Cultura política, medios de comunicación y periodismo en México

  • La crisis de la prensa y el repunte de los medios electrónicos.
  • Los medios de comunicación, en manos de caciques posmodernos crearon en el interior y el exterior del país, la imagen de un mexicano cálido, amable, poco ilustrado, clasemediero y trabajador. 
    "Periódico". Oswaldo

    «Periódico». Oswaldo

Por Raymundo Riva Palacio

Publicado originalmente en RMC 57

Director general editorial del Grupo Multimedios.

La cultura, definió Raymond Williams en 1962, es “una forma de vida particular” formada por valores, tradiciones, creencias, objetos materiales y territorio. Es, precisó, una ecología compleja de personas, de cosas, de puntos de vista, de actividades que se prolongan y cambian la rutina de la comunicación y de la interacción social. Pero también es contexto: en la manera como hablamos, en la forma como vestimos, en los alimentos que comemos, en cómo distribuimos nuestro tiempo y espacio, en cómo bailamos, en cuáles son los valores que socializan los niños.

Es muy cierta la afirmación de Marshall McLuhan de que lo único de lo cual no se deba dar cuenta un pez es del agua, pues el mismo medio forma su entorno y apoya su existencia. En ese sentido, la comunicación, a través del lenguaje y otras formas simbólicas, comprende el entorno de la existencia humana. Las actividades que llamamos colectivamente comunicación –como lo son sostener conversaciones y compartir ideas, impartir conocimiento y buscar información, entretener y ser entretenido– son tan ordinarias y mundanas que es difícil que les prestemos atención a su existencia.1

La cultura es la vida de todos los días y alimenta una idea democrática. La cultura no se expresa en abstracto, sino que se proyecta mediante vehículos específicos que le dan un significado: el de los medios de comunicación, que en la sociología política del mundo presente han sido factores fundamentales de desarrollo y evolución, a través de los cuales se hace llegar a los ciudadanos la historia y el concepto de su nación.

Culturalmente, la población mexicana es el resultado del fervor indio profesado en templos cerrados hacia deidades europeas, de monumentos e ideas sobrepuestas, donde lo subterráneo sigue presente y pugna incansablemente por salir a flote. Los mexicanos, mestizos en su mayoría, responden a dos culturas a la vez que tienen la suya propia, enmarcada por el paso histórico y las diferentes cabezas de gobierno que han propiciado la condición de vida mexicana actual. En sí, el hecho de haber sido conquistados por un grupo excesivamente minoritario (10 mil españoles ante ocho millones de personas) marca la pauta sociológica de la sumisión mexicana, acostumbrada a responder al don de mando, prácticamente monopólico, primero del blanco, después del poderoso.

Los medios de comunicación, en manos de caciques posmodernos conflagrantes con el gobierno, crearon hacia el interior y el exterior del país, la imagen de un mexicano cálido, amable, poco ilustrado, clasemediero y trabajador, que todavía porta el penacho a la hora de hablar de los símbolos patrios o de la grandiosidad de su nación.

La realidad mexicana, sin embargo, ha sobrepasado la ficción del país en el que “no pasa(ba) nada”.

México es una región con recursos naturales significativos, localización estratégica y capacidad de crecimiento económico. Pero también es un territorio gobernado ineficientemente, albergue de grandes índices de pobreza y analfabetismo que empantanan sus posibilidades de desarrollo.2

En 1992, 16.1% de la población mexicana vivía en extrema pobreza. Once mil 200 niños se alimentaban, vestían, educaban, vivían y dormían en las calles.3 México es también un país con más de 10 millones de analfabetas mayores de 15 años4, y la pobreza y la necesidad por conseguir dinero para sobrevivir, obligan a abandonar los estudios a temprana edad. Así, aunque casi 90% de los mexicanos se inscribe en la educación primaria5, sólo 68% la termina. Únicamente cuatro de cada mil egresan de un posgrado.6

El 6% de la población mayor de 25 años es profesionista, en una relación de 66.2% hombres y 33.8% mujeres7. Los profesionistas suman una élite cultural y laboral aproximada de un millón 900 mil personas que, gracias a sus ingresos, gozan de mejores oportunidades de desarrollo en todos los ámbitos, incluido el de la educación. La realidad del profesionista es cada vez más lejana de la del mexicano promedio que cae como por fuerza de gravedad en la insuficiencia de los grados bajos de la escalada económico-social. Y es ese grupo, precisamente, el principal consumidor de información.

La información es una realidad histórica. Es una forma de cultura inventada por una clase en un particular punto de la historia.8 Como cualquier estructura cultural inventada, la información forma y refleja un “hambre por experiencia particular, un deseo por alejarse de lo épico, de lo heroico, de lo tradicional, a favor de lo único, de lo novedoso, de lo noticioso”.9

 

Socialización de las ideas

La sociedad mexicana actual se agita entre paradojas y contradicciones. Comienza a moverse, motivada tal vez por “una nueva capacidad de indignación que tiene mucho de rechazo defensivo a las propuestas del poder”10, pero se nota confundida, añorante de la guía de medios de comunicación que poco le sirven como eficientes correas de transmisión democrática.

