses antes de que fuera evidente el verdadero significado de Watergate. Durante su primera época el asunto fue una “exclusiva” del Post. Salvo menciones ocasionales y confinadas a las páginas interiores de otros periódicos o en la miscelánea de los noticiarios, el rotativo parecía obsesionado por un asunto al que los grandes diarios no parecían dar mayor importancia. Katherine Graham, la editora[92], le preguntó al director: “Si éste es un asunto tan bueno… ¿dónde están los otros periódicos?”.[93] La Casa Blanca, por su parte, y los altos cuadros del Partido Republicano, no escatimaron denuestos al periódico. En una sola conferencia de prensa, el vocero presidencial Ron Ziegler declinó comentar el caso 29 veces en media hora.[94]

En el equipo del Washington Post que siguió el caso sobresalieron dos reporteros: Robert “Bob” Woodward y Carl Bernstein, y el director del diario: Benjamín “Ben” Bradlee.

Se dice en el gremio de los periodistas que no hay buen reportero sin suerte y Carl Bernstein comprobó el dicho a fines de julio. Bernstein era intuitivo, mañoso e implacable. Si cherchez la femme es el mejor camino para investigar asuntos pasionales, en el caso Watergate la divisa tendría que ser cherchez la monnaie. ¿Cómo era que cinco tipos que habían forzado unas oficinas con el aparente propósito de robar cargaran con una buena cantidad de billetes nuevos de cien dólares y además seriados consecutivamente? En el oficio reporteril se dice que cuando dos más dos suman cinco, hay una nota.

Bernstein rastreó el dinero a Miami. Viajó a esa ciudad para entrevistar al fiscal del caso y verificar la posibilidad de que unos ladrones, en contra de toda lógica, hubiesen transferido fondos mediante cuentas bancarias. El resultado fue que uno de ellos, Bernard Barker, no tenía una, sino dos cuentas. En una de ellas habían sido depositados 114 mil dólares en cinco cheques de caja, cuatro expedidos por un banco mexicano ($89 mil dólares en total)[95], y uno de $25 mil dólares endosado por un tal Kenneth H. Dahlberg.

Si descubrir que en la cuenta bancaria de un acusado de allanamiento e intento de robo han sido depositados cheques de un banco extranjero resultaba sospechoso, encontrar uno del recaudador de fondos para la campaña de reelección de Nixon, cayó como un tonificante balde de agua fría en el equipo de reporteros del Post.

Bernstein localizó a Dahlberg y éste le dijo que para no cargar con el efectivo de los donativos había comprado cheques de caja que a su debido tiempo puso en manos de Maurice Stans, exsecretario de Comercio de Nixon y tesorero del Comité para la Reelección del Presidente.

Dahlberg no tenía idea de cómo o por qué algunos de esos cheques fueron a parar a la cuenta bancaria de una persona acusada de allanamiento e intento de robo.

Una investigación de la Contraloría federal (gao por sus siglas en inglés) confirmó que el dinero de la “conexión mexicana” se había originado en empresas texanas.

La triangulación servía para evadir los controles legales sobre las aportaciones económicas a las campañas políticas. Los bancos mexicanos estaban fuera de la jurisdicción de la gao y los partidarios de Nixon podían canalizar recursos a la campaña sin correr el riesgo de ser descubiertos en violación flagrante de la ley.

Según Martin Dardis, el fiscal de Miami entrevistado por Bernstein, era una cadena de lavado de dinero idéntica a las utilizadas por la mafia y había sido maquinada por Maurice Stans para ocultar los orígenes del dinero. De esa forma, las grandes corporaciones –legalmente impedidas para contribuir a una campaña política-, los hombres de negocios y los dirigentes sindicales bajo la mira de agencias regulatorias, los grupos de presión, los dueños de los casinos y la misma mafia, podían apoyar sin mucho riesgo a su candidato republicano; es decir, a Nixon. Para garantizar el anonimato, los cheques, el efectivo o los bonos eran trasladados a México e ingresados a la cuenta de un ciudadano de ese país sin nexos conocidos con la campaña de Nixon. Posteriormente los fondos se remitían a Washington en donde Maurice Stans guardaba los recibos bajo siete llaves.

La gao pudo confirmar que a través de la “conexión mexicana” se “lavaron” más de $750 mil dólares para la campaña (cerca de 3.5 millones de dólares a valor de hoy). El personero de la conexión, el abogado defeño Manuel Ogarrio, representaba en México a una empresa petrolera texana y supervisó el lavado del dinero recolectado a través de ella. Las autoridades sospecharon que hubo más de una conexión mexicana, pero nunca se encontró otro hilo de la madeja, por lo tanto el total de los fondos de campaña lavados a través de México permanece un misterio.

Si la sola combinación de paranoia y soberbia de Nixon y sus colaboradores no parece suficiente para justificar a los “plomeros”, más difícil es acreditar la torpeza y el descuido con que operaban, regando evidencias por doquier y dejando rastros como nombres y teléfonos de funcionarios de primer nivel en sus agendas y depósitos de cheques de caja a nombre del Comité para la Reelección del Presidente en sus cuentas bancarias. Quizá la navaja de Occam ofrezca la respuesta y ésta sea que no obstante sus evidentes habilidades políticas, ni Nixon ni sus colaboradores eran muy inteligentes. O tal vez el profundo desprecio que sentían por la ley y las instituciones los cegó. No se entiende de inmediato que los “plomeros”, todos con una larga trayectoria en la Agencia Central de Inteligencia, hubiesen operado con la torpeza de principiantes bisoños.

La participación o el visto bueno de Kissinger para los operativos de los “plomeros” se sugiere en las memorias de uno de los protagonistas de Watergate,

Henry Kissinger aportó significativamente a los esfuerzos para minimizar Watergate al declarar que la nación debía decidir  si podía soportar una “orgía de recriminaciones”, sugiriendo que el país estaría mejor si olvidase Watergate. Spiro Agnew, un hombre que había aceptado sobornos en sus oficinas del Edificio Ejecutivo siendo Vicepresidente, tuvo el cinismo de decir a unos estudiantes que renunciaría al cargo si Watergate le impedía desempeñarlo “con la conciencia limpia”. El director interino del fbi, L. Patrick Gray, destruyó dos expedientes con pruebas criminales que le fueron entregados el 3 de julio de 1972 por Ehrlichman y Dean y nueve meses después fue despedido. Fueron intervenidos los teléfonos de reporteros que escribieron informaciones desfavorables a Kissinger. Se reveló que Liddy y Hunt allanaron los archivos del siquiatra de Daniel Ellsberg en busca de información que pudiera dañarlo para vengarse por haber hecho públicos los documentos del Pentágono…[96]

 

Prueba del crimen y desenlace

Casi desde el día del allanamiento Nixon negó tener conocimiento personal de los hechos. En su segundo periodo, a partir de noviembre de 1972 y conforme su capital político comenzaba a disminuir al hacerse públicas las dimensiones de la encubierta y se profundizaba el descontento en la sociedad por el derrotero del país en lo interno y externo, recurrió a todas las argucias que en el pasado le habían salvado la vida política. Negó públicamente y en todos los foros y tonos tener conocimiento de que se había violado la ley. Dio golpes de mano y despidió a colaboradores cercanos. Recurrió a medidas de distracción de la opinión pública. Pero casi a diario se conocían nuevos y más graves detalles del complot, principalmente en las páginas del Washington Post y de la revista Time.

La existencia de las grabaciones finalmente salió a luz durante una comparecencia en la comisión senatorial que investigaba los hechos y el camino al despeñadero se aceleró. Nixon vigorizó su defensa. Despidió al fiscal especial que había sido nombrado para investigar la posible comisión de delitos y con ello provocó la renuncia de los dos principales funcionarios del Departamento de Justicia. El nuevo fiscal resultó tan implacable como el anterior. El presidente estaba acorralado. Tuvo que entregar un lote de cintas. Una de ellas estaba borrada a lo largo de 18 minutos y medio[97]. Se confirmó, sin lugar a dudas, que Nixon no sólo estuvo enterado del allanamiento de las oficinas del Partido Demócrata sino que autorizó esa operación.

Los diarios del martes 23 de octubre de 1973 publicaron la noticia a ocho columnas:

Nixon entregará las grabaciones. El presidente acepta obedecer a los tribunales

Las dudas se despejaron. El Presidente de los Estados Unidos estuvo al tanto del “operativo Watergate”, como demuestra la transcripción de una porción de una conversación de 95 minutos entre el presidente Nixon y su jefe de gabinete H. R. Haldeman el 23 de junio de 1972, 48 horas después del allanamiento:

Haldeman, refiriéndose a su propia investigación sobre el allanamiento: “Seguimos en […] problemas, porque el fbi no está controlado, porque [Patrick] Gray no sabe cómo controlarlos y… su investigación… está tomando un rumbo que no queremos… Dean… ya está de acuerdo con la recomendación de Mitchell de que la única manera de resolver esto es que… le digamos a […] Vernon Walters (director adjunto de la cia) que le hable a Pat Gray y simplemente le diga: ‘Al diablo con tu participación en este, ah, este asunto. No queremos que te involucres más…’ la cosa es lograr que ya dejen de investigar”.

Nixon: Está bien, de acuerdo… ¿Cómo lo convences? Quiero decir, nomás… Después de todo protegimos a Helms de una bola de cosas… Tú hazte cargo y convócalos.”

Haldeman: “Está bien.”

Nixon: “Sé duro. Así es como ellos juegan y así va a ser como nosotros haremos.”

Haldeman: “OK. Lo haremos.”

Nixon: “Diles [a Helms y Walters], ‘Miren, el problema es que esto va a abrir de nuevo todo el asunto de Bahía de Cochinos y el Presidente siente que’ –ah, pero sin entrar en detalles. No les mientas al extremo de decir que no hubo involucramiento, nomás di, ‘Es una comedia de errores’ sin entrar en detalles, ‘El Presidente cree que va a abrir nuevamente el asunto de Bahía de Cochinos.’ Y, ah, ‘Porque esas personas están decididas a hacerlo público,’ y que debieran retirar al fbi y decir que en bien del país, ‘No se involucren más en este caso. Punto.’”[98]

“La grabación prueba que Nixon mintió cuando sostuvo que supo hasta nueve meses después que miembros de su equipo habían estado involucrados en Watergate. Prueba que Nixon mintió cuando dijo que en esta conversación se trataron temas de seguridad nacional. Prueba que Nixon había aprobado el plan para que la cia cerrara la investigación del fbi sobre Watergate y que mintió al negarlo. La grabación coloca a Nixon justo al centro de la conspiración desde por lo menos el segundo día.[99]

En el verano de 1974 esta cinta de audio, fechada el 23 de junio de 1972, sería la prueba definitiva para iniciar un procedimiento de desafuero contra Richard Nixon, la “pistola humeante” en manos del criminal sorprendido en el momento del delito.

En el Congreso, diputados y senadores se pusieron de acuerdo sobre tres cargos para el desafuero: i) Que Nixon encubrió los crímenes de Watergate; ii) Que echó mano de institucione oficiales para violar la Constitución y iii) Que ocultó información al Congreso e interfirió con el proceso de desafuero.

Nixon no se arredró. Formado en las grescas de los corredores del poder, convencido de que la inmovilidad es el paso previo a la derrota,[100] afiló sus armas para la contraofensiva y se embarcó en una agresiva campaña. Dos semanas después de conocerse el fallo que lo obligaba a entregar las grabaciones, se presentó ante cientos de editores de la Prensa Asociada en su convención anual el 17 de noviembre, y en un discurso televisado a la nación -ecos de la estrategia Checkers– exclamó: “¡No soy un pillo. Ésa es la verdad!”

La noticia de uno de los diarios del 18 de noviembre fue:

El presidente Nixon dijo el sábado por la noche que el pueblo estadounidense “debe conocer si su Presidente es o no un deshonesto”, y añadió: “Pues bien, no soy un deshonesto, todo lo que tengo lo adquirí con mi trabajo”. Reiteró una vez más su inocencia en el asunto Watergate, dio a conocer nuevos detalles de sus finanzas personales y se comprometió a buscar la restauración de la confianza en su liderazgo. Al proclamar su inocencia, el Presidente dijo que ha cometido errores, “pero en todos mis años de servicio público nunca me he beneficiado indebidamente. He ganado cada centavo. Y en todos mis años de vida pública, nunca he obstruido el procedimiento de la justicia.[101]

Pero ya era demasiado tarde. A principios de agosto de 1974 Nixon se convenció de que todo estaba perdido. Uno de los protagonistas de aquella saga reconstruyó, a partir de testimonios, la escena en la Oficina Oval:

“En una calurosa y húmeda mañana de verano en Washington, dentro de la Casa Blanca la temperatura era inusualmente baja. El aspecto del Presidente era demacrado, como si hubiese sufrido un infarto. Alexander M. Haig, su principal asistente, tenía los ojos inyectados. Nixon había mandado llamar al general del ejército de 49 años que había sido su mano derecha durante los últimos 15 meses, el más difícil e inestable periodo de todo el escándalo Watergate. Ambos personajes habían hecho de la falta de sueño un estilo de vida. ‘Todo terminó’, dijo Nixon en un tono de voz sorprendentemente impersonal. Siempre el político realista, sencillamente dijo que ya no podía gobernar […] Una semana antes la Suprema Corte había fallado que Nixon debía entregar a la Comisión Investigadora 64 cintas de audio; dos de ellas contenían evidencias de que el Presidente había ordenado encubrir Watergate”.[102]

El viernes 9 redactó en dos líneas una lacónica renuncia al puesto de elección popular más importante en el planeta y entregó el poder que había alcanzado como culminación de 28 años de lucha despiadada y sin cuartel.

Además de la primera renuncia al cargo de un Presidente, las investigaciones sobre Watergate llevarían a fincar cargos a 40 funcionarios del gobierno de Nixon, 19 de los cuales cumplieron condenas de prisión.

El presidente del comité especial del Senado para la investigación, Sam Ervin, dijo que Watergate fue la peor tragedia en la historia de los Estados Unidos. Y algunos críticos acusaron a la prensa de haber exagerado la cobertura como reacción a las manipulaciones de Nixon, Kissinger y Johnson:

La prensa exageró su propio papel en Watergate, e incluso más en la versión cinematográfica de Todos los hombres del presidente. Los reporteros tenían que justificar la pérdida de confianza pública en que incurrieron cuando se dejaron manipular por Lyndon Johnson y Henry Kissinger. Pese a las proclamas triunfalistas, las noticias sobre Watergate tuvieron escaso impacto político antes de que comenzara la indagación oficial. Más de la mitad de los estadounidenses encuestados ni siquiera había oído de Watergate el día de las elecciones, pues muy pocos de los peores “Horrores de Watergate” (término acuñado por el Procurador General de Nixon, quien después cumplió una sentencia de prisión) habían llegado a los auditorios fuera de Washington. Lo que después el Post reclamó como su momento de mayor gloria ni siquiera lo mencionó el día de la segunda toma de posesión de Nixon.[103]

Ken Auletta[104] coincide con esta opinión. Para este “reportero de medios”, las virtudes del oficio periodístico, a la manera de los héroes griegos, devienen en vicios. Sus triunfos –impulsar el movimiento pro derechos civiles, abrir los ojos del país a Vietnam, a la depredación y a los embrollos financieros de Nixon- impulsaron excesos. Los reporteros quisieron ser famosos, ricos e influyentes.

O, en palabras de otro experto en medios, a mediados de los setenta los periodistas estaban en la nube de Watergate, glorificados por el cine y la televisión como los sheriffes que habían “limpiado” a Washington.[105]

De vuelta a “la nariz de Cleopatra”, Watergate dio y sigue dando lugar a toda suerte de especulaciones. ¿Qué había en los 18 y medio minutos que faltan en la grabación? A menos que el “brillante paranoico” que fue Nixon[106] hubiese perdido totalmente el control, por el alcohol o por la presión[107], ¿por qué no borró también la conversación incriminatoria con Haldeman?

English: Richard Nixon boarding Army One upon ...

English: Richard Nixon boarding Army One upon his departure from the White House after resigning the office of President of the United States following the Watergate Scandal in 1974. 日本語: ホワイトハウスを去るリチャード・ニクソン (Photo credit: Wikipedia)

Durante las audiencias para determinar si Nixon estaba legalmente obligado a entregar las grabaciones, el abogado de Nixon dijo al juez John Sirica que el Presidente tenía la convicción de que por su calidad de jefe de Estado y de gobierno tenía atributos semejantes a los que tuvo Luis XIV -aunque limitados a períodos de cuatro años- y por lo tanto sus acciones no caían en la jurisdicción de los tribunales, con la excepción del que pudiera integrarse en las cámaras para un juicio político. Después de la renuncia, el periodista David Frost preguntó al ex Presidente que cómo podía justificar los crímenes que había cometido. Nixon contestó: “Está usted mal, señor Frost. Los actos del Presidente no pueden ser ilegales”.[108]

La cadena delictiva tejida a lo largo de su primera Presidencia y la mitad de la segunda, permite suponer con cierto grado de certeza que si por alguna razón el allanamiento en el conjunto Watergate no hubiera sido detectado por el guarda de seguridad Frank Wills[109] Nixon y sus cómplices se hubiesen tropezado en otro momento.

Pocos minutos después de recibida la carta de renuncia de Nixon, Gerald Ford prestó juramento como el 38vo Presidente de los EUA y en su discurso de aceptación diría: “Ha terminado nuestra larga pesadilla nacional”. El 8 de septiembre siguiente firmó un decreto concediendo a Nixon un perdón incondicional por cualquier crimen que hubiese cometido en el ejercicio de sus funciones.

Como ciudadano privado Nixon obtuvo la custodia de sus documentos personales, entre ellos las cintas de audio, y hasta su muerte defendió su derecho a no hacerlas públicas. Actualmente se encuentran bajo reserva y serán liberadas en algunos años.

 

Conclusiones

El epílogo de Watergate recuerda la sentencia inicial del ensayo de C. Wright Mills, La élite del poder, aparecido hace medio siglo:

“Los poderes de los hombres ordinarios se circunscriben a los mundos cotidianos que habitan, pero incluso en estas circunstancias de empleo, familia y sociedad con frecuencia parecen ser movidos por fuerzas que ni pueden entender ni pueden gobernar”.[110]

Mills argumentó que la llave sociológica a las inquietudes norteamericanas estaba no en los misterios del inconsciente ni en la lucha contra el comunismo, sino en la sobreorganización de la sociedad.

“En la cima del gobierno, las fuerzas militares y las corporaciones, un pequeño grupo toma las decisiones que luego reverberan en todos los recovecos de la vida del país. Por lo que respecta a los hechos de alcance nacional, es la élite del poder la que los decide. No es la opinión pública la que encauza la agenda política”.[111]

Watergate marcó para siempre la manera en que los medios estadounidenses, en particular los periódicos, se relacionan con el gobierno. Además del caso estudiado del Post, las consecuencias del desenlace contaminaron a otros rotativos como en una epidemia, incluso empresas profundamente conservadoras y gobiernistas como la que editaba el Chicago Tribune, rotativo que históricamente había reflejado en sus contenidos el capricho del dueño-y-director en turno, publicó un suplemento especial de 44 páginas con la transcripción de las cintas de audio conocidas y pidió la renuncia de Nixon cuando fueron evidentes el significado y alcances del escándalo, (Auletta, 2003).[112]

Pero Watergate también marcó a los actores políticos. Las conclusiones de Ben Bradlee son ejemplares:

Desde la noche de junio de 1972 en que ocurrió el allanamiento, hasta la renuncia de Nixon en agosto de 1974, el caso Watergate y el Washington Post estuvieron inexorablemente unidos. Nixon –no el Post– “cazó” a Nixon, pero el reporteo del Post introdujo el tema en la agenda nacional y lo mantuvo ahí hasta que el mundo comprendió con cuánta saña se estaba debilitando a la Constitución[113].

English: Vice President Richard Nixon leaves t...

