Don Julio Scherer traicionó su palabra: Carlos Marín.

  • El quebranto del semanario político mas importante de México.
  • Entrevista con Carlos Marín en el programa Proceso a fondo.
Julio Scherer - Foto: Archivo Cuartoscuro

Julio Scherer – Foto: Archivo Cuartoscuro

Entrevista con Carlos Marín. 

Publicado originalmente en RMC 58.

Después de un periodo de desgaste interno y ante la paulatina baja en su circulación, en marzo pasado, el semanario político más importante de México sufrió una ruptura, con lo que vive la crisis más profunda en sus 22 años de vida.

Como se recordará, en noviembre de 1996, Julio Scherer y Vicente Leñero renunciaron a sus cargos de director y subdirector, pero sin dejar la cabeza del consejo de administración.  Y para continuar sus tareas, primero  nombraron a un sexteto que pocos meses después se redujo a un comité directivo de cuatro miembros: Carlos Marín, Rafael Rodríguez Castañeda, Froylán Lopez Narváez  y Enrique Sánchez España.

Pero ello, desde luego, en lugar de calmar las aguas, sacó a flote celos profesionales y abiertas disputas por las decisiones editoriales, particularmente entre Rafael Rodríguez Castañeda y Carlos Marín.  Todo ello desembocó en un clima de suspicacias y roces permanentes. Paralelamente, un reciente estudio financiero interno dictaminó que Proceso vivía la peor crisis económica de su historia.

Por tales motivos, el consejo de administración del semanario convocó a una junta el 23 de marzo y allí, ante notario público y sin estar en la agenda, Julio Scherer propuso el nombramiento de un director, pese a que una semana antes él mismo reiterara que se mantendría el comite directivo para asegurar la unidad del grupo.

Sabedor de que Rodríguez Castañeda tenía el respaldo interesado de don Julio, así como de un grupo de reporteros, Marín optó por desistir de su candidatura natural y, junto con López Narváez y más de una veintena de informadores, presentó su renuncia.

Los nuevos directivos editoriales del semanario se han resistido a entrar en detalles en torno a lo ocurrido durante marzo en Fresas 13.  No obstante, Marín ha resuelto esbozar los motivos reales que orillaron su separación. Y así lo hizo saber durante un debate-entrevista convocado por la televisora estatal MAS de Xalapa, Veracruz, y celebrado en la segunda quincena de abril. De esa suerte, en el programa especial Proceso a Fondo, conducido por el director de esa emisora, Miguel Ángel Sánchez de Armas –y en el que, además del ex codirector de Información,  participaron los periodistas Sara Lovera, José Miranda y Omar Raúl Martínez–,  Marín externó varias consideraciones críticas acerca del conflicto y de los actuales altos directivos de la publicación política y que enseguida presenta RMC  a manera de entrevista.

 

Mentira contumaz

—¿Qué fue exactamente lo que ocurrió en Proceso? Porque se ha dicho que una de las razones de la actual crisis es que tú encabezabas un proyecto periodístico que iba al fracaso, pues tenía pérdidas económicas cuantiosas…

—Bueno, en realidad esa es una afirmación que nadie –ni siquiera quienes se quedaron en el semanario– se atrevería a sostener, comenzando por el señor Julio Scherer García. Durante 22 años cuatro meses que estuve en la operación cotidiana de Proceso, no tuve reproche alguno respecto de mi trabajo. El quehacer periodístico que desempeñé, me fue asignado sin que yo lo solicitara o lo hubiera pretendido. Desde la salida de don Julio recuerdo números extraordinarios inclusive de sobretiro por trabajos que daba yo a realizar o que publicaba yo con mi propia firma.

La especie que se ha divulgado en el sentido de que la gestión del comité directivo que existió hasta el 23 de marzo llevó a Proceso a una crisis económica, constituye una perversa insinuación de torpezas o quizás de equivocaciones –si no es que abusos– que agravia la historia, las biografías y la institución que ha sido ese semanario.