Existe una tendencia hacia la socialización de las ideas y hacia cómo están estructuradas en relación con la autoridad y con nuestras necesidades e intereses. En tal contexto se aprecia la prominencia de la televisión como un novedoso elemento de integración nacional, a la vez que como principal fuente de información de los mexicanos, y a TELEVISA como al faro que la guía.11

Dentro de este rumbo, sobresale la preferencia del mexicano por películas y seriales estadunidenses, que reflejan ampliamente las aspiraciones mexicanas y apuntan las tendencias futuras de la sociedad. Parafraseando a Herbert Marcuse: dibujan un patrón de pensamiento unidimensional y de comportamiento en el cual las ideas, las aspiraciones y los objetivos, por su contenido, trascienden el universo establecido del discurso.12

Ese panorama implica, casi naturalmente, la aceptación de reglas sociales y la ausencia de una masa crítica que no enfrenta a las élites, que no las contrarresta en su eterno objetivo de manipular y evitar el debate complejo, sin olvidar que limita la circulación de su única información y acota su independencia para responder al deseo del público. En todo ello subyacen, indiscutiblemente, amarres importantes de la cultura autoritaria mexicana que se niega a morir y que alimenta las deficiencias del público en el conocimiento y la participación en una sociedad más abierta, más democrática, encerrándolo por la vía de la insuficiencia cognoscitiva dentro de un reducido margen de opciones políticas y negándole la posibilidad de tener mejor representatividad en aquellos que, por mandato popular, toman decisiones en nombre de la sociedad.

No se puede desconectar la cultura de la política: ambas son prácticamente indivisibles. O como decía Jesús Reyes Heroles en 1972: son inseparables porque la política es una autoridad cultural y la cultura tiene un significado político.

Así lo demuestran los medios masivos que han logrado, a través del ejercicio de la presión, provocar cambios sociales tales como la caída del Muro de Berlín en los germano-orientales, el movimiento estudiantil chino en la plaza de Tiananmen, así como la caída de los regímenes de Rajiv Gandhi en la India, Fernando Collor de Mello en Brasil y Carlos Andrés Pérez en Venezuela.

La difusión de los conflictos entre las élites, la diseminación de sus ideas y déficits, y la proyección de sus imágenes, acercó los gobernantes a sus gobernados, los desmitificó, los ubicó en una distinta realidad y permitió que los gobernados se compararan con los gobernantes, los conscientizó al ver que entre los gobernados había problemas y aspiraciones comunes, y desató las fuerzas del cambio. No en todos los casos el cambio fue logrado, en parte –y eso sería objeto de otro trabajo– porque las sociedades no eran uniformes. Es decir: los cambios se dieron fundamentalmente en aquellas sociedades con mayor desarrollo urbano, donde el acceso a la información es más amplio y más rápido.

 

El ejercicio de la mentira

México es una sociedad mayoritariamente urbana. Y sin embargo esta ola democratizadora no ha sido una constante en su cultura, pues mientras en el mundo la apertura de la información ha sido clave en los procesos democráticos, en México se cierran los accesos, se retorna al amago y se fuerza la vuelta a la etapa oscura de la secrecía. Las instituciones poderosas se aprovechan de la maleabilidad de los criterios y las ideologías para conducir las acciones ciudadanas. Se sirven de la desinformación para confundir las conciencias, adormecer el derecho a saber y anestesiar el derecho a participar con pleno conocimiento en las decisiones públicas.

La desinformación es un fenómeno inherente a la lucha por el poder. Se desinforma para moldear a la opinión pública y extender así las fronteras del dominio político. Es decir, la desinformación es el ejercicio de la mentira: se engaña para mantener el poder, llegar a él o querer más. De lo anterior se desprende que la verdad nunca se ha llevado con la política.13

Sergio González Rodríguez afirma que en una sociedad sujeta al autoritarismo y la censura, el grito o la opinión son valiosos, tanto que se convierten en un termómetro de los tiempos. Pero es la denuncia documentada y reflexiva la que une el temperamento firme con la lucidez, destruye el silencio y la impunidad, y avanza hacia la construcción auténtica de un nuevo código común de civilidad democrática14, supuesto propósito de cualquier gobierno que, como protector de los derechos humanos, debería asumir el rol de perro guardián y mantenerse alerta ante las puertas de la democracia, la libertad de expresión, de conocimiento, de toma de decisiones y el libre flujo de ideas.

Los medios electrónicos mexicanos, regidos por la manipulación económica y gubernamental, están ayudando a moldear y mantener las reglas y las predisposiciones ideológicas que conllevan, fortaleciendo así un sistema que está agotado, fallando así en su tarea educativa y creadora de una imagen aproximada de los sucesos ocurridos en la realidad. Estos medios continúan articulando síntesis que promueven ciertas perspectivas y excluyen a otras, y por relacionar inflexiones ideológicas a fuentes de autoridad, ayudan a constituir y a regular la realidad social al estructurar algunas de las experiencias más comunes e importantes de la audiencia.

Por la vía del avance cero, se puede concluir: qué desgracia son, para el desarrollo sociopolítico del país, los medios electrónicos y cualquier otro medio que desperdicie su alcance y su capacidad para utilizar sus recursos en favor de la educación, abandonándose al entretenimiento.