English: Vice President Richard Nixon leaves the White House to attend the Inaugural Ceremonies of his successor, former Texas Senator Lyndon Johnson (Photo credit: Wikipedia)

Al interior del Post el reporteo de Woodward y Bernstein tuvo una importancia superlativa. El cuidado y la determinación de los editores involucrados –Bradlee, Simons, Sussman, Downie y Rosenfield- fue vital, particularmente con nuestra negativa a dejar morir el asunto. El apoyo de los dueños –especialmente bajo amenazas hostiles por parte de la administración- fue incondicional y hasta donde sé, nunca igualado en el periodismo. El periodismo se nutre con pequeños mordiscos diarios de una fruta de tamaño desconocido. Pueden ser necesarias docenas de mordidas antes de que se esté seguro de que es una manzana. Y docenas y docenas más antes de que se pueda tener una idea verdadera sobre el tamaño de la manzana. Así fue con Watergate. Los políticos involucrados muy pronto pagaron un precio terrible. Independientemente de sus logros anteriores, sus obituarios destacaron y destacarán, el deshonroso papel que jugaron en Watergate.

Del Washington Post el 23 de abril de 1994

La muerte de Richard Milhous Nixon, el más controversial y paradójico de todos los Presidentes estadounidenses, tuvo lugar 20 años después de que se convirtiera en el Primer Mandatario obligado a renunciar al cargo bajo la amenaza de desafuero…

Y el 13 de noviembre de 1993:

H. R. “Bob” Haldeman, 67, jefe de gabinete del presidente Richard Nixon y una de las figuras clave en el escándalo Watergate que obligó a Nixon a renunciar a la Presidencia, murió ayer de cáncer en su casa de Santa Bárbara, California.

Richard Nixon fue humillado y deshecho, relegado a su muy particular infierno, obligado a renunciar para evitar el desafuero y sin nadie a quien culpar salvo a sí mismo. Los fanáticos –Charles Colson, John Ehrlichman, H. R. Haldeman, Howard Hunt y Gordon Liddy- cayeron en desgracia y fueron a prisión, víctimas de su creencia de que estaban por encima de la ley y por la arrogancia que compartían con Nixon. Los aficionados –mojigatos veteranos de los negocios, como el procurador general John Mitchell y el secretario de Comercio Maurice Stans y los imberbes neófitos como John Dean, Dwight Chapin, Donald Segretti, Egil Krogj y Jeb Magruder- fueron víctimas de su propia ambición ilimitada. Mas para los políticos que se montaron en la ola hacia Washington después de Watergate, las lecciones que parecieron haber aprendido se han reducido a ésta: no hay que dejarse atrapar. Y tampoco la aprendieron muy bien (Nixon una vez le dijo al politólogo Len Garment, su amigo y abogado: “Nunca vas a destacar en política; no sabes cómo mentir.”). En la década siguiente a la desgracia de Nixon, el número de funcionarios federales convictos por delitos subió de 43 en 1975 a 429 en 1984. Y esas cifras no incluyen los escándalos y encubrimientos del caso Irán – contras.[114]

Muy pocas personas presenciarán una crisis, pero millones se enterarán por los medios. Este aforismo es como un traje a la medida para el affaire Watergate. Su consecuencia más conocida, la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia de los Estados Unidos, es un hito en el estudio de la relación de los medios con el Estado en la cultura política mundial y de las funciones que cumple en términos de fijar las agendas sociales y políticas.

La palabra Watergate dejó su impronta y el sufijo gate se convirtió en sinónimo de escándalo: “Irángate”, “Lewinskygate”, “Whitewatergate”, “Migragateand so on. En México tenemos ejemplos del fenómeno. El “toallagate” ocasionó la renuncia de un administrador de la casa presidencial; el “AguasBlancasgate” culminó con la caída de un gobernador[115].

Los entretelones del caso han sido objeto de los más diversos estudios. Watergate atrajo la atención de estudiosos de todas las escuelas, la clase política mundial (sin exageración) y desde luego de los periodistas y los dueños de los medios. Docenas de libros y millares de tratados académicos se han escrito sobre las repercusiones del caso, algunas en el ámbito interno de los Estados Unidos –como la sombra que arrojó sobre la relación entre los medios y el gobierno y el impacto en el marco legal de la libertad de expresión- y otras más allá de sus fronteras –la reflexión sobre el papel que la prensa realmente desempeña en la construcción de las sociedades democráticas.

Watergate revivió la vieja discusión sobre la paradoja de la importancia que atribuimos a los medios en la democratización de las sociedades y la importancia relativa que éstas dan a aquéllos. Quienes se apresuran a señalar que la mejor prueba de que “la prensa” es “el motor” de la democracia y ejemplifican con el papel desempeñado por The Washington Post en Watergate y la primera renuncia de un Presidente estadounidense, suelen pasar por alto que en noviembre de 1972, cuando los pormenores del asunto tenían seis meses en la primera plana del Post y Walter Cronkite, el “Gran Padre Blanco” de la televisión, “el hombre con mayor credibilidad en Estados Unidos” hiciera suyo y validara periodísticamente el caso, Nixon ganó su segunda elección presidencial por el más amplio margen de votos en la historia.[116]

¿Qué sucedió? La respuesta se debe buscar en el papel que realmente juega la prensa en la democracia. Tiene que ver con lo que Hamilton[117] llamó “el estado de ánimo” de la sociedad, otros “las imágenes en nuestra mente”[118] o la “construcción de las agendas.[119] Parece indiscutible que la prensa provee no sólo información, sino el marco conceptual en el cual se ordenan la información y las opiniones: no únicamente los hechos, sino una visión del mundo. Así, los actores políticos se ven obligados a configurar sus mensajes al modelo propuesto por la prensa y esto influye en la percepción del proceso político que tienen las audiencias.[120]

Quizá haya llegado el momento de preguntarnos si no hemos tenido que aprender a vivir con un nuevo fundamentalismo, que podría expresarse así: la prensa se considera depositaria de la verdad y de las necesidades sociales, sobre todo si de derechos democráticos y de justicia se trata. Pero no sólo por la actividad que históricamente le fue propia, que es la de investigar y recoger los hechos cotidianos, sino porque el discurso de reclamo democrático considera haberlo ganado gracias a su experiencia en la relación con los grupos de poder. Y en este marco, es inevitable la ilación a otro gran cuestionamiento: ¿cumple la prensa con su responsabilidad con los lectores, o su compromiso se trasladó a los centros de poder?

Es una paradoja el que la prensa se mueva en un ámbito dual. Según Abramson[121], la prensa no sólo es poderosa, sino débil y manipulable. Si accede a los designios del gobierno –es decir, si tuviese éxito en cumplir con los designios del gobierno- en esa medida es poderosa. La controversia entre quienes sostienen que la prensa es poderosa y los que dicen que es débil y manipulada puede entenderse como una disputa sobre el origen y contenido de los mensajes. El poder de la prensa propiamente dicha no está en discusión.

Sea como fuere que se resuelvan las controversias sobre la naturaleza verdadera y el origen del poder de la prensa, parece que el tema de fondo es cómo resolver las tensiones entre los ideales claramente democráticos que la prensa debiera servir y las prácticas y estructuras comunicacionales que en la realidad prevalecen en las sociedades.[122]

 

Anexos

Richard Nixon

Richard M. Nixon

Cover of Richard M. Nixon

Richard Milhous Nixon nació el 9 de enero de 1913 en Yorba Linda, un poblado del Condado de Orange, a 65 kilómetros de Los Ángeles, California. Fue el segundo de cinco hijos de una empobrecida familia cuáquera[123]. Su padre, agrio y trabajador y su madre, religiosa al extremo de la santidad, se ganaban la vida en la huerta limonera más pobre de todo el estado (Stone, 1995), en los tiempos difíciles de la “gran depresión”. Dos de sus hermanos murieron jóvenes víctimas de tuberculosis. Richard cursó la preparatoria en el Colegio Whittier de la localidad y fue tan buen estudiante que la Universidad de Harvard le ofreció una beca completa, pero la rechazó para estudiar derecho en la menos conocida Universidad Duke. A su regreso de la Universidad conoció a Thelma “Pat” Ryan, una maestra de preparatoria con quien contrajo matrimonio en junio de 1940.

En 1946, a la edad de 34 años, ganó su primera campaña electoral y una curul en la Cámara de Diputados, donde intervino en el diseño del Plan Marshall y en la redacción de una nueva Ley de Relaciones Laborales. En 1950, a los 38, se convirtió en el Senador más joven de la legislatura y en 1952, a los 40, fue el candidato republicano a la vicepresidencia con el condecorado general Dwight David “Ike” Eisenhower. Durante la cruzada anticomunista de Joseph R. McCarthy[124] fue un prominente miembro del Comité para Actividades Antiestadounidenses y logró evadir el descrédito que finalmente alcanzó al presidente de aquel tribunal[125]. Por el contrario, el nombre de Nixon alcanzó notoriedad nacional cuando desde el Comité acosó con ferocidad de mastín al supuesto espía Alger Hiss hasta que logró su consignación mediante acusaciones y “pruebas” que nunca fueron del todo claras[126].

Un rutilante ejemplo de las habilidades de este artista del trapecio político fue el llamado “episodio checkers”. Durante la campaña con Eisenhower en 1952 fue acusado de malversar $18,235 dólares de un fondo electoral. El escándalo desatado puso en un hilo su candidatura. El 23 de septiembre del mismo año se presentó en cadena nacional de televisión al lado de su esposa. Se dolió de que su honestidad e integridad hubiesen sido puestas en duda. Dio un informe detallado de sus finanzas personales, juró inocencia respecto a los cargos de malversación y confesó que sí había recibido un regalo: un cachorro llamado “checkers” que era el amor de sus hijas y que de ninguna manera pensaba devolver.

La respuesta del electorado fue extraordinaria. La oficina de telégrafos trabajó horas extras para manejar el volumen de mensajes de apoyo que se recibieron durante la noche después de la transmisión (OT, 1952). El Partido Republicano desembolsó 70 mil dólares en costo de tiempo aire para que Nixon se defendiera de una acusación por mal uso de 18 mil. El hábil político tenía todo bajo control.

El “episodio checkers” confirmó a Nixon en la candidatura y el siguiente noviembre la fórmula Eisenhower – Nixon ganó la elección presidencial por amplio margen. En las siguientes dos décadas este personaje acumularía una impresionante serie de unicidades: el único electo dos veces a la Vicepresidencia, el único electo dos veces a la Presidencia y el único renunciante a la Primera Magistratura. Además fue el artífice de “La presidencia imperial”.[127]

Además de ocupar la Presidencia en caso de necesidad, la Constitución de los Estados Unidos dispone sólo dos obligaciones para el Vicepresidente en funciones: presidir las sesiones del Senado y votar cuando se da un empate.

Mas en este puesto Nixon, como a lo largo de casi toda su carrera política, corrió con una suerte distinta. Era un hombre con buena estrella. Desde el inicio de su primer administración y durante ocho años, Eisenhower, a diferencia de casi todos sus antecesores, dio un amplio espacio a su Vicepresidente, entrenándolo para asumir funciones públicas. Lo integró a las sesiones de Gabinete y del Consejo de Seguridad Nacional. Le encomendó misiones de buena voluntad en los cinco continentes[128] y en tres oportunidades, durante 1955, 1956 y 1957, Nixon estuvo al frente de la Presidencia por enfermedad del General. La experiencia geopolítica, las relaciones personales con estadistas de todo el mundo y su activa participación en los asuntos de Estado terminaron de afinar las de por sí avanzadas habilidades políticas del californiano.

La personalidad de Nixon llega a nuestros días revestida de escarnio e inmersa en la fama de un político tramposo y amoral que no vacilaba en mentir y utilizar a quienquiera que le fuera útil en su camino al poder, el desprestigiado Tricky Dicky[129], chapucero y abusivo como vendedor de autos usados.

Pero si se penetra la bruma de esa (sin duda bien ganada) fama, Richard Nixon aparece como uno de los estadistas más exitosos de su época, cuyos logros políticos no fueron inferiores a los de John F. Kennedy.

Nixon integró una de las administraciones de mayor nivel. Entre sus colaboradores hubo un futuro presidente (George H.W. Bush), un futuro vicepresidente (Dick Cheney), seis futuros secretarios de Estado (Henry Kissinger, Alexander Haigh, George Schultz, James Baker, Lawrence Eagleburger y Colin Powell), cinco futuros secretarios de la Defensa (James Schlesinger, Donald Rumsfeld, Casper Weinberger, Frank Carlucci y Dick Cheney), un futuro jefe del Estado Mayor Conjunto (Colin Powell), dos futuros secretarios de Hacienda (William Simon y James Baker), un futuro secretario de Energía (James Schlesinger ) y tres futuros jefes de personal de la Casa Blanca (Donald Rumsfeld, Dick Cheney y James Baker). Durante las seis presidencias posteriores a Nixon, por lo menos uno de sus ex – colaboradores ocupó un cargo de alto nivel.[130]

Es posible que las habilidades del californiano como cabeza de gobierno hayan sido superiores a las de John F. Kennedy, cuyo legendario grupo de “los mejores y más inteligentes” (The best and the brightest) fue vendido a la opinión pública estadounidense como un equipo sin par.

Ahora bien, todo esto no explica la personalidad tortuosa de Nixon ni arroja luz sobre el origen de las conductas que lo llevaron a la debacle política. Quizá a este hombre sea aplicable el juicio que mereció Chamberlain de parte de uno de los grandes analistas políticos de su tiempo: “Sus detractores veían en él a un oscuro y astuto intrigante […] pero es mucho más probable que haya sido un anciano necio y limitado empeñado en cumplir lo mejor que sus pocas luces le permitían. De otra manera es difícil explicarse las contradicciones de su política y su incapacidad para comprender los cursos de acción disponibles […] No quería pagar ni el precio de la paz ni el precio de la guerra”.[131]

 

Benjamín Bradlee

Benjamín Crowinshield “Ben” Bradlee nació el 26 de agosto de 1921 en Boston, Massachussets, en el seno de una familia antigua y conservadora también golpeada por la depresión. Fue el segundo de tres hijos. Estudió en Harvard y se casó con la hija de un senador. Durante la Segunda Guerra estuvo adscrito a la Oficina de Inteligencia Naval, a cargo de la transmisión de mensajes cifrados. En 1946 se incorporó como reportero de un diario dominical de Nuevo Hampshire y en 1951, recomendado por su amigo Philip Graham, yerno del propietario del Washington Post, fue nombrado subjefe de prensa de la Embajada de los Estados Unidos en París y trabajó para el Departamento de Intercambio Informativo y Cultural de los Estados Unidos, nombre oficial de la agencia de propaganda del gobierno de Estados Unidos, a cargo de la producción de películas, discursos y artículos informativos para uso de la Agencia Central de Inteligencia (cia) en Europa. Tuvo como colega a un hombre cuyo camino se habría de cruzar con el suyo años después durante Watergate: E. Howard Hunt, futuro director de personal de la Casa Blanca con Nixon y jefe del equipo conocido como “los plomeros” encargados de “tapar” fugas de información[132]. Según archivos de la Procuraduría de Justicia conocidos posteriormente, una de las tareas de Bradlee fue la de organizar la campaña de propaganda en torno a la ejecución de los supuestos espías Julius y Ethel Rosenberg en junio de 1953.[133]

En 1953 se incorporó a la corresponsalía de Newsweek en Europa, se divorció y se casó nuevamente con la hermana de la esposa de Cord Meyer, un alto operativo de la cia encargado de la “Operación Mockingbird (cenzontle)[134] diseñada para sembrar informaciones en los medios y reclutar a periodistas y editores para tareas de inteligencia. En 1957, después de que entrevistó a integrantes del Frente de Liberación Nacional argelino -según una autora por orden de Mockingbird (Davis, 1991)-, fue expulsado de Francia[135].

De regreso a su país ingresó al Washington Post y cuando Watergate estalló en 1972, ocupaba la dirección ejecutiva del diario. Bradlee fue un amigo cercano de Jackie y John Kennedy, sus vecinos en Georgetown, el barrio elegante de la capital estadounidense. Se casó en terceras nupcias con una compañera del Post, la exitosa reportera de sociales Sally Quinn. Era, pues, un hombre de mundo, seguro entre la élite, sin problemas de autoestima. Aparentemente lo contrario de Nixon. Pero como Nixon, profundo conocedor de los rincones oscuros del poder y nada ajeno a la intriga.

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[1] También conocida como Bahía de Cochinos.

[2] Kennedy tuvo su aprendizaje mediático durante los cuatro debates con Nixon en la campaña presidencial de 1960 presenciados por más de 70 millones de televidentes, que permitieron por primera vez al electorado “ver” a los candidatos. El Presidente reconoció de inmediato el valor político del nuevo medio.

[3] El “pool” es un grupo reducido de reporteros y en principio representativo de los numerosos medios que siguen las actividades diarias de un Presidente. Estos reporteros comparten sus notas con el resto de la “fuente”. En teoría el “pool” es rotativo para dar una oportunidad a todos, pero en la realidad los jefes de prensa favorecen siempre a ciertos medios y a ciertos periodistas.

[4] Small, 1972, p. 394

[5] Small 1972, p. 396.

[6] Ibíd.

[7] Small 1997, p. 397.

[8] Small (1997, p. 397)

[9] Small (1997, p. 397)

[10] (1982 a., p. 19)

[11] (1996)

[12] Agenda setting en inglés. En España se usa tal cual. Para este trabajo se decidió utilizar las iniciales fa.

[13] 1922

[14] Cita de la obra, plis

[15] Murano, falta cita

[16] Referencia bibliográfica falta

[17] Referencia de Murano.

[18] Paletz & Entman, 1981

[19] Lippmann, 1922.

[20] Lippmann, 1922.

[21] Tuchman, 1984.

[22] McCombs & Shaw, 1977.

[23] McCombs & Shaw, 1977.

[24] Ficha de la película.

[25] Ficha del libro. Bradlee consigna en sus memorias: “Creo que ninguno de nosotros realmente comprendió la importancia que tuvo para la gestación de un nuevo Washington Post la decisión de publicar [los documentos]. Sé que yo no. Yo quería ir a prensas porque estaba en posesión de (…) la mayor historia periodística en diez años. Eso es lo que hacen los periódicos: se enteran, reportean, verifican, escriben y publican”.

[26] Ref de la obra.

[27] Lippmann cita a Michels en el capítulo 14, “Sí o no” de Opinión pública.

[28] Se dice “aparentemente” porque aunque hay una clara línea de parentesco, el tema escapa al propósito de este trabajo.

[29] Cita del federalista.

[30] Edelstein, 1993.

[31] Cita de Bradlee.

[32] Cita Valbuena.

[33] El propio Valbuena recuerda que Gordon decía que se había orientado mejor dentro de la epistemología genética de Piaget a través de una buena síntesis que dejándose llevar por el propio autor.

[34] Cita de Zhu.

[35] Referencia.

[36] (Valbuena, s/f; Zhu, 1992)

[37] Otro ejemplo de la disonancia de agendas se daría durante la Guerra del Golfo, cuando importantes medios demandaron al Pentágono mayores facilidades para la cobertura del conflicto arguyendo “el derecho del pueblo a estar informado”, pero los militares pudieron demostrar que “el pueblo” se sentía muy bien servido y satisfecho con la información tal como pasaba por el filtro de los censores militares.

[38] No es algo fácil de entender por parte de un ciudadano latino, si no acostumbrado por lo menos resignado a que los políticos en términos generales mienten y prevarican. A Nixon se le perdonó el aparente desfalco de un fondo de campaña en 1951 porque apareció en la televisión y “dijo la verdad”. Cuando sus mentiras se descubrieron en 1973 – 74, el público enfureció. Recuérdese que se trata de un país en donde los indiciados juran ante el juez decir la verdad con la mano sobre la Biblia.

[39] Referencia 1982.

[40] Referencia, 2005.

[41] Referencia 1992.

[42] Los editores del New York Times reconocieron posteriormente que no supieron leer a tiempo las implicaciones de Watergate y aparentemente ello explicaría el encono que el diario desplegó contra Clinton años después en el curso del escándalo “Whitewater”.

[43] (Schoenbach & Semetko, 1992

[44] Bradlee, 1996.

[45] Kurtz 1993.

[46] Woodward 2005.