Puedo citar unas cuantas cifras que reflejan la mentira contumaz que tratan de propalar el consejo de administración y algunos de los esbirros del actual director. En 1994, Proceso llegó a vender en una sola edición 355 mil ejemplares. El promedio de ventas durante todo ese año fue de 200 mil ejemplares a la semana. En 1995, la venta cayó casi el 50 por ciento: la venta se redujo a casi 120 mil ejemplares. En 1996, que fue el último año de don Julio Scherer García en la dirección de Proceso, la venta promedio del semanario fue de 81 mil ejemplares. Para 1997, retirado Scherer de la operación cotidiana, la venta fue de un poco más de los 81 mil ejemplares. Y en 1999, por una serie de factores que incluye la desgracia económica nacional y la depresión del mercado, la venta promedio de Proceso fue de 71 mil y pico de ejemplares, es decir, 10 mil ejemplares menos.

La verdad es que desde la dirección del señor Scherer García, los restantes miembros del antiguo consejo de administración, permitimos una economía muy holgada que se refleja, por decir lo menos, en un solo ejemplo: hasta hace un mes resultaba más barato tener en la Ciudad de México a nuestra corresponsal radicada en Francia y enviarla cuatro veces al mes a trabajar a París –ida y vuelta– con todos los gastos pagados, que mantenerla allá. En otras palabras: el banquete periodístico y financiero generado a raíz de los casos tan resonantes ocurridos en 1994, hizo que la economía de Proceso se estableciera con unos gastos descomunales que nosotros heredamos en el comité de dirección. Por tanto es una verdadera atrocidad, desde cualquier punto de vista –contable, político, moral–, la especie propalada en el sentido de que el equipo directivo llevaba a una especie de quiebra económica. Lo que se instauró el 23 de marzo en esa publicación fue algo así como el antiguo testamento.

 

El regreso de don Julio.

—¿Cuáles son entonces los motivos reales de la ruptura? ¿Será que, entre otras cosas, Proceso se ha hecho prescindible?

—Desde luego Proceso sigue siendo una lectura imprescindible, de eso no tengo la menor duda, particularmente porque las medidas que adoptó el consejo de administración el 23 de marzo, significan en buena traducción el regreso de don Julio. Lo menos que va a ocurrir en Proceso, es que Scherer continúe una carrera que interrumpió a pesar de él por una invitación o una incitación de Vicente Leñero. O sea, don Julio nunca aceptó su decisión de retirarse y a través del actual director siempre trató de mantener una presencia. Pienso que don Julio Scherer no necesitaba haber caído en algo que, por donde se le mire, fue una traición a la propia palabra y a un acuerdo entre el grupo directivo del semanario.

La decisión del retiro de don Julio fue sobre la base de que nadie de los demás estábamos para ocupar su lugar descomunal. El más cuestionado por los otros cinco miembros para que no fuera director –inclusive fue sujeto de debate dentro y fuera de las instalaciones, en restaurantes, en la casa de Vicente Leñero– es el actual director.

El acuerdo de una dirección colegiada al que habíamos llegado y que fue confirmado a lo largo de dos años y pico desde el retiro de don Julio, fue reafirmado apenas la semana anterior al 23 de marzo. Nos dimos cita para esta fecha con la idea de un ajuste de carácter económico. Lo sorprendente es que la ambición del nuevo director hizo una pinza con una organización perniciosa de carácter protosindical muy obscena, llamada Reporteros en Proceso, y que suma la enorme cifra de seis o siete miembros. Una pinza entre quien siempre quiso ser director –alguien fogueado en la incondicionalidad, en el “sí señor”, por encima de cualquier cosa– y una asociación de “becarios” que nos costaron muy caros porque dejaron de trabajar hacía ya mucho tiempo. Yo todavía no me explico cómo don Julio Scherer… Él se dedica más bien al periodismo, no a traicionar su palabra ni a dar reginazos en su propia casa. Rigurosamente hablando, lo único que faltó para que se repitiera el caso Excelsior fue que el gobierno estuviera detrás del consejo de administración. Pero el procedimiento fue profundamente inmoral. Froylán López Narváez, Enrique Sánchez España y yo caímos en una celada. Lo menos que admite el consejo de administración –integrado por Scherer García, Vicente Leñero y Enrique Maza– es que desde luego se equivocó y que técnicamente si no es reginazo, mínimo fue un albazo.