Y no se ven opciones. La mexicana es una sociedad superficial, frívola, condicionada por los impactos de los transmisores de información y entretenimiento más importantes, cuyo principal proveedor es la televisión. Encendida un promedio de seis días por semana, la TV es el aparato que enseña la cultura y la convivencia familiar, y fomenta las relaciones interpersonales. Constituye una forma colectiva y aceptada de aprendizaje y distracción: es la fuente de información a la cual recurre más del 70%, así como la sociedad que quiere conocer lo que ocurre en el país. En clara desventaja está la influencia de los periódicos y la radio.15

Sin embargo, pareciera perfilarse un comportamiento disfuncional al advertir elementos disruptivos en los patrones de comportamiento tradicionales. Se supone –como argumentan los sociólogos– que la predictibilidad relativa a los hábitos personales y las rutinas basadas en patrones sociales de autogestión, ayuda a la gente a sentirse emocionalmente segura. Por ello sorprendió la pérdida de credibilidad y legitimidad de Jacobo Zabludovzky, quien por lustros fue la voz más autorizada para los mexicanos.

Hoy día se observa una rebelión contra las reglas implícitas que están sujetas a interpretación y manipulación. Asimismo se aprecia una tendencia a oponerse a ese tipo de opresión político-cultural. Pero no hay razones para ser optimistas, pues más bien parece una transferencia de lealtades a nivel individual y no una revolución estructural.

El canal más querido y más odiado desde 1995 ha sido el 2, el Canal de las Estrellas. Y en cuanto a programas, los deportivos han ocupado el primer lugar como los más vistos, relegando las telenovelas a segundo término, hecho que sorprende si se toma en cuenta que las telenovelas mexicanas siempre han gozado de gran audiencia gracias a su capacidad para hacer historias que transportan a los televidentes a planos contrastantes y utópicos de vida.16 Pero más sorprendente es que, cada vez más, los noticiarios escalen peldaños más importantes, e incluso lleguen a desbancar a películas y espectáculos. A pesar de ello, la mitad de las personas que encienden el televisor lo hacen aún con el afán de entretenerse, no para informarse, y al final para aprender.

La mediatización electrónica encuentra un fuerte pilar en el gusto de la sociedad por la radio. Un número creciente de radioescuchas invierte cada vez más tiempo en este divertimento que les consume o acompaña –en su mayoría– durante más de tres horas al día. La radio persiste como un medio de entretenimiento con una mayor parte de público que sintoniza estaciones musicales.

 

¿Crisis de la prensa?

La crisis periodística, sin embargo, no es privativa de México. Prensistas en todo el mundo padecen, por un lado, la reducción de sus tirajes y, por otro, el alza paulatina en los costos que elevaron su materia prima –tinta y papel– al doble. El cuadro de la presente página se presenta con el fin de conocer la ubicación de la prensa en relación con los índices de alfabetismo en otros países.17

Entre 1920 y 1950 se vendían entre 300 y 350 periódicos por cada mil habitantes en países desarrollados. En Gran Bretaña, 600 por cada mil.18  En 1995 Hong Kong vendía 820 ejemplares por cada mil habitantes; Noruega, 610; Japón, 580; Finlandia e Islandia, 520; Corea del Sur, 410; Alemania, 330; Singapur, 340; y Argentina 140 por cada mil.19

Los periódicos mexicanos de mayor tiraje a nivel nacional, tenían en 1990 la siguiente venta en el Distrito Federal: Esto y Excelsior, 11 ejemplares por cada mil; la segunda emisión de Ovaciones, 10 por cada mil; El Nacional, ocho ejemplares vendidos por cada mil; La Jornada y la primera de Ovaciones, cinco ejemplares por cada mil; El Financiero, tres; El Heraldo, dos; y La Afición y Novedades tan sólo un ejemplar por cada mil habitantes.20

En 1995, mientras el diario madrileño El País se vendía con una relación de 125 por cada mil habitantes, los diarios mexicanos de mayor circulación manifestaron tener la siguiente venta en la capital: Esto, cuatro ejemplares por cada mil habitantes; Excelsior, La Prensa y Novedades, dos por cada mil; El Financiero, La Jornada, El Universal, Ovaciones 1a. edición, El Heraldo, Ovaciones 2a. edición y Reforma, un ejemplar por cada mil habitantes del Distrito Federal.21

Mucha de la crítica que se hace sobre la prensa escrita en México tiene que ver con la baja circulación que tienen los periódicos. Sin embargo, se cae en sofismas cuando se trazan analogías entre baja circulación y baja penetración. Ese análisis de la prensa es maniqueo y busca una descalificación fácil y gratuita en cuya trampa no se debe caer. En primer lugar hay que comprender el papel de los propios medios de comunicación. Mientras que la clasificación de los medios masivos –porque llegan a la masa y sus criterios– se asigna a los electrónicos (radio y televisión), se puede argumentar que la prensa escrita es, por antonomasia, un producto para las élites.