[47] (Woodward, 2005, pp. 563 – 564)

[48] Cita del libro de Bradlee. “¡Dígale a Kathie Graham que su gorda bubbie se va a atorar en un exprimidor si publican eso!”, gritó a Bernstein un funcionario de la administración a quien se le pidió comentar sobre su presunta participación en un fondo secreto para espiar y desestabilizar.

[49] En sus memorias, Bradlee confiesa que los reporteros de Watergate, con su visto bueno, incurrieron en prácticas que un juzgado hubiera encontrado penables.

[50] En los anexos se incluyen perfiles biográficos de ambos personajes.

[51] Una terrier samoyedo originalmente llamada Kudryavka, “ricitos”, en ruso. La precisión no es una trivialidad. Tiene que ver con la simbología para predominar en la agenda política, en este caso la internacional. Parece creíble que los soviéticos tomaran nota de las simpatías despertadas en el electorado estadounidense por la perrita “Checkers”. Como nota al calce, Laika no sobrevivió al despegue, hecho que la URSS naturalmente no reveló.

[52] No es del conocimiento general que en 1970 el periodista Edgar Snow, amigo personal de Mao, fue el conducto para informar que Nixon sería bienvenido en China ya fuera como Presidente o como ciudadano privado. De ahí siguió la visita secreta de Kissinger a China en 1971. Snow, autor del señero Estrella roja sobre China, falleció una semana antes del viaje de Nixon.

[53] Y sólo para reconfirmar que no únicamente en materia de medios nuestro país sigue las señales del coloso del norte, recordemos que poco después el presidente Echeverría también visitaría esas naciones y normalizaría las relaciones diplomáticas de México con la República Popular China.

[54] Se dijo que las escuchas incluían el dormitorio del matrimonio Nixon (Stone, 1995).

[55] Nuevamente vemos aquí cómo una personalidad puede moldear la historia.

[56] Morris 1989

[57] (Tifft & Jones, 1999

[58] En retrospectiva resulta difícil comprender la cerrazón de los altos mandos del gobierno a las advertencias, tanto de los franceses, que fueron derrotados en Vietnam, como de sus propios enviados diplomáticos, de periodistas y de otros observadores, sobre el callejón sin salida en el que se estaban metiendo.

[59] (Tuchman, 1984

[60] (Bradlee, 1996; Tifft & Jones, 1999)

[61] Tifft & Jones, 1999

[62] Esta información no sólo desató sirenas de alarma en el gobierno. En el Washington Post, que ese día llevaba como principal la nota de la boda –cubierta desde la televisión pues los Nixon vetaron a la reportera Judith Martin, quien había escrito notas “desagradables” para la familia- cayó como un balde de agua helada.

[63] Tifft & Jones, 1999

[64] Ibíd.

[65] Morris 1989.

[66] Tifft & Jones, 1999

[67] (Tifft & Jones, 1999; Donaldson, 2000

[68] Un dato interesante es que el juez que firmó la orden a petición del Departamento de Justicia había sido elevado al cargo apenas cinco días antes.

[69] Bradlee 1996.

[70] (Goodale, 1997

[71] (Tifft & Jones, 1999; Donaldson, 2000) Tifft & Jones también documentaron que durante la última etapa del desarrollo de la bomba atómica el diario mantuvo el secreto a cambio de que uno de sus colaboradores se integrara al equipo en el laboratorio nacional de Álamo y tuviera libertad para escribir una vez que los artefactos fueran utilizados contra Japón.

[72] Cita del texto.

[73] (Tifft & Jones, 1999)

[74] La de Vietnam fue una “intervención”, sin declaratoria de guerra por parte del Congreso.

[75] Bradlee 1996.

[76] (Tifft & Jones, 1999

[77] (Bradlee, 1996, pp. 316 – 317)

[78] La disposición constitucional que protege la libertad de expresión.

[79] (SCJ, 1971)

[80] Ibíd.

[81] Según Pascal, camino a una importante batalla Marco Antonio se entretuvo admirando la perfección de la elongada nariz en una estatua de su amada, llegó tarde al campo y fue derrotado. Se pregunta entonces: “¿Sería otra la historia de Occidente si la nariz de Cleopatra hubiese sido un poco más corta?”

[82] Se entiende que periodistas comprometidos con su misión y con un alto sentido ético.

[83] (Bradlee, 1996; Tifft & Jones, 1999

[84] Tifft & Jones, 1999

[85] En donde el accionista mayoritario es El Vaticano.

[86] Este personaje accesorio al elenco de los primeros actores de Watergate merece una mención por la mala fortuna que tuvo al haber estado en el lugar equivocado en hora menos propicia. Ver nota en el capítulo XX.

[87] Tras la fachada de “un caso más de robo” había aguas turbulentas. Esa misma madrugada el director interino del fbi recibió un reporte y una semana después un equipo de 26 agentes estaba asignado a la investigación e interrogaría a mil 500 personas. Así que por lo menos en el aparato de seguridad nacional, estaba claro que no se trataba de ningún “robo de tercera”.

[88] “En igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta”.

[89] En aquella época era una enfermedad de las clases más pobres, como hoy lo es la diarrea infantil.

[90] Creep en inglés significa arrastrarse como las serpientes y en la jerga de los callejones se aplica a una persona particularmente desagradable y repulsiva

[91] (Woodward, 2005)

[92] En inglés Publisher. En este caso, también propietaria. En la prensa mexicana no suele haber esa distinción de funciones tan marcada entre el dueño del medio y el responsable editorial.

[93] (Bradlee, 1996

[94] (Woodward, 2005

[95] El Banco Internacional, S.A., hoy desaparecido. Los documentos fueron tramitados por Manuel Ogarrio Daguerre, abogado de la Ciudad de México.

[96] Bradlee (1996, p. 353

[97] Hoy, después de la muerte de Nixon, no se conoce su contenido. Las especulaciones abundan. Una supone que en la porción borrada el Presidente habló sobre el asesinato de Kennedy.

[98]  (Bradlee, 1996, p. 376)

[99] ” (Bradlee, 1996, pp 376 – 377)

[100] (Stone, 1995)

[101] YDS, 1773

[102] (Woodward, 1999, p. 3

[103] (Malkin & Stacks, 2003, p. 1924

[104] Ken Auletta, referencia. 2003.

[105]Kurtz 1993.

[106] (Malkin & Stacks, 2003)

[107] (Stone, 1995

[108] (Stone, 1995, Malkin & Stacks, 2003)

[109] En toda esta tragicomedia, el guardia, un negro de 24 años encargado del turno de la madrugada, pagó pecados ajenos y sufrió por ello. Durante su recorrido descubrió que la cerradura de una de las puertas de acceso del sótano estaba bloqueada con cinta adhesiva, mas pensó que unos pintores la habían dejado así y la desprendió. En un segundo rondín la encontró nuevamente bloqueada y sólo entonces dio aviso. Wills tuvo sus 15 minutos de fama. Renunció a su trabajo porque  le negaron un aumento. Fue contratado para el papel de guarda de seguridad en Todos los hombres del Presidente y en Forrest Gump. Su historia fue incluida en el filme Ella me odia de Spike Lee. Participó en algunos programas de televisión pero no volvió a tener un empleo fijo. En 1983 fue arrestado por robo. Se mudó con su madre y vivieron en tal miseria que cuando ella falleció Wills no pudo pagar el entierro y donó el cadáver para prácticas médicas. Wills murió a consecuencia de un tumor cerebral a los 52 años.

[110] (Summers, 2006, p.2

[111] Ibíd, p 3

[112] Auletta, 2003

[113] Negritas cursivas del autor.

[114] Bradlee1996, pp. 382 – 383)

[115] Aunque no se tocaron las causas profundas que permitieron esos y otros hechos no registrados por los medios: la impunidad, el autoritarismo, la soberbia, el desprecio por el electorado, el sentirse por encima de la ley.

[116] Bradlee 1996.

[117] Cita Hamilton 1788

[118] Lippmann 1922

[119] McCombs 2004

[120] (Lichtenberg, 1991

[121] Cita 1991

[122] (Gurevitch & Blumler, 1991

[123] Los cuáqueros no practican el culto externo, carecen de jerarquías eclesiásticas, interpretan libremente la Biblia y no se definen en cuanto a dogmas. En 1947 recibieron el Premio Nóbel de la Paz.

[124] Dolorosamente descrita por Lillian Hellman en Tiempo de canallas: “¿Desde cuándo es necesario estar de acuerdo con alguien para defenderlo de la injusticia? La verdad lo convertía a uno en traidor, como a menudo sucede en tiempo de canallas”.

[125] Según investigaciones publicadas en el 2003 por el periodista Ted Morgan, McCarthy pudo haber sido en realidad un espía soviético cuyo encendido y fiero anticomunismo era una cortina de humo para proteger a los verdaderos agentes soviéticos infiltrados en los Estados Unidos.

[126] Aunque documentos desclasificados en años recientes parecen comprobar que Hiss, en efecto, estaba en la nómina de la kgb.

[127] (Schlesinger, 1973)

[128] En 1958 fue apedreado por violentos manifestantes en Perú y Venezuela.

[129] Literalmente, “Ricardito el tramposo”.

[130] (WP, 2006

[131] (Orwell, 1940, p. 28

[132] Hunt fue encontrado culpable de varios delitos y cumplió una condena de 33 meses en prisión después de Watergate.

[133] (WP, 2006

[134] Operation Mockingbird. Es un nombre apropiado. En inglés, pájaro imitador; en náhuatl, pájaro de cuatrocientas voces.

[135] En un artículo de la revista Rolling Stone se aseguró que mediante ese operativo la cia reclutó a más de 400 periodistas norteamericanos, entre ellos el propio Bradlee cuando era miembro de la redacción europea del semanario Newsweek (Bernstein, 1977).

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Convocatoria: Premio Nacional de Periodismo 2012

  • Las postulaciones están abiertas del 29 de mayo al 26 de julio de 2013.
  • Se puede realizar en línea en: www.periodismo.org.mx/postulaciones.
  • El premio consta de la escultura “El Águila” diseñada especialmente para el Premio Nacional de Periodismo por el maestro Juan Soriano, un diploma y un incentivo económico de 50 mil pesos.
Premio Nacional de Periodismo 2012

Premio Nacional de Periodismo 2012

Los trabajos postulados se recibirán del 29 de mayo al 26 de julio de 2013 en las oficinas de la sede del Consejo Ciudadano (Gobernador Francisco García Conde 5. Col. San Miguel Chapultepec. Del. Miguel Hidalgo. México, D.F. C.P. 11850) o se puede realizar en línea en: www.periodismo.org.mx/postulaciones y podrán registrarse en alguna de las siguientes categorías:

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Los ganadores se darán a conocer el día  20 de octubre, mientras que la Ceremonia de Premiación se realizará el 21 de noviembre en Villahermosa, Tabasco, en donde recibirán su reconocimiento que consta de: la escultura “El Águila” diseñada especialmente para el Premio Nacional de Periodismo por el maestro Juan Soriano, un diploma y un incentivo económico de 50 mil pesos.

Mayor información en www.periodismo.org.mx y a los teléfonos (55) 52764427 y (55) 52764480 o los correos electrónicosinfo@pnp.org.mx  salas@pnp.org.mx , aguilar@pnp.org.mx

 

Consulta la Convocatoria PNP 2012:

La historia de un editor: Entrevista con Ignacio Rodríguez Reyna

Ha hecho del género de la crónica una de sus mayores virtudes. Cómo director de Emeequis ha apostado por este género. Bajo su ojo se han hecho las mejores crónicas –y por ello la revista ha ganado cuatro veces el Premio Nacional de Periodismo en Crónica– y estimulado los dotes como cronistas de Alejandro Almazán, Humberto Padgett, Fátima Monterrosa, Dalia Martínez Delgado, entre otros.

Durante sus años de vida, Emeequis sigue en su afán por mostrar historias que develen la dimensión humana. Sus crónicas y reportajes de profundidad son prueba de ello. La variedad de asuntos que han sido motivo de indagaciones periodísticas habla del perfil de la revista y de su director.

Ignacio Rodríguez Reyna – Foto: Cuartoscuro

Ignacio Rodríguez Reyna – Foto: Cuartoscuro

Por Abraham  Gorostieta

Publicado originalmente en RMC #134

Ignacio Rodríguez Reyna es un periodista singular de cuya trayectoria ha hecho una constante búsqueda por los datos precisos que al ser investigados dan pie a muy buenas crónicas y reportajes. El rumbo profesional de Rodríguez Reyna puede rastrearse desde sus tiempos como reportero de La Jornada, El Financiero, Reforma; como editor en Milenio y como director en Larevista y Emeequis.

Ignacio siempre está inquieto. De niño lo fue: “En la primaria, los maestros y el director llamaban a mis padres para decirles los estropicios que había hecho”, cuenta. De joven, uno de sus retos fue decidir qué estudiar pues dudaba entre su vocación  –periodismo–  o su gusto –psicología–. Decidió su destino en un volado: “Águila: Periodismo. Sol: Psicología. Así lo decidí. No sabía qué estudiar y como estaban ya cerrando el límite para entregar la solicitud en el CCH Sur  –dónde estudié–, pues eché el volado y cayó en Sol. Y me metí a estudiar psicología”, nos confiesa.

Sus colegas le reconocen su empeño y tenacidad. Así lo dice el escritor y periodista José Martínez: “Ignacio es un hombre que ejerce un periodismo ético. Es muy talentoso, periodista comprometido, audaz, buen reportero con dotes de editor”. También el doctor Raúl Trejo Delarbre, uno de los investigadores más serios que analiza desde hace varias décadas a los medios de comunicación, opina sobre el director de Emeequis: “Conocí a Ignacio Rodríguez Reyna cuando, muy joven él, era uno de los reporteros en el semanario Punto. Más tarde coincidí con él en La Jornada y seguí su trayectoria en El Universal. Desde entonces me llamó la atención su afán de búsqueda, que se traduciría en el empeño para hacer periodismo de investigación. Esa inquietud ocasionó su salida de El Universal y la fundación de Emeequis, que se ha distinguido por tratar de ir más allá de las apariencias en la cobertura de asuntos públicos”.

 

De la vocación a la profesión

―¿Cómo se inicia en el periodismo?

―De forma casual. Estaba en unas vacaciones y la verdad no tenía mucho qué hacer. No sabía mucho de periodismo. Empecé a trabajar en la prensa antes de estudiarla. Lo primero que recibí fue en un taller de periodismo cultural con Víctor Roura y ahí me tocó sentarme junto a alguien que se veía que era buenísimo, que sabía mucho –me parecía– y yo, que no sabía nada de periodismo, pues ese encuentro  me impactó mucho.

Este chavo hablaba muy bien, tenía conocimiento o por lo menos así me parecía. Al finalizar el taller me le acerqué y le dije: “Oye, yo quiero ser periodista pero no sé nada, recomiéndame unos libros”. Y me recomendó dos obras: Manual de periodismo y Géneros periodísticos de Martín Vivaldi. Este chavo ya era reportero de Excélsior y por lo tanto sabía mucho más que yo.

―¿Dónde fue su primer trabajo?

―Mi primera chamba fue en una revista que se llamaba Pie de página. Me contrató una persona que conocí en ese taller. Mi trabajo consistía en hacer pequeñas fichas bibliográficas de libros. En la oficina tenía un altero de libros de todo tipo –científicos, literatura, historia, política, técnicos, de lo que fuera– para hacer sus fichas. O lo otro, que era una maravilla: irme a las librerías para ver las novedades editoriales. Iba con una libretita a la mesa de novedades de las librerías del Fondo de Cultura Económica que estaba enfrente de Plaza Universidad, de Gandhi o del Sótano y anotaba los títulos y hacía su ficha bibliográfica, pues Pie de página era una revista de libros. Ahí publiqué mi primer texto, el cual me rechazaron como 13 veces hasta que salió. Así empecé.

―¿Cómo llega a La Jornada?

―Uno de los compañeros con los que trabajaba en Pie de página acababa de entrar a La Jornada que aún estaba fundándose. Entonces me comentó: “Oye, por qué no vas y presentas tu examen”. Fui y lo hice para reportero de cultura. De hecho, sé que lo hice bien, saqué buen puntaje pero había gente que llevaba recomendación. No entré pero mi amigo me dice: “Pues ni modo, aunque sea en la mesa de redacción”. Así empecé como corrector de galeras en La Jornada.

En la sección deportiva conocí a Hugo Cheix, entrañable periodista con quien yo platicaba en torno a ciclismo; él sabía de mi conocimiento y pasión sobre el tema por mi padre (Gabino Rodríguez, ciclista olímpico). Un día que no tenía reporteros, me dijo: “Oye, ¿quieres ir a cubrir la Vuelta del Pacífico?”, y le respondí: “Nunca he escrito un reportaje”. Se me quedó mirando y me dijo: “No importa, tú sabes de ciclismo. Mira, tienes que hacer esto y éstas son las instrucciones básicas, pero no te vamos a dar viáticos y es más: tienes que poner de tu dinero para tu boleto. Lo bueno es que el CREA te da dinero para que comas y el alojamiento. Sí quieres, adelante, ahí está la chamba”. Y dije que sí de inmediato y pedí permiso a la mesa de redacción. Cubrí la Vuelta del Pacifico.

 

Reportero freelance

Durante un buen rato Ignacio Rodríguez Reyna trató de conseguir una plaza en La Jornada. Ahí escribió crónicas sobre el terremoto de 1985 que destruyó una parte de la Ciudad de México, sin embargo no consiguió la planta de reportero. Emigró entonces a otros medios de menor impacto como el semanario Punto. Así lo recuerda Ignacio: “Era reportero principiante de un pequeño semanario llamado Punto, al que había llegado buscando una oportunidad para escribir que me había sido negada sistemáticamente en La Jornada, donde me bloquearon desde el sindicato porque yo había apoyado a una planilla contraria a la ganadora. Gané el concurso para ocupar una plaza de auxiliar en la redacción, lo cual me permitiría fungir como reportero, pero congelaron la plaza en dos ocasiones”.

Una vez instalado en Punto, cuyo director era el periodista Benjamín Wong, comenzó a escribir con mucho más frecuencia y a cubrir las elecciones de 1988. El jefe de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, Francisco Javier Obando, le reveló en una entrevista a Ignacio que al recopilar información en sus recorridos –acompañando a su candidato por todo el país– había encontrado demasiadas anomalías y tenía miedo de hacerlas públicas pues el PRI tenía un férreo control de las instituciones de justicia del país. Además estaba siendo amenazado telefónicamente. Denunció a quienes lo estaban siguiendo. Cuenta el propio Ignacio: “Me expresaba su temor a que lo mataran; tenía mucho miedo y me lo transmitió. De hecho, responsabilizó a Luis Martínez Villicaña, entonces gobernador de Michoacán, si algo le llegaba a pasar”.

Rodríguez Reyna hizo un reportaje para publicarse en Punto con la reveladora entrevista y los documentos obtenidos, pero al ver la contundencia del material y revisar los detalles de la historia, el director Benjamín Wong concluyó que era muy arriesgado salir con un texto así. El reportero defendió su trabajo. El director simplemente giraba su cabeza a ambos lados y archivó el reportaje. Punto, como muchas otras en esa época, no tenía un tiraje significativo; por lo tanto, sus ingresos provenían de la pauta publicitaría que provenía del Gobierno Federal. Para el propio Ignacio, ésa fue la razón: “Yo creo que Wong no quería publicarla porque tenía contratos de publicidad con el gobierno de Michoacán”.

Francisco Javier Obando y su asistente personal fueron secuestrados pocos días antes de la elección presidencial de 1988 y un par de días después sus cuerpos aparecieron sin vida. Rodríguez Reyna llevó su historia a La Jornada. Los directores del diario vieron la contundencia del reportaje. Cuenta Ignacio: “Cuando asesinaron a Francisco Javier Obando, quedé paralizado. Me pesó mucho. Y entonces busqué que la publicaran en La Jornada. Miguel Angel Granados Chapa vio el texto y se lo llevó a Carlos Payán. Se publicó con una llamada en primera plana. Eran los días inmediatos a la elección que le robaron a Cuauhtémoc Cárdenas. Pasó más o menos desapercibida, aunque yo me contenté con que se supiera que Obando ya tenía miedo de que lo mataran e identificaba a los posibles asesinos”.