—O un Schererazo…

—No, don Julio no se dedica a eso. Un schererazo sería más bien una información extraordinaria.

 

Conflicto de familia

—¿Julio Scherer se traicionó a sí mismo?

Proceso Jamás fue un proyecto popular o democrático, no lo fue ni siquiera con la dirección colectiva porque parte del encanto y del legado de don Julio Scherer es que él no hacía todo en la revista. ¡Le atribuyen hasta los cartones de Naranjo! No, don Julio no es alguno de los reportajes que ustedes quieran recordar. Don Julio significó, ni más ni menos, el ímpetu, la escuela, el espíritu, el impulso, la tenacidad, la búsqueda afanosa de lo extraordinario. Pero el trabajo no es de una estrella solitaria. Don Julio en sí mismo puede que sea una constelación, pero el trabajo en Proceso fue sobre todo un concierto sinfónico de equipo: estrellas sí, pero en concierto; solistas, sí, pero bajo una dirección.

Julio Scherer no fue Calígula: nunca determinó de una manera tiránica una decisión. Tan es así que habiendo él expresado con mucha anticipación su voluntad de nombrar director a un Rafael, pero habiendo aceptado que ese hombre no sólo era el menos atinado sino el más debatible para ocupar su puesto, el acuerdo del consejo de administración fue que hubiera un comité directivo.

La fantasía de que al retiro de don Julio pudiera haber un director, cuando quedó presidiendo el consejo de administración, es chuparse el dedo. Por eso para mí el razonamiento fue claro: no puede haber dos directores. ¿Quién consensa o atrae el visto bueno de una empresa de la magnitud de Proceso? Con don Julio todos coincidíamos o acatábamos. Con los demás no: era imposible.

El director natural para Proceso se llama Vicente Leñero. Pero Vicente nunca quiso. Al no querer él, se pasó de la verticalidad a una cierta horizontalidad colegiada en donde el único que jamás quiso estar de acuerdo con los otros tres –porque se sabía acariciado por una voluntad reprimida de don Julio para nombrarlo sucesor–, es el actual director de Proceso. Por eso el señor Sherer García regresó. Por eso el actual director de Proceso no despacha en la dirección: le adaptaron una oficina; y el gerente acuerda con don Julio porque el nuevo director se desbordó en su ambición y en su impericia profesional.

Me parece que el conflicto en Proceso es un conflicto amoroso: un problema de familia. Su principal patrimonio no era ni siquiera la gran información ni el numeroso tiraje. El patrimonio de Proceso fue, hasta el 23 de marzo, una especie de autoridad moral dentro del periodismo. El semanario tenía tal autoridad moral que hasta cuando nos equivocábamos nos creían. Allí está la institución, pero buena parte de ese patrimonio sí se quebrantó. Siempre estuvimos los siete miembros en el núcleo de Proceso: cuatro ex codirectores y los tres integrantes del consejo de administración. Tres de nosotros –el gerente, el codirector de opinión y yo como codirector de información– llegamos a una junta en la que caímos en una decisión descabellada. Sabían que con esa decisión renunciaríamos, pues lo avisamos desde dos años atrás. Fui, entonces, echado por don Julio Scherer García, quien no se dedica a correr gente, y menos a amigos de tantos años como lo es o lo fue de Froylán.

Lo que ocurrió el 23 de marzo, pues, fue un deseo antiguo de don Julio, cuando menos de año y medio o dos antes de que se retirara. Desde 1994 él ya había pensado en que el actual director lo fuera. Bueno, pospuso su deseo casi cinco años…

 

Polémica decisión.

—¿No es rara una posposición de un hombre como Julio Scherer que no demostró ningún titubeo como periodista?

—Froylán López Narváez hasta la fecha dice: la única democracia que he conocido –y lo dice un veterano del antiguo Partido Comunista– fue el consejo de Proceso, que nos mantuvo a seis personas de alguna manera unidas durante casi 23 años. Es decir, don Julio no imponía, convencía. En este caso lamentablemente tuvo que encabezar una cosa espeluznante queriendo poner a votar al personal de una empresa que es sociedad anónima. Porque finalmente el consejo de administración no quería –no es el estilo de don Julio– dar esa orden. Por eso yo no jugué a ninguna elección ¿Con qué masa? Particularmente una masa muy aderezada por el actual director y su ala golpeadora sindical de unos cuantos muy perniciosos que don Julio quiso soportar como presidente de la empresa.