Los periódicos de consumo masivo son medios cuyos contenidos giran en torno a la violencia, al sexo y al crimen, y tienen, efectivamente, una alta circulación. No obstante, no son éstos los de mayor influencia en una sociedad, quizás salvo en Japón, donde el Yomiuri Shimbun tiene un tiraje total de nueve millones 874 mil ejemplares diarios, y el Asahi Shimbun imprime ocho millones 229 mil.22

El mejor caso para ilustrar que alto tiraje no significa mayor influencia lo dan The Sun de Londres, que tira cuatro millones de ejemplares diarios, frente al Financial Times, cuya circulación diaria no excede los 350 mil ejemplares. The Sun, un tabloide que se suele leer en los recorridos del Metro de los hogares al trabajo, dedica sus páginas al sexo, al crimen y a los chismes de la realeza, lo cual explica su impresionante tiraje que, sin embargo, no genera ninguna influencia en los puntos donde se toman las decisiones políticas o económicas de la nación. En cambio, The Financial Times no sólo es el periódico más influyente en los mercados financieros de Londres, sino de Europa, Asia y, con considerable fuerza, en Estados Unidos; es decir, se lee donde se toman las decisiones. Igual argumentación se podría hacer en México: La Prensa, tradicionalmente el periódico de información general que más ejemplares imprime, no figura en absoluto entre el lote de aquellos que, con menor tiraje, llegan a los tomadores de decisiones.

En todo caso es importante analizar la pérdida de audiencia, que quizás se deba a que el público, con mayor madurez y hartazgo, define ahora el concepto de verdad como aquello que se acerca más a la realidad y no como aquello que vende más.

El tratamiento veraz de la información sólo es posible a través de medios que, gracias a su independencia económica, puedan hacer uso de la crítica y la imparcialidad como material de trabajo, sin temor a represalias económicas que pongan en riesgo la objetividad y el medio. Casos específicos, escasos, recién nacidos a la democracia son El Financiero, La Jornada, Reforma y en su momento Siglo 21 de Guadalajara, diarios que en poco tiempo, han logrado amasar una buena tajada del pastel de la confianza que los lectores otorgan a su medio de información. Sin embargo, el manejo empresarial implica un alto riesgo, a la vez que es sumamente engañoso, pues si bien aleja a los medios de la tentación de sucumbir ante exigencias de instituciones públicas, los convierte en presa fácil de la iniciativa privada que ocupa sus espacios publicitarios, como se verá más adelante.

 

Revistas y cultura

En lo que concierne a revistas, la suficiente ventaja de Eres, que pertenece al consorcio TELEVISA, muestra hacia dónde van las inclinaciones de una parte importante de la sociedad. Las revistas de espectáculos continúan en posición predominante con cerca del 30% de preferencias del público lector. Las revistas periodísticas se ubican en el segundo lugar con poco más del 12%, y aunque la diferencia entre uno y otro género es amplio, cabe mencionar que la revista Proceso ocupa un buen lugar, lamentablemente abajo de TV Novelas. Tanto las revistas como los periódicos tienen objetivos informativos más claros y dirigidos, y así lo aprecian sus lectores que los califican como medios adecuados –primeramente– para informarse.23

La lectura seria, realmente, no es un punto fuerte para los mexicanos. México es un país consumidor de 0.5 libros per cápita anuales. La Cámara Nacional de la Industria Editorial estima que el mercado potencial mexicano ronda los siete millones de personas. Los editores, por su parte, creen que el mercado real quizás no rebase el millón y medio.24  La mitad de la producción editorial se concentra en la Ciudad de México, donde radica la mayor parte de las editoriales, las librerías, las grandes bibliotecas y los clientes –eventuales o consuetudinarios–.

En México se imprimen aproximadamente cinco mil ejemplares por título para la primera edición. Comparativamente, en España se editan 15 mil, en Alemania 18 mil y en Dinamarca 60 mil. Un balance de la actividad editorial mexicana de 1990 a 1992, demuestra que la impresión y venta de libros han ido en descenso.26

Por su parte, la industria editorial en ramos especializados, de historia, científicos, religiosos y educativos –excluyendo el libro de texto gratuito que representa el 56% del acervo total en circulación–, está empantanada en la profunda crisis de la “no lectura”.

Los mexicanos reflejan lo paradójico de su momento. La audiencia de televisión va en aumento pero su versatilidad baja; hay mayor interés en las noticias pero los intermediarios han perdido legitimidad. Hay síntomas de un despertar ansioso por la información y el conocimiento, pero no encuentran por dónde. Por eso es importante observar cómo los mexicanos están reclamando un mayor acercamiento con la cultura en diferentes expresiones. Mientras en 1980 se contaba únicamente con dos mil 389 bibliotecas, en 1990 ya eran siete mil 463, y dos años más tarde nueve mil 319. De igual modo, volúmenes, usuarios y consultas se han acrecentado.27  El caso de los museos no es distinto: han aumentado de 72 en 1980, a poco más del doble en 1990, y cifras preliminares de 1993 contabilizaban un total de 215 en el país. La cantidad de visitantes en una década se ha incrementado prácticamente en 100%, siendo la afluencia de visitantes nacionales 17% mayor que la de extranjeros.28

Sin embargo, los mexicanos están paulatinamente dejando de leer; sabiéndose parte de una aldea global, se preocupan cada vez más por abastecerse de cultura e información, en las formas que la condición de su sociedad se los permite. Si bien es cierto que gran parte de los habitantes de este país no tienen posibilidades educativas, también lo es que los pocos medios capaces de instruir a la sociedad, la confunden y no le enseñan acerca de qué pensar, sino que le entregan todo asimilado y diciéndole cómo pensar.