La Procuraduría General de la República, en voz de Renato Sales, llamó al reportero para interrogarlo. La investigación llevaba como tesis principal el asesinato con vínculos delictivos. La autoridad judicial presionó al reportero para hacerlo declarar en ese sentido: “Renato Sales (el padre) quería que yo declarara que Obando me había dicho que tenía miedo de los narcos. Por supuesto, me negué. Me quedó claro que era un asesinato político”. Ignacio Rodríguez Reyna se rehusó a firmar la declaración de su interrogatorio.

 

Sobre el periodismo

―Díganos una definición del oficio de periodista…

―El periodista es una persona enamorada de su profesión: comprometida con la realidad que lo rodea, con el país, con la sociedad, con la localidad. Yo sí creo que somos interlocutores entre la sociedad y el gobierno. Tenemos una tarea importante que cumplir. El periodista es un agente que vibra, se emociona y está comprometido con la realidad del país. Debe ser una persona con un compromiso personal y social.

―¿Cómo se hace un semanario?

―Ante tanta información hay desinformación. La saturación informativa cotidiana impide reflexionar, tener una opinión crítica: impide pensar. La labor de un semanario es tratar de rebasar la superficie y hacer apuestas sin discriminar temas, sin competir con los diarios.

Competir con los diarios implica subirse a coberturas de información sumamente reiterada. Lo que debe hacer un semanario es buscar en el mar de información, temas, preocupaciones en torno a fenómenos que están ocurriendo en la calle, que no son manejados por los diarios y darles una visión, una profundidad, un enfoque fresco, una presentación atractiva, una escritura impecable. Todo ello, por supuesto, sin despegar un ojo de la coyuntura y lo que está ocurriendo en la vida nacional. La idea es ir mucho más allá de lo que sacan los diarios; ésa debe ser la premisa básica de un semanario: estar por encima de los diarios.

―¿Cuáles son los vicios periodísticos en un semanario?

―Seguimos haciendo un periodismo viejo para un México viejo. Un periodismo para un México viejo implica enfoques muy ortodoxos, muy aburridos, sumamente solemnes. También supone una relación desigual con los lectores, una relación unidireccional; es decir, los periodistas se sienten por encima de la audiencia y, por eso, ellos determinan lo que se informa: a los lectores sólo los miran como un elemento pasivo.

Ahora se hace un periodismo para el poder. La mayor parte de lectores de los diarios son políticos, empresarios, grupos que están en el gobierno o entes económicos; se ha dejado de lado al lector común y por eso la lectura de los medios cae, cae, cae. Entonces, ¿qué lee toda esa gente que se siente excluida por los propios medios? Mucha gente lee TVnotas (700 mil). Yo, antes de criticarlos o satanizarlos, me preguntaría: ¿Qué les da TVnotas que no les damos nosotros? ¿Por qué a ellos si los leen y a nosotros –que somos medios más serios– no? ¿En dónde está la falla? ¿Es porque las revistas light cuestan menos? No, igual gente con poco dinero se gasta sus 15, 20, 25 pesos semanales. Mucha gente dice que el país tiene un nivel educativo con muchos rezagos. Es cierto, pero hay 700 mil personas leyendo TVnotas o sea: sí leen. Considero que no les estamos ofreciendo información suficientemente atractiva. A parte de que les damos un periodismo viejo, aburrido, con temas que nos les importan, todavía queremos que gasten su dinero.

Otro vicio es el acartonamiento de los medios. Somos muy aburridos. ¡Como si el mundo fuera aburrido! Yo creo que es al contrario. Si algo tenemos como país es la capacidad para reír. Somos divertidos y eso no se refleja en los medios porque creemos que si somos divertidos ya no somos  ni  hacemos periodismo serio.

―¿Y eso se enseña en las escuelas de comunicación? ¿Qué piensa de los egresados de la carrera de comunicación?

―Uy, para empezar no leen. Pueden hablar dos o más idiomas pero no los utilizan. El trabajo de reportar debe hacerse lo más exhaustivo posible: textos equilibrados. No elaborar un texto para golpear a nadie. Se tienen que reportar los hechos como son, sin consigna de golpear o favorecer. Los egresados tienen que esforzarse en ser profesionales, que sean tenaces, que consigan datos, que busquen, que investiguen la información. En un esquema ideal, creo que se hace muy buen periodismo. Con recursos se pueden hacer grandes cosas, de lo contrario no.

En México, diarios sólidos, fuertes como Reforma, Grupo Milenio, El Universal, no tienen disculpa. Tienen recursos para investigar, para capacitar a sus reporteros, para exigirles que investiguen. Resulta fundamental que la agenda no la marquen los políticos sino que seamos nosotros los que retomemos los temas importantes.

 

El Financiero y Reforma

―¿Por qué sale de Punto?

―Llegó un momento en que estaba harto de Punto, cuyo director se especializaba en humillar y aplastar a los reporteros. Me llegó a decir que “mejor me dedicara a vender Biblias” porque yo no servía para el periodismo. Era muy mezquino.

―¿Cómo entra a El Financiero?

―Como corrector de planas. Hice mi examen y quedé. De hecho, cosa que pocos saben, yo estuve en El Financiero como cuatro años trabajando en los talleres, revisando las planas, en una jornada que normalmente terminaba a las tres o cuatro de la mañana. Era extenuante y muy duro. Cuando Carlos Ramírez era el Jefe de Redacción, le pedí chance de pasarme a su área. La única opción era que hiciera dos tareas: que en la mañana reporteara en fuentes no muy importantes para el periódico (educación, por ejemplo) y que luego de eso llegara a la redacción para tomar por teléfono los adelantos y las notas de los reporteros. Más tarde, tenía que escribir mis notas y en muchas ocasiones quedarme a la guardia de noche. Estuve cerca de un año, que fue cuando me quitaron la guardia y pude dedicarme a reportear.

Ignacio Rodríguez Reyna fue corresponsal del periódico El Financiero cuando era dirigido por don Rogelio Cárdenas. En Los Ángeles, California estudió una maestría en periodismo investigativo en la University of Southern California, donde aprendió a investigar un dato y seguirle la pista. Era lo que bastaba –una pista–  y después de semanas de trabajo ya se contaba con un perfil completo sobre un personaje. Al terminar su maestría regresó a México y de inmediato formó un equipo de investigaciones especiales en El Financiero:

―¿Qué hace a su regreso de Los Ángeles?

―A mi regreso a El Financiero, presenté un proyecto para crear una unidad de reportajes especiales a partir de la experiencia y el conocimiento que adquirí allá. Me dijeron que sí, pero como no había dinero para contratar a gente, los compañeros que no eran queridos en alguna sección u otros que andaban medio sueltos, se incorporaron al equipo. Disfruté mucho esa experiencia. Demostramos que se podían hacer reportajes increíbles, hicimos muchos y eso dio solidez a un periódico que, además, pasaba por uno de sus mejores momentos. Realmente disfruté mucho, aunque no dejaba de haber resistencias de periodistas que cuando yo iba en primaria ya eran reporteros y no veían con agrado que alguien mucho más joven fuera su jefe. Fue una etapa increíble, muy enriquecedora profesionalmente. Duré un par de años al frente de la unidad hasta que me fui a Reforma.

―¿Cómo llega al diario Reforma?

―Luego de coordinar la Unidad de Reportajes Especiales de El Financiero, Raymundo Riva Palacio me invitó a que me integrara a una unidad similar en Reforma. Fue muy atractivo porque en esa área estaban Ciro Gómez Leyva, Rossana Fuentes Beráin, César Romero, Francisco Vidal y Amparo Trejo.

El trabajo de periodismo de investigación que venían haciendo esos reporteros no fue bien visto. A la postre, el director editorial del diario, Ramón Alberto Garza, despidió al editor principal –Raymundo Riva Palacio–, pues los trabajos de ese equipo afectaban los intereses del dueño del diario, Alejandro Junco de la Vega y del propio Garza. Así lo narra John Virtue, en un texto publicado por Pulso del periodismo, llamado “Una riña familiar”, y en donde describe el desenlace de ese grupo de reporteros que le dio tanto impulso a ese impreso:

Cinco trabajos de investigación, concluidos en los últimos meses por el equipo de Reforma no habían sido utilizados. Cuatro de éstos se referían a personas cercanas a Garza, tales como Ricardo Salinas Pliego […]. Garza afirma que sólo se dejaron de publicar tres investigaciones, pues las fuentes utilizadas en ellas eran pobres. Agregó que en uno de los casos, se profundizó más en la investigación y finalmente salió publicada. Sin embargo, Riva Palacio asegura que la historia sobre los amigos empresarios del expresidente Carlos Salinas de Gortari se retuvo durante dos meses y se publicó luego, aunque eliminando el nombre de un banquero de Monterrey, amigo de Garza […]. Pero lo que agravó el asunto y finalmente condujo a la partida de Riva Palacio, fue una investigación sobre lavado de dinero de narcotraficantes, publicada el 19 de febrero. En el artículo se reprodujo una entrevista con Stanley Morris, del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, en Washington, realizada seis meses antes por Ignacio Rodríguez Reyna […] Cuando a través de la embajada de Estados Unidos en México, Morris tuvo noticias de lo publicado, montó en cólera. En el artículo de Reyna se citaban palabras del funcionario estadunidense en las que éste aseguraba que México se había convertido en uno de los centros de “blanqueo” de dinero, y que México estaba muy cerca de convertirse en la nueva Panamá, o de convertirse en un país que se presenta a sí mismo como un lugar para hacer negocios de una manera secreta para camuflajar la fuente de los fondos […] Morris no tardó en enviar sus quejas a Garza y a Alejandro Junco, presidente. Reforma publicó una disculpa en primera página y Rodríguez Reyna fue suspendido de sus funciones durante cinco días.

El área de investigaciones especiales en Reforma se rompió.

 

Milenio y LaRevista

―¿Cómo se integra a Milenio?

―A la salida de Raymundo Riva Palacio y Ciro Gómez Leyva, yo me quedé varios meses, hasta que Ciro Gómez Leyva me invitó a integrarme como coordinador editorial de la revista Milenio, que todavía no existía. La experiencia de crear una publicación desde cero era muy atractiva y acepté la oferta.

―¿Por qué sale del proyecto?

―Mi salida de Milenio tuvo que ver con una apuesta personal. Estaba como director en jefe de la revista y, para mí, era importante consolidarla, había sido tan importante que sirvió para el nacimiento del diario. En la empresa no se consideró así y se puso toda la energía en el diario y se descuidó la revista. Pasó a un segundo, tercer, cuarto plano en recursos y gente;  se le restó atención e importancia y la verdad no me importaba estar en una publicación en la que nadie le echaba ganas y que estaba destinada a la muerte. Decidí ya no formar parte de ese grupo.

De Milenio llega a El Universal, donde haría lo mismo que en El Financiero, Reforma y Milenio: Periodismo de investigación. El dueño del diario, Juan Francisco Ealy Ortiz, le propone hacer una revista que se insertaría en el diario cada semana. El proyecto llevaría por nombre Larevista, la cual duró poco más de dos años bajo la dirección de Ignacio Rodríguez Reyna. En la edición número 81 (de 129 que se publicaron), Rodríguez Reyna dejó la batuta. ¿La razón?: Nuevamente por diferencias de criterios periodísticos entre el director del semanario y el dueño del diario.

En el libro Los Watergates latinoamericanos, los periodistas Fernando Cárdenas y Jorge González narran que Juan Francisco Ealy Ortiz, uno de los representantes de más alto calibre dentro del comité de liderazgo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y dueño de El Universal, no estaba del todo de acuerdo con los trabajos que venía realizando y publicando Ignacio y su equipo. Así lo escriben:

El equipo de Rodríguez Reyna –en concreto Rodolfo Montes y Daniel Lizárraga– tenían listos dos informes que salpicaban el aspecto bonachón del presidente Vicente Fox, pero que no pudieron ser publicados por órdenes superiores […] El primero de los reportajes, revelaba los permisos de apuestas y salas de sorteo entregados a dedo por el ex secretario de Gobernación, Santiago Creel, que privilegiaban al empresario Olegario Vázquez Raña, hombre de la cuerda de la esposa del presidente, Martha Sahagún. El segundo, prometía una revisión exhaustiva de los “expedientes oficiales muertos”, que investigaban unos negocios paralelos y privados del mandatario durante su periodo presidencial.

Al venir la orden superior de no publicar los textos, Ignacio Rodríguez Reyna renuncia al diario y con él cerca de 30 colaboradores entre reporteros, diseñadores y colaboradores.

―¿Por qué sale de Larevista?

―Mi salida de Larevista fue algo congruente, consecuente. Pocas veces uno tiene en la vida la toma de decisiones que lo comprometan más con uno mismo. Fue eso. Todos los días tomamos decisiones en lo personal y en lo profesional, pero uno debe ser fiel a uno mismo. Pocas veces lo tenemos a nivel profesional. En mi caso estaba encargado de la dirección de Larevista y, como pocas veces, me pareció que ya no podía ejercer el periodismo como lo había hecho o tratado de hacerlo y sería una traición a mí y una traición a los lectores. Esto puede sonar desmesurado, pero también sería una traición a este país y nuestro país ya cambió.

A veces los altos directivos de los medios –más que sus propietarios– no entienden que México ya cambió, que ya no se valen las mismas reglas de antes con el poder. Ya no se vale hacer negocios al amparo del poder o buscar canonjías con el poder. Los dueños y altos directivos de los medios de comunicación no han entendido que somos parte, ahora sí, de un proyecto de Nación. Para lograr eso se necesitan medios que estén comprometidos con los ciudadanos y con los lectores, no con el poder.

 

Emeequis

La treintena de trabajadores que se solidarizaron con Ignacio Rodríguez se aventuraron a formar una publicación independiente y entre todos buscaron accionistas para solventar al nuevo semanario que llevaría el nombre de Emeequis. Así, el primer número de esa nueva empresa vio la luz el 6 de febrero de 2006 y bajo el cabezal una leyenda que decía: “Periodismo indeleble”. Durante los años que lleva de vida este semanario ha acumulado numerosos premios: ha recibido cuatro veces el Premio Nacional de Periodismo en Crónica; Premio Nacional de reportaje sobre biodiversidad 2007; Premio Latinoamericano de periodismo 2007; Premio Latinoamericano de periodismo Biodiversidad 2007; Premio nacional de periodismo cultural Fernando Benítez 2007; en tres ocasiones el Premio nacional de periodismo Rostros de la Discriminación; Primer premio Iberoamericano de periodismo joven 2008, Premio Every Human Has Rights 2008, Premio nacional de periodismo y Literatura 2011, Premio de periodismo Rey de España 2011, Premio Ortega y Gasset de periodismo 2012, entre otros.

Hay un obsesivo afán de Ignacio y de Emeequis por contar historias de ciudadanos, por mostrar rostros y no sólo nombres, por compartir crónicas y no sólo números.

―¿Su revista qué le ofrece al lector?

―El reto es que la gente recupere el gusto por leer y se interese por su país. Que los estudiantes de medicina, historia, sociología, las amas de casa, los comerciantes, obreros, se interesen por su realidad. Ese es nuestro desafío. Si logramos hacerlo, aunque sea un poco, estaremos satisfechos. Hacer que la gente vuelva a sentirse como un ciudadano: hacerle ver que los ciudadanos somos los jefes de los políticos. Que las personas retomen la conciencia de que son ciudadanos y que, como tales, necesitan estar interesados en los asuntos públicos. Tenemos que empezar a articular nuestra ciudadanía, tenemos que reformarnos o reivindicarnos como ciudadanos, y entonces sí exigir rendición de cuentas. Para que, quienes están en el poder, entiendan que no somos un voto más. Somos una sociedad que poco a poco se puede ir organizando para empezar a construir cambios.

Otro reto de Emeequis, y que debiera asumir la mayor parte de los medios de comunicación impresa, es trascender la visión centrista en su cobertura. Nuestro reto es no ser así: cambiar. Me interesa lo que pasa en los estados. Tenemos otro vicio en el periodismo y es que creemos que en el Distrito Federal sale todo, se genera todo. Cuando estuve en Milenio y en Larevista busqué mucho el registro de fenómenos sociales. Casi ningún semanario pone casos sociales en la portada. Nosotros sí. Estamos asumiendo temas nacionales que no son muy frecuentes. Emeequis trata de ser fiel a su idea, a su identidad. Puedes verificar la revista: no hay personajes –casi no– en nuestras portadas.

Las portadas de Emeequis son temas que cruzan el país y tienen un carácter social: discriminación, nuestros muertos, el campo, las problemáticas de los jóvenes, etcétera.

Cada semanario tiene una visión, un enfoque, y en ello no se vale ser mezquinos. Cada uno tiene una apuesta, cada uno tiene su papel y hay espacio para todos. Hay millones de personas que no leen, entonces yo no voy a ir a montarme sobre tal o cual semanario y descalificarlos. Tengo diferencias profesionales en torno a cómo otros hacen su trabajo, pero son discrepancias profesionales. Emeequis es fiel a lo que ha buscado: darle un giro distinto y una identidad muy propia a lo que hacemos. Hacer periodismo de investigación, no superficial, es nuestra vocación. Buscar las historias que hay detrás de ciertas noticias. No hacer periodismo epidérmico.

―¿Cómo director y editor, ¿qué pide a sus reporteros?

―Varias cosas. Excelencia. Que siempre imaginen cómo lo vamos a hacer distinto, atractivo, cómo vamos a enriquecer un tema con nuestros recursos periodísticos. Calidad en el lenguaje, en la estructura, en la forma de ver las cosas, en los ángulos…

―¿Qué es lo que nunca vamos a ver en Emeequis?

―Portadas pagadas nunca las vas a ver. Tampoco materiales disfrazados ni textos que tengan como propósito favorecer o golpear a alguien. No vas a ver que deje de ser un proyecto plural, crítico. Y, espero, que no vean textos de mala calidad.

―¿Qué viene en la segunda etapa de Emeequis?

―Bueno, esperamos la consolidación de una manera de hacer periodismo de alta calidad, fresco, que aborda temas que otros medios desdeñan, y que se apoya fundamentalmente en el periodismo narrativo y en el periodismo de investigación.

Esperamos tener más impacto, más influencia, una mayor fortaleza como empresa, que nos permita hacer un periodismo fresco, elegante, distinto, con rigor y profesionalismo.

Justo en eso es que ahora estamos empeñados.

 

 

Historiador y reportero. Colaborador de RMC y de la revista El Búho.

De la cerrazón de ayer a la apertura de hoy

  • Las nuevas generaciones de compatriotas ni siquiera imaginan lo que fue vivir en la cerrazón democrática de ayer pero gozando el llamado «milagro mexicano».
  • México no tiene más que recurrir a las reformas estructurales que tanto obstaculizaron los priistas.
  • Nada más falta que a la llegada de otros empresarios al espectro televisivo, nos deje con un palmo de narices.
English: Alfredo Ruiz del Rio y Luis Echeverrí...

English: Alfredo Ruiz del Rio y Luis Echeverría Álvarez Español: Alfredo Ruiz del Rio y Luis Echeverría Álvarez (Photo credit: Wikipedia)

José Luis Esquivel Hernández

Las nuevas generaciones de compatriotas ni siquiera imaginan lo que fue vivir en la cerrazón democrática de ayer pero gozando el llamado «milagro mexicano», gracias a los buenos oficios de un funcionario público en la Secretaría de Hacienda como don Antonio Ortiz Mena, hasta que el sexenio desastroso de un demagogo tercermundista como Luis Echeverría Álvarez echó por tierra todo lo sembrado, culminando en 1976 con una perversa devaluación del peso frente al dólar, lo cual no ocurría desde 1952.

Pero faltaba completar el cuadro de la ignominia presidencial al apuntar el «dedazo priísta» a favor de José López Portillo que compitió sin rivales enfrente y pasó a la historia con el tufo pestilente de la corrupción, al grado de cerrar el ciclo político de  gobernantes revolucionarios a fin de dar paso a los tecnócratas encabezados por Miguel de la Madrid y principalmente por Carlos Salinas de Gortari.