Entonces cuando se me dijo que yo era candidato natural, pude decir: “no tengo programa de acción, declaración de principios ni nada por el estilo. Asuma usted don Julio su poder y nombre director y evitemos el numerito. A partir de este momento mis vacaciones –que no había tomado durante dos años– las hago eternas”. Mis vacaciones de Proceso son tan eternas como el reconocimiento que yo le he tenido siempre y le mantengo a don Julio Scherer García.

—¿Carlos Marín quería ser director? ¿O como dice también Froylán López Narváez: Carlos Marín es un talento periodístico que no quiso o no supo ser director? 

—No sé si de algún modo trabajé para ser director. Sé que no lo habría sido mientras don Julio viviera. Y ponerme en la tesitura de ambicionar la dirección sería, allí sí, no traer soterrado sino expuesto mi deseo de que don Julio muriera.

El señor Sherer no se mantuvo como director de Proceso, pero a través del actual director impulsaba –… bueno, ni hablar, lo tengo que decir, ¡por supuesto!–  algunos trabajos que más allá de su efectividad o eficacia periodística, entorpecían el funcionamiento del área de edición y del área de información. Porque finalmente si se trataba de impulsar asuntos informativos, por supuesto que don Julio tenía autoridad profesional y empresarial para decirme: “oiga Marín, qué le parece si tal cosa” o “le ordeno que se trabaje tal asunto”. Por supuesto.

Pero don Julio siempre tuvo alguien que se fogueó en la genuflexión, la incondicionalidad, la marrullería, el abuso, la ambición… Eso lo sabemos todos los que hemos estado en Proceso y por ello lo debatimos. Vicente Leñero llegó a decir: “Qué te parece, me dice mi mujer que si permito que Rafael sea director de Proceso, se va a divorciar de mí”. Enrique Maza  –sacerdote jesuita que dió la bendición al albazo– refería: “Bueno, es que Rafael… ¡qué barbaridad!”. El gerente se quejaba de Rodríguez Castañeda.

Puedo decir con mucho gusto un dato de su torpeza: en los últimos cinco meses, el actual director de Proceso lanzó unos proyectos editoriales de números especiales y libros que hicieron que la empresa invirtiera más de un millón 700 mil pesos, de los cuales no se recuperarán ni 400 mil… Y en el último mes de nuestra estancia en Proceso, Froylán y yo iniciamos el proceso para el ingreso de nueve millones de pesos. Desde el punto de vista económico, la decisión de don Julio es un verdadero desastre. Desde el punto de vista informativo, quisiera que alguien mencionara qué asunto periodístico se relaciona directamente con el actual director de Proceso. Apuesto 20 a uno que nadie se acordará.

—Pareciera que te has desahogado…

—Para mí no es un desahogo. Yo creo que deben ventilarse públicamente estas cosas, pues esa publicación es de interés público. Proceso formó parte de la reforma política de México y dio lugar a un nuevo periodismo en el país, y no fue obra de un solo hombre. El proyecto se desarrolló alrededor de un hombre inaudito en la historia del periodismo todo. ¿Qué ocurrió en Proceso? Ese hombre inaudito fue llevado a un acto que lamentablemente lo hizo traicionar sus propios compromisos.

—    Entonces no era tan inaudito.

—Como periodista sí.

—¿Qué va hacer Carlos Marín como profesional del periodismo? 

—Después de una vida ligada al periodismo schereriano desde hace 27 años, se me abren muchas oportunidades. Abunda campo para ejercer el mejor oficio posible que es el periodismo. Mi trabajo en Proceso fue una opción de vida. Pero decidí tomar vacaciones eternas porque yo no acompaño a nadie –y menos a las personas que admiro– a que traicionen su palabra, a que traicionen sus compromisos de manera reiterada.

—¿Valió la pena dejar esa trinchera?

—Indiscutiblemente sí. Puedo respirar hondo, y ver a los ojos a mis hijos. Sé que hice lo que debía hacer.

 

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