La falta de correlación entre la búsqueda de opciones de lectura y un incremento en la circulación de los lectores, más allá de la influencia que ejercen los medios en quienes toman las decisiones, puede interpretarse como un proceso de agotamiento en lo que toca a los consumidores de información, aparejado a una insuficiencia y falta de creatividad de los medios para apelar a nuevos consumidores de información.

 

Estancamiento y desfase

Hay, indiscutiblemente, una pérdida de realidad en la concepción que en los medios se tiene de la sociedad. El caso más dramático se da en la prensa escrita. En tal sentido, la mayoría de los periódicos y revistas de México, especialmente en el Distrito Federal, se han quedado viejos y, en algunos casos, se observa una muerte biológica.

Un ejemplo significativo se aprecia en Excelsior, que hace poco más de 20 años se llegó a considerar entre los 10 mejores periódicos del mundo, el diario de registro en México, el de mayor influencia, penetración y poder, y que hoy no es ni una pálida sombra de lo que fue.

Los directivos de Excelsior negaron que su entorno evolucionaba y se mantuvieron estáticos. Soslayaron los cambios demográficos del país y, como ejemplo más plástico de su atraso, se sujetaron en los noventa prácticamente al mismo formato que utilizaban en los setenta, bajo la justificación de que “los lectores de Excelsior estaban acostumbrados a leer Excelsior”.29 Su primera plana permaneció inamovible: todos los días publicaban entre 14 y 17 noticias promedio, algunas de las cuales sólo tenían una entradilla de cinco líneas y continuaban en páginas interiores. En las páginas interiores se mantuvo un irrespeto por el lector, y eran comunes más de dos pases por información, en un recorrido que lo llevaba por más de una sección.

Cuando Excelsior corrigió mínimamente ese defecto, la percepción sobre el salto de sección a sección era tan profunda que los lectores no se percataron del ajuste. Y cuando en 1995 redujeron el número de informaciones en su primera plana, aligerándola discretamente, ya era muy tarde: los lectores habían huido espantados por la dificultad para leer el periódico que, paradójicamente, seguía proporcionando la información más completa. Pero tener la información más completa ya no es suficiente. Los lectores se fueron yendo no sólo por el formato, sino por la jerarquización informativa y por la incapacidad de registrar el cambio demográfico mexicano, que le impidió buscar nuevos mercados de lectores. En un experimento con 20 estudiantes mexicanos en el extranjero, se les preguntó cuántos leían Excelsior, a lo que cinco respondieron afirmativamente. Cuando se les inquirió por qué, respondieron que era el periódico que llegaba a sus casas. Y cuando se les preguntó qué diario compraban en la calle cuando no habían alcanzado a leer Excelsior en su casa, sólo dos respondieron que ese rotativo.30

El fenómeno de Excelsior, si bien ilustrativo, no es una excepción. En general, los medios mexicanos no han tomado en cuenta o están ciegos a los cambios demográficos. Excelsior, El Universal, Novedades, El Heraldo de México o El Sol de México, por mencionar sólo a los más representativos en los años sesenta y setenta, han sido incapaces de apelar a nuevos lectores.

 

Nuevos cauces

La aparición de Unomásuno a finales de 1977, que fue resultado directo de la reforma política que legalizó a la izquierda y comenzó a abrir el ostión autoritario mexicano, introdujo una serie de innovaciones en el lenguaje escrito y fotográfico, con una orientación abiertamente progresista de centro izquierda que ayudó a crear una clientela leal, a veces militante, ilustrada, que sería absorbida por La Jornada cuando se escindió Unomásuno en 1983.

La aparición de Reforma en noviembre de 1993, con un diseño atractivo y estrategias comerciales y de distribución muy agresivas, atrajo una mayor frescura a un medio anquilosado, y enfocó mejor su estrategia mercadológica con un elemento muy criticable, que fue la subordinación de la información a la publicidad. Más que un periódico, Reforma es una marca.

De cualquier manera, Reforma se unió a un puñado de publicaciones como La Jornada, El Financiero y Proceso, por ubicar el análisis en el Distrito Federal, que durante los años ochenta y los noventa han mantenido una línea editorial independiente, persistente y sistemática que contribuyó enormemente a un cambio de percepciones entre el electorado, como se vio en las elecciones presidenciales de 1988, al propiciar elementos –a veces extremistas– para una nueva discusión en el proceso hacia la democracia.

Aunque no hay investigaciones que aborden la hipótesis, La Jornada, El Financiero y Proceso, a los cuales el gobierno de Carlos Salinas quiso mermar y boicoteó, fueron capaces de galvanizar inquietudes y movilizar a fuerzas sociales para que, por ejemplo, se detuvieran las iniciativas gubernamentales como la revisión de los libros de texto gratuito de historia.