Antes de estos cuatro estadistas, admirábamos a los artífices del «desarrollo estabilizador» de un México que en 12 años (de 1958 a 1964) tenía una inflación promedio de 2.8 por ciento anual y un crecimiento asombroso de 6.8 por ciento al final en cada diciembre, el más alto que se haya registrado en nuestra historia para un período tan prolongado, y más los admirábamos por la completa estabilidad que disfrutamos, aunque a un precio muy alto: el dominio asfixiante de un partido hegemónico, casi único, y la falta de libertad por vivir en una dictadura que el escritor Mario Vargas Llosa calificó de «perfecta», ya que los ciudadanos no la percibíamos y la llamábamos «democracia dirigida».

La situación boyante de México era la envidia de medio mundo, como Corea del Sur, que en 1970 tenía un producto per cápita a la mitad del de nuestro país y estaba sumida en la pobreza y el subdesarrollo.

Pero –¡sorpresas que da la vida– entre 1970 y 2004 México logró tan sólo 1.5 por ciento de crecimiento promedio anual en su producto por habitante, en tanto que Corea del Sur registró una tasa real de 6.1 por ciento y se catapultó como un gigante asiático, en competencia directa con Japón. Los mexicano nos fuimos para atrás en lo económico y los coreanos en 2004 se pusieron al doble que nosotros en crecimiento.

Ante semejante estancamiento y la cruda realidad de un aumento en la población: de 25.7 a 112.3 millones de mexicanos entre 1950 y 2010, con el sello de pobreza en todo el territorio nacional además del dinero en unas cuantas manos monopólicas y el corporativismo sindical, el clamor de reformas estructurales no se ha hecho esperar a fin de dar el estirón hacia otro «milagro mexicano» como el de las décadas de 1950-70, especialmente al ver a nuestro país rezagado en la cobertura escolar entre adolescentes y jóvenes de 15 a 19 años de edad, ya que es apenas de 53.8 por ciento contra el 74.8 por ciento de Chile, el 76.4 por ciento de Brasil, el 86.8 por ciento de Finlandia y el 95.7 por ciento de Irlanda.

Y si a ello le agregamos que en las pruebas de calidad educativa de la Organización para el Crecimiento y Desarrollo Económico (OCDE) estamos en el último lugar, caemos en la cuenta que el problema no es de dinero sino de reformas estructurales y de cambios profundos, pues Corea del Sur aplica el 15.3 por ciento del gasto público a la educación, mientras que nuestro gobierno ostenta un 20.3 por ciento, contra un 4.8 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) que la República Checa dedica a la educación, con resultados sorprendentes.

Así es que al perder terreno en otros rubros internacionales significativos, México no tiene más que recurrir a las reformas estructurales que tanto obstaculizaron los priístas en los dos gobiernos del PAN (de Vicente Fox y de Felipe Calderón, con la oposición sistemática del PRD en este terreno) y que ahora los mismos priístas están apurando en el famoso Pacto por México alegando que les faltó oficio político a sus antecesores para llegar a acuerdos en algo tan fundamental para el desarrollo social.

 

La apertura en telecomunicaciones

En esta tesitura, el campanazo gubernamental en el México de hoy ha sido la voluntad política de recuperar la rectoría de Estado en el desarrollo y la autoridad pública ante la desbordada soberbia de los poderes fácticos dentro de un modelo neoliberal y de mercado que impulsó Salinas de Gortari desde su puesto en el sexenio de Miguel de la Madrid a partir de 1982 y que consolidó durante su mandato a partir de 1989.

Con todo y figurar el concepto de «rectoría de Estado» en el artículo 25 de la Constitución a partir del 3 de febrero de 1983, lo cierto es que se trataba de una mera «pantalla» porque la privatización  de cuanta entidad pública realizó Salinas de Gortari y la cesión de poder a favor de las élites económicas de México, nos dejaron entrampados en las leyes del mercado y en una maraña de poderes fácticos, que el italiano Luigi Farragoli identifica como «poderes salvajes», sin pelos en la lengua.

Por eso  la gran noticia del lunes 11 de marzo de 2013 fue la apertura en telecomunicaciones anunciada por Enrique Peña Nieto, al buscar el endurecimiento de las concesiones y frenar el apetito feroz de Telmex, temas muy sensibles para los citados «poderes fácticos», pues es proverbial la resistencia de Televisa y de TV Azteca a la competencia de otras televisoras, cuyos intentos de llegar a las masas cautivas habían sido abortados y sus promotores satanizados o exhibidos en reportajes trabajados exprofeso para documentar denuncias de todo tipo.
Así pues, la iniciativa de reforma constitucional en materia de telecomunicaciones y radiodifusión es de gran calado al publicarse el 11 de junio por abrir ambos sectores a la competencia y por plantear el reforzamiento y autonomía de los reguladores, al crear el Instituto Federal de Telecomunicaciones y la Comisión Federal de Competencia Económica, aunque falta aún que el ejecutivo federal emita los lineamientos para la política de inclusión digital universal y presente el presupuesto que permita concluir el apagón analógico en 2015.

Sin embargo, en la reacción de los poderes fácticos en México surge aún el germen de la duda sobre el éxito de esta reforma pues puede haber «mano negra» en la designación de los candidatos para ocupar los cargos de comisionados y la confirmación de parte del Senado de quienes integrarán los plenos del Instituto Federal de Telecomunicaciones y de la Comisión Federal de Competencia Económica.

Aún hay un trecho por andar para la conformación del Consejo Ciudadano a cargo del cual quedará la operación del Organismo Descentralizado de Radio y Televisión Pública, antes de que en enero de 2014 el Congreso expida la legislación que haga las adecuaciones pertinentes a las leyes a fin de empatarlas a la nueva normatividad, incluyendo la Ley Convergente de Telecomunicaciones y Radiodifusión.

La nueva Ley Federal de Competencia Económica y la Ley Orgánica del Organismo Descentralizado de Radio y Televisión Pública son un reto para los legisladores, igual que la Ley Reglamentaria del Derecho de Réplica, así como las reformas a las Leyes de Autor.

Y qué decir de la Ley Federal de Amparo reglamentaria de los artículos 103 y 107 constitucionales porque se trata de prohibir la suspensión de resoluciones de la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofeco) que son distintas a las multas y desincorporación de activos.

Los poderes fácticos, siendo verdaderos poderes, tienen también un lapso para tratar de seguir llevando agua a su molino especialmente con su «telebancada» cuando se traten las reformas al Código Penal Federal para sancionar conductas anticompetencia, y la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.

Las nuevas generaciones de hoy, y los que quedamos de otras generaciones, deseamos vivir, con ésta y otras reformas, un nuevo «milagro mexicano» en lo económico y en lo social pero sin la cerrazón democrática de los dinosaurios priístas, sino con la apertura total que exigen los tiempos del México de hoy, con pleno respeto a la libre competencia y a la multiplicidad de voces en nuestro mosaico multicultural, así como a la pluralidad de preferencias de todo orden.

Nada más falta que a la llegada de otros empresarios al espectro televisivo, nos deje con un palmo de narices, lucrando con el entretenimiento bajo de las masas en la pantalla sin dejar ni una pizca a la conformación de programas que eleven la cultura y contribuyan a la exaltación de los valores cívicos así como a elevar el nivel de conocimientos formales de todas las comunidades.

Dicen que el que con leche se quema hasta al jocoque le sopla, pues vaya palmo de narices que nos llevamos con Ricardo Salinas Pliego y sus abusos, cuando esperábamos que fuera una verdadera alternativa de los Azcárraga a raíz de la compra que realizó en 1993 de Imevisión, con dinero prestado nada más u nada menos que de Raúl, el hermano incómodo de Salinas de Gortari.

Por favor, que no tengamos que lamentar a otros aguafiestas ahora que la apertura de las telecomunicaciones y la radiodifusión nos hacen esperar mejores expectativas que les que concibimos cuando nació TV Azteca.

 

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El eros periodístico de Alfonso Reyes

  • El aporte del Regiomontano Universal en la prensa
  • «La obra de Reyes tendría que ser “lectura obligatoria” para los jóvenes escritores y periodistas. Los estudiantes de literatura y de comunicación pueden revisar esos artículos breves donde surge la voz transparente de Reyes. Enseña a escribir y ahí se aprende su lección», dice Esquivel.
Alfonso Reyes – Foto: Conaculta

Alfonso Reyes – Foto: Conaculta

Por José Luis Esquivel Hernández

Publicado originalmente en RMC #134

Periodismo es información de actualidad y periodista es aquella persona que investiga la realidad para dar a conocer noticias o interpretarlas y comentarlas en un medio masivo a fin de sobrevivir decorosamente mediante una paga. Siendo así, Alfonso Reyes fue un hombre de la prensa, en su tiempo de apuros económicos, y debido a sus colaboraciones en algunas publicaciones periódicas logró salvar su situación precaria en Madrid. Ergo, Alfonso Reyes es un periodista en sus primeros textos en España, que tienen el sello del oficio con proyección hacia la literatura, ya que ésta fue su vida y su vida fue la literatura, según expresión del crítico Emmanuel Carballo.

El autor de Protagonistas de la Literatura Mexicana no es el único crítico que aporta argumentos para demostrar el eros periodístico del Regiomontano Universal, pues uno de los ensayistas que últimamente ha tratado esa faceta es Arturo Dávila en su obra Alfonso Reyes entre nosotros y, de manera sesgada, también Serge I. Zaïtzeff en Correspondencia entre Alfonso Reyes y Arnaldo Orfila Reynal, 1923-1957, entre otros muchos que citaremos en el presente ensayo.

Sin embargo, para darle el título de Periodista a Alfonso Reyes, muchos estudiosos, e inclusive colegas, lo quieren ver retratado en reportajes de denuncia social o en trabajos que lo hagan ver como la voz de los que no tienen voz, sin reconocer que no solamente el periodismo de compromiso e investigación de fondo valida el carácter de profesional de la noticia, porque hay otros acentos del oficio que lo perfilan como tal, como en los tiempos que le tocó vivir al Regiomontano Universal, hace exactamente un siglo.

Lo que ocurre es que se sigue viendo al periodismo en un nivel mucho menor que el del novelista o escritor de altos vuelos, como se le veía aún en la década de los sesenta  –según afirma Tom Wolfe en El Nuevo Periodismo–, pues durante todo el siglo XX los literatos se habían habituado a un escalafón de estructura muy estable y aparentemente eterna. Era algo así como una estructura de clase según el modelo del siglo XVIII, en el cual uno podía competir sólo con gente de su misma categoría. La clase literaria más elevada la constituían los novelistas. El comediógrafo ocasional o el poeta podían pertenecer a ella, pero antes que nadie estaban los novelistas. Se les consideraba como los únicos escritores creativos: los únicos artistas de la literatura. Tenían el acceso exclusivo al alma del hombre, las emociones profundas, los misterios eternos, y así sucesivamente y etcétera…

La clase media  –continúa Wolfe–  la constituían los “hombres de letras”, los ensayistas literarios, los críticos más autorizados; también podían pertenecer a ella el biógrafo ocasional, el historiador o el científico con aficiones cosmológicas, pero antes que nadie estaban los “hombres de letras”. Su provincia era el análisis, la “intuición”, el ejercicio del intelecto. No se hallaban al mismo nivel que los novelistas, cosa que sabían muy bien, pero eran los prácticos que imperaban en la navegación de la literatura de no-ficción […] La clase inferior la constituían los periodistas, y se hallaban tan bajo de la estructura que apenas si se percibía su existencia. Se les consideraba principalmente como operarios pagados al día que extraían pedazos de información bruta para mejor uso de escritores de mayor “sensibilidad”. En cuanto a los que escribían para las revistas populares y los suplementos dominicales, los llamados escritores independientes, a excepción de unos pocos, ni siquiera formaban parte del escalafón. Eran el lumpenproletariado.

De hecho, un gran amigo y maestro de los miembros del Ateneo de la Juventud en México, el dominicano Pedro Henríquez Ureña, piensa de la misma manera según se desprende de una carta que le envía a Reyes a Madrid el 31 de agosto de 1915, al lamentar:

[El] poco apoyo dado  en América a las doscientas gentes que en cada país nuestro han leído más de trescientos libros […] No tenemos la resistencia española para el trabajo y no tenemos (¡estúpidos!) casas editoriales que nos hagan vivir literariamente (y eso que serían negocio para los editores y para la literatura). Sin casas editoriales no se pueden escribir novelas. Y las novelas son el setenta por ciento de la literatura moderna. Sin teatro no hay drama. Y el drama es el veinte por ciento. Apenas en la Argentina empieza a haber drama.

Así es que bajo estas consideraciones todavía hay quien ve como una herejía llamar periodista a Alfonso Reyes, porque él mismo aspiró a más en el escalafón de la literatura. Vamos a demostrar con documentación contundente y datos precisos de la biografía y escritos de Alfonso Reyes su labor a destajo en el periodismo. Por ello no debe regateársele el título de periodista, en el sentido literal del término, y no solamente por haber publicado en Los Sucesos el 25 de marzo de 1905 “Nuevo estribillo” (parodia de intención política al “Viejo estribillo” de Amado Nervo) y su primer poema “Duda” en El Espectador de Monterrey, a los 16 años de edad.

Tampoco se toma en cuenta, para calificar como periodista a Reyes, sus inicios como poeta en  Savia Moderna, cuando  llega en enero de 1906 a la Ciudad de México y tiene contacto con quienes dirigían esta revista, es decir: Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, dando cabida de inmediato el soneto “Mercenario”; pero sí es relevante señalar que al desaparecer esta publicación literaria con la partida a Europa de Cravioto, justo en esas mismas fechas hace su aparición en México el dominicano Pedro Henríquez Ureña, circunstancia importantísima en la vida y obra del eximio escritor, quien emergerá, junto con un grupo de jóvenes  convocados por el arquitecto Jesús T. Acevedo en su taller, como parte del grupo fundador de la Sociedad de Conferencias (antecedente del Ateneo de la Juventud), para abordar los temas más diversos concernientes a la metafísica, la pedagogía, el arte y la poesía.  Y es en 1907 cuando nuestro Alfonso pronuncia tres conferencias, siendo la más importante el discurso con motivo del primer aniversario de la Sociedad de Alumnos de la Escuela Preparatoria. “Esta página –diría más tarde–  fue el punto de partida de mi prosa”. (Su conferencia dedicada a los Poemas rústicos de Manuel José Othón apareció en la editorial Arte y Sabor el 29 de enero de 1910).

 

Genio y figura

El 3 de noviembre de 1909, sus padres, el General Bernardo Reyes y doña Aurelia Ochoa, acompañados de los hijos Otilia y Alejandro, dejan México rumbo a Europa por la franca enemistad hacia el gobernador de Nuevo León de parte del presidente Porfirio Díaz. Y en ese preciso año en que nace el Ateneo de la Juventud, Reyes, a sus 20 años, sigue emparentado con la poesía como antesala de su vocación literaria. Firma artículos en revistas, hexámetros dedicados a Benito Juárez (“Oda a Juárez”, que provoca una reseña de Max Henríquez Ureña en Monterrey News, julio de 1908) y hasta algunos textos ya notables que incluiría después en El Suicida o en Marginalia.  Si acaso sus primeros pasos en este arte tienen  algo de referencia periodística por cuanto se engloban genéricamente en el rubro de la prensa cultural. Pero la noticia, como centro del oficio informativo y de opinión, no se vislumbra todavía.

No todo lo que aparece en los diarios y revistas es periodismo porque abunda la literatura, en sentido estricto, como en estas primeras publicaciones de Reyes, incluida La Revista de América (editada en París entre 1912-914), donde empieza a colaborar al llegar a Francia en agosto de 1913 como parte de la legación de México; pero él, más tarde, al trasladarse por necesidad a España en agosto de 1914, supo periodizar unos hechos noticiosos y comentarlos con absoluta honestidad, además de que encontró en la prensa un modus vivendi  y de sustento familiar en los días difíciles que pasó en Madrid, y luego siguió cultivando otros medios de difusión masiva con la maestría de su prosa poética, una de las mejores que se han escrito en lengua española.

Su propia nieta Alicia Reyes en Genio y Figura de Alfonso Reyes señala:

Durante el año que permanece en la capital francesa, nuestro Alfonso escribe solamente artículos y páginas que se publican en diversas revistas de Europa y de América y que habrán de incorporarse en obras posteriores. Pedro Henríquez Ureña, a la distancia, sigue siendo su mejor maestro.

El mismo Reyes seguramente no pensó ser periodista porque su vocación literaria lo orientaba a alcanzar el estatus de poeta y escritor, pero no le quedó más remedio que asirse, en algunos momentos de su vida, al periodismo. Me apoyo en Emmanuel Carballo, el crítico mexicano que tanto entrevistó y ha estudiado a Reyes, y habla así de sus años en México de 1939 a 1959:

En búsqueda del público que no consiguieron sus libros, don Alfonso colaboró en diarios y revistas, en cadenas de periódicos y estaciones de radio. Para llegar a lectores y auditorios ínfimos, don Alfonso tuvo que bajar el nivel de los artículos y pasar de la literatura a la no-literatura: de mostrar a enseñar.

Ergo,  Alfonso Reyes fue periodista.

Carballo, al interpretar las observaciones generales de Reyes sobre literatura y no-literatura, concluye que para la literatura propiamente dicha el asunto se refiere a la experiencia humana; para la no-literatura a conocimientos especiales. La literatura expresa al hombre en cuanto es hombre a secas: la no literatura en cuanto es teólogo, filósofo, científico, historiador, político. “En el fondo, y fatalmente, don Alfonso era en profundidad de la misma estirpe de (José Joaquín) Fernández de Lizardi”.

Ergo,  el Regiomontano Universal fue periodista.

De hecho también existe la evidencia de los tempranos pasos que dio Alfonso Reyes en este terreno, pues algo tuvo que ver indirectamente en la fundación de El Porvenir, de Monterrey, ya que su amistad con el ilustre poeta y escritor colombiano Porfirio Barba Jacob lo llevó a recomendar a éste con su padre, el gobernador de Nuevo León, General Bernardo Reyes, lo que le permitió al sudamericano establecerse en la urbe regiomontana, hacer carrera en el periodismo aquí desde 1908 en El Espectador que dirigía Ramón Treviño y, finalmente, coincidir con un grupo de políticos nuevoleoneses para dar vida el 31 de enero de 1919 al hoy diario decano de la prensa en la ciudad.

Es cierto que Reyes ya llevaba seis años en Europa y que, salvo retornos intermitentes (como en 1924), regresaría de forma definitiva a su país en 1939 cuando volvió a encontrarse afectuosamente con Barba Jacob.  El escritor mexicano siempre le brindó su apoyo, según consta en las cartas que intercambiaban desde ese año de 1908.

De acuerdo con Humberto Musacchio, los primeros textos de Reyes aparecen en México en Revista Moderna, Argos, Revista de Revistas, Biblos y, contra lo que pudiera creerse, hasta en El Antirreeleccionista. Y más adelante, el investigador asienta:

Los deberes de la legación acaban por alejar a Reyes del periodismo y el poco tiempo de que dispone prefiere dedicarlo a la preparación de sus libros […] Su producción para los periódicos no se detiene y paralelamente sigue con sus libros.

No cabe duda, asimismo, de que el eximio polígrafo, representante de las letras mexicanas y universales, ensayista, poeta, diplomático, traductor, coleccionista de obras de arte, chef y dramaturgo pisó los dinteles del periodismo como necesidad de sobrevivencia, y fue el periodismo el que le tendió la mano en los momentos más difíciles de su vida para foguearse en el arduo camino de las letras que tenía por delante sin imaginar siquiera su alcance.

Paulette Patout, la mejor biógrafa del Regiomontano Universal y Alicia Reyes, con su gran cercanía familiar, dibujan a nuestro paisano en París añorando a sus amigos del Ateneo de la Juventud y lleno de nostalgia por su tierra, pues poco le consuela encontrarse en la capital francesa a dos de sus grandes camaradas del arte: Diego Rivera y Ángel Zárraga, por lo cual intensifica su relación con los hermanos García Calderón para dar salida a su afición escribiendo ensayos en la Revista de América sobre literatura mexicana.