Con la oposición de los medios a un revisionismo histórico que se ajustaba al pragmatismo salinista pero chocaba con la lógica que impulsó a la historia, la cultura y la educación de los mexicanos, se sentaron las bases para que el magisterio en pleno derrumbara en definitiva el proyecto de Salinas. La percepción de vehículos independientes fue confirmada cuando al alzarse los zapatistas en enero de 1994, el subcomandante Marcos los escogiera como los depositarios de sus mensajes y comunicados, junto con el periódico Tiempo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

El levantamiento zapatista aflojó muchos de los controles que había sobre la prensa, debido a que el interés de la administración salinista se enfocó en neutralizar a los zapatistas y en conseguir condiciones óptimas para lograr una elección presidencial sin cuestionamientos poselectorales, hecho que había perseguido al propio Salinas por lo oscuro de su elección en julio de 1988. A tales intereses estratégicos se les sumaron los dos magnicidios de ese año, que introdujeron una terrible contaminación política que cambiaría, hasta ahora al menos, el estado de cosas en la política mexicana.

 

Paradojas

Con los controles sueltos, y empujados principalmente por Reforma, algunos medios con los que técnicamente compartían mercados, iniciaron algunos esfuerzos por competir. Excelsior  fracasó, como sucedió también con todos los demás periódicos que habían sido influyentes en algún momento de su pasado, salvo El Universal, que modificó su alter ego de Excelsior a Reforma. El Universal empezó a contratar a periodistas críticos –si bien no de igual calidad– para competir en ese nicho de construcción de opinión pública, al cual accedió rápidamente Reforma cuando desde sus inicios reclutó a casi todas las mejores plumas del país, muchas de ellas salidas en masa de El Financiero a fines de 1993, y cuya pluralidad de posiciones propició un enriquecedor choque de ideas que contribuyó indiscutiblemente al proceso de transición.

El Universal  ha tenido réditos al seguir ese tipo de estrategia editorial y ganado adeptos. Aunque en ese largo proceso, tanto El Universal como Reforma se han inclinado más a teñir sus primeras planas con notas rojas y amarillismo, que a sacar ventaja de la coyuntura y empezar a trabajar en la búsqueda de una nueva cultura política de los mexicanos, cuyo afán sea cimentar lo que la sociedad civil ha venido edificando aun contra las tendencias involucionistas del régimen.31

Estos dos periódicos parecen haber caído en una de las grandes paradojas de la prensa, donde el sostenimiento financiero por los anunciantes privados les han subvertido sus órdenes políticos y económicos. De esa forma, si bien los medios de comunicación pueden apoyar a la democracia a través de la información, el grueso de sus contenidos están dedicados al entretenimiento, entendido esto por la cobertura policial de los asuntos públicos. Ello no puede ser categorizado como algo no-político, sino anti-político, pues desvía el tiempo público y la atención de los asuntos reales del mundo, que invariablemente tiene connotaciones políticas.32

Ya es un lugar común señalar que una sociedad informada va a producir mejores elecciones sobre quién desea que la gobierne; pero si se observa el fenómeno inversamente, se puede apreciar que el infoentretenimiento está acotando la posibilidad de conocimiento de una sociedad, logrando –quizás sin advertirlo– que la cultura política de los mexicanos detenga su proceso de construcción, se achate o, definitivamente, vaya en retroceso.

Si nos planteáramos premisas como la de que los medios deben aportar información justa y plena a todos, que ayude a los ciudadanos a comprender el complejo universo político, que transporte las perspectivas de las diferentes corrientes, que sea un foro abierto a todos pero que hable por la gente y no sólo por sus líderes33, y buscáramos respuesta a lo que se ha logrado, el resultado sería negativo. En síntesis: objetivamente hablando, no están ayudando a crear el conocimiento público.

Los medios de hoy, sin embargo, son mejores que los existentes en México hace cinco, diez o 20 años. Son más abiertos y plurales a partir de un fenómeno creciente que radica en un maniqueísmo subliminal: la intolerancia al gobierno que tenga al PRI como el partido que lo llevó al poder. Golpear al régimen, llámese Presidencia de la República, partido o clase política, ha dado grandes réditos. Es cierto que en el camino se ha logrado establecer un mínimo contrapeso al poder gubernamental y establecer incipientes mecanismos de rendición de cuentas, pero este fenómeno sólo está enfocado al régimen priísta. Los partidos de oposición, la Iglesia u otras instituciones no vinculadas con ese sistema político que fue hegemónico hasta las elecciones federales de 1997, navegan con fuertes credenciales de impunidad, que les otorga la ausencia de una observación cuidadosa y sistemática sobre su forma de comportarse en el concierto de la política. Con ello, el avance democrático sigue cojo y, sobre todo, permeado por los años de frustración e impotencia frente al régimen, trasladado ahora a la polarización.

 

El reto mexicano

Curiosamente, la prensa escrita no es la que mejor lucró con este proceso de descomposición del sistema y la ausencia de un nuevo andamiaje. Quien más ganó fue la radio, que incorporó a representantes de la prensa escrita en sus espacios, convirtiéndola en un instrumento más fresco, más crítico, más beligerante y de mayor audiencia. La radio, en ese sentido, fue un elemento vital para la concientización de mucha gente ordinaria.