Pero se viene la guerra en Francia, y en México el cambio de gobierno, lo cual trae una sacudida estremecedora en los planes de Reyes, que Paulette Patout refiere así:

Llegado al poder Venustiano Carranza dio de baja en masa a todo el personal diplomático y consular […] Encima estalló la guerra en Francia […] El regreso a México le estaba prohibido por falta de dinero y por las razones familiares que se adivinan. Comprendió que su único recurso era España […] Allá se le abrirían quizás oportunidades de trabajo en la ensñanza y el periodismo.

Ergo,  fue periodista.

 

Vivir del periodismo

Humberto Mussachio en Alfonso Reyes y el Periodismo  también señala que fue en Madrid  donde comenzó de veras su larga y provechosísima carrera de periodista, que lo llevaría a decir que “nada hay comparable al orgullo de contar noticias”, aunque agregaba: “y al alivio de recibirlas”.

El bautizo formal como hombre de prensa  –añade Mussachio– lo tendría durante los difíciles años que pasó en España, donde conoció la pobreza, si bien en disfrute pleno de su libertad, según reflexionaría años más tarde.

El mismo Reyes nos da pie para considerarlo periodista, porque vivió de lo que publicaba en la prensa de su tiempo:

Mi larga permanencia en la Villa y Corte (de Madrid) puede dividirse en dos etapas: la primera, de fines de 1914 a fines de 1919, en que me sostengo exclusivamente de la pluma, en pobreza y libertad.

Poco después se integraría al servicio diplomático.

Cómo no habrá de considerársele a Reyes periodista en Madrid si al  llegar ahí empieza su labor como traductor y trabaja en el Centro de Estudios Históricos, sección Filología, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal. Además empezó a colaborar en numerosos periódicos y revistas de Europa y América,  como El Heraldo de Cuba y Las Novedades de Nueva York, y, por supuesto, en El Sol, de su amigo José Ortega y Gasset, quien le encarga luego escribir en el semanario España las primeras críticas de cine para un medio español en 1915, cuya huella también en El Imparcial es imborrable bajo el seudónimo de Fósforo. En este último publica junto con su colega del Ateneo, Martín Luis Guzmán, quien llegó a la capital española con su familia en 1915 y a fines de ese año se entera de que Reyes emprende la elaboración de su inolvidable Visión de Anáhuac, editado en 1917 por una modesta casa de Costa Rica, llamada El Convivio.

La crítica cinematográfica une a estos dos grandes mexicanos y los hermana en su labor en la prensa española, que Reyes continúa solo tras de que Martín Luis Guzmán abandona Madrid para ir rumbo a Nueva York y México en enero de 1916, después de escribir su librito La querella de México.

Ergo, Alfonso Reyes es periodista en estos años que sobrevive en Madrid, a partir de agosto de 1914, donde vuelve a encontrarse con el pintor Diego Rivera y aprende también de otro grande del periodismo, José Martínez Ruiz Azorín, consagrado igualmente por sus lauros literarios, igual que Ramón del Valle Inclán, Juan Ramón Jiménez y Miguel de Unamuno, quienes serán parte de los retratos o perfiles que constituirán la primera serie de su libro Simpatías y diferencias (Madrid, 1921).

Martín Luis Guzmán, el también autor de El Águila y la serpiente (1928) y La sombra del caudillo (1929),  en una carta que le envía a Madrid, hacia 1917 le dice a Alfonso Reyes:

¿Recibe usted el dinero de sus crónicas? En El Heraldo trabajo sólo un rato (parte en la tarde; parte en la noche) escribiendo editoriales y otras cosas. He renunciado, por instinto de conservación, a meterme con toda la página final (tal fue el plan primitivo) y sólo me encargo de lo mío. Quizás esto cambie ahora, porque el suplemento está pidiendo a voces una mano inteligente y ésta puedo ser yo. De suerte que no me entero siquiera de la fecha ni la forma en que se publican sus crónicas, tan amables y tan semejantes a nuestra amistad (sin simbolismo).

Recordará usted que desde los abismos de Texas renuncié a la literatura y a los periódicos. Pues bien, si no fuera por ambas cosas casi me moriría de hambre: al fin y al cabo, es nuestro oficio…

Ergo, fue periodista en expresión de su gran amigo y por  eso rescato tan reveladoras palabras reproducidas en El Acto Textual de Fernando Curiel, quien agrega:

Alfonso Reyes, cronista de Madrid, no está por debajo, en nervio y percepción, de Bernal Díaz del Castillo, cronista de Tenochtitlan –el prodigio urbano azteca–  sin olvidar, además, que Reyes parece haber acompañado a Cortés y sus capitanes, aquel día de 1519, según se desprende de Visión de Anáhuac (1917).

Asimismo, debe ponderarse la edición, ese mismo año de 1917, no sólo de El Suicida sino particularmente de Cartones de Madrid  porque fue el primero del año al ir juntando estas notas publicadas en El Heraldo de Cuba y porque constituye un volumen de las impresiones iniciales del autor con una fuerte carga periodística, pues la atención se concentra en lo más pintoresco y novedoso que atrae a los ojos del viajero: el abigarrado mundo callejero, con sus mendigos, pícaros, chulos, majos, estudiantes, lavanderas, aguadoras, en una serie de breves cuadros impresionistas y poemáticos.

Siento especial inclinación –nos dice Reyes–  por los Cartones, porque al escribirlos eran mi única distracción en horas de angustia y por las valiosas amistades que creo deberle. Azorín, ya en trato muy frecuente conmigo, me decía en una de sus preciosas miniaturas epistolares: “…su exquisito libro, esencia de España”. Todas las palabras de Azorín valen oro.

Quizá por eso Fernando Curiel, el autor de El Acto Textual, pone  énfasis en el meollo de nuestra tesis, pues insiste en el carácter periodístico de Reyes, habida cuenta de su habilidad para la crónica, no obstante la connotación literaria e histórica de este género también de la prensa.

Al alborear la década de los veinte –añade Curiel–, Manuel Azaña (escritor y político, tres veces jefe de gobierno y en 1936 Presidente de la república española) se lamentaba: “Madrid está por hacer porque lo hemos pensado poco”. Aclaro que para ese entonces, Reyes ya había pensado mucho, y contribuido a hacer –al tenor de la tesis azañista– a Madrid. Data de los primeros asomos a la ciudad –todavía presa del fango–  una de las visiones de más dilatada fortuna: “El Madrid posible”.

Reposa, la crónica alfonsina matritense, en libros, artículos sueltos, abundantes páginas autobiográficas y la nutrida correspondencia intercambiada con sus pares: los integrantes de la llamada Generación del Ateneo de la Juventud (José Vasconcelos, Julio Torri, Diego Rivera, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán). La camarilla –posterior a la modernidad– que acomete la revuelta cultural de la Revolución Mexicana.

Fernando Curiel asienta, igualmente, que la afición (adicción) de Madrid en Alfonso Reyes se debe, sin disputa, a la prolongada estancia peninsular. Dos lustros: de 1914 a 1924. Entre “la guerra y la revolución”, dirá el propio Reyes, citando a Luis Araquistáin. Entre dos épocas literarias, añado yo: la del 98 y (casi) la del 27.

Trátase, para Reyes, del periodo de su cabal madurez humana y artística. Tiempos de pobreza y espera, de soledades y primeros frutos inequívocos. De transtierro, sí, pero también de amistades cuyos deliquios, y destemplanzas, únicamente sofocarían la distancia o la muerte.

En 1924, durante su visita a México, presidió el homenaje del 5 de julio a José Vasconcelos y pronunció un encendido discurso en que recordó:

haber sido buenos camaradas de guerra […] cuando, lejanos y desterrados, vendíamos, tú, en un pueblo de los Estados Unidos, pantalones al por mayor, hechos a máquina, y yo, en Madrid, artículos de periódico al por menor, hechos también a máquina.

Ergo, él mismo se considera periodista en esos primeros años madrileños y lo ratifica a fines de abril de 1929  –como lo registran Musacchio y Valdés Treviño–  al abrir apenas sus maletas en Río de Janeiro como embajador de México en Brasil: “Estoy haciendo notas todos los días: desenvainé mi pluma de periodista otra vez”.

Y es ahí donde deja otra enorme prueba de su afición periodística: la confección de su Correo Literario Monterrey, donde, en el número uno, en junio de 1930, aparece el ensayo sobre las poesías de Porfirio Barba Jacob y éste, agradecido, le escribe, curiosamente, el 9 de febrero de 1931 acaso en alusión al 9 de febrero de 1913, fecha memorable del asesinato del general Bernardo Reyes, a lo que el entonces embajador de México en Brasil le recuerda lo siguiente:

Nunca podré olvidar la sacudida eléctrica que recibí al acercarme a usted el primer día, ni podrá borrarse en mí la señal de nuestra amistad.

Esta singular y valiosa publicación la concibe Reyes al conjuro del recuerdo de Pombo de Ramón Gómez de la Serna e inclusive se remite a una iniciativa similar de Chesterton. Lo cierto es que llegó a ser una verdadera red de comunicación de Reyes con el mundo literario y, a la vez, del mundo literario con Reyes y que se distribuía por varios rumbos del planeta, especialmente en México. Su primera tirada fue de 300 ejemplares que repartió con ayuda de Manuelita Mota, su esposa, y su hijo Alfonso Reyes Mota.

Todavía más: para convencernos del eros periodístico de Alfonso Reyes habría que hacer caso al consejo de José Joaquín Blanco, a pesar de ser uno de los más ácidos críticos que ostenta serias diferencias con el Regiomontano Universal:

La obra de Reyes tendría que ser “lectura obligatoria” para los jóvenes escritores y periodistas. Los estudiantes de literatura y de comunicación pueden revisar esos artículos breves donde surge la voz transparente de Reyes. Enseña a escribir y ahí se aprende su lección. De repente uno se descubre corrigiendo las comas, sintetizando, cortando frases, dando respiración a la prosa, agregando una anécdota de sobremesa, algún comentario agudo que se escuchó en la calle, pensando en el lector: Ahí está Reyes y su magisterio.

Gabriel Zaíd no es menos enfático en el magisterio de don Alfonso:

Después andamos en la calle, libres, sueltos, a la medida de las cosas, sin saber a qué agradecerle ese andar en el día como en nuestro elemento, y nos acordamos de haber leído largamente a Reyes.

 

Bibliografía

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Bioy Casares, Adolfo, Borges. Editorial Destino, 2007.

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Zaitzeff, Serge I., Recados entre Alfonso Reyes y Antonio Castro Leal. El Colegio Nacional, México, 1987.

Zaitzeff, Serge I., Correspondencia 1923-1957: Alfonso Reyes-Arnaldo Orfila. Siglo XXI Editores, México, 2009

 

Profesor en la Facultad de Comunicación de la UANL. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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Reinventar el periodismo: La prensa de referencia ante las nuevas tecnologías

  • “En la actualidad es como si estuviésemos  dos días después de la invención de la imprenta por Gutemberg. Todo es experimental”, comentó Alan Rusbnidger, director The Guardian, durante la conferencia inaugural de la escuela de Periodismo de Sciences Po en Paris, el 7 de septiembre de 2012.
  • El periodismo ha entrado en una revolución sistémica, como apunta Ignacio Ramonet en su última obra L’explosion du journalisme (Galilée, 2011).
  • Asistimos a una carrera hacia la innovación en que las nuevas tecnologías están marcando un ritmo frenético a la información. Aparecen nuevas versiones de periódicos digitales, nuevas aplicaciones de móviles y de tabletas para adaptarse al lector digital. Y en esta carrera por la innovación hay que reinventar el periodismo. ¿Qué porvenir le espera en este nuevo escenario a la prensa de referencia en un país tan emblemático como Francia?

 

Fotografía: "Silencio Forzado: El Estado, cómplice de la violencia contra la prensa" por jpazkual @ Flickr

Fotografía: «Silencio Forzado: El Estado, cómplice de la violencia contra la prensa» por jpazkual @ Flickr

Por María Santos-Sainz

En los últimos años, la cimentación sobre la que se ha asentado el periodismo del siglo XX se ha resquebrajado debido a la irrupción de Internet con su Web 2.0, los iPhone y los iPads, la caída de la publicidad y su desplazamiento a otros soportes, la competencia de los periódicos gratuitos, los altos costes de producción, el progresivo abandono de la prensa escrita por parte de las jóvenes generaciones y la crisis de confianza de los lectores con los medios.

Sin embargo, no todo es negativo: nuevos proyectos y realidades irrumpen con fuerza en Francia. Un periodismo de calidad se va abriendo paso en Internet.  Periodistas de prestigio están al frente de periódicos online como Médiapart, fundado y dirigido por Edwy Plenel, antiguo responsable de la redacción de Le Monde. En solo cinco años de existencia se ha convertido en toda una referencia por sus revelaciones informativas como por ejemplo en el caso Woerth-Bettencourt o el reciente affaire Cahuzac.

Para buscar nuevas vías de financiación al periodismo online aparecen iniciativas interesantes. En enero de 2011  nació una plataforma1 de donaciones para que los internautas financien diarios digitales, blogs u otros proyectos informativos de Internet, desde un reportaje a la creación de una nueva sección, con la finalidad de desarrollar y auspiciar un periodismo de calidad en Internet. Otros medios se han lanzado a esta nueva moda de financiación (crowfounding) de reportajes, como Mediavox.fr, un portal inaugurado en agosto de 2012. Asímismo se va consolidando un periodismo participativo que renueva viejos cánones como es el caso de diarios digitales como Rue 89 o agoravox. Otro medio pionero en el periodismo ciudadano como lepost.fr (a iniciativa de Le Monde Interactive y el grupo Lagardère) naufragó y cerró el 23 de enero de 2012, entre otras cosas, porque no hubo un riguroso fact cheking respecto a la difusión de los rumores difundidos por los internautas.

En paralelo al despegue de Internet han nacido con éxito proyectos editoriales impresos como la Revista XXI, fundada en 2008, que apuesta por un periodismo de textos largos, donde el reportaje se convierte en protagonista, primando la profundidad y la calidad de la información. Por otra parte, se han multiplicado plataformas de discusión2 que buscan nuevas vías a la crisis de la prensa.

 

Tres revoluciones

En Francia, la crisis de la prensa también responde más a una crisis de tipo estructural y de época que a una crisis derivada tan solo de las dificultades de la crisis económica actual. Hay que añadir a los motivos ya evocados, los elevados costos de producción que tienen los diarios franceses respecto a los de otros países europeos3. La pérdida de lectores ha sido drástica: Le Monde en el ultimo decenio perdió  25% de sus compradores, Le Figaro 12,5% y Libération en 2009, 10%. En realidad tres revoluciones se han acumulado4 en este último decenio:

1. La revolución digital. La irrupción de Internet en el venerable imperio del periodismo escrito de referencia ha sembrado confusión e incertidumbre. La prensa ha pasado de un modelo industrial a un modelo de Redes. En este nuevo sistema, los periodistas ya no tienen la exclusividad de la fuente. El periodista ya no es el único historiador del presente: todo el mundo se ha convertido en media. Hoy la actualidad nos llega también por nuestra Red social (Facebook o Twitter), incluso a veces antes.

La competencia en Internet es tan ardua que incluso los periódicos digitales de la prensa de referencia muestran videos, webdocumentales, diaporamas de fotos, sonido y hasta han contratado jóvenes periodistas para animar redes (community manager).5 Estamos en la era del media global, en un periodismo interactivo 24/7. Para no perder este tren
de alta velocidad tecnológico, cabeceras de la prensa de referencia como Le Monde acaban de crear un departamento llamado “Nouveaux écrans”, capitaneado fundamentalmente por programadores con el fin de explorar nuevas aplicaciones para iPhones e iPads.

2. El descenso drástico del interés de las jóvenes generaciones por lo escrito. La pérdida de lectores de la prensa de referencia prosigue cada día que pasa. La edad media de los lectores de la prensa diaria por Internet en Francia ha pasado de 37 años en el 2000 a 42 años en 2005. La media del lector sobre papel es de 55 años. La versión en papel queda restringida a las élites y a las personas mayores. No hay relevo generacional. Estas cifras muestran el fracaso de la estrategia de los periódicos por conquistar un público joven de 25-35 años.

Las nuevas generaciones se informan por Internet a través de sus ordenadores y cada vez más a través de su móvil, un 46,6% de franceses está equipado con un Smartphone, según Mediametrie, pero no acuden a los diarios digitales de la prensa de referencia. Entre las páginas web más visitadas en Francia, según un estudio de Mediametrie publicado en octubre del 2012, destacan en las primeras posiciones: Google, Facebook, MSN/Windows Live, seguidos de YouTube, Dailymotion, Microsoft, los operadores de móviles Orange, Free, SFR, Wikipedia, Leboncoin, y Yahoo!

De lejos se sitúan la prensa de referencia. El primer diario mas leído en su versión digital es Le Figaro con 8.7 millones de visitantes únicos. Le Monde baja al tercer puesto tras Le Parisien, con 6.8 millones de visitantes únicos. Los periódicos digitales, presentes únicamente por Internet, están todavía hoy lejos del seguimiento de la prensa de referencia. La lista es encabezada por la versión francesa de Huffington Post con 2.1 millones de visitante únicos, delante de Rue 89 con 1.785 millón, Slate (947 000), Atlantico (877 000) y Mediapart (569 000).

Para paliar la deserción de los jóvenes de la prensa de referencia se están desarrollando en Francia políticas educativas destinadas a la “Educación en los medios”, coordinadas por organismos como el Clemi6, con el fin de formar a los futuros ciudadanos en el arte de informarse y que sean exigentes con la calidad de los medios.

3. La caída de los ingresos publicitarios. En Francia, el fenómeno ha sido muy destacado. Podemos hablar de una verdadera hemorragia publicitaria. Los anunciantes ya no financian la información. Han diversificado sus anuncios fuera de los medios (carteles, folletos en los buzones, en el cine, los móviles, en Internet…). Todo ello representa los dos tercios del presupuesto publicitario. “El modelo económico sobre el que se ha erigido la prensa desde hace décadas se desintegra hoy”, afirmaba el entonces director de Le Monde, Eric Fottorino7, tras nuevas ampliaciones de capital para sacar a flote la mítica cabecera.

Numerosos medios de comunicación franceses se han visto obligados, por la caída de los ingresos publicitarios, a realizar recortes draconianos: cierre de corresponsalías en el extranjero; despidos, prejubilaciones, en especial de los periodistas más veteranos y experimentados. Estas restricciones suponen un peligro al abaratar la producción de la información con el riesgo de hacer peligrar la calidad de los contenidos. El precio a pagar puede ser caro, ya que el periodismo de investigación y los grandes reportajes corren el riesgo de verse tambaleados.

En paralelo, hay un deterioro muy grave de las condiciones de trabajo. En este sentido, hay que señalar el incremento de la precarización y proletarización de la profesión periodística. La precarización8 creciente de la profesión viene de la mano del periodismo digital. Un ar-
tículo de Le Monde publicado en mayo de 2009 denunciaba la situación de precariedad que padecen los denominados: Forçats de l’info, también llamados los “pakistaníes de la información” o “pollos en batería”. Con estos términos se refieren a los periodistas treintañe-
ros que trabajan en las redacciones digitales con salarios mínimos. El artículo exponía las diferencias de estatus entre los periodistas de la redacción papel y la redacción digital, pero también se refería a las condiciones difíciles de trabajo: rapidez a ultranza9, la reescritura de las noticias de agencia, etc. La polémica fue inmediata. Han surgido numerosas reacciones del propio colectivo como de sus responsables, asimilados a “negreros”. Unos se defendieron alegando que el retrato respondía más bien a una caricatura y que ese periodismo de googlelización está desapareciendo…

Desde las escuelas de periodismo en Francia se observa con inquietud otro fenómeno que se va confirmando: la profesión tiende al “nomadismo”. Frente a la dificultad de conseguir un contrato fijo, cada vez son más los periodistas jóvenes que acaban abandonando el oficio ya que no se les ofrece ninguna perspectiva estable ni interesante de trabajo.

La crisis de la prensa no es solamente una cuestión de crisis por la buena o mala gestión o por la caída en picado de la publicidad o por el descenso de las ventas. También es una crisis de la oferta de contenidos y sobre todo por la pérdida de confianza del público en los medios. Un público al que se le propone a menudo una información homogénea o de insuficiente calidad (periodismo de low cost), ante la que duda de su objetividad y del respeto a las buenas prácticas profesionales.