Al igual que en los últimos años del régimen de Alemania Oriental, la exposición de líderes políticos y de gobernantes en una radio donde se les cuestionaban sus acciones, fue mostrándolos sin el aura protectora, sin los matices de los tabúes, y fue disminuyendo los temores de la sociedad para con ellos y eliminando, por tanto, el respeto que se les tenía.

Aunque desde el gobierno se buscó presionar a la radio –y de hecho, el gobierno del presidente Ernesto Zedillo lo siguió intentando a través de la Secretaría de Gobernación–, no fue suficiente para frenar el cambio, demostrado en las elecciones de 1997 cuando la oposición ganó el Distrito Federal y el PRI perdió, por primera vez en sus casi siete décadas de existencia, la hegemonía política en el Congreso.

Lamentablemente para México, la televisión no tuvo ese mismo desarrollo. Hubo una pincelada importante durante la jornada electoral de 1997, pero posteriormente naufragó, regresando a coberturas parciales, partidistas, pro gobiernistas y, sobre todo, superficiales.

La guerra de ratings aniquiló la calidad informativa de los dos principales telediarios: el Noticiero de TELEVISA y Hechos de TV Azteca. Y la celeridad de las innovaciones tecnológicas, para lo cual se requerían recursos, fue aniquilando otros espacios que se habían distinguido por su búsqueda de equidad, mostrando lo viejo que ya eran, como en el caso del noticiero Enlace del Canal 11, que depende de la Secretaría de Educación Pública. Sólo el Canal 40 logró innovar en la televisión, abriéndola antes que nadie en ese giro a las diferentes corrientes políticas, presentando materiales que nadie difundía. Por ello enfrentó boicots de publicidad y amenazas políticas de altos funcionarios gubernamentales.34

La situación de los medios mexicanos no ha variado mucho en los dos últimos años. Si acaso, lo único significante es la polarización ideológica y la toma sibilina de posiciones políticas. A diferencia, por ejemplo, de los periódicos británicos, en México no se asumen como medios ligados orgánica o ideológicamente con alguna formación política, pero actúan como ellos bajo la máscara de un periodismo sin ataduras.

De esa manera, hay medios que, frente a quienes defienden al gobierno y al PRI, apoyan al PRD o al PAN, y subrayan aquellas informaciones que puedan dañar o desacreditar al régimen, escondiendo o minimizando aquellas notas que afectan a sus clientelas. Se está chocando contra la premisa básica de una prensa libre: airear y aceptar públicamente las diferencias, las facciones, las pasiones y los conflictos.35

Se podría revisar el caso inglés36 para mostrar las deficiencias e insuficiencias por las que atraviesan los medios mexicanos hoy día. Blackwell decía que la libertad de prensa era “esencial para la naturaleza de un Estado libre”. Hegel consideraba a la libertad de prensa –“esta conversación del gobierno con el pueblo”– como una de las principales fortalezas de los ingleses. Voltaire elogiaba a Inglaterra como el único país donde la libertad de prensa estimulaba a sus ciudadanos a pensar. Y Montesquieu escribió en El espíritu de las leyes, en 1748, que la libertad para discrepar y quejarse a través de una prensa libre, ayudó a liberar a Inglaterra del silencio pesado y temeroso hacia el despotismo.

La libertad de prensa ayudó a Inglaterra a convertirse en una genuina sociedad moderna, la cual disolvió las fronteras tradicionales entre estabilidad y desorden, verdad y falsedad, lo real y lo posible. Allí está un camino probado. Allí se encuentra el reto mexicano.

 

NOTAS Y REFERENCIAS

1) Los indicadores de urbanización a nivel nacional son como siguen. Población rural: 34.38%. Población semirural: 8.17%. Población urbana: 57.45%. Niveles de Bienestar en México, México, INEGI, 1993. p. 125. Véase James W. Carey. Communication as Culture, (N.Y., Londres: Routledge, 1992) p. 24.

2) México Social 1992-1993, México: Grupo Financiero Banamex-Accival, 1993. pp. 288, 300.

3) Niveles de Bienestar en México, México, INEGI, 1993, p. 88.

4) Anuario Estadístico de los Estados Unidos Mexicanos 94, México, INEGI, 1994. pp. 142.144. Fuente: V Informe de Gobierno.

5) Niveles de Bienestar en México. Op. cit. p. 88.

6) México Social 1990-1991, México, Banamex. p. 244.

7) Los profesionistas de México, México, INEGI, 1993. pp. 1, 23, 81.

8) James W. Carey. Communication as Culture. (N.Y., Londres: Routledge, 1992) p. 19.

9) James W. Carey. Communication as Culture. (N.Y., Londres: Routledge, 1992) p. 21.

10) Trejo Delarbre, Raúl, Las Redes de TELEVISA. México, Claves Latinoamericanas, 1991. pp. 39-40.

11) Encuesta de Consumo Cultural en México, Reforma. p. 19.

12) Marcuse, Herbert. One dimensional man. Sphere, 1968.

13) “Desinformación y propaganda”, en Revista Mexicana de Comunicación. Núm. 16, México. marzo-abril, 1991.

14) “Censura y libertad”, en Reforma, 16 de enero de 1994.

15)Encuesta sobre Consumo Cultural en México, Reforma, 1994. P.19

16) Los deportivos son los favoritos de los hombres en una relación 37% vs 3% de las mujeres. La relación de las telenovelas es inversa, con 1% de los hombres vs 28% de las mujeres. Canclini García, Nestor. “Fin de los 90: La cultura no será la del inicio de esta década”, en Reforma, 26 de enero de 1996.

17) The Economist, Book of Vital World Statistics. USA: Times Books, Random House, 1990. pp. 126-128, 210.

18) Howsbawn, Eric, Historia del Siglo XX, Barcelona, Crítica, 1995, p. 198.

19) Naciones Unidas, Reporte sobre el Desarrollo Humano, 1995.

20)Relación obtenida según la población total de México en 1990 y el tiraje real de los periódicos, según Raúl Trejo Delarbre, Cuaderno Nexos, Núm. 24, junio 1990. La circulación de los periódicos nacionales fuera de la Ciudad de México es, en cuanto a su cantidad, irrelevante y, por tanto, no fue considerada.

21) Relación obtenida con el total de la población y en México, según los resultados preliminares del conteo de Población y Vivienda, INEGI, 1995, y el tiraje manifestado por los periódicos en entrevistas personales realizadas en 1995. La circulación de los periódicos nacionales fuera de la Ciudad de México es, en cuanto a su cantidad, irrelevante y por tanto no fue considerada.

22) De acuerdo con las cifras de circulación de la Asociación Japonesa de Dueños y Directores de Periódicos, para el periodo julio-diciembre de 1993, y a un periódico especializado en finanzas con más de cinco millones de ejemplares.

23) Rodríguez, González Sergio. “Cultura impresa: Ratificaciones y esperanzas”, en Reforma, 23 de enero de 1996.

24) En un testimonio publicado en Libros de México, Juan Villoro asegura que apenas 500 mil personas compran libros. “¿A dónde van las palabras?”, en Expansión. Núm. 673. 30 de Agosto de 1995. p. 21.

25) ¿A dónde van las palabras?”, en Expansión Núm. 673. 30 de  agosto de 1995. p. 21.

26) Actividad Editorial en 1992. México Canien, 1994. p. 59.

27) Estadísticas de Cultura. México. INEGI, 1995. p. 3. Cifras cerradas.

28) Estadísticas de cultura. p. 49.

29) Conversación con Francisco Rodríguez, jefe de redacción de Excelsior, en 1986. P.22.

30) El experimento lo realizó el autor durante un curso con estudiantes mexicanos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en 1992.

31) Reforma, cuyos directores se entrenaron en el poco competido mercado de Monterrey y tomaron algunos de los peores vicios de la prensa estadunidense de fines y principios de siglo, tuvo un gran impacto por lo que se pensó originalmente que sería una innovación en el periodismo mexicano: un verdadero salvaguarda de los intereses ciudadanos, un vigilante sobre el poder, y un medio que establecería mecanismos de rendición de cuentas. No fue así. La dirección de Reforma, particularmente el director general editorial, Ramón Alberto Garza, impulsó como noticias principales rumores, panfletos, y puso el periódico al servicio del fiscal Pablo Chapa, durante las investigaciones de los casos Colosio y Ruiz Massieu. Escondió nombres de banqueros vinculados a él y al dueño, Alejandro Junco. La fuerza motriz de buscar el escándalo por encima de la precisión fue el de vender ejemplares, como lo reveló a un grupo de estudiantes mexicanos en Harvard en octubre de 1997, al señalar cándidamente que ser crítico vendía, y que ésa era la razón de un periódico: el negocio. El Universal se montó en esa lógica y contrató personas de dudosa reputación profesional que, por ejemplo, convirtieron a un investigador improvisado, Humberto López Mejía, en una fuente de información inagotable y siempre en busca de la conspiración de las élites para asesinar a Luis Donaldo Colosio. El Universal ha caído en la publicación de materiales previamente difundidos, inclusive por ellos mismos, lo que no obsta para que no los vuelvan a reproducir con grandes titulares en su primera plana.

32) Everette, Dennis E. y Snyder, Robert W., Media and Democracy. Transactions Publishers, 1998, pág. 8.

33) Idem, pág. 30.

34) El caso más dramático de los últimos años, porque se unieron gobierno y empresa privada, se dio por un programa sobre el fundador de Los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, en el Canal 40. En la emisión, antiguos seminaristas denunciaban que el padre Maciel había abusado sexualmente de ellos. Aun antes de que se transmitiera el programa, un alto funcionario de la Presidencia, un secretario de Estado y el director de una paraestatal, pidieron al Canal 40 que no lo difundiera porque podría haber represalias. En paralelo, Bimbo retiró toda su publicidad y, junto con el grupo regiomontano Pulsar, amenazó con organizar un boicot de anunciantes. Al final, quizás en parte por las denuncias públicas, Pulsar optó por retirar la amenaza.

35) Keane, John, The Media and Democracy, Polity Press, 1991, pág. 41.

36) Idem, pág. 27.

 

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