Los sondeos anuales realizados por el Instituto de encuestas Sofres y el diario La Croix, siguen mostrando cada año la desconfianza que tienen los franceses hacia la prensa escrita (la radio resulta el medio que goza de mayor credibilidad). Una gran parte de los ciudadanos acusa a los periodistas de falta de independencia frente a las presiones de los poderes político y económico. Y consideran que no se les ha informado con el rigor necesario sobre una actualidad cada vez más compleja y difícil de descifrar. Es verdad que en general también sufren un gran descrédito  otros poderes e instituciones públicas: pero la prensa ha sido una de las principales víctimas de la pérdida de confianza de los ciudadanos.

Para superar la actual crisis, los medios tienen que reflexionar sobre su propio rol y preocuparse de su verdadero capital: el público, los lectores. El dilema reside en que se producen dos búsquedas que no confluyen. Por una parte, los lectores están a la búsqueda de un contenido y un rigor que ya no se les ofrece; por otra parte, la prensa está a la búsqueda de unos lectores que ya no existen… Diversos estudios demuestran que los periódicos que resisten mejor a la crisis son los más exigentes con sus contenidos. Igualmente, los periodistas que permanecerán serán aquellos que demuestren su valor añadido.

 

Reinventar la prensa de calidad

Hasta hace diez años ningún periodista de la prensa escrita de referencia tenía un blog o dirigía entonces un diario digital. Hoy las cosas han cambiado. Algunos de los miembros más influyentes de la prensa de calidad dirigen nuevas cabeceras de la prensa on line. La mayoría provienen de Le Monde y de Libération, donde diversos reajustes les despidieron de sus redacciones.10

Una parte de la batalla del periodismo de mañana se está librando en el frente de Internet. Numerosos analistas subrayan que el futuro de la prensa viene de la mano de Internet, pero más que su acceso por el ordenador, considerado ya como un broncosaurio, por el iPhone o por las tabletas iPad. El desafío sigue siendo el construir un periodismo digital de calidad.11

Entre los que han apostado por el periodismo de investigación y de calidad únicamente on line destaca Médiapart,12 fundado en 2006 por Edwy Plenel, ex-director de la redacción de Le Monde. Y es una apuesta también como modelo económico, ya que hay que abonarse tras el pago de nueve euros mensuales. Con casi 50 mil suscriptores se mantiene en la cuerda floja de modelo de rentabilidad, como la gran mayoría de los medios en Internet.

Entre las apuestas de periodismo digital de calidad destaca también la versión francesa de Slate13, dirigida por Jean-Marie Colombani, ex-director de Le Monde. Otro ejemplo de adaptación numérica: Arrets sur images.14 Su director Daniel Schneidermann, ex columnista de Le Monde y de Libération, trasladó a la red el concepto de programa de televisión que tanto éxito le deparó hasta que se lo suprimieron. Su portal se consagra únicamente al análisis crítico de la información. Desde un principio apostó por la fórmula de pago.

En esta fase de transición que estamos viviendo, en la que viejos modelos mueren y otros nuevos brotan, la irrupción de estos  signos de renovación permiten mantener cierto optimismo. Están naciendo nuevos géneros en Internet15 como el webdocumental. Y aunque hasta la fecha tampoco se ha encontrado un modelo económico que permita su rentabilidad, algunos jóvenes periodistas16 están apostando por ello.

Otro elemento esperanzador es el periodismo participativo que ha irrumpido como un balón de oxigeno para reconquistar el público volatilizado. El periodista baja de su pedestal y entra en interacción con su comunidad de lectores. Este nuevo periodismo participativo tiene su mejor exponente en Rue 8917, un pureplayer de información creado por antiguos periodistas de Libération. Realiza un periodismo a tres bandas entre jóvenes periodistas, expertos y público. Incluso han sacado una versión impresa. Ante la ausencia de modelo económico por Internet, algunos de estos diarios consiguen salir a flote completando sus ingresos con ofertas de formación y otros servicios, como hace Rue 89.

A pesar de este potente despegue de Internet, para las élites políticas y económicas de Francia el periodismo de referencia lo siguen encontrando en la prensa escrita de calidad. La migración del papel a la pantalla no resulta tan rotunda.

Han nacido, además, nuevos proyectos editoriales que gozan de éxito, cuando nadie apostaba nada por ellos. Esta es la historia de una revista trimestral XXI18, lanzada el 17 de enero del 2008 y realizada por ex periodistas de Le Figaro, que han apostado por el periodismo de calidad. Publican reportajes de actualidad, de larga extensión (de 20 a 30 páginas) y con una visión mundial. Con cuatro números al año, tiene una tirada de 40 mil ejemplares. Los modelos que les inspiran son las revistas americanas tipo The New York Times Magazine, The New Yorker o Vanity Faire y la inglesa Granta, de venta en librerías.

Como conclusión, podemos afirmar que con la crisis y el cambio de época que estamos viviendo ciertas formas de periodismo tienden a desaparecer mientras que otras están naciendo. Uno de los desafíos para superar la situación actual de crisis es ganar de nuevo la confianza del público ofreciendo contenidos de calidad. Ante este crítico panorama debiera existir la voluntad de recuperar el buen hacer, el orgullo y la dignidad de la profesión; de volver a lo fundamental, a la esencia del periodismo. Con un “periodismo de orientación” frente a la infobesidad y de profundidad frente a la información low cost.

Para algunos analistas, la prensa de referencia se salvará gracias a un “periodismo aumentado”, como propone Eric Sherer en su libro A-t-on encore besoin des journalistes? Manifeste pour un journalisme augmenté (Puf, 20011). Éste consiste en enriquecer el periodismo de todas las extraordinarias posibilidades dadas por esta revolución de la información digital. Un periodismo de valor añadido, más democrático y donde la nueva función de filtro sea preponderante. Buscar, elegir, verificar, agregar, relacionar acontecimientos entre ellos, darles sentido, contextualizar, son las misiones de nuevo periodista.

Para terminar quizás nos consuele citar el aforismo que nos recuerda que “los aviones no han reemplazado a los barcos”, como la televisión no acabó con la radio. La Internet no tiene por qué terminar con el modelo de exigencia, rigor y calidad, características de la prensa escrita de referencia.

 

Notas

1) http://www.jaimelinfo.com, y http://www.mediavox.fr/

2) Entre los numerosos foros y encuentros destacan: Les entretiens de l’info (http://entretiens.zeblog.com), dirigidos por el investigador Jean-Marie Charon, Information et citoyennet, el colectivo de periodistas ça presse (http://www.capresse.org) o Assises Internacionales du Journalisme (ver http://www.journalisme.com). En Francia la crisis de la prensa escrita se ha convertido en un debate de gran actualidad que ha entrado incluso en la agenda política, ya que incluso provocó en 2009 la convocatoria de los Estados generales de la prensa por parte del Presidente de la Republica, Nicolas Sarkozy. De ahí salieron toda una serie de medidas impuestas por el estado para ayudar a la prensa y que están ayudando a salir a flote en estos tiempos difíciles. Ver http://www.etatsgenerauxdelapresseecrite.fr

3) Respecto a la difusión de la prensa diaria en Europa, Francia se sitúa en el vigésimo lugar por cada 1000 habitantes, según World Press Trenes, AMJ de 2007, con 155 ejemplares vendidos por cada 1000 habitantes.

4) POULET, Bernard, 2009, La fin des journaux et l’avenir de l’information, Paris, Gallimard.

5) “Sur le net, les journalistes se muent en animateurs pour doper les audiences”, Le Monde, 23 de julio de 2009.

6) Centre de liaison de l’enseignement et des médias de l’information. www.clemi.org. Cada año, durante el mes de marzo todos los colegios celebran la “Semana de la prensa”.

7) Eric Fottorino, “A nos lecteurs”, Le Monde, 19 de avril de 2008.

8) ACCARDO, A., (dir.), 1998, Journalistes précaires, Bordeaux, Editions Le Mascaret,.

9) Según el informe publicado en Estados Unidos sobre el estado de los medios de comunicación, titulado: “Proyecto por la Excelencia en el Periodismo 2005” ya se apuntaban nuevas tendencias frente al modelo tradicional de periodismo. Así mientras que antes “los informadores se preocupaban principalmente por la verificación de hechos” ahora está dando paso a “un nuevo modelo en los medios en el cual se da información sin hacer grandes esfuerzos para comprobar su veracidad”. Esto se ve tanto en la televisión por cable y en las tertulias radiofónicas como en los blogs y en los diarios digitales cuya norma es “publicar cualquier cosa y dejar que se compruebe o no después”.

10) Libération, echó a 150 periodistas tras dos planes sociales en 2005 y 2007. Por su parte, Le Monde lanzó dos convocatorias de despidos voluntarios en 2004 y en 2008. El primero eliminó a 35 periodistas de la redacción, y el segundo a 65. Ver la revista Le journaliste, organe du Syndicat national des journalistes. Nº spécial, octobre 2010, pp, 17-18. Le Figaro anuncia en diciembre de 2012 un plan social.

11) Desde el 22 de octubre de 2009 la prensa digital ya tiene un sindicato que les represente: Syndicat de la presse indépendante d’information en ligne. : http://www.spiil.org. Con más de sesenta miembros, el 22 de octubre de 2010 organizaron sus primeras jornadas de balance y debates sobre el futuro de la prensa on line.

12) www.mediapart.fr

13) http://www.slate.fr

14) http://www.arretssurimages.net

15) Flujos RSS, servicios web, blogging, bookmarking, widgets, planet, digg-like, las redes sociales como Facebook, Twitter, etc.

16) Dirigida por jóvenes periodistas la sociedad de producción Honkythonk, situada en París, ha vendido algunos de sus webdocumentales a medios como lemonde.fr. Ver http://www.honkythonk.fr

17) http://www.rue89.fr

18) http://www.leblog21.fr

 

Doctora en Ciencias de la Información y de la comunicación por la Universidad Complutense de Madrid. Es profesora titular de Periodismo en el Institut de Journalisme Bordeaux Aquitaine de la universidad Michel de Montaigne de Burdeos, cuya dirección ha asumido desde 2006 a 2012.  Presidente de CEJER, Chercheurs en Journalisme des Ecoles Reconnues.

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Las salas de redacción en el siglo XXI y el periodismo de largo aliento

  • Quizá las redacciones ya no son lo que eran, pero no hay tecnología alguna que sustituya el trabajo en equipo de un grupo de especialistas, imprescindible  para ofrecer a la sociedad la información que necesita para ser libre y autogobernarse.
  • Los ideales del propio García Márquez, “contar historias”, y de Galeano, “dar voz a los que pierden”,  aún son el eje de la labor periodística, aunque cambien los instrumentos, los métodos y las formas.

 

Fotografía: "El País de España" por Esther Vargas @ Flickr

Fotografía: «El País de España» por Esther Vargas @ Flickr

Por Maricarmen Fernández Chapou

Las salas de redacción han poseído a lo largo de la historia algo de mítico y de romántico. Los periodistas de la vieja guardia suelen referirse a ellas como quien recuerda un antiguo amor. Y es que en ellas, al menos hasta hace unos 50 años, se libraron batallas en las que se ha ganado o perdido el valioso honor del respetado periodista. Sin ir muy lejos, este fragmento escrito por Gabriel García Márquez en “El mejor oficio del mundo”, da cuenta de ello:

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de 24 horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.

Los tiempos han cambiado. Como dice el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, ese “mundo mágico de las imprentas, el olor del plomo, el universo del tipógrafo, los cuerpos de letras de hierro y de madera” casi han llegado a su fin:

Un mundo que se ha transformado mucho. El bullicio de las redacciones en las que yo me metí desde chico, el tableteo de las máquinas, el griterío, la humareda de los cigarrillos; eso cambió. Es un mundo más aséptico, ahora te metes en una redacción y parece que estuvieras en un hospital.

Quizá las redacciones ya no son lo que eran, pero no hay tecnología alguna que sustituya el trabajo en equipo de un grupo de especialistas, imprescindible para ofrecer a la sociedad la información que necesita para ser libre y autogobernarse. Los ideales del propio García Márquez, “contar historias”, y de Galeano, “dar voz a los que pierden”, aún son el eje de la labor periodística, aunque cambien los instrumentos, los métodos y las formas.

Así lo entiende, por ejemplo, Germán Castro Caycedo, el más importante periodista de investigación colombiano, quien habla de la pasión reporteril como “la sensibilidad y la observación que crece con la experiencia”, y está  –refiere Marco Lara–  “convencido de que la transformación de la empresa mediática, y en particular la informatización del trabajo del reportero, trajo ‘un cambio radical en la mecánica del oficio, mas no en lo fundamental. Siempre he pensado que el periodismo tiene que ver en forma irremediable con el ser humano, con su medio, su cultura, y por tanto sus sentimientos, sus expectativas, sus historias de vida, sus desafíos”.

Y es que ser periodista tiene también una carga emotiva. Muchos de los grandes del periodismo adoptaron esta profesión como un modo de vida; más aún, como una identidad inseparable de ellos mismos. Hedonistas, apasionados, valientes, intrépidos, osados y hasta héroes son adjetivos adjudicados a los cazadores de noticias.

Pero así como han sido admirados, los reporteros se han ganado en ciertos contextos un gran desprestigio. En la mayoría de los casos, ello ha sido consecuencia del mal uso del micrófono, del abuso del llamado cuarto poder, de la falta de ética y de profesionalismo de algunos miembros del gremio y de un sistema tanto mediático como social deficiente.

Por fortuna, el oficio se ha profesionalizado y cada vez existe una mayor presión hacia medios y periodistas por observar estándares éticos y profesionales estipulados a nivel internacional. Además, la sociedad civil cada vez exige mayor calidad.

 

Sobrevivir y aumentar rendimientos

En su camino hacia la multimediatización, es decir, al incursionar en medios virtuales y electrónicos, las empresas editoras de diarios han tenido que reorganizarse. En lugares como México, ese camino aún es titubeante pues, asienta Marco Lara Klahr, “el reportero de investigación o el que ejerce el periodismo de proximidad, y aquel productor de noticias característico de las sinergias productivas constituyen fuerzas en tensión”. Algunos de los riesgos que corren los periódicos en ese camino los explica así el mismo Lara:

Sobrevivir y aumentar rendimientos exige a las empresas optimizar costos, actualizarse tecnológica, financiera y mercadológicamente, y diversificar sus fuentes de captación publicitaria. Para ello deben contener los salarios de sus periodistas y obtener del trabajo de éstos el mayor volumen posible de subproductos noticiosos (breves y perezosas notas para la versión on line, y en audio o video para los medios electrónicos); privilegiar los contenidos espectaculares sobre los útiles, y estrechar con anunciantes  oficiales o privados  lazos que deriven en connivencias y sumisiones, perniciosas sin duda para el derecho a la información.

Peor aún, el mayor peligro para los diarios es que, al buscar el menor costo y la mayor cantidad de datos y formatos, implique dejar de lado la calidad de los contenidos y los valores profesionales que debiera atender. Esto, en contraposición con la exigencia cada vez más alta del lector participativo, así como de la sociedad civil como nuevo actor en el proceso de producción informativa, ha ocasionado en gran medida la llamada crisis del periódico: “Tal entramado de factores se traduce en pérdida de competitividad de los diarios y explica el desplome de sus tirajes o su desaparición”, advierte Lara Klahr.

Pero ante eso han surgido alternativas más equilibradas que ofrecen un panorama más alentador. Las redacciones integradas, son un ejemplo. Éstas, apropian un proceso multidimensional que, facilitado por la implantación generalizada de las tecnologías digitales de telecomunicación, afecta al ámbito tecnológico, empresarial, profesional y editorial de los medios de comunicación, propiciando la integración de herramientas, espacios, métodos de trabajo y lenguajes anteriormente disgregados de forma que los periodistas elaboran contenidos que se distribuyen a través de múltiples plataformas, mediante lenguajes propios de cada una.

Según el periodista Ramón Salaverría, “el futuro de los medios de comunicación actuales se juega en las redacciones”, y de su adaptación depende el perfil del periodista y de los negocios de la información. Para el autor español, “la oportunidad para reconvertir la organización de las empresas periodísticas del siglo XX en empresas informativas del siglo XXI, es la convergencia periodística”.

Esta reconfiguración de las redacciones de periódicos requiere, en primer  lugar, adaptar las nuevas herramientas multimedia a las tradicionales y hacer que funcionen juntas. En segundo lugar, que el periodista que trabaja en los nuevos grupos multiplataforma tome conciencia del entorno y adapte su perfil profesional, “entendiendo las reglas de la nueva relación con el público, anticipándose a los cambios que se imponen en la estructura interna e interiorizando las claves de la edición multiplataforma”, advierte Salaverría. La flexibilidad laboral y los cambios en cuanto a los espacios y el tiempo son dos rasgos inherentes a la Sociedad de la Información.

 

Un cambio cultural

Se observa, asimismo, una convergencia de tipo cultural, en la que los consumidores también son creadores de contenidos (prosumers, de la unión de producer y consumer). Aquí, como sostiene el investigador Henry Jenkins, estamos ante una “nueva audiencia empoderada por computadoras, teléfonos móviles y aplicaciones interactivas”. Consecuencia de esto es la segmentación de mercados y mayores retos para la calidad de la información que reciben los ciudadanos.

Para algunos teóricos contemporáneos, en la actualidad no se concibe ningún medio de comunicación tradicional que, al margen de su canal de distribución específico, no utilice Internet como soporte para distribuir sus contenidos. El paso del medio lineal al medio en red implica profundas transformaciones en la estructura, la organización, la relación con la audiencia y el propio negocio de los medios de comunicación. No obstante, es fundamental combinar la veteranía profesional con el conocimiento digital, y tender hacia un periodismo integrado.

La digitalización de la producción informativa y la consolidación de internet como medio de comunicación social y soporte de distribución de contenidos han alterado los esquemas de los medios de comunicación tradicionales; sin embargo, los roles del periodista como profesionista con responsabilidad social y ética, y al mismo tiempo como pieza de la dinámica industrial, pueden coexistir “siempre y cuando los criterios de independencia, autonomía y profesionalización estén bien asentados en su ejercicio periodístico, y que, cual sea el medio para el que trabaje, tenga criterios de calidad progresiva y actualización”, resalta Lara Klahr.

La diferencia, sustitución o negociación entre los periodistas profesionales (los veteranos de la investigación) y los reporteros-clon (los multiusos posmodernos, en palabras de Lara), se jugarán en su ejercicio diario: la cobertura de las noticias. Así, como adelanta Marco Lara, ante los tiempos difíciles en el periodismo, “sobrevivirán los reporteros independientes que persistan y se pertrechen con armas para investigar y narrar” la realidad social.

Gabriel García Márquez señala en su reflexión en torno al “mejor oficio del mundo”:

[Hace 50 años] el periódico cabía entonces en tres grandes secciones: Noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: A los  19 años  siendo el peor estudiante de derecho  empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso”.

En contraste, Ignacio Ramonet dibuja al periodista del siglo XXI de la siguiente forma:

En las webs de noticias on line, los “periodistas del papel” son relevados por una nueva generación de “freelance superexplotados” no menos abusados que los precarios de la prensa escrita. Xavier Ternisien describe así a los nuevos “esclavos de la información”: Media de edad: 30 años. Tez pálida de típico friki, estos drogados de informática se pasan el día delante de la pantalla […]. Hacen jornadas de 12 horas y guardia los fines de semana o las noches. Después de haber hecho estudios más largos que la mayoría de sus mayores y de haber adquirido una considerable experiencia en materia de Internet, esos jóvenes periodistas apenas consiguen un estatus de “operarios de la web”, de “enganchados al teclado”… Pero tienen dos fuertes convicciones: siempre ha habido “galeotes de la información”, y, en este caso, el futuro del periodismo les pertenece.

Y es que los diarios han sufrido también algunos cambios en cuanto a la organización de las noticias en las distintas secciones, sobre todo marcados por el diseño y la fotografía, sin mencionar que el periódico digital presenta cada vez con mayor claridad una personalidad nueva, con una estructura, un lenguaje y una interactividad con los lectores propios.

No obstante, los estándares en la conformación de la prensa siguen siendo  los mismos. El término prensa se refiere a un conjunto muy amplio y heterogéneo de productos informativos; cada publicación se refiere a un ámbito específico de la realidad e intenta tener una personalidad y estilo propio que le identifique y diferencie del resto.

 

Internet y periodismo

La inmediatez, la competitividad y las nuevas maneras de recopilar información están configurando al periodismo actual. La forma de trabajar de los periodistas está cambiando. La Encuesta de medios de PRWeek y PR Newswire 2010 reveló que hay importantes incrementos en el uso de las redes sociales por parte de reporteros con respecto a años anteriores: el 37% de los periodistas tradicionales mantiene una cuenta en Twitter; el 39% manifiesta escribir para algún blog como parte de sus deberes profesionales; el 46% asegura utilizar los blogs para investigar y el 33 % redes sociales.

Es decir, hoy Internet y las herramientas que éste nos brinda se convierte en un factor clave para el desarrollo del periodismo, ya sea como una fuente de información o como una herramienta útil para generarla.

A través de la red se distribuyen en la actualidad miles de fuentes susceptibles de contener información útil para los periodistas: páginas web, bases de datos, obras de referencia, informes técnicos y científicos, y nuevos sistemas de obtención de información como los foros o el correo electrónico. Aunque para muchos las redes sociales son espacios de entretenimiento, para el profesional de la información se están convirtiendo en una herramienta de investigación.

Esto ha permitido establecer conexiones con sus fuentes y conseguir información de una manera más rápida y, en muchas ocasiones, sin salir de la redacción. Asimismo, blogs, Facebook y Twitter marcan tendencias en la agenda informativa, por lo que suelen ser utilizados para medir el pulso de la opinión pública y las tendencias temáticas. Muchas veces de esos foros surgen pistas que el periodista puede seguir en su búsqueda de la noticia.

Todos los días se registran 300 mil nuevos usuarios en Twitter. También, son generados 55 millones de tuits en menos de 24 horas en todo el mundo y 20% de los habitantes en Venezuela ya se han sumado a esta red, según se corroboró en Chirp, conferencia anual de Twitter. Se trata de un torrente de información, de datos y testimonios que son publicados día a día en 140 caracteres y que comienzan a tener relevancia en la profesión del periodista.

Pero entre tanta información, ¿es Twitter realmente una herramienta útil en el medio periodístico? Para el periodista español y Consultor en Organización e Integración de Redacciones, Toni Piqué, Twitter se ha convertido en un elemento práctico y mandatorio a la hora de realizar una investigación:

Es una herramienta colosal para el reporteo, para el trabajo con las fuentes. Al menos permite al periodista publicar información con inmediatez a los hechos y tener a mucha gente ayudándole en la fase de reporteo. La capacidad del periodista se multiplica con Twitter.

Como en el caso de las fuentes tradicionales, el uso de este tipo de fuentes de información debe también estar regido por las normas de verificación, responsabilidad social y ética periodística. Al ser un campo abierto a cantidades colosales de información y opinión de origen muy diverso, el periodista debe tener la competencia profesional para discernir los rumores de las noticias o las fuentes fiables de las que no lo son, así como cuidar con mayor ahínco la veracidad de los datos que obtiene por estas vías.

Si bien herramientas como Twitter tienen límites  –140 caracteres es poco para explicar o analizar un asunto–, pueden ser recursos que ayuden con eficacia al periodista en su labor. Tampoco la cercanía entre evento y publicación garantiza la precisión. Como toda herramienta, se puede usar bien o mal.

Otra ventaja de las redes sociales en el periodismo es invitar a los usuarios a participar y convertirse en fuente para investigaciones periodísticas. Además, permite trabajos colaborativos con resultados interesantes, como es el caso de Reporting Networks, del medio digital ProPublica, que realiza investigaciones de denuncia en Estados Unidos:

Un mayor acceso a más información –sostienen Reddick y King–  sólo puede llevar a un mejor periodismo. “[…] Lejos de reducir el papel del reportero al de filtro de la información, la explosión del acceso a un amplio rango de fuente hace que su rol como informador tenga más valor. Los periodistas podrán desarrollar historias mucho más rápido. Y sobre todo, los reporteros serán los únicos en situación de sintetizar la información, proveniente de tantas y dispares vías, que sea relevante para sus lectores.

De este modo, incorporar fuentes virtuales al trabajo del periodista representa grandes retos que exigen preparación, capacitación y sobre todo, profesionalismo. No obstante, hay que reconocer que pueden ser utilizadas para un mejor y más profundo trabajo informativo.

 

Referencias

García Márquez, G. (1996) El mejor oficio del mundo. Discurso ante la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), Los Ángeles, EE.UU., 7 octubre 1996. www.fnpi.org/fileadmin/documentos/imagenes/…de…/elmejor.pdf

Lara Klahr, M. (2005). Diarismo. México: E.

Ramonet, I (2011). La explosión del periodismo. Madrid: Clave Intelectual.

PRWeek/PR Newswire Media Survey (2010): Recuperado el 30 de septiembre de 2001 de http://multivu.prnewswire.com/mnr/prnewswire/43321/

Franco, C. (2010) “Los periodistas potencian el uso de las redes sociales”. Recuperado el 1 de octubre de 2012. http://www.tendencias22.net/Los-periodistas-potencian-el-uso-de-las-redes-sociales_a4462.html

Profesora investigadora del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México.

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Víctor Ronquillo: Un periodista en la trinchera de los derechos humanos

  • Entrevista con el periodista y escritor mexicano con una trayectoria profesional de más de 25 años.
  • Es autor de obras como La nota roja en México, El blues de la Mataviejitas, La reina del Pacífico y otras mujeres del narco y Sicario: diario del Diablo.
El escritor y periodista, Victor Ronquillo, hablo de su su reciente libro “Migrante de la Pobreza”. El evento tuvo tuvo lugar en la Confederación Nacional Campesina. FOTO: VICTORIA VALTIERRA/CUARTOSCURO.COM

El escritor y periodista, Victor Ronquillo, hablo de su su reciente libro “Migrante de la Pobreza”. El evento tuvo tuvo lugar en la Confederación Nacional Campesina.
FOTO: VICTORIA VALTIERRA/CUARTOSCURO.COM

Por Víctor Hugo Chamorro Hernández /

Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la UAM Cuajimalpa

Periodista y escritor mexicano con una trayectoria profesional de más de 25 años, Víctor Ronquillo viste informalmente una camisa a cuadros color azul, pantalones de mezclilla y oscuros zapatos deportivos. Llega a la cita muy tranquilo. En su cara y cuerpo manifiesta una edad cercana a los  50 años de edad.  Su expresión y manera de hablar son cálidas, amigables. Él es un hombre firme y sencillo que entiende la función del trabajo periodístico  como un instrumento para mejorar la vida y los derechos humanos de las personas.

En un mundo como el nuestro sería una gran idea atender sus palabras cuando dice:

“Hay que darle dignidad al oficio de periodista. Esa dignidad se da con el compromiso social y siendo fiel a ciertos principios”.

La obra de Victor ha estado casi siempre vinculada con las causas sociales, ya que, como dice él:

“La función del periodismo es social, debe generar espacios de reflexión  que no se generan en la agenda del poder político. Nosotros tenemos que incidir en la creación de esas reflexiones y esos temas desde el ámbito periodístico. Por otra parte, creo que en una sociedad como la nuestra también generamos propuestas de auténtica información y de construcción de ciudadanía. Los periodistas tenemos una labor cívica que hay que realizar. Estoy convencido de que parte de nuestro trabajo tiene que ver con la denuncia frontal de los abusos del poder y de la corrupción”.

Tras haber estudiado la licenciatura en Letras Hispanoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM,  el primer medio donde ejerció el oficio periodístico fue El Nacional en 1983.  Fue jefe de información y guionista del programa televisivo Expediente 13 de Canal 13 y reportero de Canal 40.  Es Autor de diversas obras, entre ellas: La nota roja en México, La guerra oculta, Migrantes de la pobreza, El blues de la Mataviejitas, Ruda de corazón, La reina del Pacífico y otras mujeres del narco, Sicario: diario del Diablo.  Fue finalista en el Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra en Gijón, España, en 1994, por su obra La muerte viste de rosa. Gran parte de su carrera la ha dedicado al periodismo de investigación, lo que sumado a su convicción de izquierda, adquirida desde muy joven en el CCH Naucalpan.  No es extraño, por ello, que  en sus obras salgan a flote la denuncia, la crítica y el análisis de situaciones que violentan los derechos humanos.

El trabajo de Ronquillo no sólo es la denuncia y problematización de los hechos; tiene un fin que él  decidió hace años:

“Mi trabajo como periodista tenía que estar encaminado de manera muy clara a la defensa de los derechos humanos”.

Trabaja de manera independiente y no concibe a un periodista “ligado a ningún poder”. Él  ha mantenido su independencia a lo largo de los años, incluso trabajando en diferentes medios, lo cual no ha sido fácil: “Pago el precio de esa independencia: No tengo seguridad laboral, no tengo posibilidades de una pronta jubilación”. Pese a ello está conforme con su trabajo y a gusto consigo mismo:

“Tengo una enorme dignidad con la que he ejercido mi oficio. No sé si los compañeros que optaron por otros caminos duermen tranquilos o no. Creo que deben dormir muy tranquilos, se les nota que están muy felices, pero yo duermo con mucha paz y sigo fiel a mis convicciones, aun estos momentos en los que las cuestiones son tan difíciles”.

Y reconoce sin objeciones:

“Los espacios para los periodistas independientes, por razones obvias, se van cerrando cada vez más y en este momento es muy difícil, muy difícil mantenerse del oficio, seguir en el oficio. Estoy convencido de que hay que defender los espacios de difusión como verdaderas trincheras. Uno tiene que estar construyendo esos espacios”.

Aunque Ronquillo no se ha rendido, ha enfrentado muchos problemas que van más allá de lo económico, pues ha sido calumniado y difamado:

“El momento más dramático, más doloroso de mi vida fue después de la publicación del libro de Las muertas de Juárez. Yo lo preparé con mucho cuidado, temía una demanda judicial por parte del gobierno de Chihuahua, por parte del gobierno de Ciudad Juárez, por parte del sector empresarial. Cuidé mucho que el libro no tuviera esos flancos abiertos; fui muy riguroso con la  investigación. Al publicarse puso el dedo en la llaga de algo que sabíamos  estaba ocurriendo pero que no había sido documentado como en ese momento se hizo. Significó el primer libro sobre el tema. Tuvo una enorme acogida por los lectores y por los colegas periodistas. Yo estuve en Televisa, en TV Azteca, tuvimos una conferencia y me dieron la portada de Proceso. Obviamente todo eso incomodó a los sectores de los sótanos del poder involucrados con estos crímenes y, para mi sorpresa, la respuesta no fue una demanda jurídica del gobernador de Chihuahua o por parte del procurador de justicia. Lo triste de todo fue que, por medio de una campaña muy desleal, muy deshonesta, un grupo de supuestas académicas de Chihuahua denunció que yo había plagiado su libro, lo cual es francamente  falso porque ellas habían llevado un texto  a Editorial Planeta una semana o dos semanas después de que lo había registrado yo en Derechos de Autor. En el fondo de todo se trataba de una campaña para socavar uno de los elementos más importantes de un periodista: su credibilidad. El propósito era de desvirtuar los contenidos del libro y cerrar la posibilidad de que yo continuara con la investigación.

“En ese momento sí me lastimaron mucho pero, como siempre, mantuve la dignidad. Convocamos a una conferencia de prensa, presentamos el material que había investigado, presenté mi registro en Derechos de Autor y la Editorial  Planeta avaló mi trabajo. A final de cuentas yo me pregunto: ¿dónde estarán estos personajes? Yo sigo haciendo periodismo, sigo haciendo trabajo de investigación y la gente podrá dudar de mis capacidades pero no de mi integridad.

“Creo que el libro abrió un espacio de reflexión. Vinieron otros libros, videos, películas. Lo triste es que los crímenes siguen ocurriendo y el feminicidio es una grave realidad que todavía se expresa en Ciudad Juárez y en todo el país. Ese ha sido el ataque más violento que he sufrido: no me amenazó la vida pero fue un ataque urdido desde los sótanos del poder, no me queda la menor duda porque se repartieron fotocopias de las fuentes que yo había trabajado denostando mi trabajo y atacando mi credibilidad. Por fortuna eso no ocurrió y no solamente eso, sino que el libro abre un espacio de reflexión muy importante sobre los crímenes perpetrados en contra de las mujeres”.

En otra ocasión dejaron de publicarle en un diario importante:

“Hace poco  –asienta Ronquillo–, el director de un periódico muy importante donde yo colaboraba, un periodista muy conocido, televisivo, pidió a los directivos que no me publicaran más. No sé si es un acto de censura. Quizás tiene que ver con una cuestión personal porque a final de cuentas yo asumo mi trabajo desde esta perspectiva y yo creo que él se ve en ese espejo y ve lo contrario a su persona. Él anda en un Mini-Cooper y es otra cosa”.

Por suerte su vida no ha estado en peligro. Víctor es muy cuidadoso:

“Tengo una ética de trabajo. Sé que para los mañosos y los malos no importa, pero yo no trabajo con fuentes de información dudosas, no soy aliado de ningún narco ni de las corporaciones policiacas. Me muevo con libertad y mi trabajo es de investigación. Lo que hago es sumar elementos. Yo trabajo, investigo, denuncio asuntos que muchas ocasiones tienen que ver con ciudades de las que yo puedo salir y en las que no voy a permanecer mucho tiempo; es una estrategia. También trabajo con el apoyo y la vinculación con los compañeros periodistas  de distintas ciudades”.

Actualmente Víctor tiene un programa de radio que se transmite por internet en la página de la Secretaría de cultura del Distrito Federal donde, a pesar de ser un foro abierto por el gobierno, se permite tratar cuestiones sobre violaciones a la ley y a los derechos humanos:

“Hay entendimiento de mi parte, una comprensión y una identidad de ideas. Nunca ha habido un ejercicio de censura. En alguna ocasión he trabajado temas sobre la violencia social en el Distrito Federal. Aquí ha sido entrevistado el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, y dimos cauce al asunto de un muchacho que murió en uno de los separos de la delegación. No hay censura”.

El programa es resultado de la búsqueda por construir un foro donde se permita discutir y problematizar situaciones que atentan contra los derechos humanos y con lo cual se espera obtener beneficios para la sociedad:

“Hace tres o cuatro años decidí que mi trabajo  periodístico tenía que estar vinculado a la defensa de los derechos. Establecí una serie de estrategias que me llevaron a trabajar en diferentes medios y uno de ellos  en los que encontré respuesta y apoyo inmediatos fue Código DF. Es una estación de radio virtual de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal que dirige Verónica Ortiz, amiga mía desde hace muchos años y a quien le propuse  realizar un programa donde realizáramos un periodismo de investigación con el tema  de Derechos Humanos”.

El programa salió al aire hace  cuatro años y la segunda fase de ese proyecto pretendía generar una emisión de TV donde se realizara trabajo de investigación con la convicción de impulsar dos vertientes:  la construcción de ciudadanos, por una parte, y  la cultura del respeto a los derechos humanos, por otra.

En su extensa trayectoria como periodista, Víctor Ronquillo también ha sido coordinador de información del programa de televisión Punto de Partida, colaborador del noticiero Pulso de Radio Educación y de Grupo Informativo Imagen, de radio; cronista de Memoria de Papel, colaborador de Casa del Tiempo, Diálogos, El Nacional, El Universal, Encuentro, La Orquesta, La Palabra y El Hombre Memoria de Papel, México en el Arte, Punto, Reforma, ¡Siempre!, y Unomásuno.

Hace pocos meses  Víctor terminó otro proyecto:

“En el noticiario de Noticias 22   generamos reportajes sonre derechos humanos y otros temas. Ello  a la postre dio como resultado un programa de televisión que se llamó Nosotros los otros del cual hicimos tres temporadas. Fueron cerca de cuarenta programas y dos documentales que hicimos en coproducción con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. Algo que es, en cierto modo, inédito porque, por un lado, tienes televisión con la aspiración de ser pública y, por otro, tienes esta instancia –el Conapred– que se vincula con la Secretaría de Gobernación. Es un proyecto muy interesante en donde la discriminación es el tema central para mostrarlo al público y generar empatía entre las personas que son discriminadas y el público televidente.

“Realizamos reportajes donde se contaban historias y se daba cuenta de que esta sociedad mexicana es altamente discriminatoria, genera espacios de discriminación muy fuertes, muy violentos. Hay detrás de ello un indudable problema de inequidad y justicia social.

“Hicimos un primera temporada con grupos de personas discriminadas donde comentamos lo que ocurre con las mujeres, con los jóvenes, con los niños, con las personas de diversidad sexual, con las personas mayores y con otros grupos más.  Luego hicimos una segunda temporada en la que hablamos de los procesos discriminatorios: de cómo la inequidad es un problema que tiene como elemento central la exclusión social, que es no reconocer  al otro como un ser humano. Tiene que ver con una estructura económica y social injusta que se traduce a procesos discriminatorios.  Trabajamos los procesos de discriminación y la violencia en los medios de comunicación, en el desarrollo humano como parte de ese proceso de inequidad e injusticia.

“La tercera temporada concluyó hace un par de meses. Trabajamos con lo que pueden ser casos arquetípicos de violaciones a los derechos humanos que permitieron mostrar en el programa realidades graves y ¡crudas! de discriminación. Encontramos, por ejemplo, cómo hay un proceso de discriminación en los medios de comunicación  al presentar a personas como culpables de delitos y exhibirlas sin haberlas sometido a proceso. Es muy grave; lo llamamos juicios mediáticos.  Como ese ejemplo hicimos muchos otros; fueron veinte programas de la tercera temporada.

“En buena medida mi tarea –destaca Víctor– siempre ha sido el darle voz a quien no tiene voz, estar involucrado con la tarea de la búsqueda de la justicia y también de entender los procesos sociales que generan a víctimas distintas.

“A lo largo de mi trabajo he documentado casos que tienen que ver, por ejemplo, con los crímenes perpetrados en contra de travestis en Tuxtla Gutiérrez en un libro que se llamó La muerte viste de rosa.  Otro trabajo que realicé fue el de Las muertas de Juárez donde documentamos la realidad que generaba esa violencia atroz en contra de estas mujeres, esta realidad social, esta degradación, esta presencia del narcotráfico y del crimen organizado con un enorme poder corruptor, generando la ley de la violencia y de la corrupción.

“Otro libro que me ha dejado satisfecho es Ruda de corazón. El blues de la mataviejitas,  que de alguna manera busca hacer comprender las razones por las que alguien en una sociedad como ésta puede erigirse en un asesino serial y perpetrar crímenes contra quien resulta más débil como son las personas mayores. A su vez esta mujer es una víctima que ya fue acusada y sentenciada por algunos de estos delitos, como los son también los sicarios”.

Ronquillo siempre busca ofrecer enfoques diferentes de las realidades y abordar temas pocas veces investigados, lo cual le permite profundizar en problemas con la esperanza de que su trabajo contribuya en la solución de los mismos: “Como parte de mi trabajo en los medios, estoy realizando una serie de reportajes, entrevistas y crónicas que se llaman Expediente abierto para el noticiario de Canal 22, donde nos enfocamos a problemas de coyuntura en la agenda nacional, por ejemplo: la cruzada contra el hambre, la inseguridad pública, la  migración y  la reforma en los medios de comunicación”.

“Otra parte de mi proyecto como periodista es investigar y documentar el trabajo de las comisiones legislativas en las cámaras de diputados y senadores, donde se hace un trabajo fundamental de investigación para legislar”.

Víctor Ronquillo aspira aprovechar su vasta experiencia y trayectoria profesional  para construir un proyecto integral encaminado a la formación de jóvenes periodistas, el cual espera realizar en colaboración con la Oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos en México  y, tal vez, con el Claustro de Sor Juana: “Es un proyecto con un perfil académico para continuar con la defensa de los derechos humanos”.

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